𝑃𝑟𝑜́𝑙𝑜𝑔𝑜
Era una tarde de otoño la primera vez que lo vi, el sol se escondía dejando un rastro anaranjado a su paso, coloreando suavemente lo que tocaba, incluyéndolo a él; quien estaba recargado en un poste, con su respiración serena y posición despreocupada. Mordía sus labios rosas, y de vez en cuando, llevaba su lengua a calmar el escozor de la zona, sin embargo, aunque la aparente tranquilidad se asentaba en sus facciones, en sus ojos podía ver desasosiego. Quizá se encontraba esperando a alguien, quizá se había extraviado o solamente quizás, estaba ahí para que yo lo encontrase. Y pese a que tuviera tantas ganas de acercarme a él, simplemente seguí mi camino.
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