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CAPÍTULO 3
ᶜᵃᵐᵇⁱᵒˢ ᵈʳᵃˢᵗⁱᶜᵒˢ
El sol se filtraba por las cortinas cuando finalmente decidí levantarme. Aún sentía el amargo rastro del cigarrillo de anoche en la boca, pero eso no me detuvo de encender otro mientras me dirigía a la cocina. Necesitaba un café fuerte, algo que me ayudara a despejar la mente antes de enfrentar lo que venía.
Mateo ya estaba en la cocina, hojeando unos papeles mientras tomaba su café. Le di una calada al cigarrillo antes de hablar.
—Gabriel llega hoy —dije, rompiendo el silencio.
Mateo levantó la vista de los papeles, asintiendo lentamente.
—Sí, me llegó una carta de él anoche —respondió, sacando un sobre de su bolsillo y mostrándomelo—. Dice que ya está en Londres, pero estará aquí hoy con refuerzos.
Suspiré, meditando sobre lo que implicaba la llegada de Gabriel. Sabía que traería consigo más hombres y, con suerte, más armas, pero también significaba que nuestra pequeña casa ya no sería suficiente.
—Esta casa se nos queda pequeña —comenté, echando un vistazo alrededor—. Necesitamos algo más grande si vamos a movernos con Gabriel y sus hombres.
Mateo asintió de nuevo, su expresión seria.
—Ya he estado pensando en eso. Hay una mansión a las afueras de Liverpool, no está lejos de aquí. Creo que sería el lugar perfecto para nosotros. Es discreta y lo suficientemente grande para albergar a todos.
Apagué el cigarrillo en el cenicero antes de responder.
—Entonces nos mudaremos hoy mismo. Quiero que todo esté listo para cuando Gabriel llegue. No podemos perder tiempo.
Mateo se puso de pie, recogiendo sus cosas.
—Yo me encargo de la mudanza —dijo, dirigiéndose a la puerta—. Tú prepara todo lo que necesitemos para el encuentro con Gabriel. Nos veremos en la mansión.
Asentí, observando cómo Mateo salía de la casa.
Después de un desayuno rápido, subí de nuevo a mi habitación. Necesitaba un momento para mí, alejarme de todo el caos que me rodeaba. Me metí en la tina, dejando que el agua caliente me envolviera, pero mi mente no me daba paz.
El recuerdo vino a mí, como lo hacía siempre en estos momentos de soledad.
Yo era una niña, apenas capaz de comprender la magnitud de lo que había hecho. El barco se balanceaba suavemente en el mar, y en un descuido, el bebé se deslizó de mis brazos y cayó al agua. Escuché el chapoteo, pero no hice nada. Me quedé paralizada, viendo cómo se hundía en las profundidades.
Cerré los ojos con fuerza, intentando ahogar ese recuerdo, pero era inútil. Las lágrimas comenzaron a caer, mezclándose con el agua de la tina.
—¿Por qué a mí? —susurré entre sollozos, sin esperar respuesta. Era una pregunta que me hacía una y otra vez, sabiendo que nunca habría una explicación que pudiera aliviar la culpa que sentía.
Me recosté en la tina, permitiendo que el agua me cubriera hasta el cuello, mientras encendía otro cigarrillo. El humo llenó el aire, y el peso en mi pecho pareció aliviarse un poco. Pero sabía que el recuerdo volvería, como siempre lo hacía, cada vez que el silencio me alcanzaba.
Después de empacar lo esencial, bajé al coche y tomé el volante. La mansión estaba a unos kilómetros al norte de Liverpool, rodeada de bosques que la hacían invisible desde la carretera principal. Era el escondite perfecto, lo suficientemente lejos del centro de Birmingham como para mantenernos a salvo, pero lo suficientemente cerca como para reaccionar rápido si las cosas se complicaban.
Al llegar a la mansión, me impresionó su tamaño. Era mucho más grande de lo que había imaginado. Mateo ya estaba allí, supervisando la llegada de los muebles y el equipo.
—Es perfecta —dije, bajando del coche.
—Sí, lo es —respondió Mateo, con una sonrisa—. Gabriel estará aquí en unas horas. Todo estará listo para entonces.
Asentí, mirando la mansión con una mezcla de ansiedad. Sabía que los próximos días serían de trabajo intenso, y que cada movimiento que hiciéramos tendría que ser calculado con precisión. Pero por ahora, debía concentrarme en prepararme para la llegada de Gabriel y sus hombres.
El reloj marcaba las cuatro de la tarde cuando el tren llegó puntual a la estación de Birmingham, con el estruendo de los frenos resonando mientras el vapor cubría la plataforma. Mateo y yo nos miramos, una mezcla de anticipación y alivio en nuestros rostros. Gabriel finalmente había llegado.
Lo vimos descender del vagón, seguido por un grupo de hombres con expresiones severas y pasos firmes. Su presencia siempre imponía, y hoy no era la excepción. Me abrí paso entre la multitud y me lancé hacia él, abrazándolo con fuerza.
—¡Gabriel! —exclamé, sintiendo su cálida risa en mi oído.
—Jennifer, hermana, te he echado de menos —respondió, estrechándome aún más—. Birmingham es más fría de lo que imaginaba.
Mateo se unió a nosotros, dándole una palmada en la espalda a Gabriel antes de soltar un suspiro de alivio.
—Me alegra verte, hermano. ¿Cómo estuvo el viaje?
—Sin contratiempos —respondió Gabriel—. Aunque tuve que dejar algunos asuntos pendientes en Lituania. Pero ahora que estoy aquí, podemos enfocarnos en lo que importa.
Asentí, viendo detrás de él a cinco o seis hombres. Sabía que eran los refuerzos de los que Gabriel había hablado. No eran novatos; podía ver la dureza en sus rostros, la experiencia en sus ojos.
—Creo que esto merece un trago —dijo Mateo, rompiendo la tensión del momento—. ¿Qué tal si vamos al Garrison?
Gabriel asintió, y juntos nos dirigimos al Garrison Pub, donde la familia Shelby solía hacer sus negocios. Mientras caminábamos por las calles empedradas de Birmingham, sentía una mezcla de emociones. La llegada de Gabriel significaba que nuestro plan estaba en marcha, pero también traía consigo una carga de responsabilidad.
Cuando entramos al Garrison, el familiar bullicio y el olor a whisky nos recibieron. El lugar estaba lleno de hombres hablando en voz alta, pero mi atención se dirigió de inmediato a la figura imponente de Thomas Shelby, sentado en su mesa habitual al fondo del bar. Sus ojos oscuros se alzaron para encontrar los míos, y por un instante, el ruido a nuestro alrededor se desvaneció.
—Ahí está el hombre que estábamos buscando —dijo Mateo, interrumpiendo mis pensamientos—. Vamos a saludarlo.
Nos acercamos a la mesa de Thomas, quien ya había notado nuestra presencia. Se levantó con esa calma característica y extendió la mano hacia Gabriel.
—Gabriel Corleone, supongo —dijo Thomas, estrechando su mano—. Es un placer conocerte finalmente.
—El placer es mío, Shelby —respondió Gabriel con una leve inclinación de cabeza—. He oído mucho sobre ti.
—Espero que hayan sido cosas buenas —dijo Thomas con una sonrisa apenas perceptible, antes de volverse hacia mí—. Jennifer.
—Thomas —respondí, intentando mantener la compostura, aunque el simple hecho de estar tan cerca de él hacía que mi corazón latiera con fuerza.
Nos sentamos, y la conversación comenzó a fluir entre Gabriel, Mateo, y Thomas, quienes discutieron los detalles de nuestra alianza y los próximos pasos. Mientras ellos hablaban, no pude evitar notar cómo los ojos de Thomas volvían a encontrarse con los míos de vez en cuando, como si estuviéramos teniendo una conversación secreta entre nosotros.
—Me alegra ver que nuestros planes están avanzando —dijo Thomas finalmente—. Con Gabriel aquí, tenemos más fuerza para lo que viene.
Gabriel asintió, pero antes de que pudiera responder, Tommy me observó en silencio por un momento, y luego se inclinó hacia mí.
—¿Podemos hablar en privado? —preguntó, su voz baja, casi un susurro.
Asentí, siguiéndolo fuera del Garrison hacia un callejón cercano, donde la noche era fresca y el ruido del pub se desvanecía en la distancia.
—Jennifer, quiero que seas sincera conmigo —dijo, mirándome a los ojos—. ¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto? Sé que eres fuerte, pero esto es peligroso, y no puedo evitar preocuparme por ti.
Su tono, tan diferente del habitual Tommy Shelby, me tomó por sorpresa. Había algo en sus palabras que resonaba más allá de la preocupación profesional; era personal.
—Sé en lo que me estoy metiendo, Tommy —respondí, tratando de mantener mi voz firme—. Pero agradezco que te preocupes por mí.
Él me sostuvo la mirada por un largo momento, y por primera vez, vi una chispa de vulnerabilidad en sus ojos.
—No es solo preocupación, Jennifer —dijo finalmente—. Quiero que estés a salvo. Este mundo... puede destruir a las personas. No quiero que te destruya a ti.
Tommy dio un paso atrás, retomando su compostura habitual, aunque en su mirada quedaba un rastro de lo que acababa de confesar. Por un momento, me quedé en silencio, procesando lo que acababa de decir. Había algo profundamente humano en su preocupación, algo que no esperaba de él. Pero antes de que pudiera responder, él habló nuevamente.
—Volvamos adentro —dijo, enderezándose—. No quiero que Gabriel piense que estoy tratando de llevarme a su hermana.
Mientras me dirigía de vuelta al Garrison, Tommy se detuvo brevemente y, con voz más suave, casi tímida, añadió:
—Por cierto, Jennifer... ¿Qué dirías si mañana te llevara a la feria? Hay una carrera de caballos. Podría ser... una distracción, para variar.
Lo miré, sorprendida por la invitación. Verlo preocupado por mí, como si este asunto fuera algo más que solo negocios, me hizo sentir una calidez inesperada, una que no había sentido en mucho tiempo. ¿Estaba Tommy Shelby mostrándome un lado de él que pocos conocían?
—¿Me estás pidiendo que vayamos a una feria? —pregunté, intentando disimular la sonrisa que amenazaba con formarse en mis labios.
Tommy asintió, sus ojos fijos en los míos, esperando mi respuesta con una mezcla de seriedad y vulnerabilidad.
—Sí, claro —respondí, con un asentimiento suave— Me encantaría.
𝐎𝐡, 𝐈 𝐬𝐚𝐰 𝐡𝐞𝐫 𝐚𝐧𝐝 𝐬𝐡𝐞 𝐡𝐢𝐭 𝐦𝐞 𝐥𝐢𝐤𝐞 (𝐭𝐚𝐝𝐨𝐰)
𝐒𝐚𝐰 𝐭𝐡𝐚𝐭 𝐭𝐡𝐢𝐧𝐠, 𝐬𝐨 𝐛𝐞𝐚𝐮𝐭𝐢𝐟𝐮𝐥 (𝐭𝐚𝐝𝐨𝐰)
𝐒𝐡𝐞 𝐣𝐮𝐬𝐭 𝐡𝐢𝐭 𝐦𝐲 𝐡𝐞𝐚𝐫𝐭, 𝐨𝐡 (𝐭𝐚𝐝𝐨𝐰)
𝐅𝐮𝐥𝐥 𝐟𝐨𝐫𝐜𝐞 𝐚𝐧𝐝 𝐬𝐡𝐞 𝐠𝐨𝐭 𝐦𝐞
—𝙏𝘼𝘿𝙊𝙒
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