𝑪𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 32: 𝑬𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒅𝒆 𝑮𝒆𝒓𝒂𝒓𝒅

Si las circunstancias fueran otras, Gerard reconocería frente a una audiencia completa que estaba exagerando como una total reina del drama, pero no, no era ni la más mínima exageración.

Se suponía que Frank solo había salido a hacer su típica rutina de ejercicios por la ciudad y ya habían pasado demasiadas horas y aún no volvía a casa. Él nunca demoraba más de una hora y ya eran casi las once de la noche.

Antes de irse le había pedido que se pusiera algo lindo y que esperara a por él, y Gee había obedecido muy emocionado. Se había puesto un lindo vestido negro que había estado guardado en su closet por mucho tiempo, lo había comprado en una tienda de trajes de noche y no se lo había puesto porque había sentido un poco de verguenza, pero la confidencia que ahora tenía consigo mismo le había empoderado a un nivel increíble. El vestido con sus tacones negros a juego lo hacían sentir lindo y sensual, como a Frank le gustaba verlo también.

Cuando eran las seis y estaba listo, se sentó en un sillón en la sala y esperó con la mirada atenta sobre la puerta, sin embargo, los segundos, los minutos y las horas comenzaron a avanzar y Frank nunca apareció. Sus lentes dejaron de ser necesarios porque el sol ya se había puesto para entonces.

Gerard sentía que sus nervios ya estaban totalmente crispados y sus pies comenzaban a doler por tanto caminar de un lado a otro por toda la sala, en algún momento de la noche había comenzado a hacerlo. Sus manos estaban sudorosas y su corazón casi se sale de su pecho al escuchar su teléfono sonar en medio de aquel silencio abrumador.

—¿Hola? —dijo con voz temerosa. No había reparado en ver el remitente, solo respondió con la esperanza de escuchar la dulce voz que tanto le gustaba.

—Hola, Gee —por el contrario respondió una voz conocida al otro lado de la línea. Gerard sintió como si un balde de agua fría hubiera caído sobre su cuerpo—. Cuánto tiempo sin saber de ti.

El pelinegro pegó su espalda a la pared más cercana y cerró sus ojos con fuerza, rezando porque los puntos que acaba de unir en su mente no fuesen ciertos y que Alex no tuviera nada que ver con la repentina desaparición de Frank, aunque su instinto ya sabía que efectivamente era así. Todos los indicios que había dejado indicaban que esto era también era obra suya para lastimar a Gerard.

—¿Qué quieres, Alex? —preguntó después de suspirar, tratando de mantener la calma.

—Te quiero a ti —respondió de inmediato de forma descarada, y sin dejarlo pensar tan siquiera continuó hablando—. Si quieres que tu noviecito salga vivo de esto, debes venir en media hora a la dirección que te enviaré en un texto.

—No le hagas nada, por favor...

—Eso depende de ti. No se te ocurra llamar a la policía porque quién pagará las consecuencias es Frank —dijo—. Recuerda, tienes media hora para estar aquí.

—Espera...

Gerard no tuvo tiempo de preguntar nada más pues la llamada se cortó. Apretó el aparato con fuerza en su mano mientras las lágrimas amargas de tristeza, preocupación y arrepentimiento corrían por sus mejillas. La vida de Frank estaba en peligro y era culpa suya solamente, por haber sido un cobarde y no aceptar que el amor que sentía por Frank era real y sincero, y que corría por cada una de sus venas.

Nunca debió haber involucrado a esa persona tan despreciable en sus vidas pero en ese momento ya no ganaba nada pensando en todas las cosas que debió y no haber hecho. Cuando el celular volvió a vibrar en su mano, leyó el mensaje y se limpió los ojos con el dorso de su mano libre.

Era momento de demostrar la fuerza de su amor. Se levantó decidido y a paso rápido se dirigió a su habitación para cambiarse. Tenis, jeans y una camisa cualquiera fue lo que se puso; dentro de un pequeño bolso guardó su cartera, su teléfono y un pequeño aparato color neegro, sin más tiempo que perder tomó las llaves del auto y salió de su departamento. Corrió al elevador y marcó desesperadamente el primer piso, necesitaba darse prisa.

*

Su viaje hasta un viejo y abandonado edificio a las afueras de la ciudad fue un camino corto, interrumpido únicamente por la parada que hizo en un cajero automático para sacar dinero de la cuenta bancaria. Estaba dispuesto a dar lo que fuera por salvar a Frank de las garras de Alex.

Sintió un escalofrío recorrer sus brazos al bajar del auto y ver la enorme estructura frente a él, eran tantos pisos de altura que no podía contarlos pero sí podía notar que eran pocas las paredes terminadas, parecía que solo eran las divisiones de los pisos y nada más. Se apresuró a caminar y el simple sonido de sus pasos le alteraba más los nervios.

Sin embargo, cuando llegó hasta el último piso, su corazón dolió como nunca al alzar la vista y ver a Frank. Estaba sentado en una silla en medio de aquel salón sin paredes, estaba atado de las manos y pies mientras su cabeza estaba colgada sobre su pecho y el viento inclemente azotaba su cabello.

—Frankie... —musitó.

—Hola, dulzura —dijo una voz a sus espaldas—. Llegaste puntual, me gusta.

Gerard se giró rápidamente y vio con desprecio a Alex, quien sonreía ampliamente. Lucía un rostro tan desquiciado que Gerard en un principio le fue difícil reconocer, en todo el tiempo que lo conoció se había mostrado como una persona dulce y amable, que si bien había adoptado comportamientos intrusivos, no parecía ser del tipo que iba a exponer la vida de otra persona a cambio de un cariño casi nulo.

—¿Qué quieres?

—Ya te lo dije.

—¿Dinero? —interrumpió el pelinegro y se apresuró a buscar dentro de su bolsa el pequeño fajo de billetes que había conseguido.

Alzó la vista ante la carcajada que resonó en el ambiente, no obstante sus ojos enfocaron a un rostro dulce que le veía a las espaldas de Alex.

—Oh no, cariño, no necesito el dinero de una puta fácil.

Gerard sintió un nudo en su garganta formado por el sentimientos tan doloroso que le provocó ver el rostro de Frank con señas de golpes y por escuchar esas palabras tan horribles, por a pesar de saber que lo que Alex decía no era cierto, no dejaba de ser un ser humano con sentimientos y aquellas ofensas hacia su persona dolían.

—¿Qué quieres entonces? —preguntó tragando su amargura.

Alex caminaba como una bestia hambrienta a su alrededor pero Gerard le siguió el juego. Caminó lo más cerca de él que pudo y no se perdió ninguno de sus movimientos traicioneros.

—Para que él se vaya, sano y salvo, vas a ser mió —escupió con burla y suficiencia—. Te cogeré aquí frente a él, para demostrarle como se follan a las putas como tu, y luego de eso puede irse.

Gerard sentía como si pequeñas gotas de ácido cayeran en su piel. No quería volver sus ojos y encontrarse con los de Frank, no quería ver su sufrimiento y tampoco quería permitir que algo peor le sucediera. Así que se aferró a la única opción que tenía entre sus manos para salvar a Frank.

—¿Qué dices, Gerard? —preguntó Alex y se relamió los labios—. Es un trato justo,

—Y-yo... —murmuró y apretó la cajita negra en su puño, aun continuaba sin sacar la mano de su bolso—. Nunca. Jamás en mi vida aceptaría estar contigo.

Apenas soltó aquellas palabras en el tono de voz más seguro que pudo, Gerard sacó su mano y accionó el aparato en dirección a Alex. Era un paralizador de corta distancia, que le permitió al pelinegro poder correr hasta donde Frank estaba. Todo había sucedido en un rápido parpadeo que ni siquiera él lo podía creer. Las manos le temblaban mientras trataba de soltar las cuerdas y vigilaba al mismo tiempo que Alex no se levantara.

—Tranquilo, amor, ya estoy aquí —murmuró nervioso mientras desataba al castaño. Cuando acabó con sus manos le retiró la mordaza—. ¿Estás bien, Frankie?

—Si, mi amor, ¿y tú?

Gerard se había agachado a soltar los pies del rubio y al lograrlo se quedó apoyado sobre las piernas ajenas, sentía que la adrenalina del momento lo había hecho actuar pero su cuerpo estaba resentido, solo quería descansar de esa insufrible pesadilla. Asintió y cerró por un breve momento sus ojos, sintiendo los pulgares de Frank sobre sus mejillas.

Su pequeña burbuja de paz fue rota de pronto cuando Frank lo empujó hacia la derecha sobre el suelo y se levantó de un salto para impedir que Alex clavara un pequeño puñal contra él. Gerard vio en cámara lenta como los hombres forcejearon como un par de bestias salvajes y entre empujones avanzaron hasta el borde del piso, a orillas del vacío.

—¡No! —gritó Gerard al ver como uno de los hombres perdía pie y de forma trágica caía hacia atrás.

El pelinegro no pudo moverse al comprender lo que acababa de suceder ante sus ojos.

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