Capítulo 1
La impaciencia de empezar en un lugar nuevo siempre es contagiosa, la he sentido desde el primer instante en que pisé suelo alemán. Estar lejos de la familia, amigos, tener diferente cultura, al igual que un idioma completamente distante del natal hace que debas sentir algo de nervios al darte cuenta de que estás al fin viviendo tu propia vida. Como yo ahora mismo, estoy delante de la puerta principal de la Universidad de Música y Composición, aquí en Berlín.
No mentiré, aún no he terminado lo más mínimo de desempacar en mi nueva casa. Créanme, no me apetece nada tener la casa patas arribas mientras estoy fuera de ella, pero hoy mismo me solicitaron y no pude negarme a intentar conseguir el trabajo. ¿Por algo estoy aquí, cierto?
Camino nerviosa hacia dentro de la universidad. Veo todo tipo de alumnos caminando como locos de un lugar a otro intentando no llegar tarde a clases y agradezco infinitas veces que no se han fijado ni por un segundo en que soy una extraña invadiendo su espacio. Miro a mi alrededor siguiendo con la vista los grandes corredores de la institución antigua en la que estoy. Imagino que este tipo de arquitectura tenga más de cien años. Columnas del estilo gótico me dan la bienvenida al igual que los visibles detalles en el techo muy viejos pero obviamente restaurados. Continúo hasta llegar a la dirección del lugar, toco flojamente a la puerta y escucho respuesta inmediata de la directora para que entre.
—Buenos días —saludo en alemán intentando que cada palabra suene lo más natural posible ya que no quiero llamar demasiado la atención—, mi nombre es Victoria García, me han llamado ayer, solicité la vacante de profesora de piano hace unos meses.
Vale, lo he pillado. Puede que quizás debería haber omitido mi apellido si quería pasarme por una alemana más, se me ha olvidado. La directora debe tener entre unos cincuenta a sesenta años, pero esa supuesta edad no le impide mostrarse como una mujer hermosa y finísima, con pómulos marcados, un moño alto, ojos verdes y un labial rosa que le asienta demasiado bien.
—¡Oh! Al fin ha llegado, señorita García. —Me sorprendo con la velocidad que habla mientras esta me muestra una sonrisa de lo más angelical como si no notara mi cara de despistada—. He escuchado maravillas de usted. Si me permite la observación, me sorprende alguien tan joven y que tenga unos estudios excelentes quiera comenzar su carrera dando clases.
Una sonrisa de medio lado se posa en mis labios, miro con adoración a la directora pensando bien en la manera de responderle su comentario. Que por cierto, he escuchado en demasía en todos los años que llevo de músico.
—Voy a ser sincera, tengo veintisiete años y soy extranjera. Mejor que nadie sabe que ejercer como profesional en un país extranjero es complicado y prefiero comprobar mi pedagogía ya que igualmente mi final será impartiendo clases —respondo sincera y veo como de pronto se levanta, se coloca correctamente el botón de su saco verde olivo —combinado con sus ojos— y se dirige a la puerta.
—¿Me acompaña? —instantáneamente me levanto con expresión de sorpresa y comienzo a seguirla.
Pasamos por delante de muchísimas aulas donde se escuchaban las lecciones interpretadas por los alumnos. Admiro cada característica de la institución que cada vez me parece más hermosa. Sus acabados, sus techos, los arcos de entrada a cada aula junto a los vitrales de diferentes colores, sus paredes pintadas de un color arena claro y, obviamente, la pasión que se respira en este lugar es tan reconfortante que me siento orgullosa de haber llegado hasta aquí. Nos acercamos específicamente a una de las aulas más alejadas del centro del lugar, tiene un cartel pequeño en su parte superior donde se puede leer perfectamente las palabras "Aula central de piano".
Los nervios me vienen rápidamente. ¿Querrá que le toque alguna pieza? ¡Ay Dios, no! ¿Desde cuándo no prácticas, Victoria? A ver, concéntrate. ¿Liszt, Beethoven, Chopin, Mozart?
—Le presento a nuestro mejor profesor de piano, Cort Endler. —Subo la mirada hacia el hombre que se encuentra delante de mí. Está de espaldas, lleva uno de esos abrigos gigantes de color gris que contrastan con su pantalón azul de mezclilla y sus botas negras de cuero. Puedo notar que su cabello negro alborotado —el cual está recogido en un moño—quizás le llega un poco más abajo de las orejas.
—Es un placer. Soy Victoria García, señor Endler. —Menciono educada en lo que me acerco a él.
—Por favor, señorita García, dígame solo Cort —contesta entre risas mientras me da la oportunidad de poder ver su cara. Como un príncipe: labios carnosos, ojos azules, nariz decentemente perfilada y mandíbula firme. Más el agrego perfecto llamado: Sonrisa rompe-bragas.
—Victoria ha llegado hace unos días a Alemania, su universidad nos la ha recomendado como nueva profesora de piano. Quería saber qué pensabas sobre eso —comenta la directora sacándome de mi burbuja y vuelvo a concentrarme en Cort, el que parece será mi jefe. ¡Y qué jefe!
Victoria, es tu jefe...
—No tengo ningún problema con eso. Claro, mientras la señorita Victoria sea tan amable de darme su número de teléfono.
Momento, que me he perdido. ¿Acaba de insinuarse delante de su superiora? No es posible.
—Ya que seré tu jefe, necesito poder contactarme contigo en caso de alguna emergencia. —Aclara rápidamente, deduciendo por la expresión de mi cara.
—Bienvenida Victoria. —Regresoi atención a la directora—. Puedes venir mañana mismo a recoger tu listado de alumnos y horarios, espero que trabajar aquí sea para ti una experiencia aprovechable. —Sonrío por la emoción. Comienzo a asentir varias veces mientras que doy las gracias de forma eufórica, de la que estoy segura al llegar a mi casa me arrepentiré enormemente.
Pero, ¿saben qué? ¡Tengo el trabajo!
—Por favor —escucho mencionar a Cort mientras sujeta una libreta y un bolígrafo delante de mí—, apunta aquí tu número de teléfono y dirección.
—Vale. —Camino hacia el piano que tenemos justo en frente para apoyarme mejor al escribir. Garabateo rápidamente todo lo que mi jefe necesita saber y le entrego la hoja con una sonrisa en el rostro.
Me despido de él y salgo con una despampanante sonrisa hacia las afueras de la institución que posiblemente se vea desde China; la sonrisa, no la escuela. Miro la hora y son exactamente las doce y media del mediodía, definitivamente debería regresar a casa.
El viaje de regreso es tranquilo y lleno de alegrías internas. Le indico al taxista donde estacionarse, le pago y comienzo a buscar las llaves dentro de mi bolso para abrir la puerta. Al entrar me tiro sobre el sofá, que junto al televisor, es lo único que he colocado en la sala.
Agarro mi móvil esperando que alguna de las chicas esté despierta pero me equivoco. Allá deben ser cerca de las siete de la mañana y no creo que estén muy despejadas y listas para mi historia. Luego de revisar un poco las redes sociales decido ir a Telegram para ver si hay actualizaciones de algunos grupos que sigo y me encuentro, para mi sorpresa, un mensaje de hace dos días escrito por cierto engreído.
Claudio: Te he estado llamando y no me coges el teléfono. Sé que soy la última persona con la que quisieras hablar pero necesito tu ayuda.
Pongo los ojos en blanco y hecho la cabeza hacia atrás cansada. Está en lo cierto, no me apetece nada hablar con él pero no puedo negarme a ayudar a alguien. Veo el punto al lado de su foto de usuario que muestra que está en línea y decido acabar con esto ahora.
Yo: Buenos días, Claudio. Espero te encuentres en las mejores condiciones posibles. No he contestado a tus llamadas ya que estuve ocupada con las cosas de la casa. ¿Deseas algo?
Releo el mensaje intentando que no se note mucho las ganas que me faltan de decirle que busque a alguien más para sus cosas, pero decido controlarme. Además, el mensaje está bien para mí.
Claudio: ¿Buenos días? ¿En Berlín ya no es de tarde?
Yo: He saludado acorde con la hora establecida en nuestro país.
Claudio: Oh, entendido. Necesito tu ayuda.
Yo: ¿Qué deseas?
Claudio: Necesito un consejo tuyo. El problema es que me gusta alguien, o eso creo. El caso es que ella no me presta atención y ahora para colmo se ha mudado y no tengo forma de comunicarme con ella. ¿Debería olvidarme de ella o ir a buscarla y hablar?
Una sensación extraña se apodera de mí al leer el mensaje. ¿Está hablando en serio? ¿Acaso se ha enamorado de alguien? Las chicas no me han dicho nada sobre eso, aunque tampoco les pregunto por él. ¿Y por qué me pide consejo a mí? ¿Para qué quiere a los chicos? Esto definitivamente no me llevará a ningún lado, menos todavía si continúo interrogándome con preguntas estúpidas.
Pongo la mano sobre mi frente mientras la apoyo en mi muslo, intento pensar en la mejor respuesta que le puedo dar. Pienso unos momentos lo que debería decir y comienzo a escribir el mensaje.
Yo: Si crees que de verdad te gusta y hay oportunidad persíguela.
Yo: Si no es así, búscate otra.
Claudio: Está bien, te haré caso. Gracias :)
Bloqueo rápidamente el móvil al confirmar su respuesta. Demasiadas distracciones.
Me levanto del sofá y continúo hasta la cocina, noto el reguero de cajas y objetos por todo el piso. Suspiro frustrada, me recojo el pelo con una de las ligas que siempre llevo en la muñeca y me remango las mangas. ¡A trabajar!
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