#0 ❤︎𝐏𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐨❤︎
[Hace 1 año]
El cielo estaba totalmente lleno de nubes oscuras, completamente cargadas de agua, truenos, relámpagos y mucha, mucha, tempestad. Gotas de lluvia comenzaron a caer, el agua besó suavemente la superficie del suelo. Evitando, aún, empapar todo de una sola lamida.
El aire había reseado, los pastizales de las afueras de la cuidad, se mecieron en un baile lento con dicho elemento a su alrededor. El olor a humedad se extendió sin piedad por toda la atmosfera. La tierra húmeda se mantuvo absorbiendo todo lo que podía intentando ayudar a drenar todo el líquido de la parte posterior de las calles o terrenos, ubicados en la zona del aguacero.
En la cuidad de París, Francia. En el centro, justo donde se encontraban los suburbios. Unos pasos resonaron en el pavimento. Era una joven que se encontraba desplazándose de forma apresurada. Intentando alejarse por todos los medios de lo que sea que la estaba haciendo escapar de tal manera.
La muchacha, cada dos por tres, observaba sobre su hombro, para ver si nada, ni nadie, la venía siguiendo. Los pies chapaletearon a través del agua que ahora caía más rápido. Su respiración se volvió cada vez más agitada con cada tirón de sus pies hacía delante. Y el largo cabello azabache azulado se revolvió con el viento.
Llevaba puesto un uniforme de batalla color gris, totalmente ligero para usar. Consistía en una blusa gris oscuro con manga corta y una de malla debajo para acompañar. El pantalón era del mismo color, el cual le quedaba hasta media pantorrilla. Sus pies por otro lado, se encontraban descalzos y en cada brazo, lo combinaba con unas muñequeras del mismo triste tono.
Su aliento agitado resonó como si a su alrededor existiera una clase de eco, en lo que salía de sus labios entreabiertos. Y su pecho, oh, su jodido pecho, dolía como el infierno ante el esfuerzo ejercido junto a sus pies, los cuales punzaban como aguijones venenosos.
Sus preciosos ojos azules océano, revolotearon de un lado a otro como picaflor, demostrando la total a presión en la que se ahogaba. El sudor frío comenzaba a correr de forma palpable contra su mejilla. La fémina estaba cubierta por sangre en su mayoría del cuerpo. Sin embargo, donde más se notaba era en su cabello y rostro.
La niña, se encontraba demasiado ensimismada intentando ver lo que le rodeaba, que no se dio cuenta de que un auto se acercaba a toda velocidad hacia su dirección. Y cuando, lo notó, ya era muy tarde.
Abrió los ojos como platos ante la impresión, sus iris fueron llenándose de terror en un ritmo dolorosamente lento. Su boca se entreabrió y un gritó de agonía se quedó atorado en su garganta.
Congelada en su lugar, tan solo pudo quedarse a observar como el automóvil se acercaba a quemarropa directamente hacía ella. Sin poder hacer nada para salvar su vida.
Sin embargo, algo sucedió en ese momento, la peli azul no pudo digerirlo del todo, más que sentir como unos brazos cálidos la cogían y la sacaban del camino de un empujón.
Estaba a salvo ahora.
El vehículo, por su parte, no tuvo tanta suerte. Éste continúo su camino. Derecho, sin siquiera reducir la velocidad, tan endemoniada en la que iba. Pasó a su lado y la de su salvador, hasta que chocó crudamente con otro auto que venía en dirección contraria.
Un estruendo perturbador tronó en el aire. Y se derramó sobre el ambiente húmedo de esa congeladora tarde.
Sangre, humo, quejidos, sollozos, pitidos y sonidos de derrapación, uno tras otro, se escucharon en esa fracción de segundo.
La ojiazul estaba azorada y en shock. Sus ojos estaban fijos en el cielo borrascoso, mientras que su mandíbula se encontraba abierta ante la sorpresa. El frío viento y el agua que caía, sin parar no podía despertarla de ese pequeño episodio.
La chica tampoco podía procesar correctamente sus emociones, ante tal incidente.
El cielo tronó.
—¿Estás bien?—tan solo fue la voz masculina que provenía de su izquierda, la que la hizo volver a la realidad. Justo cuando el aliento cálido, la golpeó.
Los ojos azules se deslizaron había donde provenía dichas cuerdas vocales. Sin embargo, por alguna razón, su tono casi la hizo delirar cuando lo escuchó por primera vez. Por fin, sus iris pudieron captar a dicha persona que la sostenía delicadamente en sus brazos y solo así fue, pudo ver a ese hermoso espécimen hecho niño.
Los gentiles esmeraldas le devolvieron la mirada. El tacto de sus brazos o el abrazo en sí, le devolvieron la calma. Estos, habían hecho efecto, incluso antes, de que ella pudiera experimentar algún indicio de pánico.
Su piel clara revitalizante y expresión de preocupación, la empapó.
Ella sin aliento, asintió. Cerrando la boca, relajó los músculos de su rostro. Aunque, eso no signifique que aún no esté atónita por lo que acababa de pasar.
El rubio que la tenía en sus brazos, suspiró de alivio, cuando ella le confirmó que se encontraba bien. Cuando finalizó, le envío una sonrisa tranquilizante en su dirección.
Ese gesto, la paralizó e hizo que su corazón saltara por la calidez. Por primera vez, desde hace mucho tiempo.
Se quedo allí sin saber cómo reaccionar, exactamente, ante está alma tan buena, que la había salvado de las garras de la muerte.
—¡Mademoiselle!—alguien gritó a lo lejos.
Volviendo en sí, la niña al fin pudo escuchar la voz de su cuidador. Parpadeó, quitando cualquier velo atónito que aún quedara en su cuerpo. Y es así, como pudo darse cuenta del caos que había nacido a su alrededor.
Gente lloraba, había gritos desgarradores, palabras altisonantes, órdenes dadas a diestra y siniestra. E incluso, el sonido de pasos apresurados, le dio picazón.
La agitación tensa, flotaba en el aire y de inmediato se dio cuenta del aura de muerte sembrada en la zona.
La garganta se le secó ante este macabro escenario. Sus dientes tiritaron ante la escena cruda ante sus ojos.
Los brazos cálidos la estrecharon entre sí, aún más.
Su atención volvió al rubio que la tenía en su regazo. Este, por alguna razón, no había despegado su vista de ella. Pero a la chica no le importó. Es más, hasta prefirió que todo esto se aplazase para poder continuar aquí mucho más tiempo.
Este tipo, tenía un poder increíble sobre ella, se dio cuenta. Pero no le dio mucha importancia. Realmente no lo hizo.
Sus manos, se alzaron hasta los costados de la tela blanca lentamente y sus dedos suavemente se aferraron a las solapas de la camisa abierta. Y utilizando sus uñas, las clavó allí, aferrándose al muchacho; como si soltarlo, significara perder la maldita cordura.
Los iris de la azabache se mantuvieron fijos en el rostro cincelado del niño. Queriendo absorber cada detalle, bebiendo desesperadamente cada forma, cada trazo, cada sombra, cada imperfección o rasgo, solo quería marcar ese precioso rostro en su mente con fuego. Pero de inmediato, se dio cuenta que simplemente no podía dejar de tener más de él. No podía detenerse de querer más y más.
Estaba extasiada con toda su imagen. Y ella ahora, sabía que podía quedarse toda la eternidad mirándolo si quería.
Sin embargo...
El joven que la sostenía se agitó repentinamente—Esto...—jadeó—, ¿sangre? ¡O dios mío! ¡Père! ¡PÈRE! ¡Esta herida!—la fémina entre sus brazos despertó de su eñoración. Mientras, el joven miraba hacia otro lado, gritando en dirección donde presuntamente se encontraba su padre; aún sentado en el suelo con ella, arrecostada en su regazo mientras la abrazaba.
Ella, por su parte, entró en pánico. No quería que nadie la viera.
¡No deseaba que nadie la reconociera!
Bajó la mirada, pidiendo en su mente que algo o alguien la ayudará a salir de este lío. Se mordió el labio inferior y por primera vez en todo el día, se percató del desastre que era. Tenía mugre, sangre y sudor impregnados en ella muy fuertemente.
Se avergonzó de que el chico o cualquier otra persona la viera así.
Tuvo que retener las lágrimas.
—¡MADEMOISELLE!—el gritó provino aún más cerca ahora.
La joven de un latigazo hizo girar su cabeza de una forma que pudo mirar como su guardián venía corriendo desesperado en su dirección.
Ella no quería separarse del joven que la tenía en sus brazos. Pero tampoco quería que alguien supiera donde estaba.
Justo cuando su mayordomo se acercó lo suficientemente a dónde se encontraba. Hubo un chasquido que resonó entre la oscuridad, salpicando destellos verdes por todas partes. Y haciendo que el rubio a su lado, cayera desmayado repentinamente.
Jadeando del susto al verlo caer, quiso decir algo. Pero sus palabras murieron en su garganta.
El hombre, que por fin parecía haberla alcanzado, la tomó de uno de sus brazos y la jaló hacía él para comenzar a escapar. La niña tropezó con sus propios pies y con una expresión lastimera, permitió que el castaño tironear de ella como si fuera un trapo viejo—¡Debemos irnos ahora mismo! ¡No es seguro quedarnos aquí por mucho tiempo! ¡Nos atraparan! —sus ojos picaron, mientras las lágrimas se acumulaban en las esquinas de las cuencas de los ojos de la ojiazul. Su garganta obtuvo un nuevo nudo y sus piernas temblaron—, ¡deprisa Mademoiselle!
La tipa sintió que su pecho quemaba y un sabor amargo se instaló en su boca. Se encontraba completamente triste, porque estaba siendo arrancada sin piedad de los dulces brazos de su salvador. Aunque irónicamente, toda su vida había odiado la idea de tener uno, en realidad.
Comenzó a hiperventilar en lo que era dirigida lejos de él. Con su mano, intentó alcanzarlo. Quería llegar a él y fundirse de nuevo en su pecho. Sin embargo, la mano de su guardián se aferró aún más a su muñeca.
Cuando vio que no podía hacer nada para quedarse, se resignó.
El lugar que había dejado la peli azul atrás era un desastre total. Un automóvil había chocado con una camioneta de batea y terminaron exprimidos en su totalidad por la parte frontal. Los pasajeros terminaron muertos y existían heridos alrededor del accidente. Más allá de eso, a unos pocos metros se encontraba, Adrien Agreste, desmayado aún lado de la calle. Ahora mismo, siendo socorrido por su guardaespaldas, Peter (Gorila), el cual apenas había logrado llegar a la escena.
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