5. La Ignorancia ◉

El domingo estaba a punto de terminar, y no había forma de que su humor mejorara. Severus Snape no había tenido un fin de semana tan malo desde el último que había pasado en Azkaban, hacía ya algunos años. Había sido un fin de semana miserable, presagio de una semana aún más miserable.

De hecho, había algo que podía mejorarlo todo para Severus: la llegada del anillo. Improbable que ocurriera, si le preguntaban a él, pues por muy lejos de Gran Bretaña que Granger pudiera estar, habría tenido tiempo suficiente para leer su carta y entregar su anillo a la lechuza que regresaba. Ahora ya era domingo por la tarde, la lechuza del colegio que había utilizado llevaba de vuelta desde las primeras horas del sábado, y no había ni rastro de respuesta.

¿Por qué le torturaba tanto? Sólo era un anillo, un anillo de mujer. Ni siquiera era tan valioso; sus piedras no eran esmeraldas, su metal era un tipo barato de oro blanco. Entonces, ¿por qué Granger no podía enviárselo? ¡No era más que un anillo!

Entonces, ¿por qué me torturo por eso?

Severus gruñó de frustración. Estaba a punto de darse por vencido y dejar caer la cabeza sobre la almohada para dormir toda la noche cuando una lechuza voló a través del agujero encantado que había cerca del techo de su salón. Se levantó de la cama con energías renovadas para salir al encuentro del ave.

Su primera decepción fue la ausencia del anillo; la segunda...

El profesor Snape,

No debería contestarle. El motivo de esta carta es muy sencillo: Tengo curiosidad.

Esto hizo que una ceja se le disparara hasta la línea del pelo. Siguió leyendo-.

Me ve llevando un anillo que casualmente encontré el día que murió Voldemort. Obviamente despierta tu interés. Me escribe diciendo que el anillo está maldito y es un peligro, cosa que obviamente no es. Insiste en que te lo envíe a toda costa.

Ahora, ¿por qué haría eso? Entiendo que conoce el anillo y lo quiere, pero ¿por qué? Sabe, explicando las cosas podría conseguir lo que quiere más rápido de lo que lo harían la manipulación, las palabras malsonantes y las mentiras.

Severus miraba estupefacto el pergamino que sostenía, y había más...

Tenga en cuenta a la hora de redactar su respuesta -si es que tiene intención de responder- y deje de comportarse como un imbécil de Slytherin.

Hermione Granger

Severus se quedó mirando. ¡Aquella tonta no tenía ningún respeto!

¿El imbécil de Slytherin?

El asombro se le estaba pasando rápidamente y la ira se le estaba colando con la misma rapidez, haciéndole aplastar la carta en una bola de pergamino. Siguió aplastando la carta ofensiva mientras luchaba consigo mismo. Quería estrangular a Granger por su impertinencia, pero sobre todo por no enviarle su anillo, y eso en sí mismo era más irritante que cualquier otra cosa que estuviera sintiendo.

Se hundió en el sofá frente a la chimenea y dejó caer la cabeza entre las manos, luego gruñó cuando la maldita carta se interpuso entre sus dedos y su cabello lacio. Se deshizo de la bola de pergamino y se tiró del pelo con gusto. Aquel anillo había sido su consuelo desde el día en que se dio cuenta de que no podía ignorar los sentimientos que su joven corazón había alimentado inocente e implacablemente. Por aquel entonces y durante los años más oscuros de su vida, había sido su única compañía, su único recordatorio de que había algo de pureza en su alma. Un anillo, un pequeño anillo, ¡por el amor de Merlín! ¿Cómo podía gobernar así su vida?

Era más que irritante. ¡Era una locura!

Se levantó bruscamente y entró en su dormitorio. Severus se limitó a arrojar el cuerpo sobre el colchón, apartando las mantas de debajo de sí, irritado. Se iba a dormir y, cuando despertara, se habría olvidado de Granger y del maldito anillo.

Utilizando todas las técnicas que conocía para despejar la mente, Severus se durmió.

Durante tres días continuó su lucha interna. Hubo momentos en los que ignoró su angustia y se concentró en sus tareas más tediosas, hubo otros en los que se sentó en su despacho o en su aula mirando al espacio en contemplación, y hubo otros en los que, en la intimidad de sus aposentos, cedió a su desdicha y pensó en la forma de recuperar su preciado anillo.

Eran los momentos en que se entregaba a preparar planes para conseguir lo que quería y, al mismo tiempo, trataba de convencerse de que no era por su necesidad del anillo, sino por su necesidad de conseguir lo que era suyo, que no tenía nada que ver con sus sentimientos pasados, sino con el orgullo y la justicia.

El jueves siguiente, seguía sin tener ideas brillantes para un plan de acción. Había barajado todas y cada una de las posibilidades en su mente más de una vez; incluso había contemplado decir la verdad como una opción, que fue rápidamente descartada. Ahora andaba en círculos, volviendo una y otra vez a las mismas estúpidas ideas, sin molestarse siquiera en ocultarse a sí mismo que necesitaba el anillo a toda costa.

Esto sólo podía significar una cosa: tendría que elegir la menos densa de sus ideas y escribir una respuesta a Granger. Severus estaba tan frustrado con la situación que rompió su pluma después de escribir dos párrafos en la respuesta, teniendo que desperdiciar la buena en aquella tonteria.

Estúpida situación.

Pero si preguntar no conseguía el efecto deseado, entonces tendría que invertir más. Era absurdo, pero estaba dispuesto a negociar.

No le importaba la hora que fuera, lo único que Severus quería era terminar con esto. Se dirigió a la lechucería, y cuando llegó, los primeros rayos de luz iluminaban el horizonte. No pareció reparar en la belleza de la vista mientras observaba a la lechuza alzar el vuelo con su carta sujeta a la garra.

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