𝟏𝟓/𝐎𝐜𝐭𝐮𝐛𝐫𝐞/𝟐𝟎𝟎𝟓

— ¡Is incribiliminti irritinti! ¡is cimi mikii piri cin titis! — una sonora carcajada salía de la boca de Baji, quien tenía una de sus manos sobre el estómago y algunas lágrimas saliéndole de los ojos a causa de la risa.

— ¡Ya déjame! — Kazutora tomó una de sus almohadas y la arrojó al pelinegro, quien no dejaba de reír.

Estaban en su propia casa. Kazutora lamentaba haberle contado a su amigo sobre lo que había hablado con Dai el día anterior, a Baji la ironía de todo el asunto le sabía increíblemente deliciosa. Nunca creyó poder ver a Kazutora en esa situación.

— ¿Se van a besar? — preguntó Baji con una sonrisa burlona en el rostro, haciendo gestos con las manos como si estas simularan un beso entre dos personas.

Kazutora se sonrojó de inmediato y desvió la mirada.

— Ni siquiera sé por qué hice esto.

— No eres más tonto porque no puedes — Kazutora volteó hacia el de inmediato con una mueca de disgusto — te gusta, ¡Tora está enamorado!

Baji comenzó a canturrear de forma boba mientras su amigo caía en sus propios pensamientos, ¿estaba enamorado de Dai? No, quizá era una palabra demasiado grande, pero gustar...

— ¿Cómo sabes si alguien te gusta? Tú habías dicho que te gustaba una chica de tu clase... ¿cómo se siente?

La inexperiencia de Kazutora conmovió al pelinegro, quien adoptó una postura más seria. Al estar solo, sabía que para su amigo los temas como estos eran mucho más complejos de entender de lo que eran para él, que contaba con la ventaja de tener a su madre como respaldo ante esa clase de dudas.

— Supongo que es distinto con cada persona — Baji se encogió de hombros — ¿qué sientes tú cuando ves a Dai?

La mirada del pelinegro se posó sobre él y se detuvo a pensar.

Usualmente cuando estaba con ella, sentía como si dentro de su estómago estuviese provocando el deslave de una montaña, como si muchas cosas se movieran dentro de sí mismo, no como la sensación de nauseas, era bastante diferente. Cuando sentía a Dai cercana a sí, el corazón parecía intentar salírsele del pecho, le sudaban las manos, y sentía que los músculos de su cara formaban automáticamente una curveada sonrisa al verla. Los momentos en los que la muchacha lo tomaba por detrás cuando habían paseado en su Rocket lo hacían sentirse acalorado de buena forma, como esa sensación gustosa de tomar chocolate caliente en las épocas invernales. Pensar en sus dedos entrelazándose de forma tímida y la corriente eléctrica que le recorría la columna ante el tacto, o en tenerla frente a frente resaltando la belleza de sus ojos y su piel con los rayos del sol lo hacía sentirse invencible, y sobre todo, feliz.

El recuerdo de ella siendo iluminada por la luz del atardecer el día anterior no dejaba de reproducirse en bucle dentro de su cabeza, y parecía como la escena de una película romántica. Le parecía tan bonita, dulce, frágil. Su cuerpo exigía mantenerse cercano al de ella por la mayor cantidad de tiempo posible, ahora que había tenido la oportunidad de encontrarla no quería que nada lo alejara de su lado. Se planteaba incluso la posibilidad de ir normalmente a la escuela solo por su largo cabello rubio cayendo por su espalda en una de esas altas coletas que usaba y saciarse las ganas de verla sonriéndole. Todo en ella era brillo, magia, adrenalina y paz. Una mezcla incomprensible pero que lo tenía hechizado.

Dai se sentía como si se tirase de un precipicio sabiendo que iba a estar a salvo, o como si se sumergiera bajo el mar sin saber nadar con la ventaja de que en sus pulmones siempre habría aire. Nunca había experimentado esa mágica sensación de volar sobre las nubes conociendo que el dolor de la caída iba a doler como el demonio, pero lo hacía sentirse completo, contento y como un tremendo idiota.

El simple hecho de ahondar en sus propias emociones le provocó una sonrisa divertida en la cara, Baji contempló a su amigo con la mirada perdida en el suelo y se sonrió.

— ¿Tora?

Salió del trance por la voz de Baji llamándolo.

— Creo que sí me gusta... me gusta Dai.

...

¿Tú has pensado en lo que va a decir tu papá si se entera? Va a meterlo a la cárcel otra vez y a ti te van a mover a un colegio de chicas. O peor, a un internado, ¡o peor, a...!

Dai cortó la charla de Ima, quien gritaba al otro lado de la línea — ¡Ya! Para, por favor. No hay necesidad.

La rubia enrollaba un mechón de cabello en el dedo de su mano libre, con la otra sostenía el teléfono de casa. Había elegido su ropa cuidadosamente, era su primera cita y no sabía qué clase de ropa se usaba en las citas, ¿se podía ser más inexperta?

¡Sí la hay! Ayer te dije, te conozco como a la palma de mi mano Dai, yo sabía que desde que lo llamaste por su nombre traías algo entre manos. ¿De verdad te gusta? ¿no te da miedo? A mí el tatuaje me parece espeluznante, y ni siquiera encaja con tus gustos, ¡Yasuhiro era mil veces más lindo! No parecía un vagabundo y...

— ¿Podrías sentirte feliz por mí? — su voz salió un poco más apagada. Sabía en el fondo de sí que lo que estaba hablando en ese momento era en mayor medida la preocupación y no la propia Ima, pero no dejaba de ponerla mal que reaccionara así ante algo que le parecía demasiado importante — ... no es lo que tu piensas. Sé que lo conozco de poco, pero no es el cretino que yo creía, es amistoso, y muy dulce, solo no sabe relacionarse con las personas, ha pasado por mucho.

El recuerdo de sus cicatrices en la espalda y las memorias que él le había compartido le hicieron sentir un estrujón sobre el pecho. Hubo silencio.

... lo lamento. No lo conozco, pero si te gusta tanto como parece debe ser por algo. Espero que tu cita vaya bien, Dai.

La muchacha soltó un suspiro de alivio — Gracias.

A todo esto, ¿han hablado sobre "eso"?

— ¿Eso?

Ya sabes, ¿nunca te ha contado de por qué estuvo en la correccional?

Un escalofrío le recorrió la columna — No. — a menudo olvidaba ese pequeño detalle — me dijo que estuvo involucrado con pandillas, quizá alguna disputa, ¿sabes? Ni siquiera fue una condena muy larga.

Espero que solo sea eso. Quien sabe, si es como dices que es, quizá cambió para bien ahí dentro.

— Estoy segura de que sí, dudo mucho que vuelva a tener inconvenientes con la ley

Dai miró hacia el reloj, faltaban dos minutos para la una, hora a la que Kazutora había prometido recogerla. Conociéndolo sabía que no había manera de que el muchacho estuviera a tiempo por lo que ni siquiera se había recogido el cabello, solamente se había vestido y colocado calcetines.

¿Te conté que el otro día Kaito...?

La voz de Ima se volvió inaudible con el sonido del claxon atravesando las paredes de casa. Dai miró hacia el reloj: una en punto. ¿No sería que su padre había llegado temprano? Si era así, le iba a caer una buena por haber pensado en salir de casa sin avisar.

— Tengo que irme. — colgó el teléfono con brusquedad y recorrió a prisa el tramo del salón hacia la puerta, abriendo y encontrándose con la ya conocida motocicleta de Kazutora en el portal.

El alivio que la invadió en un primer momento fue rápidamente reemplazado por unas fervientes mariposas que danzaban en el interior de sus entrañas, una sonrisita se le formó cuando lo vio quitarse el casco y agitar la cabeza como los chicos de los comerciales de televisión. Su peculiar cabello se movió al mismo ritmo, y el muchacho levantó la mano para saludarla tímidamente. Su rostro no se veía como el día anterior, estaba menos magullado y pudo vislumbrar aun a la distancia un brillo en sus ojos del cual no se había percatado antes.

— Hola — dijo él con una sonrisa — ¿quieres irte ya?

La muchacha pensó en su cabello, pero decidió no tomarle mayor importancia. Solo era cabello, ¿cierto? De igual manera, no había nadie en ese momento que pudiera tirarle una reprimenda sobre lo desalineada que se veía sin peinarse, y siempre le había gustado usar el cabello suelto.

— Sí.

La muchacha se colocó los zapatos rápidamente y cerró la puerta tras de sí. Se acercó a la motocicleta y como ya era costumbre, tomó la mano de Kazutora para subir al vehículo.

— Nunca te había visto con el cabello suelto. — dijo él mientras ella se ajustaba el casco — Me gu... — tosió con nerviosismo mientras sentía como de las palmas de sus manos comenzaban a brotar gotas de sudor — me, bueno, sí, se ve muy bien. Bien.

A Dai se le escapó una risita — Gracias — enredó sus manos en su torso y lo sostuvo con fuerza — estoy lista.

Kazutora encendió la motocicleta con el pie y partió rumbo al lugar que habían acordado el día anterior.

El camino fue un poco más extenso, pero al día parecían sobrarle minutos. Las carreteras iban liberándose de tráfico lentamente y poco a poco se abrieron paso entre los coches usando atajos y maniobras de conducción que no sabía si eran del todo seguras, pero en ese momento le encantó como la adrenalina le recorrió los huesos. Le daba por reírse mientras él conducía, y cuando no había mas remedio que frenar en los semáforos rojos, aprovechaban para charlar y espiar a los demás conductores. En un auto vieron a una mujer que peleaba con un montón de niños para evitar que estos pelearan por un juguete o algo similar, en otro se asomaba por la ventana la cabeza de un cachorro, y en la mayoría habitaban trabajadores con un rostro endemoniado por el hartazgo. Ni la energía de todas esas personas les rompió a los dos adolescentes la nube de dulzura en la que se envolvían ellos mismos.

Después de un tiempo, pudieron llegar a la gigantesca plaza comercial que Dai había elegido para el día. Eran alrededor de cuatro pisos, estaba repleta de tiendas, lugares de comida, locales arcade y mil y un cosas más que les servirían para pasar juntos la tarde.

— Nunca había venido aquí, es enorme

— ¡Es increíble!

— ¿Qué te parece si me das un tour por el lugar? No tengo idea de que clase de cosas hay aquí.

Una alegre sonrisa se implantó en el rostro de Dai y sin pensarlo mucho, tomó la mano de Kazutora y comenzó a correr por los pasillos, aun a riesgo de que un guardia los viese y pudiera detenerlos.

Vagaron por toda la plaza en un dos por tres. Pasaron algunas horas en unos de esos videojuegos de baile dentro de una sala de arcade, Kazutora se impresionaba cada vez más por la muchacha, quien se movía con gracia y ritmo al son de las flechas que se marcaban en la pantalla. Su cabello ahora libre se agitaba por todo el lugar y se pegaba en su cara, debido al sudor que comenzaba a bajar por sus rojas mejillas, y él estaba completamente embobado escuchando sus carcajadas y viéndola bailar. Dai de verdad irradiaba luz, tanta que le asustaba terminar apagándola con toda la oscuridad que habitaba en su pecho, pero en ese momento se propuso dejar el pensamiento de lado, cosa que consiguió al sentir el agarre de la mano de la muchacha, llevándoselo a otro sitio a pasear.

Vagaron por las áreas verdes, tomando el agua que caía a chorros de una de las fuentes entre las manos y arrojándoselas al otro, y mientras más se movía con la intención de empaparla, el sonido del cascabel en su oreja repiqueteaba en sus oídos una y otra vez. La fuerza que Kazutora ejercía sobre Dai era increíblemente fuerte, como si fuera el polo opuesto de un imán. Al estar al aire libre, los rayos del sol vespertino resaltaban los ojos ámbar de Kazutora, y ese brillo que notó horas antes no desapareció más, era una imagen que no quería borrar nunca de su mente, la del Kazutora que sonreía para ella y que se había ruborizado gracias al constante contacto de su piel con el sol, con ese cabello despeinado a causa de sus constantes correteos y la piel libre de heridas. ¿Sería capaz de alejarse de ese muchacho algún día? No le cabía la posibilidad en la cabeza, al menos no en ese preciso momento. Lo que más ansiaba era su cercanía, su esencia, y a él mismo.

Después, Dai llevó a Kazutora a uno de sus sitios favoritos del sitio: una pequeña cabina de fotos en la cual al insertar unas monedas podías conseguir tres fotografías; en un primer momento el muchacho parecía renuente a entrar, hasta que las insistencias de la rubia con ese rostro de cachorro triste lo terminaron convenciendo. Dai jugueteó con él, consiguiendo así dos fotos donde él parecía desconcertado ante las muecas que ella hacía, pero estas consiguieron que él se relajara un poco y soltara una risa contagiosa, que quedó impresa al final de la tira. Al final, la caminata por el extenso sitio los dejó exhaustos, forzándolos a buscar un sitio para descansar y eligiendo la zona de comida de la plaza debido a su cercanía y al dolor que ya ambos sentían en los pies.

— Te voy a ser sincero, no creí que este lugar me fuera a gustar tanto.

— ¿A caso dudas de mi juicio?

— No — Kazutora, juguetón, giró los ojos en otra dirección como si diese a entender una mentira, Dai le dio un empujoncito y ambos rieron.

Estaban sentados en una mesa pequeña, él daba por terminada la hamburguesa que había ordenado, y Dai comía la fruta que acompañaba su baguette. Bromeaban entre sí, hasta que en una de las mesas frente a ellos una familia se sentó a comer algo de la zona de comida rápida; el niño, bastante alegre, sacaba de la cajita de cartón los juguetes sorpresa que se encontraban en esta, mientras sus padres lo miraban con ojos brillantes y una ilusión inmensa. Eran un matrimonio joven, o al menos eso parecían, el niño no debía pasar de los diez y los padres probablemente estaban a punto de alcanzar los treinta.

Mientras Dai veía la escena completamente enternecida, Kazutora había alejado su plato de sí mismo, como si hubiese perdido el apetito. Su mirada divertida se había vuelto vacía, con rumbo fijo hacia su propia mesa como si se tratara del vacío, completamente perdido entre sus pensamientos. El muchacho sentía escalofríos y un revoltijo en el estómago siempre que estaba en esas situaciones, presenciar todo aquello de lo que había carecido le hacía sentir que su pasado le caía como un balde de agua fría sobre la espalda desnuda. Dai, recargada sobre una de sus manos, no había notado la ausencia de su acompañante, hasta que en un momento miró por el rabillo del ojo y lo encontró completamente ido.

— ¿Estás bien, Kazutora?

Él reaccionó al llamado de su nombre, mirando inmediatamente hacia la mesa del frente. Dai notó el detalle, y quizá creyendo que ese era el motivo de su incomodidad, posó su mano sobre una de las manos de él, dándole un leve apretón, provocando que dejara de mirar a la mesa y se dirigiera a ella.

— Hay una parte de la plaza que aún no te he mostrado y es mi favorita... ¿te gustaría ir?

El muchacho, aun un poco perdido, asintió sin estar muy consciente de lo que decía. Dai se levantó de su silla, y sin soltarle la mano lo guio hacia el elevador de más cercano, pulsando el botón del último piso. Cuando las puertas del elevador se abrieron caminaron hacia una escalera de emergencia que estaba al final del pasillo, subieron, y al abrir y cruzar el umbral de metal, se encontraron en la azotea del edificio.

Recomendación: reproducir la canción de multimedia o playlist (Cielito de abril – Mon Laferte)

La ciudad entera era visible desde ahí, la corriente de aire alcanzada por el nivel de altura les recorría la piel del rostro, y el sol, en su máximo esplendor, brillaba sobre ambos. Aun tomando su mano, Dai caminó hacia el borde de la azotea y le dio la espalda a Kazutora, permitiéndose contemplar la vista.

— Descubrí este sitio el día que murió mi mamá. — Sus palabras atraparon la atención de Kazutora, que parecía haber vuelto en sí mismo — estaba destrozada. Y corrí desde ese hospital — apuntó con su dedo hacia un edificio ligeramente más bajo que en el que estaban y que no parecía estar muy lejos — hasta acá. Cuando la perdí, sentí que me habían robado una parte de mí misma, pero también era como si me quitaran del cuello una cadena. Nunca me sentí tan libre, pero tan encerrada al mismo tiempo... hasta que encontré este sitio, el sol, las nubes y el aire me hacen sentirme libre aun cuando hay algo frente a mí que siempre me recuerda a ella. — Dai se dio la vuelta para mirar a Kazutora, quien estaba sorprendido — este es mi sitio más especial en el mundo, y también puede ser tuyo, si así lo quieres.

Dai sonrío, para nuevamente darle la espalda a él y admirar las vistas. Él avanzó hacia ella, colocándose a su lado. Al sentir su presencia, Dai buscó el meñique del muchacho con el suyo y los entrelazó. Las mejillas le ardían, y el muchacho sintió como un escozor le calaba en los ojos y en la nariz, sabía el significado, y nunca se sintió tan agradecido por sentir a su lado una mano amiga. Dai era sin duda alguna más fuerte de lo que él podría llegar a ser algún día, la admiraba por eso, y esperaba seguir a su lado para que fuera ella quien lo ayudara a sentirse menos solo cuando necesitara de esa azotea.

— Dai... gracias.

La muchacha miró en su dirección, y él hizo uso de la mano que sostenía su dedo para acercarla a sí mismo y rodearla con los brazos. La sorpresa del abrazo la hizo sentir una avalancha de ternura y sin pensarlo correspondió.

Después de unos cuantos minutos ambos se soltaron y tomaron asiento al borde del edificio. Intentando mejorarle los ánimos, la muchacha sacó de su bolso la tira de fotografías y picoteó su brazo con el dedo intentando llamarle la atención.

— Mira — señaló a la fotografía donde ambos sonreían a cámara — esta es muy bonita.

— No me gusta — el muchacho bajó la mirada — no me gusta mi cara.

La muchacha lo miró y sonrió, acercando el dedo índice al lunar bajo su ojo y tocándolo, haciendo que la viera directamente a los ojos.

— Es una pena, a mi me gusta un montón. Sobre todo tu lunar, creo que te da un toque muy bonito — se tomó el atrevimiento de alejarle un mechón de los ojos y le sonrió con el rostro colorado.

— ¿D-de verdad? — el rostro de Kazutora también se había vuelto rojo

— Claro... me gusta mucho la persona que eres, Kazutora, con todo lo que eso implica.

Un nudo se formó en su garganta ante la dulzura que implicaban sus palabras, y sintió como los ojos comenzaron a colmársele de lágrimas.

— A mi también me gusta la persona que eres tú, Dai.

Los dos comenzaron a acercarse más el uno al otro inconscientemente. Dai sintió como la respiración de Kazutora chocó con su piel y comenzó a sonreír, hasta que el sonido de un teléfono rompió el aura en la que se habían sumergido ambos.

Kazutora tomó su teléfono del bolsillo del pantalón.

— Tengo que tomarla, perdóname. — el muchacho se levantó y se alejó unos metros

¿Dónde estás?

— Ocupado, ¿qué necesitas?

Diles a tus amigos que los uniformes ya están listos, tu también puedes venir por él cuando quieras. Te espero en la guarida.

— No puedo creer que te respondí para esto, Hanma. Eres un imbécil. — la voz al otro lado de la línea se burló — iré más tarde, no me llames.

Kazutora colgó y volvió en dirección a Dai. Charlaron sobre la azotea un rato más, hasta que se llegó la hora de volver a casa. Y ese día, fue Dai quien en el umbral de su casa le pidió al muchacho verse al día siguiente. Y él, gustoso, aceptó.

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