𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑𝐎:




𝑨 𝑽𝑶𝑾 𝑶𝑭 𝑳𝑰𝑬𝑺 I:

❝𝑼𝑵𝑨 𝑴𝑨𝑵𝑺𝑰Ó𝑵❞


<<Bienvenido a mi humilde morada, "esposo">>




𝟐𝟖 𝐝𝐞 𝐨𝐜𝐭𝐮𝐛𝐫𝐞 𝐝𝐞 𝟏𝟖𝟔𝟏, 𝐒𝐨𝐫𝐫𝐨𝐰 𝐖𝐢𝐥𝐥𝐞


Tembló. 

Había olvidado el temor cerval que le inspiraban las noches de tormenta. Un temor infantil, según el decir de su padre. "Niñerías", fueron sus palabras cuando una de las ayas de Lawrance logró reunir el valor suficiente para referirse a su problema, "No hay nada de lo que preocuparse. Cuando crezca, ni siquiera alcanzará a recordarlo", había atajado, antes de regresar su atención a sus asuntos. Pero no fue así.

La angustia restalló duramente contra su pecho cuando el grave remecer de las ramas y el rugido del viento fueron incapaces de acallar el fragor de la tormenta. Las sombras habían impuesto su tiránico reinado sobre el bosque desde que, un cuarto de hora atrás, comenzaron a subir la colina mientras el sol se resguardaba de la naciente noche más allá del horizonte, unas sombras que solo se retraían cuando el resplandor casi insoportable de un relámpago resquebrajaba el cielo tormentoso y salpicaba la tierra de un luz tan efímera como lúgubre.

Aun vestido de negro y amparado por aquella oscuridad casi absoluta, Barnabas destacaba como el reflejo de la luna sobre un lago oscuro. Se movía casi a ciegas y ágilmente, como movido por un antiguo instinto pues, según le había dicho a Lawrance durante el cortejo, aquel bosque había sido el lugar donde había pasado sus primeros años de vida. Dado a la falta de información que el Omega había aportado a aquel lugar, y a sus primeros años en general, el Alfa lo había retratado inconscientemente como un lugar idílico, fugado de un cuento de hadas o del pincel de Constable, lleno de flores, frutas y tierras fértiles. Lo que veía en aquel momento era más bien una pesadilla de la que sabía que no podía escapar. Una pesadilla que desde entonces iba a constituir su hogar.

"No por mucho tiempo", recordó que le había asegurado su padre, pero en aquellos momentos aquello era un pobre consuelo. 

Otro trueno estalló a traición en la distancia y el cegador fogonazo de un relámpago le quemó las pupilas, dejándolo desorientado y transido de angustia por unos momentos. "Eres un Pemberton, Lawrance", se dijo a sí mismo cuando logró despabilarse, en un fútil intento de recobrar el valor largo tiempo extraviado, y la voz que lo reprendió con aquellas palabras en su mente distaba mucho de ser la suya, "de la misma sangre de los lobos que fueron el terror de los primeros hombres. Eres un Alfa, y los Alfas no conocen el miedo." 

"No conozco el miedo..." Repitió aquello como una muda plegaria, hasta que le fue imposible seguir mintiéndose.

Estaba aterrado.

Se detuvo un momento a recuperar el resuello, y casi al mismo tiempo, el Omega paró sus largas zancadas en seco.

—¿Te encuentras bien? — le preguntó.

Estaba seguro de que debía ofrecer una imagen muy poco halagüeña, con las piernas cimbreantes como las de un cachorro asustado, y el acongojado rostro tan pálido que rivalizaba con el de su marido, como para que éste se dignase a dirigirle la palabra tras un día entero de ignorar su presencia. Pero aún con todo, se forzó a esbozar una sonrisa altanera. No iba a mostrarse amilanado ante un Omega, especialmente ante aquél que parecía tan indiferente a la furia bíblica de la tormenta. 

—Perfectamente — masculló. Barnabas lo escrutó con escepticismo, pero pareció no tener demasiado interés en insistir y volvió a caminar. 

En otro momento, Lawrance habría intentado seguir hablando, pero la ansiedad lo tenía amordazado: Un inquietante sentimiento envolvía aquel bosque como una neblina, casi como si pudiese percibir como si, amparado por la oscuridad de la espesura, algo lo acechase. 

—¿Cuánto tiempo queda para que lleguemos? — se odió a sí mismo por preguntar. El Omega volvió el rostro en su dirección, con un semblante tan duro e inexpresivo que no lo reconoció como el del enamorado Omega que había sido hasta hacía poco.

—Ahora.

Entonces la vio.

Una angulosa y oscura mansión emergía delante de él como un palacio abandonado al olvido y a los recuerdos de un pasado que no había sido mucho mejor. El Allenbrought Estate parecía haber sido esculpido con sombras y malos augurios. Tras haber abierto la negra verja y mientras avanzaba por el estrecho camino entre los espinos, a Lawrance volvió a atacarle la misma sensación de que estaba siendo observado. Volvió la mirada hacia atrás, con el desbocado pulso  aporreándole el pecho, pero no pudo distinguir ninguna sombra humana  

Cruzaron un angosto camino, sorteando espinos y rastrojos. Lawrance trataba de que las maletas no le hiciesen perder el equilibrio ni que se le cayesen. No había flores; no creía que hubiese un solo brote verde que pudiese sobrevivir a aquel miserable ambiente. 

—Bienvenido a mi humilde morada, esposo — le susurró roncamente al oído.

El viento volvió a sonar de golpe, aullando como una criatura herida de muerte, y Lawrance solo pudo estremecerse mientras se adentraba a la oscuridad de la mansión.



Según los libros de historia, el Allenbrought Estate llevaba en la colina vigilando al miserable pueblo a sus pies desde el 1613, año en el que lord Lazarus Allenbrought lo construyó para celebrar la adquisición de su título nobiliario. Casi un centenar de bailes y festines fueron celebrados en sus salones y medio centenar de nobles lo llamaron "el paraíso en vida" tras haberlo visitado. Pero cuanto Lawrance entró por primera vez en él, lo único que quedaba de aquella pasada gloria era una ruina deteriorada, con galerías cavernosas y habitaciones oscuras que desprendían un insalubre hedor a cerrado y a madera húmeda que Barnabas había tratado de combatir inútilmente con saquitos de alcanfor y jabón al arsénico.  Ya nada había en aquel lugar que recordarse al paraíso que otrora había sido; lo único vivo en aquel lugar era el rumor pueblerino de que ninguno de sus habitantes jamás había sido feliz, y que todos sus dueños habían muerto prematuramente en circunstancias a cada cual más aciagas y tenebrosas. 

La habitación que Barnabas le había asignado —tras alegar que el Alfa no soportaría dormir una noche a su lado debido a su insomnio y a su hábito de patear todo lo que estaba a su alcance en el sueño— era la más habitable de las que había allí, pero resultaba absurdamente espaciosa para el escaso y austero mobiliario que contenía. Su habitación en Nueva Orleans era mejor: a tan solo unas semanas de haber abandonado su ciudad natal, ya añoraba, y la amplia cama donde podía dar vueltas sin temor a caer al suelo, los mapas que colgaban de las paredes, y. También echó en falta a la servidumbre. En Estados Unidos contaba con la ayuda de un Beta tan oscuro y ordinario como el café llamado Jim Pork, ayuda de cámara y criado personal, que lo ayudaba a vestirse, a organizar sus asuntos y, en casos extraordinarios, a lidiar con Omegas especialmente reacios a aceptar que su trato con ellos no excedía al de haberse citado una o dos veces en la cama, además de una cámara de empleados que vivían para cocinar, limpiar y hacer para él demás quehaceres domésticos que un Alfa, en especial un Alfa de alta cuna como él, jamás debería hacer.

Oyó como Barnabas lo llamaba para cenar, y bajó apresuradamente, deseoso de no pasar demasiado tiempo en la penumbras que gobernaban el pasillo.

Aquella noche cenaron sobriamente un caldo de pollo y acompañado por una hogaza de pan de pueblo. Lawrance jamás había sido tan consciente de los leves sonidos que cobraban vida en el silencio; el goteo de la cuchara, el hipnótico crepitar del fuego sobre los leños, y sonido de la tormenta. Sin darse cuenta, inspiró profundamente, tratando de que su agudo olfato captase el olor de las feromonas de Barnabas, pero fue en vano; no olía a nada. Siempre había sido así. Aquella falta de olor había suscitado muchas burlas en el pasado, cuando lo único en lo que podía pensar era en el olor a lluvia templada y a frutos del bosque que emanaba del suave cuello de Washington, en cómo algún día lo marcaría con su mordida. Pero ahora, era a Barnabas con quien estaba casado. 

"No por mucho tiempo", se recordó, y siguió tomando su sopa. 

Barnabas lo escrutó brevemente, como si sus ojos pudiesen navegar entre las penumbras, y dejó escapar una amarga carcajada.

Uno de los troncos más gruesos sucumbió al fin a la presión del fuego. El inesperado crujido que emitió al resquebrajarse hizo que Lawrance saltase sobre su asiento.

Barnabas bebió de su vaso, contemplando inconmovible como los cristales del alto ventanal vibraban ante la ofensiva de la lluvia. Parecía 

—No va a dejar de llover pronto, ¿verdad? — dijo Lawrance. La mirada del Omega abandonó la ventana para escrutarlo a él, con un semblante más oscuro que la brutal tormenta que se desataba afuera.

—No. Esto es solo el comienzo — fue su respuesta.

Lawrance sufrió un estremecimiento que debió causar al Omega cierta lástima, porque añadió casi al momento: —Aunque dicen que este año el invierno será más piadoso que los anteriores. Puede que incluso no haya tormentas de nieve.

El silencio volvió a embrujar el ambiente, y Lawrance se concentró de nuevo en identificar los sonidos a penas perceptibles que había en la sala: el crepitar del fuego, el sonido acuoso de la sopa deslizándose por la cuchara de plata, su respiración y...

Se detuvo en seco, mirando hacia un objeto que había pasado desapercibido hasta entonces. La alta y angosta silueta de un reloj de pared, oculto entre las sombras. Volvió a forzar el oído y...

—El reloj... — dijo, sin aliento — No suena.

Barnabas lo escrutó brevemente, como si sus ojos pudiesen navegar entre las penumbras, y su expresión se tornó turbadoramente sombría.

—Así es — dijo escuetamente — Ha estado congelado en las una menos cinco de la noche desde hace veintiséis años, cuando el anterior dueño de esta casa lo paró con sus propias manos. Y así será siempre.

—¿Por qué? — se oyó preguntar con una voz endeble. ¿Por qué alguien haría algo así?

Uno de los troncos más gruesos sucumbió al fin a la presión del fuego, y el inesperado crujido que emitió al resquebrajarse hizo que Lawrance saltase sobre su asiento.

—Porque él dejó de encontrarle sentido a su vida en la misma hora en la que ahora ves las agujas detenidas. No sé si es también costumbre en América, pero aquí, cuando alguien hace eso, — y el énfasis que hizo en aquella ultima palabra lo desazonó — Es para señalar a todo el que lo vea que su vida acabó en el mismo momento en el que detuvo su reloj.

No añadió nada más. Ante su silencio, Lawrance no pudo hacer más que volver a mirar el inerte reloj, y sintió el desasosiego asentarse en su estómago, ahuyentando el apetito y amargándole la comida.

¿Qué clase de tragedia había hecho al antiguo propietario del Allenbrought State decidir que su vida había perdido todo sentido? 

¿Quién había sido él?





4)  John Constable (1776 - 1837) fue un pintor del Romanticismo inglés cuya especialidad eran los paisajes, más concretamente aquellos del Valle de Dedham, Suffolk, que en la actualidad es conocido popularmente como "el país de Constable". Su obra más célebre es "el Carro de Heno", un cuadro ambientado en el Río Stour que data del año 1821.


       Nota de R:


Honestamente... creo que le debo una explicación a todos aquellos que me están leyendo y que creían que iba a actualizar antes (mea culpa). Así que empecemos por el principio.

🎵Hello. It's me🎵

TW: Mucho texto.

Después de una temporada (sobre)cargada de compromisos académicos (y de procrastinaciones, dibujos y escapadas en lugares sin acceso a WiFi), regreso hoy con esta historia sin pies ni cabeza sobre las desventuras (por ahora ?) del matrimonio más disfuncional que he escrito.

Si notan alusiones de carácter racista, sexista o de otras índoles no menos problemáticas en la narrativa, tanto la de este capítulo como en los siguientes, recuerden que todo cuanto habéis leído en este capítulo está narrado desde el punto de vista del mentirosomalapersonaterribleindigno de Lawrance, no yo. También, recordemos que esto se ambienta en la época victoriana, una beliiiiiisima época en la que estar vivo (spoiler: no), que estaba bien equipada de prejuicios y de reglas sociales muy estrictas.

Ahora, preguntas para reflexionar (sin respuesta por el momento, pero ténganme paciencia que luego si las tendrán)

-¿A qué se refiere el padre de Lawrance al decir que no estará viviendo con Barnabas "por mucho  tiempo"?

-¿Por qué Barnabas no tiene feromonas? (Y no, no es un Beta disfrazado de Omega, ES un Omega)

-¿Qué sucedió exactamente entre Lawrance y Washington? ¿Creéis que esta parte de su pasado tome importancia en futuros capítulos?

-¿Quién fue el "anterior dueño" del Allenbrought State, y qué le sucedió que lo incitase a detener para siempre el reloj a las 0:55? 


Recuerden que esta historia no solo va sobre amores y desamores, también es novela gótica y va a haber intriga y angst.


Extra: Dibujito en sucio del mentirosomalapersonaterribleindigno de Lawrance hecho por mí.





(Más bien una aproximación, porque esta pobre mortal con síndrome de dibujar la misma cara no puede hacerle justicia a su belleza).


Nos leemos pronto, con otro capítulo más sobre este matrimonio condenado al divorcio (o no). Estaré editando este cap. para poner los moodboards de siempre.

Paz y osos bailarines:

R. M. Elster.

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