𝑪𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 33: 𝑳𝒂 𝒗𝒂𝒍𝒆𝒏𝒕𝒊́𝒂 𝒅𝒆 𝑭𝒓𝒂𝒏𝒌
La blanca luz proveniente del techo le daba a la habitación un ambiente totalmente tétrico, lo peor que había podido imaginar Gerard. Toda su vida había odiado las estaciones de policía y ahora se encontraba ahí, terminando de dar su declaración. Retorcía la tela de su camisa entre sus manos mientras terminaba de hablar, éstas estaban sudorosas y temblaban un poco por todas las emociones que había vivido recién.
Al llegar al momento de narrar sobre la fatídica pelea entre Frank y Alex no pudo evitar derramar algunas lágrimas. Por un instante había creído que era Frank quien había caído por el borde al abismo y su corazón se había hundido ante el solo pensamiento de su pérdida.
Sin embargo, quien había resbalado y caído, había sido Alex. Su vida había acabado de facto por la altura del edificio. Él se había abrazado de Frank, lleno de nervios, tembloroso y en cierta parte culpable por lo que había sucedido pero Frank había estado para él, para hacerle saber y recordar que él era la víctima, no tenía ninguna culpa en las decisiones de Alex, lo cual lo llevó a tan fatal destino.
Después de haberse calmado un poco habían llamado a las autoridades para que llegasen por el cuerpo. La policía se hizo presente y los llevó a la estación en calidad de víctimas al notar el estado de Frank, que si bien sus heridas no eran profundas ni graves, si demostraban su secuestro.
Mientras esperaban el informe de los peritos y la apertura del expediente fiscal, ambos habían sido atendidos en la enfermería. Luego de ello se habían llevado a Frank para su declaración y ahora era su turno; y por más difícil que fue, dijo todo lo que Alex le había estado haciendo en las últimas semanas. Todo su acoso, el anónimo, las flores y la carta e incluso que había entrado a su departamento mientras ellos no estaban. Fue difícil reconocer ante una autoridad policial que era a lo que se dedicaba y que esa había sido una de las principales razones para que Alex comenzara ese ataque en su contra.
—Eso sería todo, señor Way —informó el policía mientras apagaba la grabadora—. Usted y el señor Iero pueden retirarse. El caso estará a partir de ahora en manos de la Fiscalía y solo se les llamara para informarles el veredicto, dado que el victimario está muerto, la audiencia será sumaria y no tardara más de un par de semanas.
—Está bien. Gracias, oficial —mencionó y se levantó de su silla dispuesto a salir.
—Y, señor Way —llamó el oficial. Gerard se giró a verlo y encontró sinceridad en el rostro del hombre—. No se sienta culpable por nada, usted solo es la víctima.
Gerard sintió un nudo en la garganta que no le permitió responder, tan solo asintió y siguió su camino. Los ojos le picaban y las lágrimas amenazaban con salir caudalosas pero no iba a permitirse ser débil, ya no quería seguir sufriendo y siendo vulnerable por aquello. Caminó a paso rápido hasta la recepción y encontró a Frank sentado en las bancas, le esperaba expectante y apenas le vio se levantó y fue a su encuentro.
—Vamos a casa —pidió mientras los brazos fuertes de Iero lo protegían del mundo.
—Claro, bebé.
Salieron de la estación de policías abrazados y en silencio. Nadie mencionó ninguna palabra durante el trayecto a casa, solo la tenue música que llevaba el taxista se escuchaba. El auto había quedado en la escena del crimen pero ninguno de los dos estaba en condiciones para volver al lugar; a Frank, un policía les había dicho que les haría llegar el vehículo al día siguiente hasta su dirección, ya que este no estaba involucrado en el asunto no había razón para retenerlo.
—Tuve que sacar dinero de nuestra cuenta, Frankie —dijo Gee una vez estuvieron en la seguridad de su hogar.
—No te preocupes por eso, bebé. Lo hiciste por mi y no sabes cuanto te lo agradezco. Si no hubieses ido, no sé lo que hubiese sucedido conmigo.
—Frankie, no, yo no hice nada. Tú eres muy valiente, eres indestructible.
Frank sonrió y lo sostuvo de la cabeza, peinó sus cabellos negros desordenados y juntó sus frentes, rozando la nariz de Gee con la suya.
—Estoy cansado. ¿Nos damos una ducha? Hablaremos de todo esto después, amor.
Gerard asintió y tomó la mano del rubio. Lo guió hasta el baño y bajó su mirada atenta llenó la tina con agua tibia y dejó caer un par de bolas de espuma que apenas tocaron la superficie se deshicieron desprendiendo un aroma dulce a rosas y canela, tal como le gustaba a Frank. Gerard se volvió a él y con sus manos suaves le ayudó a retirarse la ropa sucia; con el mismo cuidado lo ayudó a entrar en la bañera para finalmente repetir el proceso consigo mismo.
Frank le vio en todo momento, cada trozo de su piel desnuda y sintió que se podía romper en cualquier momento ante el recuerdo de todo lo sucedido, él pudo haber muerto y haber dejado a Gee vulnerable, solo y desprotegido en el mundo junto a ese sujeto. Pudieron suceder muchas cosas pero la prueba de que el destino tenía deparado para ellos una vida juntos y felices, era que siguiera con vida. Por ese motivo no se podía permitir dejarse ver abatido, afectando mucho más a Gee. Además aquella debía ser una noche especial después de todo, Frank no podía permitir que nadie le arrebatara su felicidad ni la de Gerard.
El pelinegro entró a la bañera y se acomodó a horcajadas sobre el regazo de Frank, sus cuerpos totalmente desnudos mientras el agua tibia les cubría.
—¿Te duele mucho? —preguntó Gerard con voz suave repasando con la yema de sus dedos la pequeña herida en la frente de Frank, al igual que el moretón en su pómulo.
—Tus manos nunca harían algo que me hiciera doler.
El pelinegro sonrió de medio lado y le besó las heridas con sumo cuidado; Frank se dejó hacer, acariciando la espalda contraria. Los sentimientos estaban encontrando su caudal dentro de Gee y sólo la paz de estar con Frank, viéndolo, tocándolo y sabiendo que estaba bien, lo tenían mucho más tranquilo que antes.
—Tuve tanto miedo —susurró Gerard con los ojos vidriosos mientras se acomodaba en el pecho de Frank—. Pero la pesadilla ya terminó.
—Así es, mi amor —respondió despacio. Tomó entre sus manos pequeñas cantidades de agua y las dejó caer sobre la cabeza de Gee, para después peinar sus cabellos humedecidos con sus dedos—. Aunque me da muchísima tristeza que nuestra noche se haya arruinado.
—A mi también, nene, pero, no voy a negarte que eso es algo efímero comparado con tu vida. No sé qué habría hecho si te hubiese pasado algo Frankie —dijo y su voz se quebró al fin, necesitaba decir aquello—. Lamento mucho haber sido un cobarde en su momento y haber traído a ese monstruo a nuestras vidas. Perdóname…
—Hey, Gee. No, bebé. Tu no tienes culpa de nada. No vuelvas a repetir eso nunca más —declaró con firmeza.
—Pero…
—No, Gee —dijo y lo tomó de la barbilla alzando su rostro. Le besó las lágrimas mezcladas con gotas de agua hasta llegar a sus labios—. Te amo tanto.
—Yo también. Te amo más que a nada, Frank —dijo contra sus suaves labios.
—¿Sabes? —llamó su atención, era el momento—. Había planeado para ti una cena muy especial. En un restaurante muy bonito, con vino, velas y rosas, porque quería preguntarte algo demasiado importante. Sin embargo, la verdad es que no importa nada, ni el día, el lugar o la hora, simplemente me basta con que estés tú —dijo y se alejó un poco. Sacó una de sus manos de la tina y buscó a tientas entre la ropa que había estado usando—. Gerard…
—Frankie —suspiró sentándose correctamente sobre el regazo ajeno. Se cubrió la boca con las manos al ver el anillo plateado que estaba dentro de la cajita en las manos de Frank.
—Gerard, ¿te gustaría compartir el resto de tu vida a mi lado? —preguntó con su corazón martillando fuertemente en su pecho. Conocía la respuesta, podía verlo a través de esos ojos soñadores que tanto le gustaban pero aún así, no podía evitar ese nerviosismo que seguía causando Gerard en él. Como un adolescente, a veces cachindo, a veces enamorado.
Gerard sintió que estaba viviendo en su sueño más deseado. No podía creer cómo tan de pronto todos sus pensamientos sobre lo sucedido habían dejado de importar, Frank era capaz de sacarlo del más oscuro túnel en el que la vida se empeñara en arrastrarlo. Él con sus sonrisas, ofreciéndole nuevas oportunidades. Él con su amor infinito. Simplemente Frank.
—No puedo imaginarme una vida sin ti —respondió lleno de felicidad—. Quiero compartir contigo ésta vida y la próxima, Frank.
—Gerard Iero, te prometo que te haré el hombre más feliz del mundo y cada día trataré de ser un mejor esposo para ti —prometió mientras deslizaba el oro blanco en el dedo de Gerard—. Nunca me iré de tu lado.
—Futuro esposo, no tienes idea de lo feliz que me siento. Yo pensé que viviríamos una vida juntos por siempre pero un matrimonio, por más que amase la idea, me era difícil creer que iba a suceder. Y ahora estás aquí, rompiendo mis miedos y demostrándome una vez más, que no existe una mejor persona de la cual me pude haber enamorado, Frank.
—Perdón por haber tardado tanto en pedirlo.
—No tardaste, solo tuvo que darse en el momento indicado —dijo y suspiró viendo una última vez el anillo en su dedo—. Me gusta como suena mi nuevo apellido.
—Los Iero Way.
—Los Iero Way —repitió y pegó sus labios a los de su amado, sellando así el compromiso que acababan de adquirir. Con un beso lleno de amor.
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