Crust of Bread.
“Querido Cupido: La próxima vez, nos disparas a los dos, ¿vale? Gracias.”.
Eres mía, punto.
Los orbes rojizos se fijaban lentamente en los posteriores a él, un recuerdo tras otro era lo que lo mantenía prendido en un recuerdo que era algo pequeño aunque significativo. Al menos hasta que la maldita presencia aparece, «¿Por qué ese engreído rey tiene que atravesarse en mí camino?» .
Si, así como lo oyen.
Servant Rider, Ozymandias.
El asqueroso Rey de Reyes, y no decía asqueroso por sus gustos, sino por el hecho de andar detrás de su favorita, de aquella mujer de luceros escarlata como los suyos, acariciando sus alocadas hebras celestes como si fueran de él, un amargo sabor de boca le aparecía en ese maldito momento.
──¡Maldita sea!── Exclamó con tranquilidad el rubio, aunque eso no demostraba del todo la ira en su mirada.
—Desearía poder ayudarte más, Gil— respondió el joven de hebras verdes, debía admitir que ver a su amigo así no le favorecía nada.
──¡¿Por qué?!── se quejó de nuevo el rubio como si fuera una niño pequeño.
Algunos nos dicen que las palabras son nuestros mayores enemigos, puedo asegurar que para el pobre rey de Uruk fueron como un balde de agua fría.
──¡LO PROHÍBO!── Recalcó cada palabra con un poco de odio en su interior.
—Pero señor Gilgamesh— susurró la mujer mientras se intentaba acercar al rubio, sin embargo fue en vano debido a que terminó alejada, como siempre.
—Tranquila Siduri, estoy seguro que no cometerá alguna estupidez— respondió atento Enkidu mientras rezaba porque sus palabras fueran ciertas.
El rubio, mejor conocido como Gilgamesh, paseaba de un lado al otro, hasta encontrarse con una pequeña vista ante sus ojos, Ur-Nungal conversando atentamente con su querida Zenda.
Observó con atención las acciones del rubio, negó muchas veces mientras intentaba olvidarse de su enojo para poder escuchar mejor, sin embargo la llegada de un tercero hizo que sus orbes rubí se salieran de su órbita.
«A veces los sentimientos, por mucho que nos gustaría poder alejarlos, vuelven una y otra vez, y no hay nada que podamos hacer para alejarlos. Eso es lo que me lleva ocurriendo a mí un tiempo con alguien, hay sentimientos que me abordan y que no me quieren dejar vivir».
En este momento, las palabras de Zenda resonaron en su cabeza.
──No puede ser...── estimó el rey de Uruk, en este momento no sabía a quién iba a morir en ese momento, si el egipcio por tener su brazo en la cintura de la joven, o él por el ataque de corazón que estaría por tener.
«Yo no soy nada celoso, pero reconozco que me molesta un poco verte con otras personas, pero eso no significa nada… ¿Verdad?».
Los orbes de la joven se posaron el famosa figura que les observaba como si fuera a matar a dos pájaros de un tiro, sonrió, conocía muy bien quien era capaz de tales hechos con tal de salir beneficiado.
Una vez que ambos acompañantes se retiraron, decidió seguir al rey babilónico.
──¡Oye, Doradito! ── la joven se acercó a el con su sonrisa astuta, y se colgó a su brazo aún sin recibir una respuesta por el contrario, prosiguió ── ¿Por qué la cara de León atropellado? ── Cuestionó con curiosidad.
──Nada de tu incumbencia, Zenda.
¡Tuche! La ecuación estaba completa.
──Sabes bien, que me incumbe ── recalcó la contraria.
──Entonces vete con tus amigos ── pensó que había sido una buena excusa, pero los brazos de la joven le rodearon como si fuera algo mejor que eso.
──Doradito...── sin embargo, sus brazos fueron apartados con fuerza mientras seguía su propio camino ──Espero que asistas, me gustaría que asistieras a mí celebración.
‹‹¿Había oído bien?››
──¿Qué se festejará? ── Preguntó el rubio.
──Mi compromiso, Ur-Nungal me pidió que...── el golpe que el rubio dio al suelo le hizo temblar, se acercó preocupada al verlo inconsciente allí ── ¡Gilgamesh! ¡Despierta, por favor! ── la zarandeada no lo traía aún de sus crueles emociones.
«Querer a alguien que no puedes tener. DUELE».
Ahora todo cobraba ese sentido alterno, para la vida de él y de todos que le ocultaban ese maldito presentimiento de morir en cuestión de segundos, nunca se lo esperó.
──«Hijo, espero puedas hacer el bien que yo no hice» ── en su mente los recuerdos se volvieron lágrimas, y su peso no fue aguantado, sin embargo, al abrir sus ojos carmesí no fueron sus lágrimas las que cayeron sino que de ella, si esa mujer a la que amaba con locura, era la que lloraba por un accidente suyo.
Tomó su rostro entre sus manos, limpió las lágrimas de ella y abrazó con fuerza su cuerpo sintiendo cada parte de su ser que pedía gritar aunque no ocurrió de la manera que el esperaba, a causa de esto fue como un suspiro muerto pero que llegó al corazón de la contraria incrementando sus lágrimas.
──Felicidades.
La próxima vez.
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