⁰⁷‐𝓢𝓱𝓪𝓭𝓸𝔀𝓼 𝓪𝓷𝓭 𝓕𝓪𝓷𝓰𝓼
Acto 1
"ˢʰᵃᵈᵒʷˢ ᵃⁿᵈ ᶠᵃⁿᵍˢ"
El aire se volvió más denso a medida
que la Guardia del León avanzaba entre
las rocas. Las carcajadas de los
chacales seguían resonando, ahora
entrelazadas con gruñidos y el
inconfundible sonido de una pelea. El
ambiente estaba cargado de tensión, y
un presagio ominoso se extendía por el
aire pesado de la noche.
Scar aceleró el paso, sus ojos
aguzados, captando cada movimiento a
su alrededor. Jabari y Zuberi lo
siguieron de inmediato, con los
músculos tensos y las orejas atentas
listos para enfrentarse a lo que fuera
que estuviera por venir.
Al rodear una de las grandes
formaciones rocosas, la escena se
volvió clara y desgarradora. Una leona
de pelaje blanco apagado luchaba
ferozmente contra un grupo de
chacales. Sus garras rasgaban el aire
con precisión, y su mandíbula atrapaba
a cualquier enemigo que se acercara
demasiado. Sin embargo, no estaba
sola en la escena.
A unos metros de ella, tres cachorros temblorosos se acurrucaban contra la base de una roca, sus pequeños maullidos resonando y creando un contraste desconcertante con la brutalidad de la batalla.
—¿Amara? —murmuró Scar, su voz llena de sorpresa, mientras sus ojos se
afilaban, intentando procesar la
confusión de la situación
No cabía duda, era ella. Amara, quien
alguna vez había sido parte del reino de Kiros había decidido tomar un camino
diferente, buscando un lugar donde
pudiera desarrollar sus habilidades sin
tener que enfrentarse a leones como
Jabari o Zuberi. Había evitado las
manadas, eligiendo vagar por tierras
solitarias, siempre al margen de las
disputas, pero ahora se encontraba en
una feroz defensa, luchando por
proteger a esos pequeños cachorros.
Su mirada era pura determinación, el
reflejo de una madre protectora
dispuesta a pelear hasta el último
aliento por sus crías.
Uno de los chacales se lanzó hacia su
flanco, pero Amara reaccionó con una
rapidez feroz, girando y derribando a su
atacante con un zarpazo certero. Sin
embargo, no eran pocos. Los chacales
se agruparon rápidamente, rodeándola
y la situación se volvía cada vez más
desesperante.
—iAtaquen!—ordenó Scar, su voz
resonando con fuerza y eco entre las
rocas. No había tiempo para dudar.
Amara, al escuchar la orden, se quedó
congelada por un instante, su cuerpo se
tensó, sabía que no podría
soportar mucho más. En ese mismo
momento, los chacales, aprovechando
su distracción, se lanzaron al ataque
derrumbándola al suelo con un feroz
golpe. El polvo se levantó en el aire
mezclándose con los gritos y risas
estridentes de los chacales. Mordidas
garras y gruñidos se entrelazaban en
una frenética batalla, y Amara no pudo
evitar sentir que estaba perdiendo la
lucha.
Con su cuerpo ya desbordado por la
desesperación, lanzó una última mirada
hacia la pequeña roca que resguardaba
a los cachorros. A pesar de su valentía
sabía que el final estaba cerca. No
importaba cuán fuerte fuera, la
superioridad numérica de los chacales
era demasiado. En su corazón, se
preparó para despedirse de aquellos
pequeños a quienes había jurado
proteger, dispuesta a sacrificarlo todo
por ellos...
En un parpadeo, la Guardia del León irrumpió en el combate.
Jabari embistió a dos chacales a la vez, haciendo que rodaran por el suelo con fuerza. Zuberi, con sus garras extendidas, atrapó a uno que intentaba escabullirse, lanzándolo contra una roca cercana. Scar, en el centro de todo, se movía con una precisión letal. Sus colmillos se hundieron en el cuello de un chacal que había intentado acercarse demasiado a los cachorros.
El caos reinó durante unos minutos. Gritos, gruñidos, polvo levantándose en el aire se apoderaron del campo de batalla. Pero, poco a poco, los chacales comenzaron a retroceder. No esperaban que la Guardia del León interviniera. No estaban preparados para eso.
Uno a uno, se dispersaron en la oscuridad, sus risas ahora fueron convertidas en aullidos de derrota.
El silencio volvió, salvo por la respiración agitada de los presentes.
Amara se incorporó con esfuerzo, su costado subiendo y bajando con rapidez. Su pelaje estaba cubierto de polvo y algunas heridas menores, pero nada que pareciera grave. Su mirada se posó en Scar, y durante unos segundos, solo se observaron en silencio.
—Por lo que veo, Taka, sigues siendo igual de impulsivo —dijo ella finalmente, con una mezcla de cansancio y gratitud en la voz.
—Y tú sigues sin saber cuándo pedir ayuda —respondió Scar, ladeando la cabeza. Luego, entre dientes, murmuró—...No soy Taka, él está muerto.
—¿Pero cómo es eso posible? Eres tú... —la mirada de la leona se llenó de confusión, y sus orejas se plegaron, temiendo lo peor—. ¿O acaso me he muerto yo también?
—¡Por todos los cielos, Amara! —exclamó Scar, soltando una risa nerviosa—. ¿Qué cosas dices? Solo fui despojado de mi nombre...
Amara soltó una leve risa, aunque su mirada se suavizó cuando volteó hacia los cachorros.
Los pequeños estaban acurrucados, aún temblorosos. Scar se acercó con cautela. Eran tres: un macho de pelaje gris claro y dos hembras más pequeñas, de tonos marrones suaves.
—¿De quién son? —preguntó en voz baja, su tono se había tornado más serio,unos cachorros de apenas pocos meses no podían vagar libremente por esas tierras,no podía acogerlos,eso estaba claro,pero su desesperación por ellos latía fuertemente en su pecho.
— De un león llamado Tarek. Su compañera… —los ojos azules de Amara hicieron una pausa. Bajó la cabeza antes de continuar—. Peleó contra leopardos salvajes para proteger la manada...No lo logró.
La expresión de Scar se tornó sombría. Conocía la brutalidad de los leopardos solitarios. Eran letales, tanto cuando se sentían amenazados como cuando atacaban simplemente por diversión.
—Tarek está destrozado —prosiguió Amara—. Se fue a buscar ayuda, pero estos chacales nos encontraron antes, durante un pequeño paseo. Los revoltosos querían salir de la cueva por un rato... No debí haberlo permitido.
Scar volvió la mirada hacia los cachorros. Eran pequeños, indefensos... y estaban a merced de un mundo cruel.
—¿Y qué harás ahora? —preguntó Jabari, acercándose.
Amara respiró hondo, como si se estuviera preparando para algo.
—Seguiré protegiéndolos. No los dejaré solos, ni tendrán permitido salir.
Scar miró hacia el horizonte. La noche seguía avanzando, y el peligro aún no se había disipado por completo.
—No podemos quedarnos aquí —dijo con firmeza—. Los llevaremos a un lugar seguro.
—De acuerdo.—Asintió la amarilla—.
La Guardia del León formó un círculo protector alrededor de los cachorros y de Amara, preparándose para la marcha. Aunque habían ganado esa batalla, Scar sabía que la guerra nunca terminaba.
Y, en el fondo, sentía que la sombra del peligro apenas comenzaba a cernirse sobre ellos.
La Guardia del León avanzaba con cautela por el territorio rocoso, rodeando a Amara y los cachorros en una formación protectora. La noche ya había caído por completo, y el viento ululaba entre las grietas, trayendo consigo aromas inciertos.
Los cachorros caminaban en silencio, pegados a las patas de Amara. Aunque aún temblaban de miedo, el roce cálido de su niñera les brindaba un consuelo silencioso.
Scar, en la vanguardia, tenía los sentidos alerta. No podía quitarse de la cabeza lo que Amara había dicho sobre Tarek. Un león viudo, con cachorros que cuidar y enemigos acechando…
—¿Cuánto falta para llegar al refugio? —preguntó Jabari en voz baja.
—Si seguimos este camino, deberíamos llegar en poco tiempo.—masculló la leona,dudando giró su cabeza— Pero no me gusta este sitio…
Scar asintió. Él tampoco confiaba en ese paisaje.
De repente, un sonido rompió el silencio.
Un crujido.
—¿Oyeron eso? —Scar levantó su pata y frenando al grupo añadió —Silencio...
Todos quedaron en completo silencio. Un murmullo bajo, como el roce de algo moviéndose entre las piedras, se filtró a través del aire.
—No estamos solos. —Zuberi olfateó el viento y su expresión se endureció—Y no es poca cosa...
Scar entrecerró los ojos. Sabía que los chacales no volverían tan rápido, no después de la paliza que les dieron… pero eso no significaba que estuvieran a salvo.
—Amara, mantente cerca de los cachorros —dijo en voz baja—. Si algo pasa, corre con ellos.
Ella no discutió. Se posicionó entre los pequeños, lista para cualquier amenaza.
Scar avanzó unos pasos, tratando de localizar el origen del sonido. Su instinto le decía que algo los acechaba.
De repente, una sombra se deslizó entre las rocas. Un par de ojos brillaron en la oscuridad.
Y entonces, un rugido profundo rasgó la
noche.
Scar reaccionó al instante, su cuerpo tensándose en una postura defensiva. Jabari y Zuberi se posicionaron a su lado, listos para cualquier ataque. Amara también gruñó, envolviendo a los cachorros con su cuerpo, mientras sus ojos seguían cada movimiento en la penumbra.
La sombra se movió con sigilo, acercándose lo suficiente como para que la luz de la luna revelara su silueta. Y cuando finalmente emergió de entre las rocas, Scar sintió un ligero estremecimiento.
Era un león de complexión fuerte, con una melena oscura que caía en mechones blancos desordenados sobre su rostro. Su mirada era penetrante, calculadora, y su respiración agitada indicaba que llevaba tiempo corriendo.
—¿Quién eres? —preguntó Scar entrecerró los ojos, manteniendo la calma.
El león observó al grupo con cautela, su mirada deteniéndose en Amara. Al verla, sus facciones se suavizaron, y su postura pasó de amenazante a algo más vulnerable.
—Mi nombre es Tarek —respondió con voz ronca—. ¿Dónde están mis hijos?
—Aquí, Tarek.—Amara exhaló con alivio.— Están a salvo.
Los cachorros, al reconocer la voz de su padre, corrieron hacia él con pequeños balbuceos de emoción. Tarek se agachó de inmediato, frotando su rostro contra ellos, envolviéndolos con su melena mientras los cachorros se acurrucaban contra su pecho.
La escena fue breve, pero cargada de emoción. Scar observó en silencio, con una expresión seria.
—Nos atacaron unos chacales —explicó Amara mientras se acercaba al león de gran complexión —. Llegaste justo después de que los ahuyentáramos.
Tarek asintió, todavía con la respiración pesada.
—Los vi mientras venía. Intenté rodearlos para llegar antes, pero no pude. Gracias por protegerlos Amara.
Scar sostuvo la mirada de Tarek, analizando al león por un momento. Parecía agotado, pero no débil. Había algo en sus ojos, una determinación intensa, casi desesperada.
—¿Por qué estabas tan lejos? —preguntó Jabari, desconfiado.
Tarek tardó unos segundos en responder.
—Fui a buscar ayuda —admitió—. Mi manada… No quedan muchas integrantes. Algunos murieron en el último ataque de los leopardos. Otros huyeron. No podía quedarme sin hacer nada.
Zuberi intercambió una mirada rápida con Scar. No era raro que las manadas se desmoronaran tras una tragedia, pero la desesperación en Tarek era palpable y preocupante.
—¿No creen que es mejor que nos vayamos lo más rápido posible de esta zona? —masculló, algo tembloroso.
El aire se volvía más pesado a medida que avanzaban. La noche se extendía como un manto oscuro, silencioso, mientras la Guardia del León, ahora acompañada por Tarek y sus cachorros, recorría el terreno rocoso. A pesar de que los chacales habían sido derrotados, Scar no podía deshacerse de la sensación de que algo seguía acechándolos.
Amara caminaba junto a los pequeños, asegurándose de que no se quedaran atrás. Tarek, aunque agotado, mantenía la cabeza erguida, sus ojos vigilantes, siempre explorando el entorno. Scar observaba esos gestos con atención; el león no era solo un sobreviviente, sino un guerrero que había perdido demasiado.
—¿Falta mucho? —preguntó Jabari, rompiendo el silencio.
Amara asintió, señalando el terreno por delante.
—Cruzando ese desfiladero, encontraremos un sitio seguro para descansar.
Scar miró hacia el paso estrecho entre dos enormes paredes de roca. La estructura le recordaba una garganta de piedra, con sombras que se alargaban como fauces abiertas.
—No me gusta esto —murmuró Zuberi—. Es un punto ciego perfecto para una emboscada.
—Lo sé —respondió Scar con frialdad—, pero es el único camino.
El grupo se adentró en el pasaje con cautela. Sus pasos resonaban contra las paredes, amplificados por la estrechez del lugar. El viento susurraba entre las grietas, pero no lograba ahogar el sonido más inquietante de todos: el silencio absoluto.
Tarek se mantuvo cerca de sus hijos, su musculatura estaba tensa. Scar notó cómo el león giraba sus orejas de un lado a otro, captando cada sonido mínimo.
Fue entonces cuando lo sintió.
Un cambio en la brisa.
Un murmullo bajo.
Un movimiento furtivo.
Scar apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la primera sombra se abalanzara desde lo alto de la roca.
—¡Cuidado! —rugió, empujando a Amara y a los cachorros fuera del alcance de las garras que descendían.
Un rugido ensordecedor explotó en el estrecho pasaje. Desde las alturas, un grupo de hienas descendió en una lluvia de dientes y garras.
El caos se desató.
Jabari y Zuberi respondieron al instante, embistiendo contra los atacantes. Scar esquivó por poco a una hiena que intentó lanzarse sobre él, girando y propinándole un zarpazo en el rostro.
—¡Sigan corriendo! —gritó Scar—. ¡No se detengan!
Amara agarró a los cachorros por el cuello y los empujó hacia adelante, pero otra hiena le bloqueó el paso. Su hocico chorreaba saliva, y sus ojos brillaban con un hambre salvaje.
Tarek se interpuso antes de que pudiera acercarse más.
—¡No los toques! —rugió, lanzándose con una fuerza que no se esperaba de un león agotado.
El impacto hizo que la hiena rodara por el suelo, pero otras dos se lanzaron sobre él.
Scar vio la escena y supo que no podían quedarse allí mucho más. El desfiladero era una trampa mortal.
Con un rugido feroz, embistió a una de las hienas, haciéndola chocar contra la pared de roca.
—¡Jabari, Zuberi! ¡Sáquenlos de aquí!
Sus compañeros no dudaron. Con rápidos movimientos, rodearon a Amara y a los cachorros, guiándolos hacia la salida del paso estrecho.
Scar se quedó atrás, cubriendo su retirada. Tarek, aún rodeado, gruñó con rabia, pero Scar lo empujó con fuerza.
—¡Corre!
El león de gran melena dudó por un segundo, pero cuando vio que sus cachorros ya estaban a salvo, obedeció.
Scar fue el último en salir, justo cuando las hienas intentaban reorganizarse para otro ataque. Pero el grupo ya estaba fuera del desfiladero, corriendo a campo abierto.
Las hienas no los persiguieron.
Scar se detuvo unos metros más adelante, girando para verlas. Permanecían en la entrada de la garganta rocosa, observándolos con sonrisas burlonas y miradas llenas de promesas siniestras.
Esto no ha terminado.
La voz en su mente era clara, pero no lo dijo en voz alta.
Respiró hondo y se giró hacia los demás.
Los cachorros estaban temblando, pero a salvo. Amara los calmaba con suaves lamidas. Tarek se mantenía cerca, con la respiración agitada, pero sin heridas graves.
—No fue coincidencia —dijo Jabari, su voz firme—. Nos esperaban.
Scar apretó la mandíbula.
—Lo sé.
—¿Crees que volverán? —preguntó Zuberi escupiendo sangre de su hocico.
Scar miró una vez más hacia el desfiladero.
Las hienas seguían allí. No atacaban. Solo observaban.
Finalmente, una de ellas sonrió y desapareció en las sombras.
Scar sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Sí —murmuró—. Y la próxima vez… vendrán con más.
El grupo caminó en silencio durante lo que pareció una eternidad. Cada uno de los miembros de la Guardia del León, aunque con el cuerpo agotado por la batalla, se mantenía alerta. El aire, ahora más fresco al salir de las rocas, traía consigo la sensación de que la pesadilla había quedado atrás… por ahora.
La pequeña guarida apareció en la penumbra como un refugio improvisado. Un espacio angosto, rodeado de piedras y arbustos, donde la vegetación se apretaba contra las paredes de la montaña. Scar echó una mirada rápida hacia atrás, asegurándose de que no había signos de que las hienas los hubieran seguido. Cuando estuvo convencido de que no había peligro inminente, asintió hacia Tarek, indicándole que podían descansar.
—Es aquí —dijo Tarek, con voz áspera—. Es todo lo que tengo para ofrecerles.
Amara dirigió a los cachorros hacia una pequeña esquina protegida, donde se acomodaron para descansar. Tarek, por su parte, se sentó junto a una roca, mirando al cielo estrellado, como si las estrellas pudieran ofrecerle algún consuelo.
Scar ante verlo así, se acercó, observando el desgaste que tenía el gran león. Tarek no era el león fuerte y decidido que había sido antes. La tristeza en sus ojos era palpable. Sabía que debía estar luchando con recuerdos dolorosos.
—Tarek —dijo Scar, en un tono bajo—. Si quieres hablar… más bien...si necesitas,aquí estoy,¿sí?
El león de melena negra y mechones blancos cerró los ojos por un momento, como si estuviera buscando las palabras que necesitaba para expresarse. Finalmente, su voz retumbó en el silencio, algo quebrada.
—Perdí a mi amada hace no muchas lunas—comenzó, mirando las estrellas, como si buscara respuestas entre ellas—. Nos habíamos conocido desde jóvenes. Ella era mi compañera, mi igual en todos los aspectos. Juntos construimos una vida, una manada. Era fuerte, sabia, hermosa. No había nada que nos separara…
Un pesado silencio se extendió sobre el grupo. Los cachorros se acurrucaron más cerca de Amara, percibiendo la tristeza en el aire.
—La manada cayó en el caos tras su partida. Sin ella, todos perdieron el rumbo. Yo me perdí. Perdí mi propósito,aunque traté de encontrar consuelo, pero siento mucho vacio...
Scar lo miró fijamente. Sabía que Tarek estaba hablando de la misma lucha interna que él había vivido, en su propia manera, por todo lo perdido. Pero había algo más en la mirada de Tarek, algo que parecía indicar que el peso de su pasado no lo dejaba irse completamente.
—¿Y cómo encontraste a Amara? —preguntó Zuberi, rompiendo el silencio con suavidad. Estaba sentado a un costado, observando atentamente.
—Amara… apareció en mi vida cuando más la necesitaba. Encontrarla fue un golpe de suerte, o tal vez...—el gran león se acomodó la melena y soltó un gran bostezo—La encontré luchando por su vida, sola...unas hienas la acorralaron,y ella se desvaneció sin razón,allí la fuí a rescatar,cuando despertó simplemente le pregunté si necesitaba ayuda...
Los ojos de todos estaban fijos en él, captando cada palabra que salía de su boca, como si el aire mismo se hubiera detenido en espera.
Amara, aún al cuidado de los cachorros, observaba con suavidad a su compañero, sin interrumpirlo. El viento suave que corría por la guarida parecía arrullar a los pequeños, quienes estaban demasiado agotados para comprender las profundidades del dolor que se respiraba en el aire.
—No estaba buscando compañía, ni mucho menos… —continuó Tarek, casi susurrando—. Fue como si, por fin, pudiera ver un rayo de esperanza entre tanta oscuridad.
Scar lo miró en silencio, comprendiendo el significado de esas palabras. En la vida de un león, encontrar a alguien en quien confiar, especialmente después de perder tanto, era como hallar una joya rara en la oscuridad.
—¿Y...qué pasó después? —preguntó Jabari, con la mirada fija en Tarek, intrigado por la historia que aún parecía incompleta.
Tarek respiró hondo, mirando las estrellas una vez más, como si buscara consuelo en la distancia. Luego, dejó escapar un suspiro pesado.
—Juntos tratamos de reconstruir lo que había quedado de mi manada...pero las amenazas no tardaron en llegar,salí a buscar ayuda esa noche,y las siguientes,pero solamente me topaba con el mal en todas partes...no podia dejar solo a todo lo que me importa...mis pequeñines,así que Amara se ofreció en ser su nana...
Scar no pudo evitar un leve asentimiento. Sabía que Tarek había encontrado algo más en Amara que una simple aliada. Había encontrado un reflejo de lo que él mismo necesitaba: alguien con quien compartir su lucha, su propósito e incluso cuidar sus tres tesoros: Shani,Amani y Koa
—Entonces, ¿fue aquí donde se unieron? —preguntó Scar, refiriéndose al momento en que la manada de Tarek había comenzado a buscar refugio, protegiendo a los pequeños.
Tarek asintió lentamente, su expresión serena pero grave.
—Sí. Después de ese ataque, decidimos que no podíamos seguir solos. Tuvimos que encontrar más que sobrevivir. Pero ahora, verlos a ustedes, ver a los cachorros… me recuerda lo frágiles que somos, y cómo la vida siempre puede cambiar
Un escalofrío recorrió la espalda de Scar, las imágenes del futuro se mezclaban con las del pasado, y no podía evitar preguntarse si también él sería capaz de mantener su fuerza, de proteger a aquellos que se habían unido bajo su sombra.
Amara, que había estado en silencio todo este tiempo, se acercó lentamente a Tarek. Colocó una pata sobre su hombro, ofreciendo una calma que parecía tranquila, pero que cargaba con su propia historia de lucha.
—Es por eso que estamos juntos, Tarek —dijo ella con suavidad—. Porque sabemos lo que significa perderlo todo, y lo que significa volver a empezar...
El viento soplaba suave, pero no lograba disipar del todo la tensión que flotaba en el aire. La guarida era pequeña, resguardada entre las rocas, pero el peso de las historias compartidas hacía que se sintiera más estrecha de lo que realmente era. Los cachorros, ya más tranquilos, comenzaban a dormirse, ajenos a las conversaciones que aún rondaban en la penumbra. Afuera, la noche se extendía profunda y estrellada, envolviéndolo todo en un manto pesado.
Scar se alejó del grupo con pasos lentos, dirigiéndose a la entrada de la guarida. Su mirada se alzó hacia el cielo, donde las estrellas titilaban con indiferencia. Algo dentro de él seguía inquieto, como si aún quedara algo sin decir, algo que se había quedado atascado en su pecho mucho antes de esta noche.
Amara se acercó en silencio, con esa forma suya de moverse que no necesitaba anunciarse. Se detuvo a su lado, sin apurarlo con palabras.
—Lo que más temo es que todo esto termine —Scar habló finalmente, su voz baja, casi como si estuviera hablando consigo mismo—. Apenas sobrevivimos... ¿Y si en algún momento simplemente no podemos más?
Amara lo miró de reojo, sin prisa en responder. Después de un momento, suspiró, sentándose cerca sin demasiado protocolo.
—Supongo que nadie puede saberlo —dijo con simpleza—. Pero ya hemos llegado hasta acá, ¿no?
Scar dejó escapar un leve resoplido, sin despegar los ojos del cielo.
—Eso no significa que vaya a durar.
—No, pero tampoco significa que vaya a terminar mañana.
Scar no respondió de inmediato. El silencio se acomodó entre ellos, más cómodo que incómodo. Amara no intentó llenarlo con frases rebuscadas ni palabras de consuelo vacías. Scar lo agradeció.
A lo lejos, Tarek los observaba desde la entrada de la guarida. Había escuchado parte de la conversación y se acercó, su andar tranquilo pero con la seriedad de alguien que también cargaba con sus propias preocupaciones.
—Si nos ponemos a pensar demasiado en el futuro, nos vamos a volver locos —dijo con tono práctico, sentándose cerca—. Lo único que podemos hacer es seguir adelante.
Scar soltó un resoplido, entre cansancio y resignación.
—Qué fácil suena cuando lo dices así.
—Porque no hay más opciones. O sigues adelante, o te quedas atrás. Y dudo que quieras quedarte atrás...
Scar lo miró de reojo con una sombra de sonrisa cansada en el rostro. No era la respuesta que estaba buscando, pero tal vez era la única que importaba.
Las horas pasaron en la guarida, y el silencio reinó mientras la noche se extendía sobre el desolado paisaje. Afuera, el viento silbaba suavemente entre las rocas, arrastrando el polvo del suelo seco. Los cachorros dormían profundamente, protegidos por el cálido abrazo de Amara, que los mantenía cerca, su pecho subiendo y bajando con cada respiración pausada.
Tarek, en cambio, no dormía del todo. Sus ojos entrecerrados se mantenían fijos en la lejanía, observando las estrellas que titilaban en lo alto del cielo. Desde que habían emprendido aquella huida desesperada, el león de melena negra y blanca no había encontrado un solo momento de verdadera tranquilidad. Cada sombra parecía esconder una amenaza, cada sonido nocturno le recordaba que el peligro nunca estaba demasiado lejos.
Scar, por su parte, también seguía despierto. Su postura era relajada, pero sus sentidos permanecían alerta. Había vivido demasiado tiempo con la certeza de que la calma podía ser solo la antesala de la tormenta.
El tiempo transcurrió lentamente, hasta que finalmente, cuando las primeras luces del alba comenzaron a teñir el horizonte de tonos morados y rosados, Tarek se movió. Parpadeó un par de veces, desperezándose con un leve estiramiento, y dejó escapar un suspiro antes de acercarse a Scar.
El león de melena oscura seguía inmóvil, su mirada perdida en el horizonte.
—¿Tienes que volver, verdad? —preguntó Tarek en voz baja, su tono estaba impregnado de resignación.
Scar desvió la mirada del paisaje y la posó en él, notando la preocupación en su expresión.
—Sí.
—Disculpa el atrevimiento, pero...—Tarek titubeó un instante antes de continuar—¿Qué haremos nosotros?
Había una vulnerabilidad en su voz que Scar no pudo ignorar. No se trataba solo de él. Se trataba de Amara y los cachorros. Se trataba de encontrar un lugar donde ya no tuvieran que huir.
Scar se giró lentamente hacia él, y por primera vez en toda la noche, su mirada adquirió una suavidad inusual.
—Vendrán conmigo —afirmó sin dudar.
—¿Con tu hermano? —Tarek frunció el ceño—¿Estás seguro?
—Sí.
Hubo un momento de silencio entre ambos. El rostro de Tarek reflejaba la duda que lo carcomía por dentro.
—¿Y qué significa eso, exactamente? —preguntó finalmente, su voz medida—. ¿Mi presencia y la de los cachorros serán aceptadas?
—Significa que estaremos a salvo.—Scar inspiró hondo, comprendiendo las preocupaciones de Tarek—Mufasa no los rechazará,ni a Amara,ni a tu manada,ni a tus cachorros y ni a ti.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?—masculló Tarek con inseguridad—.
—Porque conozco a mi hermano —dijo con calma—. Mufasa no es un líder que cierre las puertas a quienes lo necesitan. Su reino es un lugar de equilibrio, de protección. No tiene razones para negarles un hogar.
Tarek bajó la vista un instante, procesando aquellas palabras. Toda su vida había sido una lucha constante, un intento desesperado de encontrar un refugio que nunca parecía durar demasiado.
—No hay precio que pagar, si es lo que temes —continuó Scar, percibiendo la incertidumbre en él—. No te estoy ofreciendo esto con condiciones ocultas ni esperando algo a cambio. Solo quiero que entiendas que puedes dejar de huir.
—Pensé que después de todo lo que hemos pasado, lo único que nos quedaría sería seguir huyendo —admitió el león de mechones blancos con un amargo susurro.
Scar lo observó en silencio por un momento antes de responder.
—No tienes que hacerlo más.
El león de melena bicolor levantó la vista, encontrándose con la mirada firme de Scar. No había titubeo en su voz, ni rastros de segundas intenciones. Solo una verdad sencilla, algo que Tarek no había escuchado en mucho tiempo: estarían a salvo pronto.
Sus ojos se dirigieron a Amara y a los cachorros, aún dormidos. Por primera vez en mucho tiempo, el amanecer no traía consigo la urgencia de seguir huyendo.
Asintió lentamente.
—Si Mufasa busca paz... entonces tal vez sea lo que todos necesitamos.
El amanecer se extendía lentamente sobre el horizonte, tiñendo el cielo de suaves tonos dorados y lavanda. El aire fresco de la mañana se filtraba entre las rocas, trayendo consigo la promesa de un nuevo comienzo.
Scar y Tarek se mantuvieron en silencio unos instantes más, contemplando el paisaje que despertaba. Pero la quietud no podía durar mucho más. Era momento de partir.
Tarek suspiró y se volvió hacia Amara y los cachorros. Ella seguía dormida, su respiración tranquila mientras los pequeños se acurrucaban contra su cuerpo en busca de calor. La escena era serena, pero Tarek sabía que no podían permitirse seguir descansando. Se acercó con cautela, procurando no sobresaltarlos.
—Amara —susurró con suavidad, inclinando el rostro hacia ella.
La leona maulló levemente antes de entreabrir los ojos. Su expresión pasó de la confusión al reconocimiento en cuestión de segundos.
—¿Tarek? —murmuró, aún adormilada.
—Es hora de irnos —respondió él en voz baja, con una mirada tranquilizadora—. Iremos a la Roca del Rey.
Amara parpadeó varias veces, su mente aún atrapada entre el sueño y la vigilia. Poco a poco, la realidad la alcanzó, y sus orejas se alzaron en alerta.
—¿La...Roca del Rey? —preguntó en un murmullo, casi temiendo la respuesta.
—Así es...—Scar afirmó con seguridad dando un paso hacia adelante—. Mi hermano Mufasa los recibirá.
Amara lo miró fijamente, intentando encontrar algún indicio de duda en sus palabras, pero no lo había. Finalmente, asintió, aunque la cautela aún se reflejaba en sus ojos.
No muy lejos de ellos, dos figuras se removieron con pereza. Jabari y Zuberi, que habían dormido cerca de Amara para protegerlos durante la noche, despertaron al escuchar las voces. Ambos leones se incorporaron con movimientos lentos, sacudiéndose la somnolencia de encima.
—¿Nos vamos ya? —preguntó Jabari con un bostezo, estirando sus patas delanteras.
—Sí —asintió Scar, observándolos de reojo—. No podemos demorarnos... deben estar preocupados.
Zuberi ladeó la cabeza, analizando a la pequeña familia que aún despertaba. Su mirada se suavizó ligeramente antes de asentir.
—Entonces nos aseguraremos de que el camino sea seguro —declaró con determinación.
Antes de que pudieran continuar, un pequeño bostezo interrumpió la conversación. Uno de los cachorros se removió entre los pliegues del pelaje de Amara, parpadeando con somnolencia.
—¿A dónde vamos…? —murmuró con voz pastosa, frotándose los ojitos con una de sus patitas.
Tarek esbozó una sonrisa leve y bajó la cabeza hasta su altura.
—A un lugar seguro —respondió con suavidad—. Un nuevo hogar.
El pequeño parpadeó otra vez, como si intentara comprender completamente lo que significaban esas palabras, pero antes de poder formular otra pregunta, sus hermanas comenzaron a despertarse también.
—¿Nana? —gimió la cachorrita más oscura, removiéndose.
Amara los calmó con un roce de su hocico, llenándolos de mimos rápidos antes de incorporarse lentamente.
—No se preocupen, pequeños —les dijo con una voz dulce y tranquilizadora—. Estamos juntos.
Scar observó la escena en silencio. Había algo en la ternura de aquel momento que le resultaba ajeno, pero también extrañamente reconfortante. No era su deber proteger a esa familia, y sin embargo, algo dentro de él se sintió responsable por lo que sucediera después.
Justo cuando se disponían a partir, tres figuras felinas emergieron desde un sendero cercano. Eran las tres leonas de la manada de Tarek, que habían estado explorando las cercanías y volvían en busca de él. Al verlo con los cachorros y Amara, sus expresiones pasaron de la sorpresa a la cautela.
—Tarek —dijo una de ellas, frunciendo ligeramente el ceño—. ¿Qué está pasando?
—Nos vamos —respondió sin rodeos—. Scar nos ha ofrecido un lugar en la manada de su hermano. Allí estaremos a salvo.
Las leonas se miraron entre sí, procesando la información. Durante años habían permanecido con Tarek, compartiendo altibajos, protegiéndose mutuamente. La idea de separarse de él no parecía fácil.
—¿Eso significa que debemos quedarnos atrás? —preguntó otra de ellas, con cierta vacilación en su voz.
—No —negó y masculló con sinceridad—. Si desean venir, las llevaré conmigo. Pero esta es su decisión. No quiero forzarlas a seguirme si creen que su camino es otro.
Hubo un silencio breve mientras las leonas intercambiaban miradas. Finalmente, una de ellas dio un paso adelante.
—Siempre hemos estado juntos, Tarek. No vamos a separarnos ahora.
Las otras dos asintieron en acuerdo. Tarek sonrió con alivio.
—Entonces vámonos—Scar dijo sin más girandose en dirección a su dulce hogar—.
El viento soplaba con suavidad, meciendo su melena oscura mientras sus patas se deslizaban con confianza sobre la tierra seca.
Detrás de él, Tarek, Amara, los cachorros, las tres leonas, Jabari y Zuberi lo siguieron.
El viaje hacia su hogar había comenzado...
XoXo: luvvstp
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