𝐄𝐩𝐢𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞
𝐄𝐩𝐢𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞
❝ Tomorrow Is Another Day ❞
— ¿Cómo es posible que no hables bien el idioma pero puedas insultar por cinco minutos enteros a un compañero?— preguntó Paul, enojado, a Tord. Tanto el adolescente como su otro padre estaban riendo— ¡Cinco minutos de insultos en cuatro idiomas! ¿Cómo diablos sabes decir insultos pero no saludar?
— Sé saludar— respondió el noruego, entre risas—, lo que pasa es que soy grosero y no me gusta hacerlo.
Casi dieciocho años.
— ¡Tú deja de reírte! ¡Se supone que estás de mi lado!— le gritó a Patryck, lo que solo ocasionó que él y su hijo se rieran aún más—. ¿Por qué te ríes? ¡Pat!
— No puedo creer que lleves conociendo a Tord por trece años y apenas notes lo grosero que es— dijo—. Ah, por eso te amo, Paul.
Uno y medio desde eso.
— Si van a empezar a besarse, prefiero irme— dijo Tord, aún riendo, entre risas. Paul quiso gritarle, pero Patryck lo detuvo.
¿Cómo carajos Rusia los hizo tan cariñosos?
En ese tiempo, Tord había comenzado de nuevo, en un nuevo lugar, con un nuevo idioma y un nuevo y horrible sistema educativo.
No importa el lugar, la escuela es horrible.
Se había conseguido un grupo de amigos igual de dañados que él y, con suerte, conseguiría arrastrarlos a Noruega en fin de año. Cumplía dieciocho y había obligado a Paul a dejar por escrito que a esa edad lo dejarían viajar a dónde quisiera desde el momento en que se enteró que lo iban a adoptar. Cuando el tema salió, Patryck solo se rió de su pareja y le preguntó a Tord dónde quería ir.
Su respuesta original, poco menos de seis meses atrás, había sido Inglaterra.
Después de encontrarlo llorando, Patryck había hablado muy seriamente con él como no lo había hecho desde que, cuando era pequeño, le explicó acerca de su relación con Paul y los motivos por los que le adoptaban. Se había desvinculado de la manera más abrupta que había encontrado de Edd y la ultima vez que vió a Matt fue en una situación poco favorable y tenía que dejarlo ir.
Aceptar que ya no está y que él había decidido salir pronto de la vida de los demás.
Lo trabajó desde entonces. Había pasado por mucho desde que llegó a Rusia, y supuso que eso fue lo que mejor le hizo en el momento.
Aunque no iba a negar que extrañaba el grupo de vez en cuando.
La tierra sigue girando, de cualquier forma.
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— ¡Esa regla no existe!
— ¡Yo hice el juego! ¡La regla es válida!
— ¡La regla es 'Si eres Elliot, eres idiota'!
— ¿Y no?
Tom estaba teniendo un buen rato mientras, junto con Elliot y otro tipo llamado Eddie Bawley, trataba de crear un juego de cartas. Había estado al menos el último mes diseñando las cartas y había obligado a sus dos amigos a probarlo.
— Me parece válida— dijo Eddie, lo que causó un suspiro de parte de Elliot y una risa de Thomas—. Pero mencionaste que tú hiciste el juego y eso, amigo, es una historia de transfondo.
— Oh, mierda.
Tom había encontrado muy buenos amigos, si era sincero.
— Y eso me da diez cartas, ¡Muffin Time!— dijo Eddie, lo que causó que los otros dos tipos se miraran entre sí, pensando si podían hacer algo para evitar que ganase Eddie. Obviamente, no tenían mucho para hacer que perdiera, así que en el siguiente turno, Eddie ganó.
— Recuérdame agregar una carta para que Eddie sea tonto— dijo Tom, lo que causó una risa de Elliot.
— Pero quitas la mía.
— Vale.
Había encontrado muy buenos amigos.
— Bueno— se levantó Bawley— ¿Quieren seguir o mejor nos ponemos a trabajar?
Amigos que me ayudaron incluso después de aquello.
— ¡Esto es trabajo!— dijo Tom
— ¡Es el juego de un Muffin suicida, no cuenta!— gritó Edd a lo lejos.
— ¡Se venderá bien cuando lo saquemos!
— Para eso hay que hacer que la gente conozca el Muffin— dijo Elliot—. Llamaré a Todd, tal vez tenga algo.
Amigos que, para variar, le habían obligado a ser responsable.
Cuando cumplió diecinueve, se mudó solo a un departamento con sus amigos y había aprendido a usar las redes para vivir de eso.
Tenemos un par de animaciones exitosas y, si somos buenos, podemos sacarle provecho.
Un grupo de amigos nuevos. Había hecho lo que podía para sobrellevar cómo había terminado la amistad más larga que había tenido, y parte de eso fue crear a un personaje recordando constantemente a el mundo lo mucho que deseaba morir.
Al menos lo dice y no lo guarda
Les había parecido divertido y habían conseguido un niño que dijera 'I wanna die' para una animación de dos segundos. De ahí habían comenzado a crear pequeñas animaciones de dos minutos llenas de bromas estúpidas.
Funciona bien. Incluso conocimos a Todd y él ya era exitoso mucho antes.
Cómo dije, la tierra seguía rodeando al sol.
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— Hola.
Me siento ridículo.
— No he venido hace tiempo, ¿Eh?
Lo siento.
— ¿Te han visitado los demás mientras yo me hacía idiota? No creo, últimamente han estado siendo idiotas más idiotas que antes.
Casi veinte años.
Edd Gould se sentó junto a la estructura de piedra que se solía poner en los panteones. Tenía al menos dos años que no aparecía ahí, junto a lo que alguna vez fue uno de sus mejores amigos.
Irónico, ¿No?
— ¿Sabías que Tord va a venir en dos meses? Hace poco me contactó— dijo, con un poco de tristeza—. Dijo que Tom se había hecho popular en su lado del mundo y quería ir a golpearlo. No supe a qué se refería hasta que lo busqué.
— Resulta ser que el muy idiota se hizo famoso por dirigir una animación hace años, y ahora sacó una canción suicida— rió—. Seguramente te gustaría. Cuando la escuché, pensé en ti.
Por esto estoy aquí, supongo.
— He estado pensando mucho en lo que pasó— dijo, después de un rato de silencio—. Ojalá hubiera sabido cómo evitarlo.
Me gustabas, ¿Sabías eso?
— Tal vez si no hubiera sido un grano en el culo en Orientación, no habría pasado esto. Si hubiera parado a Tord con los chistes de las hermanas y hubiera sido yo quien te invitase a casa ese día, seguro no habría pasado eso.
Pero pasó.
Edd se levantó—. Solo venía a saludarte. Tenía tiempo que no venía y, bueno, si yo estuviera ahí abajo, me gustaría que me visitaran.
Además, te sigo extrañando.
— Nos vemos.
Pronto, no dentro de dos años.
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Caminar por el centro de la ciudad se había vuelto su rutina diaria. Horas y horas de caminata, sentarse, pensar, guardarse las lágrimas para después y seguir caminando. Llevaba desde la mañana del sábado caminando sin dirección alguna.
Sólo así no se podría perder.
Había tratado de visitar a sus amigos. Tord y Edd. No se había atrevido con ninguno, con el primero por haber llegado en el momento adecuado para descubrir que se iría a Rusia y el segundo por saber que gustaba de él.
Thomas ni siquiera necesita ser mencionado.
Tord no era el único que se iría.
Su madre había hablado con él al final. Había acertado cuando pensó que la reacción inmediata sería mandarle con su abuela, pues fue aquello lo que le dijo su madre. A más tardar mediados de noviembre, el pelirrojo estaría viviendo en otra ciudad.
¿No es lo mejor?
Se suponía que debía estar en la escuela, tratando de explicar que se iría, agradeciendo a Tord y tratando de convivir con Edd, pero sus pies le habían guiado a otro lado. Lugares que no planeaba visitar, pero que fueron parte de su trayecto ese día.
La primaria.
La invitación había llegado. Su instinto había sido pensar que iría con Edd, tal vez Tord, y se quejarían. Había puesto dinero, ¿Tal vez podría comprar algo? Un regalo, algo para sus amigos antes de mudarse. Era extraño pensar en eso, pero había evitado tanto el tema entre sus conversaciones mentales que, cuando comenzó a pensar en él, se sintió aliviado.
Siguió caminando. De pronto se vio en el centro de la ciudad, y, de un parque, escuchó música.
Libiamo, libiamo ne'lieti calici che la belleza infiora.
Algo se desbloqueó en su memoria.
Recordaba esa canción como algo significativo, recordaba que Patryck la ponía cuando iba a casa de Tord de pequeños, recordaba a la madre de Thomas poniéndola porque solo así se calmaba Tamara cuando bebé, y recordaba que alguna vez Edd había encontrado la misma canción y habían terminado viendo la ópera completa solos en su habitación.
E la fuggevol ora s'inebrii a voluttà.
Recordó a su propia madre, cantando esa canción, cuando era pequeño, demasiado pequeño. Recordó cómo conoció a Thomas, cómo se encontró con Edd por casualidad y, después, como Gordo se había juntado con ellos. Recordó bromas, juegos, días de pinta como aquel y, sobre todo, un concepto.
Vida.
¿Cómo podía describir aquello que estaba experimentando? Caminando hacia la escuela, no podía dejar de plantearse que su existencia no era mísera, no pudo dejar de recordar cómo cada uno de sus amigos (en sus toscas maneras) habían tratado de recordarle que seguía vivo y que seguían ahí.
Epifanía.
Era lunes, finales de septiembre, y todo parecía cobrar sentido.
¿Qué haces cuando se acaba un capítulo?
Te sujetas fuerte.
En medio de el ruido que sus pensamientos provocaban, el chico no se percató del vehículo, no hasta que fue demasiado tarde.
Sin embargo, incluso cuando lo notó, no trató de huir.
El libro se había acabado, después de todo.
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