Whim.

“¿Y si vamos a algún lugar?".

Si las mañanas no fueran esa maldita hora para levantarse, juraría que no estaría otra vez allí, observándole, y desear no volver a verla de nuevo.

"Siempre lo mismo contigo, Milo".

Esa era la única frase que provenía de su compañero de armas, Camus de Acuario. Sin embargo, el no estaba ni en la tierra para escucharlo o comenzar a parlotear como era de esperar del escorpiano, aunque eso ya era como una rutina para el, desear poder ver a la joven que ya lo hacía sacar de casillas no era algo tan especial, que digamos, claro.

Si fuera tan inocente, ahí podría creer en él.

Milo no era idiota, podía parecer o creerle a cualquier bribón que estaba de su lado pero tenía un corazón valiente y sobreviviente de cualquier amenaza, era un caballero de Atenea, debía proteger a su diosa, pero había una pequeña particular y necesariamente molesta partícula que le había quitado todo lo que creía ideales. ¿Quién más podría ser? Si señoras y señores, era esa mujer, esa vestal, Aura.

Lo peor no era esa intención, sino todas las veces que le veía estaba ella, o estaba acompañada, el problema era ese... ¿Por qué?

Posteriormente, el escorpión dorado solo podía verla desde su templo ya que solamente subía hasta Virgo y eran muy pocas las veces que solía subir hasta donde se encontraba la señorita Athena, a consecuencias de esto tenía que siempre esperar en la noche para verla salir de aquel lugar, escabullirse y observar hacia donde iba, una rutina... ¿Acaso la protegía de algo? No, solo cumplía sus deseos de verle.

Ese rostro redondo, curvas que impregnantemente entonaban su tez blanca como los fantasmas, esos orbes que carecían ser luceros del alba, pequeñas fisonomías, sin duda esas hebras color ébano resaltaban hasta lo que no quería que fuera resaltado. Maldijo internamente cuando aquel pedazo de seda se deslizó por el cuerpo de la joven dejando ver su cuerpo, igual que una rosa, delicada pero tenía espinas.

«Monstruos en tu cabeza»

Y ahí estaba otra vez, la voz de Camus resonaba en su cabeza. Mala fue, premeditada fue la idea de poder crear una imagen escéptica de lo antes visto porque así como apareció, así también se esfumó.

Por la mañana pensaba en que no debió haber ido a verla, su cabeza no dejaba de dar vueltas, como resultado de tanto pensar llegó a la gran sala patriarcal, puesto que no pensaba esperar a todos reunidos allí... Algo le pareció extraño.

«¿Por qué tanta felicidad?»

—Ya todos estamos aquí — soltó de golpe Cáncer — ¿Riesci a scoprire qual è quella grande notizia?

—Pues como verás, Máscara Mortal — contestó el Patriarca —. He venido a decir que tienen una nueva compañera que protegerá junto a todos ustedes a la Señorita Atenea.

Los caballeros se miraron entre sí, Milo aún no lograba entender.

Sus pasos se hicieron cada vez más rotundos, una sutil cabellera caía por sus hombros, con el casco retirado dejo ver sus luceros haciendo que muchos de ellos vitoreaban a excepción de uno.

—Les presento a su compañera, Aura de Ophiuchus — compartió al final el gran Patriarca.

La nueva santa de oro sonrió a los presentes, pero al notar que uno ya no estaba suspiró, sabía lo que ocurrirá.

«Karma»

El pensó aquello hasta que recordó la última conversación con el santo de Virgo, y admitió por primera vez observando su propio reflejo lo que menos tenía pensado en su vida.

—Lo admito, me he enamorado de la joven Aura, pero ella y nadie más lo descubrirá — tomó aire viendo hacia el cielo — Eres mí capricho.

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