𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐨𝐧𝐞
⊹ ‧₊˚ 𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐎𝐧𝐞 ⊹ ‧₊˚
𝐭𝐡𝐞 𝐬𝐡𝐚𝐝𝐨𝐰 𝐨𝐟 𝐚 𝐧𝐚𝐦𝐞
El Sekai Taikai no era solo un torneo. Para algunos, era la oportunidad de demostrar que pertenecían a la élite del karate. Para otros, era un escenario donde la historia se escribía a golpes.
Para Alex Lawrence, era una maldita jaula.
El estadio estaba abarrotado de espectadores, luchadores y senseis de todo el mundo. Mientras caminaba entre la multitud con su uniforme bien ajustado y el cabello recogido en una coleta alta, sentía las miradas sobre ella. No porque fuera una de las competidoras más fuertes, sino porque todos sabían quién era.
—¿Esa es Alex Lawrence?
—Sí, la hija de Johnny Lawrence.
—Dicen que dejó de pelear por un tiempo.
—Seguro volvió porque su papá la convenció.
Alex apretó la mandíbula. No estaban equivocados. Había dejado el karate por un tiempo. Después de años de entrenamiento, torneos y estar constantemente bajo la sombra de su apellido, había decidido alejarse.
Pero Johnny no lo permitió.
—Escucha, este torneo no es cualquier cosa —le había dicho semanas atrás, con esa mezcla de entusiasmo y tozudez tan propia de él—. Es la mejor oportunidad para demostrar de qué estás hecha.
—Papá, no necesito demostrarle nada a nadie —había respondido ella, cruzada de brazos.
—No se trata de los demás. Se trata de ti. Tienes talento, Alex. Sería un desperdicio no usarlo.
Ella quería negarlo. Quería decir que estaba mejor sin el karate. Pero en el fondo, una parte de ella añoraba la adrenalina, la sensación de pelear, de ganar. Así que aceptó.
Y ahora estaba aquí, rodeada de cientos de competidores, intentando ignorar los murmullos y las expectativas.
—Deja de fruncir el ceño, te saldrán arrugas —bromeó Ivy, su mejor amiga, mientras caminaba a su lado.
—No estoy frunciendo el ceño.
—Sí lo estás. Es por los comentarios, ¿verdad?
Alex suspiró.
—No puedo evitarlo. Parece que nadie puede verme sin pensar en mi papá.
—Bueno, Johnny Lawrence es una leyenda —admitió Ivy—, pero tú también puedes serlo.
Alex le dedicó una pequeña sonrisa. Ivy siempre sabía qué decir, por eso, Alex la había obligado a acompañarla a Barcelona, y aunque solo se la pasaría en las gradas y ayudando a entrenar a Alex, Ivy aceptó. Porque siempre había estado para ella desde que todo se había hecho ido a la mierda.
Antes del combate, Alex decidió pasar por la zona donde estaban los chicos de Miyagi-Do. No había visto a muchos de ellos en un buen tiempo, y aunque no todos fueron cercanos a ella, siempre habían compartido el mismo camino en el karate.
—Miren quién decidió volver a las andadas —bromeó Hawk al verla llegar.
—¿Y quién te dejó entrar aquí con ese cabello, Halcón? —respondió Alex con una media sonrisa.
Miguel fue el primero en acercarse a abrazarla.
—Es bueno verte aquí, Alex.
—Igual, Miguel.
Demetri la saludó con una sonrisa nerviosa, mientras Sam le dio un abrazo rápido. Pero la mirada de Robby fue la que más la impactó.
—No pensé que volverías a pelear —dijo él, cruzado de brazos.
—Yo tampoco —admitió Alex.
Robby asintió, evaluándola con la mirada. Había algo en su expresión que decía que no estaba seguro de si eso era bueno o malo.
—Suerte en tu combate —fue lo único que dijo antes de alejarse.
Alex sintió un peso en el pecho, pero no tenía tiempo para pensar en eso. Tenía una pelea que ganar.
El tatami estaba listo. Alex se paró en el centro, ajustando su postura mientras observaba a su oponente.
Era un tipo alto, con una actitud relajada y una sonrisa que no le gustó desde el primer momento.
—Vaya, qué honor pelear contra la princesa del karate —soltó él con burla.
Alex no reaccionó. Sabía que lo hacía para provocarla.
—Seguro tu papá está viendo esto. ¿Crees que estará orgulloso?
Un par de risas se escucharon en la audiencia. Alex sintió el calor subir por su pecho.
Ignóralo.
El árbitro dio la señal, y la pelea comenzó.
Su oponente atacó primero, lanzando una patada alta que Alex bloqueó con facilidad. Respondió con un golpe rápido al costado, haciéndolo retroceder.
El tipo sonrió.
—Tienes buenos reflejos. Quizás no eres solo un apellido después de todo.
Alex rodó los ojos y atacó con una serie de golpes, presionándolo con fuerza. Él bloqueó algunos, pero otros le impactaron en el torso.
—Tal vez después de esto pueda pedirle consejos a tu padre. Quizás él sí sepa cómo ganar.
Esa fue la gota que colmó el vaso.
Alex cargó contra él con más velocidad, sus movimientos volviéndose más agresivos. Su rabia la impulsaba, cada golpe más fuerte que el anterior.
Y desde la distancia, alguien la observaba con atención.
En un rincón de la arena, un hombre permanecía inmóvil, con los brazos cruzados. Sus ojos seguían cada movimiento de Alex con una precisión inquietante.
Wolf no era como los demás senseis. Su dojo no tenía fama por su honor ni su legado. Era conocido por su brutalidad, por su enfoque implacable en la pelea.
Pero en ese momento, veía algo en Alex que le llamaba la atención.
No era su apellido.
Era la furia en sus golpes. La forma en que peleaba como si intentara arrancarse de encima las expectativas que la ataban.
Interesante.
Con un último golpe, Alex derribó a su oponente. Su respiración era pesada, sus manos temblaban levemente por la adrenalina.
El árbitro levantó su mano, declarando su victoria.
Las gradas estallaron en aplausos, pero Alex apenas los escuchó. Salió del tatami con la cabeza en alto, aunque su mente estaba en otra parte.
—Te dejaste llevar —fue lo primero que dijo Ivy cuando llegó a su lado.
—¿De qué hablas? Gané.
—Sí, pero estabas peleando con rabia. No era estrategia, era enojo.
Alex abrió la boca para responder, pero no tenía excusas. Ivy tenía razón.
Su mirada vagó por la arena, y fue entonces cuando lo vio.
Wolf estaba de pie en la distancia, observándola con una expresión ilegible. Sus ojos eran fríos, calculadores.
Alex sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
No lo conocía, pero algo le decía que ese hombre no solo había visto su pelea.
Había visto algo más en ella.
Algo que ni siquiera ella entendía.
Y de algún modo, eso la inquietó más que cualquier comentario sobre su padre.
Después de su victoria qué la hizo sumar puntos para el dojo, Alex no pudo quitarse la sensación de incomodidad que le provocaba la mirada de Wolf. Durante el resto del torneo, cada vez que sus ojos se cruzaban, había algo extraño en el aire. Como si él pudiera leerla, como si supiera cosas que ella misma aún no entendía.
En las siguientes rondas, Alex se mantuvo concentrada, pero había algo diferente en su enfoque. Ya no era solo la rabia lo que la impulsaba, sino una sensación de desafío que se había encendido dentro de ella.
Ivy se dio cuenta de inmediato.
—¿Qué te pasa? —le preguntó después de una pelea particularmente dura. Alex había dominado a su oponente, pero sus ojos no mostraban la satisfacción que normalmente sentía después de una victoria.
—No lo sé. Siento que hay algo más aquí. Algo que no puedo controlar.
Alex respiraba con dificultad, todavía con la adrenalina recorriendo su cuerpo después del combate. Había ganado, sí, pero la sensación de satisfacción no estaba allí. Sus puños aún temblaban, no por el esfuerzo, sino por la frustración ardiendo en su interior.
Ivy la observó con el ceño fruncido, cruzándose de brazos.
—¿Es por lo que dijo ese tipo antes de la pelea?
Alex negó con la cabeza, pero la tensión en su mandíbula decía lo contrario. Su oponente la había menospreciado antes del combate, llamándola "una copia barata de Johnny Lawrence", como si su única identidad estuviera atada a su padre.
—No es solo eso —dijo al fin—. Estoy harta de que todos me vean así. Como si solo estuviera aquí porque soy la hija de Johnny Lawrence.
Ivy suspiró, colocando una mano en su hombro.
—Alex, llevas años demostrando que no eres solo eso. No tienes que probarle nada a nadie.
—Pues no parece suficiente —murmuró Alex, desviando la mirada.
Fue entonces cuando lo sintió.
Esa sensación de ser observada.
Giró la cabeza con el ceño fruncido, escaneando el lugar. Y ahí estaba él.
Un hombre alto, de porte imponente, con la expresión dura y los brazos cruzados sobre el pecho. Wolf.
Alex no lo conocía, pero había oído hablar de él. Un sensei con una reputación intimidante, conocido por su brutalidad en el dojo. Sin embargo, no era solo eso lo que la inquietaba. Era la manera en que la miraba, como si estuviera analizándola, como si pudiera ver algo en ella que ni siquiera ella misma entendía.
—¿Quién es ese? —preguntó Ivy, siguiéndole la mirada.
—Sensei Wolf. Iron Dragons.
Ivy silbó con sorpresa.
—He oído de él. Es duro. Dicen que su dojo entrena de una forma... extrema.
Alex no apartó la mirada. Wolf no parecía desviar la suya tampoco.
—¿Crees que estaba viendo mi pelea? —preguntó en voz baja.
—Definitivamente estaba viendo tu pelea —respondió Ivy—. Y si me preguntas, no sé si eso es bueno o malo.
Antes de que Alex pudiera responder, una voz familiar la sacó de sus pensamientos.
—¡Alex!
Se giró y vio a Robby acercándose con los chicos de Miyagi-Do detrás de él. Miguel, Hawk, Demetri y Sam la miraban con expresiones mixtas, algunos con orgullo, otros con cierta preocupación.
—Buena pelea —dijo Robby, sonriendo levemente—. Aunque parecía que querías arrancarle la cabeza a ese tipo.
—Tal vez lo quería —respondió Alex con un encogimiento de hombros.
Miguel intercambió una mirada con Sam antes de hablar.
—Oye, ¿estás bien? Te vimos pelear, y... no sé, parecías distinta.
—Estoy bien —dijo de inmediato—. Solo quería ganar.
Alex apretó los labios. Sabía que lo decían porque se preocupaban por ella, pero en ese momento, la última cosa que quería era un sermón sobre autocontrol.
—Estoy bien —repitió con más firmeza—. En serio.
Ivy cambió de tema rápidamente, notando la tensión en el aire.
—Lo importante es que Alex nos ayudo a sumar puntos —
—Y que Johnny debe estar por ahí buscando a su hija para felicitarla —agregó Demetri con una sonrisa.
Alex puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír un poco.
—Sí, seguro está por ahí diciendo que todo esto fue gracias a su entrenamiento.
Los demás rieron, y por un momento, la incomodidad se disipó. Sin embargo, cuando Alex volvió la vista hacia el lugar donde Wolf estaba parado, él ya no estaba ahí.
La sensación de ser observada se había ido, pero algo dentro de ella le decía que esa no sería la última vez que sentiría su presencia.
Alex intentó sacudirse la inquietud que le había dejado la mirada de Wolf, pero incluso mientras sus amigos seguían hablando, su mente se aferraba a la sensación de haber sido analizada con una intensidad que no estaba acostumbrada a recibir. No era solo el juicio de alguien más que la veía como "la hija de Johnny Lawrence"; había sido algo más profundo.
—Voy a buscar a Johnny —dijo finalmente, queriendo despejarse.
Los demás asintieron, y ella se alejó, recorriendo el área del torneo. Los pasillos estaban llenos de competidores, senseis y espectadores, el aire cargado de emoción y adrenalina.
Finalmente, lo vio.
Johnny estaba junto a Chozen y Daniel, ambos con los brazos cruzados mientras hablaban en voz baja. Su padre la vio primero y sonrió con orgullo, dándole una palmada en el hombro cuando se acercó.
—¡Eso fue increíble, Alex! —exclamó Johnny—. ¿Viste la cara de ese tipo cuando lo derribaste? ¡Boom, directo al suelo!
Alex dejó escapar una pequeña risa.
—No estuvo mal.
—No estuvo mal —repitió Johnny, fingiendo estar ofendido—. Fue brutal. Tal vez todavía tengas el ADN de los Lawrence en la sangre.
Daniel rodó los ojos.
—También pudo haber sido el entrenamiento de Miyagi-Do.
—Sí, sí, lo que sea —resopló Johnny—. Lo importante es que mi hija lo está destrozando ahí fuera.
—Pero tu mente está en otro lugar.
Alex sintió un escalofrío al darse cuenta de que él lo había notado tan rápido.
—No lo sé. Solo... me sentí diferente en esa pelea. Como si estuviera peleando para demostrar algo.
—¿Y no es así? —intervino Daniel con suavidad—. Sabemos que es difícil cuando la gente te pone una etiqueta, pero eso no define quién eres.
Johnny, aunque poco acostumbrado a las charlas profundas, asintió con seriedad.
—No necesitas demostrar nada a nadie, Alex. Solo sal ahí y patea traseros.
Alex sonrió, pero no pudo evitar que sus pensamientos volvieran a Wolf. Había algo en su mirada que la hacía sentir como si él viera algo más en ella, algo que ni siquiera su padre, Chozen o Daniel habían señalado.
Y por alguna razón, eso la inquietaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Más tarde, Alex decidió despejarse caminando por los pasillos menos transitados del recinto. Necesitaba un momento de silencio, lejos de las multitudes y de las expectativas que todos parecían depositar en ella.
Pero entonces, lo sintió de nuevo.
Esa presencia.
Se detuvo y giró la cabeza, y ahí estaba él.
Wolf, de pie contra la pared, con los brazos cruzados y una expresión inescrutable en el rostro. No se movió de inmediato, simplemente la observó, con la misma intensidad con la que lo había hecho durante su pelea.
—Tienes un estilo interesante —dijo finalmente, su voz grave y tranquila.
Alex frunció el ceño.
—¿Me estabas observando?
Wolf inclinó levemente la cabeza.
—Era difícil no hacerlo.
Alex sintió su mandíbula tensarse.
—¿Y qué con eso?
Él no respondió de inmediato, pero su mirada no la soltó.
—La rabia puede ser un arma. O una debilidad. Todo depende de cómo la uses.
Las palabras la golpearon de una forma que no esperaba. Alex se cruzó de brazos, sintiendo una repentina incomodidad bajo su escrutinio.
—¿Y tú qué sabes?
—Más de lo que crees.
Su tono no era arrogante ni condescendiente, pero había algo en él que la desafiaba.
—No soy como mi padre —soltó de repente.
Wolf la estudió por un momento antes de responder.
—Lo sé.
Eso la descolocó. No se rió, no la menospreció, no hizo ninguna referencia a Johnny Lawrence. Simplemente la observó, como si realmente la viera más allá del apellido que cargaba.
Por primera vez en mucho tiempo, Alex no supo qué responder.
Y sin decir nada más, Wolf se apartó de la pared y se alejó, dejándola allí con un torbellino de pensamientos que no estaba segura de cómo manejar.
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