𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐔𝐍𝐎




la petición del ser o no ser;



Bistritz, 3 de mayo.

Múnich fue la primera parada, y seguidamente llegaron a Vienna. En compañía del grupo, Budapest resultó ser ambiguamente bonito de lo que alcanzó a ver. Había mucho, y poco tiempo para vislumbrar la belleza y antigüedad de las calles. Jeanne, una de sus compañeras incluso, renegó muy por lo alto el retraso cometido por el tren y la rapidez en que saldrían de vuelta; lo que conllevó a no poder ver la zona como habrían deseado. Cuando llegaron a Klausenburg, pasaron la noche en un hotel apodado: El Chou-Chou.

Comieron un plato llamado paprika hendl,  a su compañero y mejor amigo Dante le fascinó terriblemente, incluso le pidió la receta al camarero; chapurreando un poco de alemán que él había aprendido, lograron hacerse entender. Tan sólo él y Johann, otro de sus compañeros, hablaban alemán a medias.

Aunque el camarero les dijo que era como un plato nacional, y que lo encontrarían en cualquier lugar de los Cárpatos. A diferencia del grupo, él se molestó en estudiar los libros y mapas que se referían a Transilvania. Sin embargo, aprendiendo y conociendo muchas zonas, se le hizo imposible ubicar la exacta localización del castillo de Drácula. 

Leyó sobre muchas supersticiones y cosas que, claramente, eran imposibles de existir en un mundo como aquel. Aunque no perdería la oportunidad de hacerle llegar sus dudas e inquietudes al mismísimo conde. Esa noche, no descansó bien. La habitación era refrescante, con una ventana amplia, repleta de vistas impresionantes; pero aún estando recostado en la cama más mullida, extraños sueños lo atacaron.

A la mañana siguiente, todo el grupo, incluido él se apresuraron a desayunar deprisa y así, no perder el tren que salía poco después de las ocho. Por culpa de Jeanne, la mujer de largos cabellos rosados y el atascamiento de su largo vestido en una de las puertas, tuvieron que aguardar sentados en el vagón más de un hora antes de que se pusieran en movimiento. Aunque quizá también se había retrasado el tren en salir, pero la culparon a ella, con un ápice de broma, por supuesto.

Durante todo el día contemplaron un país lleno de bellezas. A veces se veían pueblecitos o castillos en las faldas y cúspides de colinas; y algunas veces, corrían a la par de ríos y arroyuelos. La gente, tanto del tren y las estaciones eran muy parecidas a las de su país, o parecidos a los que había visto cuando atravesaba Francia y Alemania, con chaquetas cortas y sombreros redondos.

Dante no hizo más que reírse de sus atuendos, y él lo regañó, pues eran sus costumbres y fuera como fuese, era digno de admirar y alabar. Su amigo, Johann Brenner, lo regañó en respuesta también.

Estaban en un pequeño grupo, formado por él, su amiga Jeanne; Dante, Johann y su hermana Riche, de gafas con monturas cuadradas y larga melena castaña, recogida en un moño perfecto que nunca se soltaba.

A la noche, llegaron a Bistritz. El conde Drácula, apodado de esa forma, le había indicado que se alojasen en el hotel Golden Krone, el cual para su satisfacción era bastante anticuado. Eran su preferencia absoluta y parecía que el mismísimo conde había dado en el clavo con sus gustos.

Evidentemente los esperaban, y cuando se acercaron los cinco a la puerta, se encontró con el rostro de una mujer entrada en años, de rostro alegre y vestida a la usanza campesina: ropa interior blanca con un doble delantal, tan ajustado al cuerpo que no podía calificarse de modesto. 

—¿El señor enviado del Conde?

—Sí —le respondió con amabilidad—, Vanitas Harker.

Ella sonrió en devuelta, y le dio instrucciones a uno de sus compañeros para que fuese a buscar la carta que le habían enviado expresamente a él, y se la entregó con sumo cuidado; casi pudo notar el ligero temblor en sus febriles dedos.



Mi querido amigo:

Bienvenido a los Cárpatos. Lo estoy esperando ansiosamente. Duerma bien, esta noche. Mañana a las tres saldrá la diligencia para Bukovina; ya tiene reserva. En el desfiladero de Borgo mi carruaje lo estará esperando y lo traerá a mi casa. Espero su viaje hasta transcurrido sin tropiezos, y que disfrute de su estancia en mi bello país. 

Su amigo, Drácula.




4 de mayo.

Cuando dejó de leer la carta, se le hizo saber que le guardaron a su grupo el mejor coche, especialmente para él, un asiento al lado del cochero. Al inquirir sobre los detalles, la gente del hotel se mostró reticente, insegura y pretendieron no entender su alemán. Había miedo en sus ojos, pero junto a los demás los ignoraron. 

Todo lo había pagado el Conde, según le hicieron saber, y cuándo les preguntó si lo conocían o su castillo, tanto el hombre como la mujer se persignaron, diciendo que no sabían nada. 

El misterio, y la nada tranquila sensación ahondaba en su pecho sobre todo lo relacionado al Conde y su hogar. Recuerda que antes de irse del hotel de aquella señora, esta incluso le cuestionó repetidas veces si tenía que ir; pero él estaba comprometido en negocios importantes, y debía irse pese a todo. 

Incluso, la mujer le habló del día que era hoy: la víspera del día de San Jorge, y cuando el reloj marcase la medianoche, todas las cosas demoníacas tendrían pleno poder. Le cuestionaba sobre si era consciente de lo que iba y a dónde iba.

En tal grado de desesperación, Vanitas con compañía trataron de calmarla, pero sin efecto. No pudo hacer más que verla, deplorable llorando de rodillas, mientras se marchaban. No sin antes darle un crucifijo, y ponérselo alrededor del cuello. Este rosario aún colgaba de su cuello, mientras escribía el diario. 

No sabía si era el miedo de la anciana o las múltiples tradiciones fantasmales de este lugar, o incluso el mismo crucifijo, pero era cierto que no se sentía como de costumbre. Con Johann bromeaban sobre el tema, y que si pasaba algo terrible en el castillo, ojalá pudiese hacerle llegar este libro alguna vez a su hermano Mikhael. 




5 de mayo. En el castillo.

Ya se había despojado la bruma de la mañana, y el sol saludaba sobre el horizonte lejano, que parecía quebrado; no sabía si por los árboles o las colinas. No tenía sueño, y como era costumbre, hasta que lo llamarán, estaría escribiendo.

Había muchas cosas raras que quería decir, pero como siempre anotaba sus cenas primero, ya que había comido muy bien antes de salir de Bistritz. Cenaron lo que llamaban "carne de ladrones", con rodajas de tocino, cebolla y carne de res, todo sazonado con pimiento rojo ensartado en palos y asados. El vino era Golden Mediasch, que producía en la lengua una extraña picazón, pero no resultaba desagradable. 

Cuando subieron a la diligencia, el cochero aún no había tomado su asiento. Este estaba hablando con la dueña del hotel y algunas personas más, que desconocía. Al oírlos hablar otro idioma, sacó su diccionario y tradujo lo que más comprendió, pues no hacían más que mirar a su grupo, con compasión y miedo. 

Las palabras no le produjeron ninguna alegría, pues entre ellas estaban Ordog, traducido como: Satanás. Pokol, infierno; stregoica, bruja; vrolok y vlkoslak, que significaban lo mismo: hombre lobo o vampiro. 

Cuando partieron, la multitud alrededor de la puerta de la posada, que para entonces ya había crecido, todos se santiguaron y dirigieron dos dedos hacia ellos. Johann, quien tenía algunos parientes de esta tierra, reflejó un mirar aterrorizado; le preguntó y este solamente le dijo:

—Es un gesto para protegerse del mal de ojo. 

Jeanne y Vanitas se miraron extrañados; eso no le había resultado nada agradable, pues justamente estaban apunto de viajar a un lugar desconocido para verse con una persona desconocida. 

Aunque todos habían sido muy amables, y eso no hizo más que conmoverlo. Nunca olvidaría el último vistazo que echó al patio, con su multitud de personajes pintorescos, persignándose, mientras estaban alrededor del amplio pórtico con su amplio follaje de adelfas y árboles de naranjo en verdes macetones. Entonces, su conductor, que vestía un amplio pantalón de lino, hizo restallar su gran látigo sobre los cuatro caballitos, que iban enjaezados unos junto a otros, e iniciaron el viaje.

Pronto olvidaron los fantasmales temores ante la belleza de la escena. Pues ante ellos, se extendía el verde campo inclinado, lleno de bosques y más allá, coronadas con cúmulos de árboles o con blancas granjas de tejados de dos aguas que daban su espalda al camino.

Era hermoso. A medida que avanzaban, podía ver cómo la verde hierba bajo los árboles estaba cuajada con pétalos caídos. 

El camino era áspero, pero a pesar de ello, parecía que volaban con una prisa excitante. No entendía la necesidad imperiosa de velocidad, pero imaginaba que el cochero no quería ser recibido en la oscuridad por caminos que no habían reparado. 

El sol comenzó a caer, haciendo relucir los gloriosos colores de la cordillera, azul profundo y morado en las sombras de los picos, verde y pardo en la hierba y en las rocas, y una vista de los grandiosos picos nevados que se alzaban a lo lejos.

Johann, le tocó la mano a Vanitas, señalándole una elevada cima de montaña, cubierta de nieve, que parecía a medida que avanzaban, estar al frente.

—¡Miren! ¡El trono de Dios! —le dijo, y se persignó con perseverancia. Indudablemente todos hicieron lo mismo; desconocía que supiera su nombre, pero el también lo había leído en los libros de Transilvania.

Entre más oscureció, los caballos iban más lento, Vanitas quiso descender del coche y caminar junto a ellos, como hacían en su país, pero el cochero no quiso saber nada de eso, y no lo dejó.

—No, no —le dijo—, no debe usted caminar aquí. Los perros son muy feroces —y luego añadió con lo que parecía una broma macabra a todo el grupo—: Ya tendrá usted suficiente para hacer antes de irse a dormir.

Ninguno entendió sus palabras, y Vanitas no hizo más que renegar.

A medida que se acercaba más la noche, fustigaba más a los caballos para ir con prisa, haciendo gritar a los pobres animales. Ellos no dijeron nada, aunque no estuviesen de acuerdo con el trato.

Entonces, a través de la oscuridad, pudo ver una especie de mancha de luz gris adelante de ellos, como si hubiese una hendidura en las colinas. La intranquilidad de los pasajeros aumentó; el loco carruaje se bamboleó sobre sus grandes resortes de cuero, y se inclinó hacia uno y otro lado como un barco flotando sobre un mar proceloso. 

Incluso Vanitas tuvo que sujetarse. El camino se hizo más nivelado y parecía que volaban sobre él. Entonces, las montañas parecieron acercarse a nosotros desde ambos lados, como si quisiesen estrangularlos, y por fin, se encontraron en el Paso Borgo.

El desfiladero se abría hacia el lado oriental. Sobre ellos pendían oscuras y tenebrosas nubes, y el aire se encontraba pesado, cargado con la opresiva sensación del trueno. Parecía como si la cordillera separara dos atmósferas, y que ellos ahora hubieran entrado en la tormentosa. 

Vanitas mismo se puse a buscar el vehículo que debía llevarlos hasta la residencia del conde. A cada instante esperaba ver el destello de lámparas a través de la negrura, pero todo se quedó en la mayor oscuridad. La única luz provenía de los parpadeantes rayos de luz de sus propias lámparas, en las cuales los vahos de los agotados caballos se elevaban como nubes blancas. 

Se podía ver el arenoso camino extendiéndose blanco frente a ellos, pero en él no había ninguna señal de un vehículo. Los pasajeros se reclinaron con un suspiro de alivio, que parecía burlarse de su propia desilusión. A Dante y compañía todo aquello los había cagado de miedo, y no entendían esa misma necesidad de Vanitas por cumplir con el compromiso del conde. Les daba igual si incluso, llegaban dos días después, no obstante, Vanitas ya estaba pensando qué podía hacer en tal situación cuando el cochero, mirando su reloj, dijo a los otros algo que apenas pudo oír, tan suave y misterioso fue el tono en que lo dijo. 

Creo que fue algo así como "una hora antes de tiempo". Entonces se volvió hacia Vanitas, con su larga coleta azabache, y le dijo en un alemán peor que el suyo: 

—No hay ningún carruaje aquí. Después de todo, nadie espera al señor y compañía. Será mejor que ahora vengan a Bukovina y regresen mañana o al día siguiente; mejor al día siguiente.

Dante estuvo de acuerdo, pero Vanitas no.

Mientras hablaban, los caballos comenzaron a relinchar y a bufar, y a encabritarse tan salvajemente que el cochero tuvo que sujetarlos con firmeza. 

Entonces, en medio de un coro de alaridos de sus amigos que se persignaban apresuradamente, apareció detrás de ellos una calesa, los pasó y se detuvo al lado de su coche. Por la luz que despedían las lámparas, al caer los rayos sobre ellos, pudo ver que los caballos eran negros como el carbón, unas espléndidas bestias. 

Estaban conducidos por un hombre alto, con una larga barba grisácea y un gran sombrero negro, que parecía ocultar su rostro. Sólo pudo ver el destello de un par de ojos muy brillantes, que parecieron rojos al resplandor de la lámpara, en los instantes en que el hombre se volvió. 

 Se dirigió al cochero: 

—Llegas con adelanto esta noche, amigo mío.

 —El hombre replicó balbuceando—: El señor y compañía tenían prisa. 

Entonces el extraño volvió a hablar—: Supongo entonces que por eso usted deseaba que él y su equipo, siguieran hasta Bukovina. No me engañas, mi amigo. Sé demasiado, y mis caballos son veloces. 

Sonrío al hablar, y cuando la luz de la lámpara cayó sobre su fina y dura boca, con labios muy rojos, sus agudos dientes le brillaron blancos como el marfil. 

Uno de mis compañeros le susurró a otro aquella línea de Leonora de Burger:

—Denn die Todten reiten schnell — que se traducía como "los muertos viajan velozmente", en plan broma al conductor.

El cochero escuchó las palabras de su amigo Johann, no se lo tomó a broma, y no tardó en sacar el equipaje de las cinco personas. Descendiendo del coche, el hombre extraño ayudó a subir el equipaje y a sus amigos a la nueva calesa; cuando ayudó a Vanitas le ayudó con una mano que asió su brazo como un puño de acero; su fuerza debía ser prodigiosa. Sin decir nada más, agitó las riendas, y se deslizaron hacia la oscuridad del desfiladero.

El cochero antiguo, en la oscuridad de su farola se persignó y regresó su viaje hacia Bukovina.

Eso le hizo sentir un extraño escalofrío recorrer su espalda.

Pero el nuevo cochero, tomando una extraña preferencia en él, como si se lo hubieran pedido, cubrió sus hombros con una capa y le puso una manta sobre sus rodillas, para hablarle entonces con un excelente alemán; pues él se sentó a su lado, mientras que su equipo iba atrás.

—Hace una noche fría, mi señor, y el conde me ha mandado que lo cuide bien, específicamente. Bajo el asiento hay una botella de slivotiz, —un licor regional de ciruelas—, en caso de que usted guste tomarlo.

Vanitas no bebió nada, y se dio cuenta de que sus amigos tampoco se habían dado cuenta de esos cuidados excesivos para él. Aunque le reconfortaba saber que había una botella allí, se sintió raro y por primera vez, tuvo miedo.

Creyó que si hubiese habido otra alternativa, la hubiese tomado antes de proseguir en aquel misterioso viaje nocturno.

El carruaje avanzaba en línea recta, luego dieron una curva completa y se internaron en otra línea recta. Eso se repitió varias veces, y Vanitas al parecer siendo el único que se enteraba, miró un pedazo de tierra, dándose cuenta de que estaban haciendo lo mismo una y otra vez. Habían llegado antes y parecía que el cochero, intencionadamente, buscaba retrasarlos; quiso preguntar pero temió hacerlo.

Al poco rato, no obstante, sentía curiosidad por saber el tiempo transcurrido, y encendiendo una cerilla miró su reloj a su lumbre. Faltaban pocos minutos para medianoche.

Eso le produjo susto, pues las experiencias habían agitado supersticiones temerosas ante esa hora; quiso comentarlo con Dante o Jeanne, pero no quería que el conductor lo oyese, y estos estaban muy animados hablando.

Entonces empezó a aullar un perro. Eso le hizo sacar un largo y lúgubre suspiro. Poco a poco comenzaron a ser varios perros, y eso se convirtió en un concierto desenfrenado de aullidos; incluso sus amigos callaron, tensionando sus nalgas.

Al primer aullido, los caballos se encabritaron, pero el cochero les habló con una voz serena y se calmaron de inmediato. Luego empezaron a sonar otros aullidos, eran de lobos, esos lograron asustar de nuevo a los caballos e incluso a Vanitas. Quiso saltar de la calesa y salir corriendo, mientras los caballos por otro lado, volvían a encabritarse y a sacudir la cabeza frenéticamente, obligando al cochero poner toda su fuerza para que no se desbocaran.

A los pocos minutos, tanto los caballos, como él y sus amigos se acostumbraron a los sonidos y lograron calmarse. El cochero aún así, los calmó, diciéndoles algo al oído cuando bajó para acariciarlos, lo que los volvió a dejar muy dóciles, aunque seguían temblando. Regresando a su asiento, y agitando las riendas puso el carruaje en marcha a gran velocidad.

Dante logró mirar con tensión a Vanitas por unos instantes.

Pronto estuvieron rodeados por árboles, que en algunas partes cubrían todo el camino hasta que pasaron por un túnel. Lograban escuchar al viento gemir entre las peñas y silbar a través de los árboles. Hacía cada vez más frío, y empezó a caer nieve fina, polvorienta, hasta que al poco, estuvieron cubiertos por un manto blanco.

El aullido de los perros cada vez era más débil al ir avanzando, pero las voces de los lobos eran más cercanas, como si los estuvieran rodeando; y eso le hizo sentir a Vanitas y compañía un miedo mortal.

Sin embargo, el cochero estaba tranquilo en lo absoluto, miraba a la izquierda y la derecha, pero Vanitas no lograba ver nada. 

Repentinamente, lejos, a la izquierda, divisó el débil resplandor de una llama azul. El cochero lo vio al mismo tiempo; inmediatamente paró los caballos y, saltando a tierra, desapareció en la oscuridad. Vanitas no sabía que hacer, mucho menos sus compañeros debido a que los aullidos de los lobos parecían acercarse; pero mientras dudaban, el cochero apareció repentinamente otra vez y sin decir palabra tomó asiento y reanudaron el viaje.

Vanitas creyó haberse quedado dormido y soñó repetidas veces con el incidente, que se repetía y repetía, y ahora, al recordarlo, le parecía que fue una especie de pesadilla horripilante. 

Una vez la llama apareció tan cerca del camino que hasta en la oscuridad que nos rodeaba pudo observar los movimientos del cochero, se dirigió rápidamente a donde estaba la llama azul, y tomando algunas piedras las colocó en una forma significativa. 

En una ocasión Vanitas fue víctima de un extraño efecto óptico: estando él cochero parado entre la llama y Vanitas, no pareció obstruirlo, porque continuó viendo su fantasmal luminosidad. 

Eso le asombró, pero como sólo fue un efecto momentáneo, supuso que sus ojos se habían engañado debido al esfuerzo que hacía en la oscuridad. Luego, por un tiempo, ya no aparecieron las llamas azules, y se lanzaron velozmente a través de la oscuridad con los aullidos de los lobos rodeándolos, como si nos siguieran en círculos envolventes.

Finalmente, y en un momento, el cochero se alejó más que antes y durante su ausencia los caballos comenzaron a temblar y a bufar y relinchar de miedo. No pudo ver ninguna causa que motivara su nerviosismo, pues los aullidos de los lobos habían cesado por completo; pero entonces la luna, navegando a través de las negras nubes, apareció detrás de la dentada cresta de una roca saliente revestida de pinos, y a su luz vio alrededor de ellos un círculo de lobos.

Con colmillos blancos y lenguas rojas y colgantes, patas largas y nevudas, con pelo hirsuto. En el silencio que guardaban parecían cien veces más terroríficos que cuando aullaban.

Jeanne pegó un gritillo por lo bajo, y Vanitas en cambio, sintió una especie de parálisis de terror. Sólo cuando el hombre se enfrenta cara a cara con tales horrores puede comprender su verdadero significado.

De pronto, todos los lobos comenzaron a aullar como si la luz de la luna produjera un efecto peculiar en ellos. Los caballos se encabritaron y retrocedieron, y miraron impotentes alrededor con unos ojos que giraban de manera dolorosa; pero el círculo viviente de terror los acompañaba a cada lado; forzosamente tuvieron que permanecer dentro de él. 

Vanitas le gritó al cochero que regresara, pues le pareció que su última alternativa era tratar de abrirse paso a través del círculo, y para ayudarle a su regreso gritó y golpeó, junto con Dante a un lado de la calesa, esperando que el ruido espantara a los lobos de aquel lado y así él tuviese oportunidad de subir al coche.

Cómo finalmente llegó es cosa que no sabía; pero escuchó su voz alzarse en un tono de mando imperioso, y mirando hacia el lugar de donde provenía, lo vio parado en medio del camino.

Agitó los largos brazos, como si tratase de apartar un obstáculo impalpable, y los lobos se retiraron; justamente en esos momentos una pesada nube pasó a través de la cara de la luna, de modo que volvimos a sumirnos en la oscuridad.

Cuando pudo ver otra vez, con el miedo acongojado en su pecho, el conductor estaba subiendo a la calesa y los lobos habían desaparecido. Todo eso fue tan extraño y misterioso que fue sobrecogido por un miedo pánico, y no tuvo valor para moverse ni para hablar. Dante y los demás estaban igual, cerrando sus ojos con fuerza para que todo acabase pronto. 

El tiempo pareció interminable mientras continuaban su camino, ahora en la más completa oscuridad.

Repentinamente tuvo conciencia de que el conductor estaba deteniendo a los caballos en el patio interior de un inmenso castillo ruinoso, de cuyas altas ventanas negras no salía un sólo rayo de luz, y cuyas quebradas murallas mostraban una línea dentada que destacaba contra el cielo iluminado por la luz de la luna.

Habían llegado. Eso le hizo tocar el crucifijo en su cuello.

Dramatismo, angustias y equivocaciones. La petición del ser o no ser. Una tragedia desde el principio es emocionante; un viaje o un borbotón de sentimientos que se guían desde lo materno y frágil, hundiéndose poco a poco, hasta subir los llantos y las amarguras, lo dulce y apacible. 

No eran, y no somos, más que reminiscencia.

Su tragedia cobraba forma con este castillo y con el nombre del conde, que con bastante seguridad, esperaba su llegada. 




♱.

primer capítulo de esta nueva novelitaaa. amen ese separador hermoso, gracias elsyyyy.

tengo muchas ganas de que sigan leyendo y descubran toditooo, pero iremos con calma. pro supuesto, está muy basada en la original historia del conde drácula, en especial este o primeros capítulos que son tomados con inspiración y referencia; pero la historia será original y por tanto, a partir de algún instante, será completamente distinta.

así que no esperen leer mismos finales o misma historia. disculpen cualquier falta y nos leemos en el siguiente.

all the love,

ella.

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