20. ¿Qué le ponen al aire en Portugal?

N/A: Aún sigo editando partes del capítulo que tendría que haber publicado hoy, pero mientras escribía, salió esto. Esto se sitúa entre los dos meses en los que Carter, Emma, Percy y Aqua llegaron a Portugal en barco. Yep, ya se imaginarán lo que pasó. Traté de hacer la escena no tan explícita para poder pasar el rating. Ojalá les guste, igual uwu. Les dejé la canción que me inspiró un poco para este capítulo en el multimedia por si quieren leer el capítulo con ella.

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Emma:

—¿Por qué no pueden venir con nosotros? —pregunté en la tarde durante el almuerzo privado. —Digo, Portugal no parece un país en el qué hay mucha presencia egipcia o griega...

Vi las manos de Carter tensarse mientras trataba de evitar mi mirada.

—No es por eso —susurró distraído.

—¿Entonces por qué...?

—Aqua y yo fuimos prácticamente desterrados de todos los dominios portugueses la última vez que estuvimos aquí.

—¿Cómo?

Se me hacía divertido pensar en él rompiendo las leyes necesarias para que lo destierren. Vi como el sudor parecía querer recorrer su frente.

—Fue algo que es mejor olvidar.

—Oh, vamos, Carter. Esta información es jugosa. Nunca te he visto romper reglas y mucho menos leyes. Siempre hay una primera vez para todo.

—Emma, no... no quiero hablar sobre eso ahora.

—Sino es ahora, será nunca —susurré entre risas.

Parecía asqueado consigo mismo. Me reí. Era tan adorable verlo tan fastidiado.

—No.

—Oh, vamos...

Entonces frunció el ceño y evitó mi mirada.

—Dije que no, Emma —dijo casi en un grito.

Rodé los ojos. A veces podía llegar a ser tan insufrible...

—Está bien, lo siento.

Su expresión aún no me convencía. Parecía dolido.

—No te preocupes. Es solo que... no me gustan los recuerdos que dejé aquí. No eran los mejores...

Se levantó de la mesa. Parecía que se iba a ir a su habitación.

—En serio, perdón —dije haciendo un puchero. —Pero es que si no me dices qué fue lo qué pasó, ¿cómo podría ayudarte?

Se volteó para sonreírme.

—Haciendo que olvide lo qué pasó.

Comenzó a caminar hacia el pasillo, pero fui tras él. Salté desprevenida a su espalda. Él cayó en sus espaldas sonriéndome. Las misiones tenían que ser tristes, complejas y con monstruos de por medio. Parecía que mientras Cárter y yo estuviésemos juntos no importaba nada más. Lográbamos que la miseria del otro se desvanezca. Aún en el suelo, acaricié su rostro. Sus ojos encasillados en los míos. Por la posición en la que estábamos en el suelo, él tumbado contra su espalda y yo sentada de costado, se me ocurrió una idea peculiar. Subí por su cabello.

—Jamás podrás quitarme de tu vida, Carter Kane —suspiré acercándome lentamente para sellar nuestros labios al mismo estilo de Peter y Mary Jane, solo que en horizontal. Fue corto y simple pero logró sacarme una pequeña sonrisa. Cuando terminé él se levantó del suelo y me ayudó a ponerme de pie para después sorprenderme con un nuevo beso en los labios. Lo arrinconé contra la puerta de su habitación.

Mis manos se deslizaban por su espalda hacia su torso, levantando su camisa de poco a poco. Cortó el beso de pronto.

—Emms, no —suspiró. —No debemos.

—Por favor... —susurré en su oído antes de besarlo eufóricamente otra vez. —Hace meses que no...

—Lo sé --me interrumpió, --pero no es el momento indicado, además no tenemos...

—Eso nunca te lo impidió antes. Ya sabes qué hacer en tiempos de necesi...

—No —suspiró apartándome poco a poco. —Es mi decisión.

—Vamos... Será divertido —dije acercándome a él, rodeando su cintura con mis manos.

—Tienes un futuro por delante. Planeas ir a la universidad, no voy a dejar que algo malo te pase en el camino por no aguantarte las ganas de...

Ataqué sus labios otra vez. Lo necesitaba tanto que hasta sentía como dolía su intento de rechazo. Acalorada, abrí el cierre de sus pantalones, pero él me empujó.

—Emma, dije que no —dijo en un tono amenazante. —Ni siquiera dije "tal vez", "no" es "no".

Confundida, sentí como si el impacto me hubiera roto algo. Caí al piso sin querer.

—¿Por qué haces esto justo ahora? —pregunté. Desde que nos subimos a este estúpido barco, parece que no siente la más mínima atracción a mí. —¡No es justo!

—Es justo. Emma, no es mi culpa que quieras follar a cada rato...

Aún en el suelo, sentí mis piernas adoloridas. ¿Por qué se comportaba tan extraño conmigo? ¿Por qué él y Aqua no podían salir del barco? ¿Qué clase de ley podría haber roto? ¿Será que... no quiere pasar la noche conmigo porque le trae malos recuerdos de...? De pronto entendí todo:

—Fue con ella, ¿cierto? Con mi hermana. Perdiste la virginidad con ella. ¡Aquí en Portugal! --grité encolerizada.

—¿Y? --lo dijo como si fuera algo de todos los días enterarme que tuvo cosas con ella. --Emma, eso fue mucho antes de conocerte. Simplemente no quiero recordar nada de eso --Comenzó a arrodillarse a mi lado para ayudarme a levantarme del suelo.

—No, ¡lo que quieres es recordar! --dije apartando su mano. Sentía los ojos escocerme, pero no, no derramaría una sola lágrima.

Imagina que tu novio no solo haya perdido la virginidad con tu hermana mayor sino que también se rehúsa a acostarse contigo.

—Pues si piensas eso, quizás sea mejor que te vayas —susurró. —Solo quiero despejarme un poco de todo esto.

—¡Bien! —grité.

—¡Bien! —respondió en el mismo tono que yo.

Corrí a mi habitación. Aqua me miró preocupada, pero solo por ser una completa olvidadiza, solo la empujé fuera. Después de encerrarme en la habitación, aprecié el azul mar desde una de las ventanas mientras limpiaba mi rostro con un pañuelo de tela blanco que antes usaba para amarrarme el cabello. Miré el cuchillo que estaba encima de la cómoda, solo lo cogí entre manos, acariciándolo como si la hoja fuera de seda. Era la daga que Piper me había dado tiempo atrás. Lo tomé entre mis manos y usé la hoja como si esta fuera un peine sobre mi cabello. La daga se transformó en un cepillo. Ganas de querer matarlos a todos no me faltaban, pero tenía que posponerlo.

Miré la hora en el reloj. Fui a buscar a Percy. Teníamos que conseguir comida.

—¡Despierta, idiota! Vamos de compras —dije al encontrármelo durmiendo en la sala de máquinas.

—Hmm... ¿Qué?

—Lo que oíste. Vamos a comprar comida. Al parecer Aqua y Carter no pueden salir de Portugal porque tuvieron sexo en algún sitio público hace tiempo.

Eso pareció despertarlo más rápido.

—Imposible.

—Y quien sabe que otras cosas habrán hecho aquí...

Tomé su brazo para levantarlo. Limpié una gota de sudor cerca de mis ojos.

—¿Vamos? —pregunté.

—Vamos.

...

La mayoría de edad en Portugal eran 18 años, lo que significaba que por fin podría comprar alcohol yo sola. Estábamos por una calle en donde había un pequeño mercado al aire libre junto a una licorería.

—Jackson, ¿podrías ir a comprar las frutas? Compraré un par de bebidas.

—Sí, claro, lo que digas, Bercovich.

Una vez sin él cerca, entré a una pequeña licorería. Atendía una chica de edad universitaria. Cuando entré, saludó en portugués. Felizmente ella entendía inglés.

—¿Qué tipo de vino le gustaría?

—No lo sé... En general no sé nada de esas cosas. En Estados Unidos no tenía suficiente edad para comprar alcohol.

—Ya veo —dijo entre pequeñas risitas. —Es curioso que hagan eso por allá.

—Sí, bueno. ¿Qué clase de bebida puede emborracharme lo más rápido?

—¿Estás segura que quieres eso? —preguntó algo preocupada. —Digo, para tu primera experiencia podría tener algo más sencillo, con buen sabor...

Negué con la cabeza.

—No quiero eso. Quiero tomar algo que me haga olvidar las cosas que ocurrieron hace unos minutos.

Un silencio se prolongó entre ambas.

—¿Corazón roto? —preguntó entristecida.

—Algo parecido.

La muchacha sacó una botella de entre las que tenía en el mostrador. No me fijé bien cuál era cuando, de pronto, apareció Percy en la puerta.

—¡Emma!

—¿Qué pasa? —pregunté algo irritada. Corrió hacia mí.

—Tenemos que irnos, ¡ya!

—¿Pero qué pasa?

—Monstruo.

Dejé la botella encima del mostrador y corrí junto a él por las avenidas más concurridas de la pequeña ciudad en la que estábamos.

Al parecer la señora de las verduras era una dracaena con ganas de comer Semidiós a la extrangulé. La mujer nos venía persiguiendo por todos lados. Percy tenía la espada entre sus manos, pero le preocupaba tener que matarla frente a tanta gente. Prefería llevarla a un sitio más oscuro, como algún callejón.

Una vez en uno, donde teníamos de testigo a un pobre vagabundo, convirtió su lapicero en espada. La mujer reptaba hacia mí, confusa por completo. Me tomó del cabello y jaló hacia atrás. Eso dolió mucho. Parecía lista para poder extrangularme, cuando Percy se acercó rápidamente. Fácilmente la desintegró. Al parecer los monstruos portugueses no eran tan hábiles como los estadounidenses.

—¿Estás bien? —preguntó. Era la primera persona que parecía decírmelo en serio.

—No —suspiré y lo abracé entre lágrimas. —Quiero decir, físicamente no me ha pasado nada, pero...

—Lo sé, lo entiendo —murmuró guardando la espada para continuarme con el abrazo. —No te preocupes. Todo estará bien. —Sobó mi espalda, como cuando un amigo trata de quitarte una herida de encima.

Cuando se separó, me fijé en sus ojos. Se notaba el gran dolor que había en ellos. Estúpida Aqua. Ella siempre muy contenta, sin darse cuenta de qué tanto lo lastimaba por jugar al "Ew, mi hermano me besó. Ahora lo voy a odiar de repente por más que ha hecho de todo por cuidarme". No sé quién fue primero. En realidad parecía que era mutuo. Ambos sellamos nuestros labios en un casto beso. De pronto, él me rodeó la cintura para acercarme más. Había olvidado el sabor de sus besos. Tenía algo salado entre ellos, algo que me encantaba. Rodee su cuello con mis brazos enérgicamente, tratando de prolongar la sensación. Al separarnos por tomar aire, él me miró por unos minutos de abajo a arriba, como confirmando que me acababa de besar.

—Emms...

—Shhh...

Tomé su brazo. Había visto un supermercado cerca. Cuando el guardia no se dio cuenta, metí al idiota al baño de mujeres. Felizmente no había nadie. Entramos al cubículo más grande, el que usualmente la gente reservaba para personas con discapacidad, aunque realmente casi nunca veías a alguien usándolo. Me colocó contra la pared de cemento entre que yo desabrochaba su correa para bajar su pantalón. Habíamos dicho que solo sería una vez, que no se hablaría nada de eso, y que sería rápido.

Nada de eso se cumplió.

Mordía mi cuello dejando varias marcas debajo de mi nuca, las cuales mi cabello podría fácilmente ocultar. Guardó mis bragas en su bolsillo trasero, dejándome solo en un vestido amarillo. Jugueteó un poco con mi entrada antes de confirmar lo mojada que estaba para poder introducirse de un solo empujón. Solté un gritito. No había estado preparada para eso aún... y no estaba por completo dentro. Me llenó el pecho de besos mientras yo aún jadeaba. Logré quitarme el vestido por arriba, rebelándole mi desnudo busto. Sonrió mientras jugaba con mis pezones. El baño comenzó a llenarse de gemidos pronto. Lo abracé más fuerte mientras me deslizaba hacia abajo lentamente antes de subir para completar una estocada. Sus ojos verdes se clavaron en los míos. Parecían levemente más oscuros.

...

Regresamos varias horas después. No, no es que hayamos perdido más tiempo en aquel cubículo. Bueno, sí, pero hubo más, y no solo me refiero a las compras. Después de un rato me dio un pequeño ataque de pánico pues lo que había hecho estaba mal, muy mal, terrible. Percy parecía entenderme pero aún así prefirió llevarme a una heladería artesanal. Tenía que despejarme.

Al regresar al muelle, Carter parecía querer inspeccionarnos de más. Fue entonces que me di cuenta que él no confiaba ni en mí ni en él. Dije que las marcas en mi cuello habían sido por una bestia con forma de pájaro que había volado de frente ahí. No estoy segura de que lo haya creído, en realidad, pero realmente poco me importa.

Cuando nos quedamos solos, Percy besó mi frente como si me estuviera protegiendo de algo. No estaba muy orgullosa de lo que acababa de acabar. Odiaba que esto me ocurra tan de pronto.

Carter tenía razón.

Él ni siquiera me conocía, pero yo hice todo lo posible para lastimarlo... ¿Cómo diablos podría verle a los ojos y fingir que no quiero al Idiota?

--¿Crees que algún día podrán perdonarnos? --pregunté en su espalda.

--Jamás lo harán --susurró contra mi oído. --Pero no tienen por qué enterarse.

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