𝐂𝐔𝐀𝐑𝐓𝐎 𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎



𝐂𝐔𝐀𝐑𝐓𝐎 𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎:

𝐒𝐔𝐃𝐎𝐑

<<—Va a ser una pena que te manches la ropa con barro y sudor.

—No sería una pena. Podrías quitármela cuando acabe.>>






𝟏 𝐝𝐞 𝐧𝐨𝐯𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞, 𝐒𝐨𝐫𝐫𝐨𝐰 𝐖𝐢𝐥𝐥𝐞


Al principio, Lawrance dudó que la repentina determinación de su esposo en que "se ganase el pan" excediese los límites de una amenaza sin fundamento, pero aquella esperanza se desvaneció a la mañana siguiente cuando, después de otro silencioso y escueto desayuno a base de gachas y café sin azúcar, Barnabas se incorporó de su silla para anunciar que irían a hacerle una visita a Amos Dutton.

—¿El granjero de Merryfields? — preguntó, escéptico, mientras dejaba su plato y su taza en la deslustrada encimera de la cocina.

—Veo que ya lo conoces — fue su respuesta, mientras se encaminaba al umbroso recibidor  — Sí, el granjero de Merryfields.

Allí terminó la conversación. En la entrada, el Omega se enfundó con un oscuro abrigo de lana y, para el espanto del Alfa, un sombrero negro de ala ancha que le caía sobre las cejas.

—¿Por qué tanto negro? — preguntó, mientras salían al serpenteante camino de piedra de la mansión. Quien los viene habría notado que formaban una extraña, desigual pareja; Lawrance, moreno y jovial, con sus pantalones marrón claro de buen corte y su elegante abrigo gris, y Barnabas, pálido y reservado, a quien tan severo atuendo hacía parecer a una viuda recién salida del Mayflower que creyese firmemente en que tomar el sol figurase entre los siete pecados capitales —¿A caso pasamos a ponerle flores a un muerto?

La sonrisa con que Barnabas recibió aquel burlón comentario cortaba como una daga: —¿Pasabas a ponerle flores a un muerto cuando nos casamos, querido?

El Alfa recordó el color de su ropa durante los festejos posteriores a la celebración y el rubor acudió a sus mejillas cuando se supo descubierto. Balbuceó un lamentable intento de excusa, pero su esposo lo atajó al momento.

—A mí me preocupa más la tuya. ¿Es lo peor que tenías para hoy?

—Sí.

—Va a ser una pena que te manches la ropa con barro y sudor.

—No sería una pena. Podrías quitármela cuando acabe.

Barnabas no se mostró seducido por aquella provocación. Su rostro se volvió aún más hermético y alargó sus zancadas, obligando a Lawrance a caminar más rápido. Miró distraídamente a su alrededor, buscando en vano algo que lo hiciese evitar la incomodidad que le causaba el repentino silencio. 

Sorrow Wille recibía el primer día de noviembre con el mismo sol frío y desvaído de los anteriores días y un cielo donde el gris, el ámbar y el rosado se juntaban como óleos en un lienzo, ahora sin rastro de la opresiva presencia de las nubes de tormenta. Pocas hojas quedaban en las puntiagudas ramas de los árboles, pues un manto formado por todas ellas, aún mojadas por las recientes lluvias, cuyos colores oscilaban desde el dorado claro hasta el rojo oscuro y el marrón translúcido, alfombraban un suelo donde comenzaban a asomar tímidamente los menudos sombreros de las setas.

Pronto oyó el musical sonido del agua; un río corría a no muchos pasos de ellos. Después de un rato, Barnabas lo hizo desviarse hasta la derecha y descendieron hasta que los oscuros tejados a dos aguas de un rústico edificio comenzaron a asomar por la distancia.

La granja Merryfields estaba asentada en el recodo del río. Muros de piedra revestidos de musgo y liquen rodeaban la propiedad y se cerraban con una chorreante verja metálica. Por encima de ellos, Lawrance pudo ver al señor Dutton sentado en la escalera del porche, cubierto con un anticuado chaleco marrón y con la lanuda cabeza de una vieja perra blanca y negra reposando sobre el regazo.

—¡Buenos días doctor, joven Pemberton! — los saludó, mientras la perra buscaba sus caricias restregándose contra el reverso de su tosca mano. Lawrance sonrió, aunque las entrañas le hervían de ansiedad y de rabia. ¿Qué se suponía que significaba aquello?

—Buenos días señor Dutton, Jessa — los saludó Barnabas, incluyendo al animal, que le dedicó  lo que parecía una sonrisa bobalicona, con la boca abierta y la lengua fuera — Hemos venido por la oferta de trabajo. Creo que Lawrance puede ayudarlo con eso.

—Oh, bendito sea el Señor, que bien me viene que su marido vaya a ayudarme, doctor — entonces comenzó a explicar lo que tendría que hacer — Su trabajo consistirá en ayudarme en algunas tareas, llevando los pedidos a las casas y tiendas que yo le diga, o cuidando de los animales... 

El granjero continuó hablando, pero en la cabeza de Lawrance las palabras sonaban lejanas.

—Discúlpeme, pero, ¿puedo hablar con mi marido a solas? — lo interrumpió, cada vez más nervioso.

—Por supuesto. Yo me iré al granero. Vamos, Jessa — llamó a la perra, quien corrió detrás de él con graciosa agilidad. Lawrance acompañó al Beta y a su mascota con la mirada hasta que sus figuras desaparecieron tras un esquina. Solo entonces encaró al Omega, que lo miraba con una soberana tranquilidad que no correspondía con la situación.

—¿Qué es esto, Barnabas? — preguntó desdeñosamente. Su marido lo miró con la máscara de la indiferencia aún puesta.

—Tu trabajo — respondió con parquedad —. Aquello de lo que hablamos ayer, ¿recuerdas? Ganarse el pan trabajando para que yo no fuese el que lo hiciese todo.

El Alfa sacudió la cabeza, como tratando de invalidar aquella estúpida contestación.

—Debes estar bromeando para poner a un hombre como yo a trabajar con un... hombre, como Dutton.

—No lo estoy haciendo en absoluto. Es un trabajo decente al lado de un hombre decente. Si trabajas, tendrás "buena" comida, dinero propio y la sensación de que estás contribuyendo. ¿Eso no es bueno?

—No lo es. Te aseguro que no lo es.

Barnabas contempló su ascendiente ira con la misma cara apática, aunque podía percibirse que su paciencia iba decreciendo.

—Actúas como si te hubiese puesto a trabajar limpiando chimeneas o cazando ratas. 

Lawrance se sintió burlado, y una irrefrenable y súbita furia impulsó una impulsiva e hiriente frase fuera de su garganta.

—¡Nunca he sido un palurdo campesino, y no vas a hacer que me degrade al nivel de uno! 

La serena expresión de Barnabas no se descompuso ante sus gritos, pero sus grises ojos adquirieron una frialdad estremecedora incluso para un Alfa como Lawrance.

Nunca te refieras a Amos Dutton o a cualquier granjero de esa forma, Lawrance — siseó con una dureza impropia de su indiferente persona — Es por gente como él que el mundo no se ha hundido todavía. Si no fuera por los trabajadores a su servicio, tu padre no sería un hombre rico, y tú no habrías llevado una vida tan vana y disoluta como para permitirte creerte superior a ellos. Mánchate de barro y mierda ese bonito conjunto que te has puesto para pavonearte o quédate sentado a quejarte de la comida y a estar muerto de asco, tanto me da. Pero si vuelvo a saber que miras a alguien por encima del hombro... Esta farsa va a poner punto y final.



Los dos días de ininterrumpida lluvia habían dejado su fangosa huella en la granja Merryfields, y tras un rato de ir y venir con sus elegantes y cada vez más incomodos pantalones arremangados hasta la rodilla para que el barro no hiciese con ellos lo que ya estaba haciendo con los mocasines hechos a manos y los calcetines de algodón, Lawrance se sintió tentado a darle la razón al Omega. 

La primera tarea que su ahora empleador le había encargado había sido, para su desgracia, trasladar unos pesados haces de leña desde el angosto cobertizo donde las había guardado hasta el interior de la casa, lo que suponía meterse en el barro hasta los tobillos y salpicarse las perneras de los pantalones con él. Transportar el primer y el segundo haz haz no supuso ninguna molestia más allá del peso en los hombros pero, cuando tocó el turno de recoger el tercero, lo agarró de mala manera por la atadura, causando que a medio camino la cuerda se desgarrase y las piezas de madera se desplomaron en el embarrado suelo, arrancándole un quejido de pavor. Se arrodilló y, tras limpiar el barro con su propia manga, las ató como le fue posible con el cordel roto y las apretó contra su pecho hasta dejarlas junto a los otros haces. El cuarto y el quinto haz los trajo en brazos, con tal mimo que parecía estar sosteniendo a un cachorro recién nacido, cosa que hizo que el señor Dutton se desternillase de la risa. A su pesar, Lawrance lo secundó con ganas, avergonzado por el ridículo de la situación.

La siguiente tarea, una vez acabada su desastroso transporte, fue alimentar a las aves de corral. Lawrance no recordaba haber estado tan cerca de animales de granja desde que era pequeño, cuando su madre lo había llevado de visita a una granja... Mientras caminaba al corral junto al señor Dutton, se percató de que no recordaba mucho de aquella excursión acaecida en su niñez, pero no quiso darle más importancia: su madre había muerto de enfermedad cuando él aún era muy joven y a penas sí guardaba recuerdo de ella. Sin embargo, aquello no evitó que la melancolía se cerniese como una sombra sobre sus pensamientos.

—¿Está bien, joven?

La voz del granjero, teñida por lo que parecía preocupación, lo apartó de sus pensamientos.

—Oh, sí. Solo estaba... recordando a alguien.

No hablaron más. El Alfa tuvo que encorvarse para poder entrar por la baja portezuela del primer corral. Al asomar el rostro, oyó el revuelo de las gallinas al notar su presencia, saliendo de sus que lo miraban con sus ojos fijos y ansiosos y los rechonchos cuerpos en tensión.

—Tranquilas, señoritas, solo vengo a recoger sus...

Para su sorpresa, una gallina de negro plumaje avanzó hasta él y le dio tal picotazo en la sien que lo hizo chillar como una cría asustada, más por la sorpresa que por el dolor, que duró poco.

—¿Joven Pemberton? — inquirió Dutton con nerviosismo. Lawrance retrocedió con una sonrisa dolorosa en la cara.

—Creo que una de tus gallinas me ha picado — comentó con vergüenza, mientras se sobaba la herida, temiendo que brotase sangre. El otro sonrió a modo de disculpa.

—Ah, esa debe ser Mary. No es muy amistosa, que digamos. Mira — le mostró la mano izquierda, donde pequeñas heridas que parecían haber sido hechas por un pico aún no sanaban — El otro día fui a recoger unos huevos y se aferró con tanta fuerza que creí que me iba a arrancar media mano — rió por la anécdota.

Indicó a Lawrance que tratara de sobornar a las demás con un puñadito de granos de cebada y maíz seco que le dio mientras él trataba de distraer a Mary. A pesar de la inicial reticencia de las demás, no dudaron en abandonar el gallinero al ver como el desconocido les ofrecía comida. Mientras, las negociaciones del Beta con Mary, llevadas al otro lado del corral, parecieron ir lo suficientemente bien como para que Lawrance se atreviese a sacar, poco a poco y con el mayor sigilo del que era capaz, los huevos del sus crujientes y aún tibios lechos de paja. Algunos eran pequeños y de un blanco tan brillante como la primera escarcha del invierno y otros de mayor tamaño y de un intenso marrón cobrizo, salpicados de máculas más oscuras que parecían pecas sobre un rostro bronceado. Sin embargo, un súbito empujón que algo le propinó desde el exterior lo hizo perder el equilibrio y caer sin remedio sobre las tablas del suelo, llamando la atención de la hostil Mary, que se lanzó sobre él a traición con todas las plumas erizadas de pura rabia al saberse engañada. Antes de que la gallina tuviese tiempo para acabar con él, Dutton la atrapó y la alejó de él mientras se disculpaba profusamente y trataba de calmar al ave que, atrapada por su agarre, pataleaba con furia y arrojaba lo que debían de ser imprecaciones con cacareos. Solo entonces pudo recoger los últimos huevos y dejarlos en el cestillo de mimbre tejido forrado con un paño que había afuera. Al salir, con los mechones más largos de su pelo enredados con trocitos de paja y plumas y una fea mancha de caca en la pechera de la camisa, algo se arrojó contra él, tumbándolo con un grito mudo. 

—¡Quieto, Trey, quieto! — oyó la voz de Dutton ordenar. Su atacante dejó de presionarlo contra el suelo y se puso al lado de su cara, donde pudo verlo con claridad al fin. Era un perro de pelaje blanco y negro como Jessa, solo que mucho más joven. Trey lo olisqueó con alegría y restregó su húmedo hocico contra su mejilla, causándole un risita.

Se incorporó como pudo y se sacudió la paja y el polvillo que se había adherido a sus pantalones y a los faldones de su camisa, mientras el perro lo miraba con unos ojos ambarinos llenos de saludable curiosidad. Dutton corrió a su lado y volvió a disculparse por la agresividad de Mary y por el impertinente curioseo de Trey, mientras se agachaba dificultosamente para agarrar la cesta de los huevos.

—No pasa nada, no pasa nada — Lawrance aseguró entre risas — Aunque debo admitir que prefiero a su perro huroneando cerca mío antes que a Mary atentando contra mi integridad física y la suya. 

Rascó al perro detrás de las orejas, que recibió la caricia con gozo. Luego, regresó las gallinas al gallinero y, tras cerrar la portezuela con innecesaria ceremonia, quiso ayudar a Dutton con la cesta.

—No hace falta. Váyase a casa, Pemberton — le recomendó Dutton Para un primer día usted ya ha tenido suficiente — le recomendó Dutton. Lawrance convino con ello.

Al abandonar los límites de la granja, alzó la mano y se tocó la húmeda nuca. Estaba cubierta de sudor.

Al descubrir aquello, se encaminó a la casa con una sonrisa de satisfacción en los labios. No lamentaba la pérdida de su ropa ni la herida que ahora tenía en la sien.

Aquel día había ganado el pan, y pensaba demostrárselo a su marido.




Nota de R:

Surprise, bitch. I bet you thought you'd seen the last of me.jpg


Este capítulo me costó más tiempo que el resto, dado a que iba a ser muy diferente y tuvo que construirlo desde el principio, y hacer los separadores, y poner la música, y elegir el título, y y y y...

Espero que os haya gustado leer el primer día de trabajo de Lawrance y su legendaria enemistad con Mary xD.

También, algo que espero que hayáis notado, porque va a tener relevancia —y mucha— en futuros capítulos—, es el hecho de que Lawrance ha sido criado por su padre, un hombre rico pero ambicioso y de opiniones retrógradas, y que a penas recuerda su madre —máxima importancia a este dato—.   


Extra: Adivinen de quien es el punto de vista del siguiente capítulo 





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