ᴄᴜᴀʀᴛᴀ: ❝ᴅᴇᴘʀᴇꜱɪᴏɴ❞
Postergar quizá era aun más doloroso que ir y despedirse de una vez por todas. Porque al menos si concluía todo lo que había estado padeciendo podría tener una sutura que le ayudaría a sanar, así como todas las heridas que alguna vez había portado sobre su propia piel, probablemente sus sentimientos podrían hacer lo mismo por él cuando todo hubiese terminado. Pero de alguna manera, Kazutora había aprendido a lidiar con su propio dolor, desde el momento en el que el teléfono había sido colgado en aquella sala y se dio cuenta de que era momento de terminar las cosas, supo que no había nada más que hacer.
Nada más que aprender a vivir en ausencias.
Los entrenamientos de boxeo cesaron por un tiempo, el muchacho a penas y se levantaba de su cama. Durante las comidas, a penas y era capaz de picotear los grotescos platillos que les eran servidos; se duchaba más por obligación de los guardias que por su propia determinación, y el sueño que creyó haber perdido muchos meses atrás le había regresado de golpe, haciéndolo dormir la mayor parte del día. No pensaba con claridad, era como un muerto andante, un cadáver que solo finge vivir para que los demás no se den cuenta de la podredumbre que existe dentro de él.
Y él único que parecía haber notado la decadencia en la que se había estancado, era Rakki. Quien se arrepentía de haberlo impulsado a llamar al detective la tarde en la que lo hizo, porque creyó que eso había sido el punto de quiebre de su compañero, quien yacía debajo de su cama, acostado, abrazando sus rodillas, sin emitir algún ruido. A veces a Rakki le asustaba por sobremanera su extremo silencio, creía que de algún modo extraño y escabroso su corazón se había detenido y había muerto. No era normal que alguien estuviera tan callado a tal punto en el que ni siquiera su respiración fuera audible en el mayor de los silencios, y eso era justo lo que estaba pasando, por lo que, al igual que cada vez que lo invadían los miedos, se asomó por la litera para verificar que su pecho se moviera de arriba abajo, inflándose y arrojando el aire por su nariz. Pasó saliva y habló.
— ¿Estás bien? — silencio absoluto. La única respuesta que obtuvo fue los ojos de Kazutora abriéndose lentamente y alzando las cejas — ¿no vas a hablar?
El otro negó — no tengo ganas de hacerlo ahora, estoy cansado.
— Casi es la hora de comer
— Diles a los guardias que no iré, no tengo hambre
— Te van a apalear para que vayas, no van a dejar saltarte la hora de la comida
— Pues deja que lo hagan, entonces — rodó sobre si mismo para darle la espalda al otro — ya me da igual
— Eres imposible... — bajó de un salto y se sentó al lado de Kazutora, quitándole el pedazo de tela que se había adjudicado como manta — habla
— Rakki, déjame en paz
— No, mierda — le dio un golpe en la cabeza con la palma de la mano — ¿qué mierda pasó cuando le llamaste al detective?
— ¿Por qué tienes que hacer tantas preguntas? — soltó, molesto — quiero estar solo
— ¿Quieres irte a confinamiento de nuevo? Porque no me molestaría darme una paliza yo solo y culparte para que te lleven, a ver si estás contento con eso
Kazutora guardó silencio mientras su compañero lo miraba con suma intriga, esperando una respuesta.
Su mayor miedo se había vuelto el confinamiento solitario. La sensación del aire lastimándote mientras se escapa de tus pulmones, las paredes reduciéndose, la oscuridad apoderándose de tu ser era la cosa más miserable que alguna vez había sentido.
Al menos hasta en ese momento. Al menos si estaba en confinamiento siendo consumido por el miedo, no sería la tristeza la que iba a estar adueñándose de él como lo hacía en ese momento. Y al menos podría postergar su despedida.
— Me da igual. Hazlo si quieres.
Los nervios del otro se alteraron, haciéndolo enojar al ver a su compañero apagado de esa manera. Le traía a la mente cosas que no disfrutaba de recordar, y se negaba a tener que volver a compartir una habitación con una persona que solamente se tumba sobre la camilla de su propia miseria, lamentándose y teniendo autocompasión.
Lo tomó por los hombros, jalándolo de manera que pudiera levantarlo y hacerlo quedar sentado sobre la cama para después darle una bofetada que probablemente había resonado en todas las celdas que colindaban con la suya. El otro abrió los ojos de par en par debido a la sorpresa, frunciendo el ceño casi de inmediato y tomando a Rakki por el cuello de la camiseta.
— ¡¿Qué mierda contigo, Rakki?!
El muchacho sonrió
— Creí que habías perdido las emociones — dijo en una carcajada — anda, golpéame si quieres, pero demuéstrame que sigues sintiendo algo.
Alzó una ceja y le propinó un empujón.
— Mierda, ¿no puedes solo dejarme en paz y ya? — volvió a acomodarse en su cama — estoy cansado.
Rakki se palmeó la frente y suspiró, recargando la espalda en la pared — ¿sabes? Es una mierda tener que verte así...
— Pues cambia de compañero de celda
— ¿Puedes dejar de ser tan rancio y dejarme hablar por una puta vez? — no hubo respuesta por parte del otro — hemos estado conviviendo muchos meses, Kazutora... — suspiró y miró hacia otro sitio — Te aprecio — se sacudió las manos en un intento de limpiarse la muestra de afecto que acababa de emitir. Rakki no era en lo más mínimo alguien que demostrara cariño, lo hacía porque sentía que quizá eso le sentaría bien al otro — Y me da pena que estés aquí removiéndote sobre tu propia miseria sobre algo que ni siquiera me dejas entender — Kazutora lo miró de reojo — ¿qué sucedió en esa llamada?
— No quiero hablar sobre eso...
El otro se levantó y subió la escalera que daba para su parte de la litera.
— Tendrás que hacerlo en algún momento — el porcentaje de cariño que había emitido segundos atrás parecía haber durado poquísimo — Has salido de cosas peores, idiota. Levanta tu mierda y sigue adelante.
Ambos se quedaron tumbados sobre sus propias camas, dejando que el barullo del exterior devorara el silencio que habitaba entre ambos. Cada uno del par sumido en sus propios pensamientos; Rakki meditando el como hacer que la actitud de Kazutora no le irritara tanto como lo hacía, y Kazutora esforzándose por respirar y contener las lágrimas para, por fin, poder hablar. Quizá el chico tenía razón y sería bueno que soltara algo de lo que estaba guardando para sí mismo, al menos así sentiría que las cadenas que parecían comprimirle las costillas se soltaban un poco y lo dejaban tomar aire.
Una bocanada de aire, un guardia pasando frente a su celda para vigilar, murmullos aledaños a ellos, y finalmente lo hizo.
— Hablé con el detective... con el señor Hayashi.
Rakki no tardó en asomarse por arriba
— ¿Y?
— Dice que... — carraspeó y se rascó la nuca — que ella está mejor, pero no mejor, ¿sabes? Aun está mal... — suspiró, abrazando inmediatamente sus rodillas, como un niño pequeño que está asustado — me dijo que sabía que yo también lo estaba pasando mal y que... quizá era mejor dejarla ir.
— ¿Y qué piensas hacer?
— No lo sé... estoy cansado, Rakki. Mucho. Ya ha pasado suficiente tiempo desde que estoy aquí y estoy seguro de que no va a responder, no vendrá nunca... quizá solo quiere seguir adelante y olvidar todo lo que sucedió.
— ¿Y tú no?
— ... ¿crees que sería bueno para mí?
— Creo que avanzar es bueno cuando algo duele, y bueno... tú estás sangrando, ¿no es así?
Kazutora calló, consternado, cediéndole indirectamente la razón a su amigo. No podía seguir negándolo más tiempo: cada carta sin responder, cada palabra, cada minuto que pasaba en el que era arrojado a la pila de la ignorancia lo hacían sufrir más, abrían dentro de él heridas que le escocían, ardían, dolían. Sentía que su interior se desangraba, que no era capaz de levantarse, o de poder mirar la luz del sol sin sentir que iba a quemarle. No sabía que era lo que había sentido Baji cuando había muerto, pero estaba seguro de que era algo idéntico a lo que él padecía en aquel momento.
Había conseguido dejar de torturarse por la muerte de su mejor amigo, por la ausencia de una familia real. Logró superar todas las adversidades que alguna vez la vida le había puesto por delante para verlo dando traspiés. No sabía cómo, pero de alguna manera, conseguiría superarla. Dejarla atrás como un recuerdo al que apreciar.
...
Los días de visita eran cada vez más cálidos y disfrutables.
Aquella tarde después de que Draken se hubo marchado diciendo que tenía que ir al otro reclusorio de la ciudad a visitar a Pah, su madre cruzó la puerta y se encontró con él. Al ser familiar y contar con visitas frecuentes, ahora les permitían encontrarse en una sala en la que les permitían compartir una pequeña mesa de plástico en la que ella se sentaba frente a él y él permanecía esposado, con más muchachos charlando con sus familias alrededor de ambos. No había momento en el que la mujer pelinegra no le tomara por ambas manos, dándole apretones que lo hacían sentir en compañía, tranquilo y feliz.
Ese día ella le contó que la habían ascendido en su trabajo, por lo tanto sus días ahora serían un poco más tranquilos que antes, con menos ajetreo y sin duda alguna un mejor trabajo, también le había dicho que descubrió que su padre se había vuelto a casar con una mujer que era muchos más joven que él, cosa que ambos tomaron para burlarse de él. Al menos ahora que el tipo formaba otra familia, sentían que se habían librado definitivamente de su presencia en la vida de ambos. Después de todo, a ninguno de los dos les hacía falta alguna nada que lo involucrara, por el contrario, la premisa de mantenerlo lejos les caía bien.
Sin duda alguna valoraba por sobremanera la relación que había entablado con ella, recibir el afecto que creyó que no merecía durante toda su vida le hacia bien, se sentía reconfortado, escuchado, y sobre todo amado. Cada vez que la mujer ponía atención a sus palabras, mirándolo con ese par de ojos grandes del mismo color que el suyo parchaba una vieja herida en la que la atención jamás era puesta en él. Y como era de esperar, le había terminado hablando de ella, de toda su historia, la rabia, desesperación y abnegación que sentía ante la falta de respuestas, pero se prometió que aquella tarde sería la última en la que ella sería un tema de conversación entre ambos. Hizo lo posible por no mencionarla en lo más mínimo, hasta el final de la visita.
— Oye, ¿puedo pedirte un favor? — su madre asintió — voy a enviarle una última carta. Es una despedida, pero... hace tiempo me contó que sus guantes de cocina estaban desgastados, y la última vez que hablé con su padre no mencionó nada de que ella hubiese vuelto a cocinar otra vez, imagino que no los debe haber reemplazado aun y...
— ¿Quieres que compre un par? — el muchacho asintió con cierta pena — no te preocupes, buscaré unos bonitos y te los enviaré. ¿Qué día vas a correspondencia?
— El jueves, este jueves.
— Te los haré llegar un día antes, ¿no hay problema?
— No, gracias, mamá.
— No hay de que — la mujer se levantó del asiento y dejó un beso sobre su cabeza, haciéndolo sonrojar — tengo que irme ya, tengo unos pendientes que terminar en casa y así tendré el día de mañana libre para buscar los guantes más bonitos para tu novia.
— ¡Mamá! — dijo en voz alta más avergonzado que afligido
— Bromeó, nos vemos pronto, cariño.
Se despidió cariñosamente con un gesto de mano y salió del sitio. El oficial en turno se acercó a él para tomarlo del brazo con algo de brusquedad y dirigirlo nuevamente a su celda. Ahora solo restaba esperar.
...
Como si la vida intentara empujarlo a la inminente despedida, el resto de los días que hacían falta para llegar al jueves pasaron en un suspiro, rápidos y sin mayores contratiempos. Recibió los guantes a inicios de la semana, manteniéndolos guardados debajo de su almohada para que de esa manera Rakki no se diera cuenta de su presencia e hiciera algún comentario sobre que no era necesario obsequiarle nada, que inclusive no lo merecía. Parecía ser que su compañero había terminado sintiendo rabia hacia la chica, sobre todo al verlo a él en el estado que, de alguna manera, ella terminó provocando sobre su persona. Pero el fin había llegado.
Fue llevado al ala de la correspondencia en donde le entregaron lo necesario: bolígrafo de tinta negra, un par de hojas de blanquecinas, y en su caso especial, un sobre dentro del cual acomodaría la carta junto a los guantes.
No estaba seguro de como debía comenzar a escribir, que debía decir, cuales de sus palabras realmente acertarían y lo harían sentir liberado de todo el peso que había cargado sobre sus hombros a lo largo de esos meses. Miró a los lados, observando al resto de muchachos escribiendo tranquilamente, entendiendo que quizá el único que libraba una batalla contra sus palabras, su mente y sí mismo en dicha sala era él.
Tras un suspiro tomo el bolígrafo y se acomodó sobre la mesita blanca, dispuesto a comenzar.
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Dai:
Probablemente lo que más me afecta de estar de nuevo entre cuatro paredes, sumado a la muerte de Baji, es el inmenso tiempo en el cual vas a privarme de volver tus ojos al menos un tiempo hasta que decidas lo que harás con lo que alguna vez fuimos, ya sea olvidarme o simplemente perdonarme.
Hasta el día de hoy aún sigo lamentándome por muchas cosas, y sé que demasiadas siguen teniendo que ver contigo. Perdóname por nunca haber sido capaz de contarte respecto a todos los fantasmas que me atormentaban, por haberte asustado tantas veces y lastimado otro montón más, jamás fue mi intención, si hay alguien en el planeta a quien jamás me hubiera gustado hacerle daño esa, sin duda alguna, eres tú. Sé que sí quizás hubiera dejado de tapar el sol con un dedo, y hubiese abandonado el odio que me consumía en ese momento, las cosas serían muy diferentes ahora, pero no es así, no pude, y no sabes cuanto lo siento. Me dejé caer en un abismo enorme, en las manos equivocadas, y en lugar de tomar un buen camino fui absorbido por el odio y el rencor que estuvo guardado dentro de mí toda mi vida. No era algo que nadie pudiera solucionar, ni siquiera tú, aún con todo el amor que me tenías, era algo que yo tenía y tengo que seguir aprendiendo y entendiendo.
Lamento mucho haberte hecho cargar con todas estas mierdas, por haberte convertido en alguien que no eras. La última vez que te vi dijiste que gracias a mí eras una Dai completamente distinta a la que fuiste antes de que yo arribara de manera tan brusca en tu vida, no estoy seguro de si eso te hace sentir mal o bien, si es algo que lamentas, no estoy seguro de muchas cosas actualmente. Pero si eso también terminó haciéndote daño, créeme, lo lamento profundamente.
¿Sabes? Hay algo que nunca te dije, y en este punto no planeo quedarme con nada guardado: en el momento en el que estuve a punto de morir una de las cosas en las que más pensaba era en volver a verte, mirar a los ojos que me hacían sentir salvado a pesar de estar cayendo lentamente por un acantilado sin fondo por una última vez; quería sentir tu piel, escuchar tu voz e incluso ver tu rostro comiendo fideos o cocinándolos, cualquiera de ambas siempre te hacía brillar, y no había nada que disfrutara más que ver tu brillo. Perder ese brillo fue lo único que me hizo arrepentirme de desear morir en esa tarde. Menos mal Mikey, aparte de haberme regalado su perdón, me dejó vivir, y creí que con eso sería posible volver a ver tu luz cerca de mí otra vez, pero no fue así... la última tarde que te tuve de frente te veías tan apagada y triste que entendí que mis acciones y mi presencia terminaron apagándote, y no quiero que te quedes así, mereces relucir, iluminar a todos los que se acerquen a ti como lo hiciste conmigo. Eres luz, Dai. Quizá yo hice lo peor al hacerte daño y bajar tu brillo, pero sé que podrás recuperarlo, aun si no puedo iluminarme contigo nunca más, preferiría hacerlo sabiendo que tú volverás a resplandecer.
Es algo que a penas comienzo a entender, no quiero negártelo, antes de esta carta odiaba la idea de que me olvidaras y que la única persona viva que alguna vez vio algo bueno dentro de mí ya no me perdiera, ¿egoísta, no crees? Yo sí, es por eso por lo que acepto finalmente que es momento de dejarte ir, y de que, si es lo mejor para ti, también me dejes ir.
Lamento mucho que las cosas no hayan salido como soñamos alguna vez, que te hayas acercado a mí y que tengamos que lidiar con el manojo de sentimientos que entiendo que ambos tenemos. Sin embargo no puedo arrepentirme de nada de lo bueno que alguna vez pasamos, todo lo que viví contigo fue algo que nunca creí poder sentir. Sabes que vengo de un lugar deshecho, y que estoy igual de roto como lo estuvo mi familia alguna vez, creía que si el amor existía, sin duda era algo demasiado distinto a lo que tú me mostraste y es algo por lo que siempre te estaré agradecido, ya sea que quieras volver a verme o no. Sé y soy consciente de que soy una persona que fue lastimada por mucho tiempo, pero estoy cansado de estancarme en el pasado siempre, es momento de comenzar a reparar todas esas grietas que existen en mí, quizá eso me vuelva una mejor persona que la que he sido en estos quince años.
Pero sellar las grietas nunca va a implicar cerrar el espacio que ocupas tú aquí dentro, es y va a ser tuyo siempre, tal como lo son mi primer beso, mi primera cita, o incluso la primera vez que te tome la mano a una chica, todo eso siempre será tuyo, sin importar el tiempo o el lugar.
Siempre vas a ser tú. Aun si me olvidas, aun sabiendo que este es un adiós, para mí siempre serás tú. Porque dejarte ir no significa que voy a olvidarte.
Lo siento por haberme vuelto más expresivo en las cartas que en persona, lo dije antes, estoy seguro de que no quiero quedarme con nada justo ahora. Y quiero dejar de ser tan insistente con el asunto de las cartas, es por eso mismo que busco no terminar con la sensación de que debí haber dicho algo más; tengo que admitir que tu padre fue algo así como mi cómplice en todo esto, (no le recrimines nada, fue más mi insistencia y sus deseos de verte mejor), y él ya ha hecho mucho por mí aquí adentro, me parece injusto seguirlo molestando, pidiéndole a su hija que me perdone. Debes avanzar y seguir tu vida, sin mí de por medio, ya sea en presencia o como un recuerdo.
Espero que si algún día, dentro de estos diez años que estaré metido aquí, las cosas llegasen a cambiar, pueda visitar el roble sobre el cual prometí llevarte conmigo toda la vida, o aquella azotea en la que te tomé de la mano por primera vez y recuerde dentro de mi mente el significado de lo que era un afterglow. Estoy seguro de que, para ese entonces, habré encontrado la forma de que haya más luz que oscuridad dentro de mí, es una promesa.
Gracias por tanto, Dai.
Te quiere por siempre, Kazutora
Miró a la carta con los ojos escociéndole, lágrimas amenazando con escaparse de su mirada color arena, un nudo en la garganta y las piernas temblando. Releyó una y otra vez todo lo que había escrito, asegurándose que nada le hiciera falta, así hasta que se sintió listo.
Dobló con cuidado la hoja de papel, metió los guantes aun empaquetados en ese sobre grande que le habían dado, y después la carta, todo con sumo cuidado de no dañarlo. Se levantó de su sitio y fue hacia la rendija que fungía como buzón. Suspiró, como si el aire que inhalaba y exhalaba al fin rompiera las cadenas que sentía que le herían día con día. Soltó el sobre y este se esfumó en el vacío de la abertura.
La había dejado partir.
Estoy hecha un llanto, ayuda JAJAJAJAJAJA.
Escribir este cap me dolió en el alma (aunque ya extrañaba hacer caps así de largos, perdón x las 3000 y pico palabras btw) y sé que el próximo también va a darme en la madre JSJSJSJS, perdón de antemano
Muchas gracias por las casi 25K lecturas, no saben lo mucho que significa para mí, sobre todo ahora, solo quedan cinco caps de la historia y no estoy lista para terminarla, aaaaaaah. *inserte un grito como los de Hakkai en el manga*
En fin, hace mucho que no dejaba notas. Gracias x perdonarme mis ratos emos y por seguirme leyendo. Lxs quiero siempre. <3
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