40. anti-hero


Feliz Año Nuevo amixes!
Aquí les regalo un capítulo lleno de teen angst, depresión, dramas telenovelescos de familia, escenas jot(as), de todo, en fin... todo lo que se me ocurrió escuchando el último álbum de Taylor Swift y la discografía entera de Lana del Rey.

Ahora sí, a comenzar con nuestra programación de depresión habitual acompañada de ansiedad y una pizca de insomnio.

...

"Did some bird flap its wings over in Asia?
Did some force take you because I didn't pray?
Every single thing to come has turned into ashes
'Cause it's all over, it's not meant to be
So I'll say words I don't believe"
— bigger than the whole sky, taylor swift

Comedor,
Campamento mestizo,
8pm.

Aqua

Tan pronto la respuesta salió de mis labios, sentí que mi decisión no podría ser la correcta, pues todo a mi alrededor se tiñó de rosa.

En serio, como cuando te pones lentes de colores y todo se siente levemente borroso y colorido.

Ha ganado Apolo —anuncié desde el podio en el comedor.

Semidioses de diferentes cabañas se abrazaron, sobre todo los de Apolo y Artemisa, como si todo estuviera bien otra vez.

No, no. Esto solo era el arcoíris antes de la tormenta.

La primera persona a la que busqué con la mirada fue Percy, quien estaba entre los brazos de Rachel. Intenté evitar mirarlos, porque eso solo me daba naúseas y escalofríos.

Era la misma emoción que recordaba de cuando ella y yo íbamos a Clarion y cuando Percy era suyo y no mío. O cuando yo creía que había sido mío pero en realidad todo había sido un sueño de mi parte, un sueño muy realista y...

¿Por qué quería llorar?

Además había algo en el aire, o en la Niebla, o en la tierra que no estaba bien.

Cuando intenté retirarme casi me caí en la mesa de Apolo.

—Oye, Aqua, ¿pasa algo? —me preguntó Nico. Will aún lo tenía entre sus brazos, besándole la mejilla entre risas.

¿Podría él sentirlo también?

Me sentí como una intrusa en ese momento.

—No, solo estoy cansada. Buenas noches, chicos. ¡A celebrar, eh!

—Dalo por sentado, cuñadita —respondió Will, mientras tomaba a su novio de la mano y ambos corrían a la enfermería, aunque no había ningún herido en el campamento.

Me despedí con una sonrisa.

No quería malograrles esto... lo que sea que fuese. Así que no di advertencias.

—¡Espera, Aqua! —gritó alguien atrás de mí.

Oh, la cereza en el pastel.

Percy me tomó de la mano. El verde en sus ojos parecían olas tan refrescantes que casi me dieron ganas de saltar en ellas.

Acerqué su brazo a mi cintura para poder abrazarlo.

La mayoría de campistas estaban celebrando a su manera con cantos, vítores y otros gritos de júbilo.

Pero en este preciso momento yo tenía otra preocupación: que alguien se fijara en el leve sonrojo que me delataba en las mejillas. Y que ese alguien sea mi hermano.

Necesitaría cuatro pares más de manos y pies para poder enumerar a todos los que darían hasta su alma por sentir su aliento en el cuello. Y no incluían a los que solo lo vieron caminando por la calle una vez y suspiraron para sí mismos, entendiendo que nunca podrían saber cómo era sentir un solo roce casual suyo.

Y aún estoy intentando contenerme de él, de sus malditos ojos tan perfectos que podría ahogarme en ellos y se lo agradecería.

No son lindas mariposas en mi estómago, ni un poco de sudor en las palmas de mis manos. Son rosas espinosas perforando mis pulmones, esparciéndose por todo mi cuerpo buscando enredarse en el hueco de mi pequeño corazón de piedra. Y yo intentaba arrancármelas, hiriéndome más sin darme cuenta.

¿Cómo pude haber crecido junto a él y no haber llorado todos los días por tener que compartir la misma sangre?

¿Por qué los dioses nos habían dejado vivir tanto tiempo?

Si esto no se sentía real...

Si esto era sólo un episodio más mío...

—¿Qué pasa? —preguntó limpiando con sus dedos las lágrimas que habían estado deslizándose por mis mejillas.

Si este era un corto regalo... un poco de tiempo para nuestra pequeña eternidad... para lo que debería de haber ocurrido hace cuatro años atrás, para lo que debí de haber dicho antes de que él desaparezca...

Casi creí sentir que él se deshacía como polvo entre mis manos.

Quizás podría ser la única oportunidad para decirlo y ver cómo el mundo estallaba.

—Es que me acabo de dar cuenta que jamás podré querer a alguien más de lo que te quiero a ti... porque... creo que... te amo.

Honestamente, creí que se burlaría o que se enojaría porque él ya me había superado o que me ignoraría por completo porque yo ya había complicado demasiado las cosas entre nosotros.

Me forcé a alzar la vista. Necesitaba respues...

Una sola sonrisa suya me devolvió la vida. Luego me besó la frente con cuidado.

Así era como hubiera... si pudiera... como debería de haber sido todo: sus labios entre los míos, mis mejillas frías calentadas por las suyas, su corazón latiendo al mismo ritmo que el mío.

Iría a donde sea que él quisiera, persiguiéndolo sin importar los monstruos que dejemos atrás.

Lloré todo el trayecto a la cabaña entre sus brazos. Lloré cuando abrió la puerta. Lloré después de que espantó a los demás que estaban ahí esperándolo para planear la siguiente estrategia.

Solo dejé de llorar cuando él empezó a hacerlo mientras me besaba encima de su cama.

Sabía que esto era falso. Que pronto iba a despertar de esta perfecta memoria impuesta por Astraia. Sabía que todos moriríamos de alguna u otra forma.

Al menos el Percy de esta realidad debería poder morir creyendo que yo podía amarlo de verdad, de la manera que lo merecía. Debía conservar esa inusual inocencia en sus ojos sedientos.

Así que cuando escuché los gritos afuera, y cuando él se despertó entre mis brazos y con solo las finas sábanas de su cama cubriéndonos, no me arrepentí.

Y cuando las olas rompieron las columnas de la cabaña, y cuando comenzaron a inundarlo todo, y cuando nuestro padre nos quitó nuestra habilidad para respirar bajo el agua, y cuando lo único que él buscaba era mi espalda para no separarnos, y cuando todo comenzó a arrastrarse y a llevarse consigo las vigas y los ladrillos y todo lo que había servido para construir nuestro pequeño hogar... cuando sus ojos no estaban teñidos de miedo... supe que por lo menos había hecho algo bueno.

Cuando las olas que decoraban su mirada se despidieron de mí, supe que era el momento de cerrar mis ojos.

Descubrí que el ahogamiento era la forma más bonita de morir si era junto a él.

...

"It's me!
Hi!
I'm the problem.
It's me!"

—Anti-hero, Taylor Swift.

Comedor,
Campamento mestizo,
8pm.

Aqua

Aún tenía lágrimas entre los ojos cuando regresé a la realidad, en ese podio, con las miradas suplicantes de todo el campamento encima.

Busqué a Percy entre las mesas, pero al encontrarlo me di cuenta que no había estado lista para que nuestras miradas chocaran. El dolor de su muerte era tan cercano que me caería de rodillas en cualquier momento.

No dejaría que se muera de la misma manera.

—Gana Atenea —anuncié.

No hubo vítores. No hubo mucho jaleo. Ni siquiera Percy estaba cerca, así que mucho menos le dije que lo amaba.

Bajé del podio para poder evitar ser el centro de atención nuevamente.

Entonces empecé a escuchar fuegos artificiales, pero no se sentían festivos.

Percy y Rachel se estaban abrazando pero no parecía que fuese de felicidad, sino más bien como si temieran que esta fuese su última oportunidad.

—Oye, Aqua. ¿Estás bien? —preguntó Thalia desde la mesa de Artemisa, entre Reyna y un chico de cabello azul.

—Solo estoy un poco cansada —respondí. —Iré a mi cabaña, por si me necesitas.

—Entendido, bonita —dijo mi prima.

Demian estaba sentado junto a su amiga en la mesa de Hermes, así que cuando pasé, no le saludé. Desde que mi casi-nuera propuso mi muerte para arreglar esta situación, sentía que ella quería matarme. 

Si de algo estaba segura, era de que jamás querría tener un hijo en el futuro.

Aún me dolía toda esta situación, al menos ya no físicamente después del baño que había tomado en la cabaña antes, pero... nadie entre todos estos campistas podría entender mi sufrimiento constante.

Temía por la manía que se iba a manifestar en mí en unos minutos.

—¡Espera, Aqua!

No era la voz que me esperaba.

Lo primero en lo que me fijé fue en sus rizos rojos, luego en sus ojos verdes y las pecas que adornaban su nariz. Ella se veía muy bonita a la luz de la luna... supongo.

—Rachel.

—Acabas de regresar de un posible escenario, ¿no? ¿Puedes al menos decirme qué fue lo que ocurrió cuando Apolo ganó? —Su ceño estaba levemente fruncido.

Mierda. Claro. Ella se preguntaba por qué habría elegido a la diosa que podría hacer mi vida de cuadritos en vez de un dios al que sería fácil de manipular.

—Un tsunami. Todos se murieron. ¿Contenta?

—¿Por qué estás actuando así? Solo hice una pregunta.

—Sí claro —me burlé.

—¿Es que esto tiene que ver con él?

Esta conversación no iba a pasar el test de Bechdel.

—¿De qué hablas? —Ella seguía mis pasos, adentrándonos más al bosque.

—Percy. Sé que nos observas. Pero no estoy interesada en él.

—No me debes explicaciones —le respondí, tratando de evitarla en mi caminata.

—No quiero volver a perderte como una amiga.

Inmediatamente, me volteé para fijarme en su rostro.

Ella se llevó un mechón de cabello tras la oreja. No sé si lo hizo a propósito o si fue de casualidad.

Amistad. Ella aún creía que lo que sentía por ella era amistad.

Eso jamás había sido así.

Al principio eran celos y envidia. Lo único que me impedía asesinarla a sangre fría eran los sentimientos de mi hermano por ella durante el verano, el que podría haber sido el último de su vida.

Secretamente, deseaba poder destrozar esos ojos verdes, esa nariz llena de pecas, y sobre todo esos labios rosados y gruesos.

Mi mente no dejaba de entretenerse con las posibles ideas: regalarle una bufanda roja con ricina, ahogarla la próxima vez que vaya sola a la playa, verla atragantarse después de comer un postre con cianuro, o incluso descuartizarla con mi propia espada la próxima vez que ella camine sola por las calles de Nueva York.

Era solo una niña de catorce años que quería ver sangre.

Pero algo ocurrió cuando me pidió acompañarla a Clarions. ¿Realmente ella podía ser tan estúpida? Claro que no podía culparla. Ni si quiera yo podría intuir que había algo malo en mí. Ella creía que genuinamente me interesaba positivamente... cuando era todo lo contrario. Traté de seguir pretendiendo que no me hervía la sangre cada vez que ella sonreía con sus hoyuelos, que no soñaba con dejarle caer alquitrán al cabello, que no me daban ganas de estamparla contra la pared cuántas veces necesitase para hacerle perder el aliento.

Y cuando me besó esa tarde en mi cumpleaños, una pizca de lujuria me hizo actuar contra mis instintos. Reemplazaría su sangre entre mis manos con sus rizos rojos, el alquitrán por su piel, el veneno con mis labios. Lo que sentía cocerse en mi vientre no era nada parecido a una amistad.

Lo que nos lleva a nuestro segundo beso, momentos antes a que ella se sacrifique para ser la nueva Oráculo. Mis celos y lujuria se transformaron en miedo. ¿Y si la siguiente profecía que salía de sus labios incluía mi muerte como karma por todo lo que le había deseado? ¿Y si se desquitaba con la única persona a la que había amado de verdad? ¿Y si Percy debía morir en mis brazos?

Nunca le conté mis secretos, pero de alguna u otra forma ella sabía de mis pensamientos sobre él.

Y todo este tiempo había conseguido convencerla (y convencerme) de que ella era mi amiga, mi mejor amiga... porque quizás era lo más cercano a una en mi corta y triste vida.

Podría ser la única persona que no me odiaba en este preciso momento. Nadie podía quererme, ni siquiera Percy a quien yo misma había herido para siempre.

Rachel estaba a centímetros de mí, tomando mi mano, preocupada por la ausencia de mi respuesta. Sabía muy bien que yo le estaba comiendo la cabeza con este silencio.

Entonces me di cuenta que no podía perder a alguien con un alma tan pura.

No recordaba como las lágrimas habían llegado a mis mejillas.

Pero juro que podría escribir un ensayo entero sobre cómo caí en los primeros labios que pude encontrar y la terrible justificación que se me vino a la mente segundos después.

Rachel me quería más que como una amiga. Debería darle lo que ella tanto había deseado.

Y me abrazó fuerte, tratando este momento como algo sumamente importante, casi ceremonial, antes de separarse bruscamente de mí.

—No puedo prometerte nada —susurró en mi oído.

Y yo tampoco podía... por Percy.

Percy quien había encontrado a su alma gemela en mi hermana.

Y Rachel no merece a alguien que se arrepienta inmediatamente de ella, ni a alguien que sabe que esto la mandaría al Tártaro. Ella merecía a alguien mejor que yo.

—No importa —susurré resbalándome de nuevo entre sus cortos besos, aprovechándome de esta falla momentánea.

¿Es realmente posible querer a dos personas al mismo tiempo?

Sus manos viajaron por mi espalda, quitándome el sweatshirt. No me importaba el frío que hacía en esta parte del campamento.

¿Podía seguir amándome así si mi cuerpo era lo único real que me quedaba?

¿Podría Apolo creerme que fue ella la que me empujó contra el sauce, haciéndome caer sobre ella entre las raíces de algún otro árbol? ¿Que fue ella la que buscaba algo, bajando mi suave pantalón de algodón por mis piernas? ¿Que yo no le quería quitar esos shorts diminutos de entre sus piernas?

Por lo menos no me obligó a decir que también la amaba.

Y si para algo servía ser hija de un dios griego, era para convencerme de que el placer que sentía junto a ella era real. Porque lo que yo sentía por ella... no podía... no debería ser real.

Por un instante, ella logró ser el rayo de luz en el ojo de mi tormenta.

...

Piso 600,
Empire State Building,
Nueva York,
9pm.

Olimpo

Las lealtades de los dioses habían cambiado mil y un veces desde esa mañana.

Pero eso era ajeno a Astraia, quien admiraba como sus subordinados peleaban entre sí al no conseguir organizarse ni siquiera aunque sus hijos les hayan dado la respuesta perfecta.

O bueno... no tan perfecta.

La hermana melliza de Zeus sonrió para sí misma mientras mentalmente se revolcaba con la idea de haberse metido en la mente de la hija de Poseidón al cambiar los resultados de ese estúpido intento de elecciones generales... como si el Olimpo pudiera ser controlado por un inservible invento mortal.

Pero esta era una obra maestra... Poseidón y Ares dándose de golpes frente a Artemisa y Atenea que se insultaban en idiomas más antiguos que el fuego. Hefesto a punto de tirar a Hera del Olimpo, mientras Hermes y Apolo trataban de evitarlo. Dionisio y Afrodita mirándolo todo sin poder hacer nada que atente con los sentimientos o emociones de los demás.

El plan le había tomado décadas de ideas. Ella sabía que Atenea sería la primera que se enteraría de su despertar y que jugaría bien sus cartas, pero que primero debía convencer al tío que más conflictos le había creado y que ese profundo rencor entre ambos era solo una fachada que podía romper fácilmente después de secuestrar a Afrodita y matar a Eros.

Así de simple había sido crear todos estos disturbios. Astraia se sentía poderosa, por fin.

La diosa de la sabiduría tuvo que salir de la sala del trono. Necesitaba un respiro después de tantos gritos de parte de quien había sido una de sus amigas y diosas que más respetaba.

El dios del mar con icor ajena aún derritiéndose por sus brazos dejó a Ares al cuidado de Hestia. Y luego fue tras su sobrina favorita.

—Apuesto que se están enrollando —susurró Afrodita quien había caminado hasta el trono del dios del vino.

—¿De tanto me he perdido? —cuestionó Dionisio.

—Calla, tú —le respondió Artemisa, uniéndose al grupo pues por dentro pensaba lo mismo.

Y ella no era la única que se había dado cuenta del aroma a mar que despedía la diosa de la sabiduría últimamente.

Ares se dio cuenta cuando Atenea llegaba tarde a sus reuniones de dioses de guerra, con sudor mezclado con agua entre las manos. Y cuando se lo contó a Afrodita, la diosa del amor se sintió traicionada: ella acababa de escuchar una clase entera sobre feminismo y sororidad en la Universidad del Sur de California al querer enrollarse con la profesora que dictaba el curso. Fue ahí en dónde aprendió que era lo que tanto le fastidiaba de Atenea: la misoginia interiorizada y su concepto tan patriarcal e hipócrita de virginidad.

Apolo recordaba que cuando se volvió humano, la única de sus hermanos que no lo ayudó en amistarse con su padre fue Atenea, quien más bien pensaba que un dios vanidoso menos que mantener era mejor para el Olimpo.

Artemisa, siendo la hermana mayor de Apolo, dejó de juntarse con ella por el mismo motivo. Sí, su hermano podría ser tonto, pero solo ella podía llamarlo "idiota con síndrome de insolación retenido".

Hefesto aún se acordaba de cómo ella lo rechazaba cada vez que podía y solo le pedía favores como que le forjara nuevas armaduras y demás.

Hermes no tenía ni tiempo para pensar, así que estaba del lado de su mejor amigo Apolo para lo que sea.

Y Dionisio... bueno... Dionisio siempre estaba renegando con todo lo que una figura de autoridad representaba.

Pero lo peor fue el plan que Atenea propuso. Quizás fue porque no calculó bien las lealtades de los dioses.

Astraia ni siquiera les impidió reunirse sin ella.

Todos se reunieron en el panteón de Atenea, expectantes ante la estrategia que la diosa tendría para acabar con hermana gemela de Zeus.

Todos estaban muy pulcros y bien vestidos, como si fueran a un banquete en alguna embajada.

—Gracias a todos por venir —dijo Atenea en el cabezal de la mesa. A cada lado tenía a Poseidón y a Demeter. —Como sabrán, he ganado las elecciones del campamento mestizo.

Unos sirvientes invisibles comenzaron a servir sopa de pollo.

—¿Cual es la estrategia, entonces? —preguntó Dionisio. —Contra... aquel que no debe ser nombrado.

—Es simple, pero debemos ir al Tártaro.

—¿Cómo puedes meter Tártaro y simple en la misma oración?

—Reviviremos a Zeus.

Todos soltaron un jadeo de sorpresa. Se miraron entre sí para confirmar que habían escuchado la misma idea terrible.

—Sweetie, ya se nos murió. Apégate al plan —dijo Afrodita mientras se limaba las uñas.

—¿No pensarán lo mismo que ella no?

—Literalmente nos hemos querido librar de él desde hace cuatro mil años —Hefesto soltó carcajadas, que fueron seguidas por muchos.

—Apolo no es ningún dios de la sabiduría, pero estoy seguro que jamás propondría un plan así de pretencioso —respondió Dionisio.

La cara de Atenea estaba tan dorada como un lingote de oro.

—¿Es que acaso todos ignoran que nuestro padre es un mal necesario? Sin él como guía todos estamos perdidos.

El síndrome de hermana mayor parecía haberle hecho demasiado daño a la joven Atenea. Lo suficiente para que ella no quiera admitir que su padre no había sido tan bondadoso como ella lo recordaba con todo el mundo.

—Serás solo tú la perdida, hermana. —Dionisio estaba harto de pretender que estaba bien después de no haber visto a su querida Ariadna en tantos años. —A mí me metió a un campamento de verano por un siglo solo porque una ninfa prefería mi compañía a la suya. ¿Y quien podría culparla si Hera era su esposa?

—¿Quién podría culpar a Hera si el deporte favorito de su esposo es bajarse los pantalones en el menor tiempo posible? —Demeter sentía pena por su hermana y no le incomodaba defenderla de vez en cuando.

—Pero sin eso, más de la mitad de ustedes no estaría aquí —respondió Poseidón, tratando de volver a centrar a todos en el argumento de que su hermano no era tan terrible.

—¿Y quién dice que somos felices aquí? Por lo menos yo habría preferido que mi madre no termine muerta por haber tenido que cargar conmigo después de que Zeus la violó... si somos completamente sinceros.

—Y creo que Heracles, Perseo y los demás semidioses estarían de acuerdo —admitió Hermes.

—Y hablando de negligencias... —Artemisa también se levantó, aún pareciendo una joven de catorce años. —Recuerdo muy bien cuando transformó a mi hermano en mortal no una, ni dos, ¡sino tres veces! ¡Y lo hizo justo cuando nos quedamos sin oráculos!

—¿En dónde está Apolo? —preguntó Hermes.

Nadie se detuvo. Entonces el dios de los ladrones notó que la tablet que su amigo utilizaba para controlar el carro del sol marca Tesla tenía la cámara prendida. Y había algo que podría haber hecho que el dios del sol haya querido salir de ahí inmediatamente.

Nada podría preparar a la hija de Poseidon para la furia del sol.

...

Bosque del campamento mestizo,
Long Island Sound,
Nueva York,
10pm.

Rachel

Esto no era sensato.

Pero era placentero.

Y tenia la leve sospecha de que Aqua no estaba encima de mí solo porque me quería bajo suyo.

Por lo menos tenía la bella vista de su rostro y sus suaves labios entre los míos para desquitarme.

No tenía que preguntarle la razón. Era obvia: estábamos tristes y habíamos perdido el interés en la vida.

Mañana ella pensaría que me había lastimado y yo lo negaría fríamente. Al menos yo estaba ganando algo de este repentino arranque de melancolía.

Ella volvió a besarme. Mi blusa yacía entre las ramas de un árbol, junto a sus pantalones. La abracé, sintiendo su dulce sudor quedar impregnado en su espalda. Ella olía a sal, a incienso de laurel y a menta.

Mi sweater estaba en el suelo, apartándonos de la humedad en la tierra.

—¿Si quiera esto es lo correcto? —me preguntó mientras apretaba uno de mis pechos.

Reímos juntas, lo que me hizo sonrojar aún más. Cada golpe entre nuestras piernas me mandaba al cielo y de regreso.

Juro que cuando ella me besaba, podía sentir el poder de las olas recorrer mis venas. Ni siquiera el éxtasis podría lograr hacerme sentir este tipo de adicción. Y lo había intentado varías veces en las fiestas clandestinas de Clarion cuando Aqua dejó de acompañarme a la escuela, y en los raves locales cuando ella decidió fugarse hasta California sin si quiera avisarme.

Me había perdido incontables veces en pastillas, cigarros y polvo, creyendo que así podría quitar su rostro de mi mente.

Pero aquí estaba ella, siendo la persona más cruel y más bondadosa del universo, colocándome suavemente entre sus brazos como si pudiera reparar tantos años de daños psicológicos con besos y toques intensos.

Lágrimas calientes cayeron por mis mejillas, pero al abrir los ojos me encontré con una chispa en el cielo. Una chispa que se movía demasiado rápido para ser solo un cometa cualquiera.

Me hiperventilé.

¿Cómo podría haber creído que todo estaría bien?

Mi primera reacción fue espantar a mi amiga, empujándola. Me limpié las mejillas y el rastro de sus labios en los míos. Cerré mis piernas, escondiéndome tras mis rodillas, esperando a la tormenta despertarme del sueño más precioso de mi vida.

—¿¡Qué piensas que le estás haciendo a mi Oráculo?! —Apolo apareció de entre los árboles, brillando como si su sangre fuera incandescente.

Aqua buscó cubrirse con el primer trozo de tela que encontró: mi bra. Cerré mis ojos, creyendo que Apolo iba a pulverizarme. Creí que ella estaría igual de pasmada que yo ante la aparición de este dios quien al solo mirarlo sentías que tus ojos ardían como si les hubiera caído jugo de limón concentrado.

Me tapé los ojos con los brazos, pero incluso eso no parecía ayudar mucho.

—¡Hasta que por fin apareces! —escuché que ella gritó. —¿Tienes idea de todo lo que tuve que hacer para que hagas un mínimo acto de presencia?

Ella parecía querer morir hoy.

Apolo se rio cínicamente.

—¿Hacer un acto de presencia? —Sí que estaba fastidiado. —He estado vigilando todo lo que ocurría en el campamento desde que anunciaste la victoria de Atenea. ¿Sabes lo difícil que Astraia y mi media hermana me lo han puesto?

—Aqua no fue quien empezó... —dije intentando defender a mi amiga, para evitar que él intente darle un severo castigo.

—¿Entonces por qué no vienen a protegernos de los ataques en la frontera del campamento? —preguntó ella con dolor en su voz. —Los dioses pueden poner un pie en el campamento para regañarnos por cosas cómo estás: absurdas. Pero cuando campistas mueren por pelear contra las fuerzas de Astraia o Cronos afuera...

Su voz sonaba quebrada, como si fuera la primera vez en darse cuenta que no éramos la prioridad número uno de los que controlaban el universo.

—Lo haría si Atenea no planeara reuniones sin sentido en el Olimpo porque quiere rescatar a su padre del Tártaro o esconder el hecho de que se está acostando con tu padre.

Poco a poco el brillo tras mis párpados perdía fuerza, así que dejé de cubrirme los ojos.

Entonces me di cuenta de que aún yo estaba desnuda. Aqua por lo menos ya tenía puesta una camiseta, aunque fuera la mía. Busqué la suya en el suelo y me la puse encima.

El dios frente a nosotras no se parecía en casi nada al que conocí hace tanto tiempo atrás, aquel que parecía tan cordial aunque un poco altivo.

Apolo parecía estar aguantándose quitarle la ropa que llevaba encima. Yo quería arrancarle los ojos.

—Lo siento —susurró ella. —No sabía de eso —agachó la cabeza, como si fuera inocente de todo castigo.

Apolo se acercó a ella y la tomó del hombro:

—Tranquila —le dijo.

Había visto a Apolo una vez cuando fue humano, pero esta parecía ser la vez que menos divino me pareció. Y no sabía si eso era para bien o para mal.

—¿Nos ayudarás? —preguntó ella, cuando él levantó su rostro para mirarla a los ojos.

—Hubo un plan que se me ocurrió, gracias a un favor que las Moiras me debían. Me quitaron a una hija, ¿sabes? Pero fue lo mejor para evitar otro episodio de destrucción.

—¿De qué hablas?

—¿Se puede extrañar a alguien que nunca existió? —preguntó.

Y entonces noté que no la miraba con lujuria, sino con algo más complejo que ni ella ni yo entenderíamos en ese instante.

—Quizás —respondió Aqua, abrazándose el vientre. Parecía que una lágrima perfectamente coordinada podría salir de sus ojos.

La odiaba, la odiaba, la odiaba. ¿Cómo podría gustarme alguien tan falsa?

—Cada una de las tres Moiras puede conseguirle un deseo a un semidiós si lo creen conveniente. El problema es encontrarlas, pero me dieron una ficha para ubicarlas. Puede que ellas sean la única solución en este momento. Creí que Percy sería el indicado para la tarea, pero quizás ahora eres la semidiosa más torturada que aún sigue con vida.

Él tomó la mano de Aqua para dejar la ficha en su palma.

—¿Cómo se usa? —pregunté.

—Solo debes apostarla en un juego de azhar como cara o cruz, dados, bingo, lotería, cualquier cosa que provoque que tengan que reescribir el destino. Pero solo úsala si todo lo demás sale mal.

Aqua estaba sonrojada, pues él aún no había quitado sus manos sobre las de ella.

—¿Y tú qué harás? —me dirigí a Apolo. —¿Cómo nos protegerás? ¿Y desde cuando eres el dios de los semidioses?

El momento entre ambos se perdió cuando se dieron cuenta de mi escasa presencia.

—Tendré que hacer algo de lo que no me enorgulleceré. Y juro que tengo tanto miedo como ustedes de ver cómo Poseidón intentará impedirlo.

¿De que hablaba? ¿Le iba a hacer algo a Aqua? ¿Y que hacía ella tan cómoda a su lado?

¿Acaso se le ha olvidado que ningún dios se salva de esto? Que son como colibríes que al terminarse el néctar en la corta vida de un mortal terminan por olvidarlos y dejarlos con un hijo semidiós difícil de mantener con vida.

—¿Y eso qué sería?

—No puedo arriesgarme con ustedes. Es peligroso. Pero créanme que haré de todo por terminar con esta guerra. Ahora debo despedirme.

Una rama se rompió a la distancia, advirtiéndonos que alguien se aproximaba corriendo.

Apolo dejó un beso en la mejilla de Aqua antes de desaparecer entre los árboles, corriendo a la playa.

—De verdad es caliente, ¿no? —ella soltó. Le di un codazo. —¿Qué?

—Di virdid is kiliinti, ¿ni?

Ella blanqueó los ojos.

—Solo digo que es el dios del sol.

—Ajá si. Claro.

Frunció el ceño.

La odio, la odio, la odio. ¿Cómo pude dejar que me tomara como si yo valiera un par de lágrimas?

—Te veré más tarde —dijo abrazando su estómago, yendo hacia su cabaña. —Así podremos planear mejor una estrategia entre los tres.

—¿Tres? ¿Hablas en serio sobre lo de Apolo?

—No. Me refiero a Percy.

Miré el reloj. Era muy tarde. Corría el peligro de que alguna criatura nos persiga. Felizmente la cabaña de Poseidón no estaba tan lejos.

—Espera. Deberíamos hablar de lo que acaba de ocurrir.

—Sabias que solo lo hice para llamar su atención, ¿no?

¿Podía ser ella tan... terrible? Juraba que me había enamorado de ella por su gentileza. ¿Cuando se había transformado en este monstruo frente a mí?

—¡No voy a dejar que me vuelves a usar como a un puto vibrador humano!

—Cállate.

—No más. ¿Cómo puedes tratarme así? ¿Acaso te he herido o he hecho algo terrible?

Tapó mi boca con sus manos. Y yo estaba por morderle un dedo, cuando noté a lo que se refería: el sonido de un cuerno a la distancia.

Me tomó del brazo para correr junto a ella.

Si bien estábamos concentradas en el sonido, este parecía proyectarse por todas partes, haciéndonos caminar en círculos, perdiéndonos en el bosque aún más.

El sudor se me resbalaba por la nuca. Cada vez estaba más agotada. Necesitaba tomar agua.

Pero no se la pediría a señorita Helen Keller a mi lado.

—Percy... —susurró ella, mirando algo a la distancia.

Esperé a que me diga algo sobre lo tanto que lo quería o alguna otra cursilería. Pero ella señaló a alguien detrás de mí.

Y ahí, como si hubiera visto su peor pesadilla andante, Perseus Jackson nos miró incrédulo con su espada cayendo al suelo.

—¡Las he estado buscando por horas! ¿En dónde...? ¿Por qué vinieron a este...? —Pareció que la pregunta se respondió sola. Los únicos que buscan pasar tiempo a solas en el bosque son gente con misiones ultra secretas o... campistas que se quedaron sin habitación de hotel. Percy debió intuir algo en ese instante: Aqua usaba mi ropa, y yo la suya. Además aún habían marcas de su brillo labial en mi clavícula y moretones en su cuello.

Me fijé en la armadura que él tenía puesta. Debía pesarle todo eso encima de su pierna rota.

Aqua lo miró como si él fuera un estúpido Adán salvándola de las guarrerías de Lilith, aunque Eva era quien había besado primero.

—¿Qué es ese sonido? —cuestioné preocupada para regresarlo al presente.

—¡Deben salir de aquí! ¡Han conseguido entrar por el laberinto! —gritó preocupado.

—¿Quién?

—Monstruos. Me estaba dirigiendo para allá pero Thalía me dijo que las había visto entrar al bosque y... estaba tan preocupado —dijo, abrazándome tanto a mí como a ella, casi tropezándose con su bastón. —Creí que algo pudo haberles pasado.

—Estoy bien —respondió Aqua. —Estamos bien —se corrigió.

—¡Percy!

Una nueva voz se nos unía, ronca.

—¿Demian? —Aqua parecía querer vomitar.

Su hijo se acercó. También tenía la armadura puesta y le sentaba muy bien. Parecía haber nacido para esto.

—Te necesitan en la frontera. Las ménades ya se hicieron cargo de los ataques del laberinto.

El hijo de Percy y Aqua tenía ojos idénticos a los de su abuelo. Aún así reconocí el miedo que se escondía en estos, no por el posible ataque, sino por tener que pedirle ayuda a sus progenitores.

—¿De qué hablas? ¿Qué pasa allá?

—Monstruos de Astraia. Sé cómo deshacernos de ellos, pero necesito que alguien que conozca mejor al campamento me ayude. Supuse que tú sabrías más...

Aqua parecía dolida por este cambio de planes, como si hubiera esperado que Demian le hubiera pedido ayuda a ella.

—Supones bien, eh, campeón.

Me reí. Percy estaba tomándose ese nuevo rol paternal con mucha seriedad.

El chico parecía la copia exacta de su padre excepto por la manera en la que se movía, tan grácil y fluido como el agua.

Apenas Percy aceptó el yelmo, Demian regresó por donde había llegado. Parecía como si su abuela lo hubiese obligado a pedirle ayuda a su padre.

—Rachel, ¿puedes cuidar a Eliza? La he dejado durmiendo, pero me preocupa que despierte sola.

Me preguntaba qué había tenido que hacer él para que eso ocurra. ¿Acaso los hijos de Poseidón heredaban voz de sirena?

Aqua se mordió un labio. Parecía a punto de querer empujarlo.

—Sí, está bien —respondí.

—Iré contigo. —Aqua ni siquiera tenía una espada a este punto.

—No, tú también debes ir a la cabaña. Es peligroso afuera.

Él se fue corriendo con su bastón en una mano y su espada en la otra, yendo  muy ansioso a que lo maten.

Mientras tanto, Aqua no me dirigía ni la mirada. Parecía absorta en algo que probablemente era muy pretencioso y profundo, comparando su situación a una canción de Lana del Rey o algo.

Ambas teníamos exactamente el mismo destino: la cabaña tres, así que ese silencio prolongado ya nos tenía a punto de quiebre. Ella, porque se había dado cuenta de que Percy sabía que algo había ocurrido entre nosotras, y yo porque había sido amiga de alguien que no me consideraba ni humana.

Juntas, subimos los tres escalones para entrar a la cabaña.

Inmediatamente, ella fue a su lado del cuarto a buscar ropa nueva en sus cajones. ¿Esto de verdad estaba pasando?

Me acerqué a la cuna junto a la cama de Percy para ver a la bebé Eliza. A veces me sentía como si fuera su tía. Parecía estar tranquila, durmiendo, así que no la desperté.

Aqua se echó en la cama de al frente, lo más alejada de la cuna de Eliza. Al sentarme en la cama de Percy, noté un libro en el suelo.

Encendí la luz junto a su cama y leí la primera página.

"Sé que las próximas páginas podrían destruirme o reconstruirme, así que solo espero que mi muerte sea por algún motivo significativo.
Porque sino, ¿para qué habré vivido?"

Fuck.

—¿Qué encontraste? —Aqua me miraba con algo de preocupación.

Ella jamás debía de saber de la existencia del diario de Emma.

—Nada importante. Solo una agenda mía —respondí y la guardé en uno de los cajones de Percy, que estaba lleno de cosas que no quería volver a ver en mi vida. —Buenas noches, Aqua.

—Noches, Reikiavik.

Después de apagar las luces, la escuché moverse en su cama varías veces, cubriéndose y descubriéndose, suspirando frustradamente. Ni siquiera Eliza estaba teniendo tantos problemas para dormir.

—¿Puedes dejar de hacer ruido?

Entonces se levantó, tomó un lapicero que se convirtió en una espada y lejos de matarme o a Eliza, Aqua la usó para romper una barrera que yo creía que era invisible.

Claro. Su padre había puesto una barrera unos cuantos años atrás, cuando se enteró de esa relación. Pero ahora esta barrera no tenía utilidad porque ellos ya habían tenido un hijo y el fin del mundo estaba en nuestras espaldas.

—Iré a la frontera —me dijo. —Siento que algo malo va a ocurrir.

—Sh. Habla más bajo. La bebé...

—Empanada ni siquiera se despertó con esa alarma. Dudo mucho que un poco de bulla... —Algo se encendió en sus ojos. —¿Si revisaste que estaba respirando?

El pánico se apoderó de mí.

—Solo la vi...

Me escudriñó con la mirada antes de acercarse a la cuna. Colocó sus dedos en el cuello de Eliza.

—Sin pulso.

—¿Qué?

—Está muerta.

Yo misma le medí el pulso, pero ver que su piel estaba tan fría... Sentía un nudo en el estómago.

—Espera —me impidió tocar otra vez a la bebé. —Esa no es mi sobrina.

—¿Cómo puedes ser tan cruel?

—Me refiero a que esto... lo que sea que sea... no es Eliza. No huele a ella, huele a detergente.

—¿La mataste tú?

Eso era imposible pues la bebé había estado todo el tiempo con Percy y Aqua había estado conmigo cuando él la dejó sola. Pero Aqua ya me tenia tan nerviosa que no se me hacía difícil imaginarme algo así ocurriendo.

—Mírala, ni siquiera se parece a mi hermana.

Al fijarme mejor, le di la razón. Si bien los bebés recién nacidos lucen muy parecidos unos a otros, Eliza compartía un rasgo con su madre: un lunar junto al ojo izquierdo.

Este bebé no tenía ese lunar. Me llevé las manos a mi collar.

—¿Cuando...?

—Alguien ha secuestrado a la verdadera Eliza. Pero ¿quién podría...? Percy dijo que el laberinto estaba abierto. La dejó sola por ir a buscarnos. El muy idiota... No sabe que secuestraron a su propia hija. ¿Cómo no se dio cuenta si la alarma debió sonar antes de que él se preocupe por...? ¡Mierda! Ahora debo... tengo que buscarlo.

Su nerviosismo provocaba breves momentos de honestidad aunque también algunas grandes hazañas dignas de Sherlock Holmes.

—¿Quieres que vaya contigo? —Me levanté y busqué mis zapatos.

—No, es peligroso. Es mejor que te quedes aquí. Así él tendría una razón menos para preocuparse.

—¿Por qué? —pregunté incrédula.

—Porque también te quiere. Eres su amiga, ¿no?

Y yo creía que tú eras la mía, pero míranos ahora.

Me entregó una pistola, la cual cargó con balas de bronce Celestial.

—¿Para qué es esto?

—Por si tengo razón y el fin del mundo llega mañana. Feliz navidad, por cierto.

—Sí, claro. ¡Feliz navidad! ¡¿Me estás tomando el pelo?! Primero me besas, me quitas la ropa, luego me ignoras hasta que aparece Percy y ahora... ¿Qué mierda te pasa, Aqua? ¿Es que para ti nuestra amistad fue una mentira?

—Sí, ese es el problema. Rachel, te quiero, pero no lo suficiente. Mereces a alguien mejor.

—En eso te puedo dar la razón.

Vi cómo eso le dolió.

Bien.

Era lo mínimo.

—Bueno, ya me tengo que ir —dijo buscando un escudo de práctica y su lapicero.

Pero también odiaba verla así.

La detuve en la puerta, cerrándosela frente a la nariz.

¡Decídete! O la odias o la amas.

Perdón —dije aún sintiéndome que las disculpas me las debía ella pero queriendo ser la persona mayor en ese momento.

Noté las comisuras de sus labios elevarse.

—Volveré —respondió sonriéndome. Me besó en la mejilla. —Lo prometo.

Entonces caí en cuenta que ella iría a una zona de combate, y por la cantidad de hijos de Ares que regresaban lesionados...

—No, por favor... —supliqué, tratando de volver a tomar sus manos. —Es demasiado peligroso. No...

Cerró la puerta antes de que yo pudiera ir tras ella.

Y así volví a odiarla con toda mi alma.

...

N/A: Ja. Sé que este capítulo no es muy largo, pero quería publicar hoy así que ajá.
Felizmente ya tengo como 3,000 palabras escritas para el próximo.

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