Houdini.

“La última respuesta es sencilla, lo tomas o lo dejas”.


La dejo, no podía quejarse.

──Estúpida.

──No me importa, no tengo porque decirte nada. Te quite de mis redes sociales, me aisle de la sociedad para que ahora tú, me tengas que decir únicamente lo contrario a lo que antes mis ojos observaron. Eres una basura.

──Lo dice la mujer psicótica.

──Lo dice el cangrejo sin corazón.

──Pero bien que te acostaste conmigo.

──Estaba borracha.

──Perra mentirosa.

──Mira quién lo dice, el idiota sin cerebro.

──Ladrona de boxers.

──Lo dice el que aún no me devuelve mis prendas.

──¿Vergüenza?

──Imbécil.

La vergüenza no la mataba, sino el hecho de aquella famosa técnica que le habían dicho no le había ayudado. Tenía su vida y no tenía porque darle explicaciones a un cualquiera de lo que ocurría ahora.

Si antes se preocupaba, ahora menos.

──No tengo porqué...

──Quiero volver contigo. Y si, suena estúpido.

──No, sonó a qué te afeistaste lo que ya no tienes. Asexuado.

──Sigo teniendo mis cosas eh, no eres buena bromeando Anne.

──Vete al demonio, cangrejo idiota.

Se fue a pasos rápidos pero cortos que significaron un si rotundo a nuevas habilidades de correr sin tropezarse.

Y si, ¿Nadie nunca corrió en tacones? No lo recomiendo.

──¡Déjame explicarte, Anne! ── Repitió de lejos.

──¡Ya déjame, acosador! ── Alertó la otra.

Dió aún más pasos sin caer por las escaleras, tomó sus llaves con nervios para meterse al apartamento, cerrar con llave, poner una silla y avanzar hasta caer de golpe en el sillón para observar el techo estando totalmente de malas.

──¿Por qué no te puedo quitar de mi cabeza? Angelo, eres un mediocre y yo una estúpida con pésimos gustos.

La pareja perfecta.
Bueno, casi.

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