Finale.
«Déjate llevar»
Advert: +18.
No era su culpa, no estaba preparada.
Se mantenía tan tranquila que sus piernas temblaban por tenerlo tan cerca, sentir sus manos apegadas a sus caderas le hacía parecer tan inmune que a lo mejor no podría competir con algunas miradas del lugar, aunque claro no hubiera más nadie.
──¿Estás nerviosa? Sabes que podemos frenar si lo deseas.
──Aioros, ¿Tú estás seguro de que yo...── Sintió su abdomen contraído entre sus dedos mantuvo la mirada con aquel castaño que le había robado su corazón a cada segundo.
──Nymeria, ¿Consideras que esto solo es un juego? ── Consultó quedando cerca de la boca de la joven.
──N-no, es solo que yo... ── intento excusarse. Fue en vano.
──Nymeria, mi dulce guerrera, necesito contarte que esto que haremos será nuestro secreto.
──¿Solo nuestro? ── le observó con un leve sonrojo en sus mejillas.
──Solo nuestro.
El sonrió mientras ella se acercó creando coliciones que a lo mejor nunca volvería a sentir en su vida, negó ante los hechos ocurridos en el pasado o hasta en el propio presente, cerró sus ojos y se obligó mentalmente a determinar su estado actual.
Y fue lo peor que pudo haber hecho.
De pequeños tropiezos llegan el frío recorrió su espalda como si pensara que las palabras no tenían poder sobre ella o él, sin importarle como acabara la situación persiguen aquella sensación inalcanzable que los obliga a ceder ante su lujurioso deseo. El castaño besaba con paciencia le labios de ella, saboreaba cada parte de ellos como si tuviera todo el tiempo del mundo; los mordisqueaba, volvía a besarlos, succionaba y todo se resumía en una secundaria secuencia que aclamaba los gemidos ahogados por una joven envuelta en el peor cambio climático que podría tener su cuerpo: La Lujuria y el Placer.
Entre pequeñas excusas sus labios comenzaron a rozarse aún más, el contacto solo fue una pequeña fase hasta sentir las puntas de sus lenguas chocar con fervor en cada grito resumido en acciones tímidas pero conscientes de la verdadera travesía por su amor. Nymeria no era de esas mujeres hermosas con una figura de reloj de arena, ella tenía otros rasgos y su larga cabellera distraía todo su cuerpo para evitar los riesgosos encuentros.
Aioros lo reconocía como una ninfa de los océanos con aquella tez pálida, esa tonalidad electro-azul en sus ojos, mientras que su larga melena de tonalidad azabache correspondía a esconder cada curva que sus dedos trataban por encima de la tela retirada minutos después. No podía resistirse a tocarla, saborearla pero por sobre todo amarla.
Mordió sus carnosos labios dejando marcas a lo largo de su cuello, tomó su camisa apartándola del camino mientras repartía sus besos por su travesía ajena a los pensamientos que cualquiera manifestaría en aquel momento.
En cambio, la joven intentaba guardar su aire, aferrarse a él sin sentir como sus piernas fallaban y en ella, su poca esperanza en resistir tan incómoda posición.
──¿Problemas? ── Susurró el contra sus labios.
──Si te lo dijera, sería un mal comentario, ¿No crees?
──Depende, dudo que dures mucho así.
Desvió su mirada y sin previo aviso fue atrapada de nuevo, sometida entre besos mientras su espalda era recibida por una suave seda que la cubriría tarde o temprano. Delineando su espalda sin previo aviso construyó lo que menos se pensó, algo que acabó como una ironía cercana a la peor de las razones por las cuales seguir con la búsqueda no era gran idea.
──¿Lista?
──¿Debo contestar?
──¿Eres mía?
──Ay arquerito, si tan solo supieras mi respuesta.
El se rió a carcajadas mientras deslizaba su mano generando una presión en su pelvis, generando aún más gemidos en ella, sin importarle cuántas veces se le secara la garganta o cuántas veces aguantaría sin correrse encima de sus ropas.
¿El hacia eso por gusto?
Para complacerla, sí.
De pronto, se abre paso entre los pequeños pero conformes pechos de la joven para dar pellizcos como si fuera una mala costumbre divertida de su parte. Nymeria cerró sus ojos, una queja junto a muchos gemidos fueron su frase perfecta.
Acomodó sus brazos en los hombros del joven mientras le obligaba a subir su cabeza con desespero a tocar su cuerpo como si se tratara de la propia porcelana más cara en todo el mundo, un premio que nadie a su excepción podría obtener.
──Aio... ── Le susurró ella estando pegada a sus labios.
──Déjalo hermosa, aún no he terminado.
Sin previo aviso, sus brazos la rodean y la levantan, haciendo que ella esté en una posición aún más incomoda pero que favorecía al contrario, sintió una ráfaga de aire caliente entre las mismas dejando que su curiosidad ganara la partida, entre su más grande deseo notó como aquel arquero de cabellos oscuros descendía a su intimidad para comenzar a succionarla como si de una chupeta se tratase.
La sesión da pequeños pellizcos aún pegadas a la pelvis de la mujer hasta acabar con su tarea y sentir que aún estando vestido se frotaba contra su bello cuerpo generando fricciones placenteras que crecían a su disfuncional enemigo, y no hablo de una disfunción por problemas severos.
Para él, solo alguien generaba ese problema, y poseía un nombre. Nymeria, ese era su nombre.
No, no es lo que pensó hasta lograr entrar de golpe sin haber avisado a su joven princesa ──y agradecía ser el primero──, notó su dolor en los ojos de ella, limpió cada lágrima que aún atentaba contra su vida y allí disipó su encuentro entre estocadas, gritos, gemidos, y otros pendientes. Las posiciones actuales le favorecían en su acto de posesión hacia ella, mantenían el contacto, lo desaparecían, lo obtenían. Todo en una entrega, nadie lo vería de la manera que lo vemos, pues claro está, que nadie es ni será perfecto.
La perfección es aburrida.
Lo racional se vuelve una tétrica espera.
Existen correlaciones, no todas son unidas, pero claro está que hay personas que no entenderán nunca una manera de pensar.
Es gracias a eso, que los seres humanos somos desiguales con opiniones distintas pero por sobre todo...
Algo especial. Muchos lo ven, otros usan excusas de no encontrarlo sin darle lugar al tiempo, y otros mejor es olvidarlo.
Entre Aioros y Nymeria, no importaba cuántas veces tuviera un jodido y ardiente momento, implicaban sus sentimientos y lo que sentía por el otro. Algo estúpido, quizá. Pero eran ellos mismos en la intimidad, fuera de ella o quién sabe en qué otro ámbito más.
No sé trataba de una simple entrega, se trataba de algo más.
Algo inédito que puedes perder en un instante sin recordar al final que ocurrió.
Solo algo que nadie sabrá que significa.
Y no, no confundan al amor en este potente significado.
Porque hasta el propio Anteros lo sabe, y si, Eros también pero le vale tres cacahuetes.
Y es que, a veces,
El amor, no es para siempre.
Pero los lazos que los unen, valen más
que las mil palabras chinas de un ignorante que lo único que busca es una popularidad tan desbordante como su capacidad en temas que jamás podrá comentar.
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──¿Te parece una ronda más? ── Consultó el castaño agotado.
──Si tu estás más cansado que yo, mejor vamos a dormir. ── Sonrió ella.
El la abrazó y tomó su rostro con su mano izquierda, sonrió para preguntar algo que siempre tendría en cuenta.
──¿Somos uno? ── le miró.
──Somos uno y mil estrellas. ── Le dedico una sonrisa sincera.
──Te amo, Nymeria.
──Yo también, Aioros.
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