CAPÍTULO 2
- Y recuerda no hablar mucho, Anne- dijo Rachael que estaba sentada junto con Marilla en la mesa.
Estaban mirando diferentes recetas de postres que tenían apuntadas en unas viejas y unas desgastadas libretas.
Aún recuerdo la primera vez que vi la letra de la señora Lynde en una receta ¡Mil demonios! Era realmente espantosa, en mi humilde opinión. Recuerdo no poder entender ni una sola palabra ¡Increible!
Según ella lo hacía a propósito, no quería que nadie pudiera duplicar ni una de sus increíbles recetas que habían descendido de su abuela.
Por fin ya era viernes, lo cual significaba que en el día de mañana Gilbert se quedaría en casa por no tener que ir al colegio. Estos cinco días nuestros encuentros han sido de lo más cortantes, incluso a veces ni una palabra intercambiamos.
Al hablar con Diana pude enterarme de que era el chico de preferencia de todas las chicas en Avonlea. Eso es porque no han tenido los encuentros que yo tuve con él, si fuera, al contrario, estoy segura que ninguna de ellas se atrevería a exponer su admiración hacia el chico.
Para mí, un hombre no es solo la belleza exterior, ni mucho menos. Como diría la princesa Cordelia, amar el exterior es solo amar el inicio ser del humano. Un chico debe tener diferentes cualidades y sobresalir en algo, sin importar su ámbito. Que sea amable y caballeroso, pero que tampoco lo haga todo el trabajo solo, somos un equipo, que entienda mis ambiciones, igual de importantes que las suyas propias. Cualidades sin duda imprescindibles.
¡Ah! Y que no tenga el pelo rojo y abundantes pecas.
Un chico que sin duda no se parece ni lo más mínimo a Gilbert Blythe.
Después de un camino lleno de árboles grandiosos flores silvestres y prados verdes llegué a la casa de los Blythe.
Llamé a la puerta antes de entrar:
-Buenos días, ¿Cómo se encuentra Señor Blythe? - le pregunté mientras me acercaba a su cama para ponerle un plato de galletas que había hecho Rachael.
-Mejor que ayer. Muchas gracias, Anne. - Antes de que pudiera salir de la habitación me volvió a hablar- Anne, sé que mañana debería ser tu día libre, pero por desgracia Gilbert estará trabajando en el huerto y no me podrá atender. Así que me preguntaba si podrías venir mañana también. Tranquila, te pagaré por el día de trabajo.
Su oferta me gustaba, aunque no me hacía mucha gracia volver en un día de fiesta. Y menos ver a Gilbert.
Le sonreí y después de asegurarle que mañana me encontraría aquí lo antes que pudiera, me dispuse a cocinar algo en la cocina.
Cuando tenía algunos de los ingredientes que necesitaba para el pastel de manzana en la mesa, algo en el exterior llamó mi atención.
Eran las ramas de un árbol, decoradas con abundantes y delicadas flores, se iban chocando contra una de las ventanas que daba a la cocina.
Eran preciosas.
Sin dudarlo ni lo más mínimo, abrí la ventana y arranqué unas cuantas ramas para después de eso crear una preciosa diadema que me puse en la cabeza. Era digno de que la princesa Cordelia lo llevara.
Una princesa, aparte de su diadema, también necesita un vestido. Así que cogí el mantel que había sobre la mesa y me lo enredé por el cuerpo, imaginando en su lugar un vestido azul pastel, decorado con las mismas flores de la diadema y unas preciosas perlas blancas colgando de él.
Empecé a mezclar algunos ingredientes mientras tarareaba la canción que suele tararear Marilla mientras se encontraba en la cocina.
Se podía escuchar el canto de algunos pájaros que habían llegado en la ventana, observándome cómo iba bailando al ritmo de la canción.
Abrí la ventana alentando a los pájaros a entrar, seguro que querían danzar conmigo.
-¿Qué dice?¿Qué si quiero bailar con usted?- contesté al príncipe que imaginé que me venía a invitar a bailar.
-Es usted muy buen bailarín.
Me seguía moviendo por la cocina, con los brazos alzados, como si pusiera abrazarle.
Cerré los ojos para poder tener una visión más realista.
Estaba tan centrada en el baile y en transformar la vieja cocina en un espléndido salón de baile que no había escuchado la puerta principal abrir y cerrarse.
- ¿Se encuentra bien? - dijo una voz preocupada. Al abrir los ojos me encontré a Gilbert apoyado al marco de la puerta con unos libros en su mano, mirándome con intriga,
Que suerte tiene al poder ir a la escuela, leer, aprender y conocer a más personas. Es algo que, por el momento, solo seré capaz de hacer en mi imaginación.
- ¿Hola? - preguntó mientras volvía a la realidad.
Lo miré y a la velocidad de la luz, me quité el mantel y lo volví a poner en la mesa.
Al mirar al mi alrededor vi como la comida estaba por el suelo y como los pájaros aprovechan para comerse el resto.
-Sí, sí, todo... bien. - respondí un poco avergonzada. No solía hacer de princesa Cordelia delante de la gente. Solo Marillia y Diana tenían el privilegio de poderla conocer.
Empecé a recoger la comida del suelo cuando noté a su cuerpo acercarse al mío mientras se iba agachando para estar a mi altura.
-Bonita diadema. - espetó mientras acariciaba a una de las flores para luego arrancarla y levantarse.
Sin decir nada más, dejó sus libros en la mesa y salió de la cocina dirigiéndose al huerto.
No sabía cómo reaccionar, no se había enfadado por el destrozo de la cocina ni por ser Cordelia como pensé que haría.
-Adiós, señor Blythe. Le veré mañana. - me despedí de él.
-Adiós, Anne.
Salí de la casa y después de unos minutos de caminar, escuché como alguien pronunciaba mi nombre por detrás:
- ¡Anne, esperame!- era Diana que venía corriendo en mi dirección.
Como siempre estaba guapísima, su pelo negro se encontraba recogido semi- recogido en una bonita trenza. Seguro que con un par de flores amarillas resaltaría aún más su belleza. Llevaba un azul vestido perfectamente planchado, por el color resaltaba su pálida piel.
- ¿A dónde vas, Diana? - le pregunté mientras entrelazábamos brazos.
-Estaba yendo en la casa de los Lynde para darles una carta por parte de mis padres. Que suerte verte.
Estuvimos hablando hasta que llegamos en la casa de Rachael, antes de irse, Diana se giró y me dijo:
-Por cierto, Anne, mañana por la mañana nos vamos a reunir todas las chicas a tomar té. Por favor, ven. - suplicó con una sonrisa gigante.
Me parecía una buena idea. Podía ir antes de ir a cuidar al señor Blythe.
-Claro- contesté muy segura - pero no por mucho tiempo, que tengo trabajo- añadí mientras miraba como una ardilla subía por un árbol.
-Perfecto- su sonrisa se había hecho aún más grande.
Nos abrazamos y mientras ella llamaba en la casa, yo seguí mi camino hacia Tejas Verdes.
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