𝐙𝐄𝐑𝐎


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✿*.《𝐏𝐀𝐒𝐀𝐃𝐎》.*✿

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La joven de cabello azabache observaba con una atención a su hermano, cuyas manos sostenían con firmeza una katana de madera. Cada movimiento que él ejecutaba, seguía las precisas indicaciones de su padre.

Varias gotas de sudor bajaban por su frente, para luego deslizarse al suelo en un eco sonoro a consecuencia de los enérgicos movimientos de la katana. Aunque sus ataques no impactaban contra ningún objeto, repetía la secuencia una y otra vez.

—Vamos, Tsuyoshi, ¿es así como pretendes golpear en la prueba final? —se burló el adulto.

Esas provocaciones hacían que el adolescente atacara con más fuerza y más decisión. Hikari solo podía ver con los ojos muy abiertos como su hermano manejaba el arma.

—¿Qué pasa, pequeña? —preguntó su padre, ganándose la atención de la niña— ¿Tú también quieres intentarlo?

La azabache asintió nerviosamente y aflojo el agarre que tenía a la cesta de verduras. Al quedarse embobada mirando el entrenamiento había olvidado por completo la razón de por qué estaba allí, tenía que lavar las verduras y llevárselas a su madre.

—Suelta eso, ven aquí.

Hikari obedeció y dejó la cesta en el suelo para después correr hasta su padre, quien sostenía una pequeña katana en sus manos. Era de madera, igual que la de su hermano, solo que el mango era más fino.

—¡Hikari! ¿Qué haces ahí? —le regañó su madre, que había visto como la niña se había distraído de sus obligaciones.

—La he llamado yo, cariño —contestó con calma Hiroshi, su marido—. Solo quiero enseñarle a sostener una katana.

—¡Solo tiene seis años! —lo reprendió con las manos en sus caderas.

—Yo a su edad sabía manejar una katana de verdad —sonrió sin arrogancia—, además, está bajo supervisión.

Hikari, ajena a la discusión de sus padres, tomó la katana de madera con precaución. Aunque era más pequeña que la de su hermano, no se dejó intimidar por su peso. Recordó los movimientos que Tsuyoshi había realizado previamente, plantó sus pies con firmeza en el suelo y alzó la katana hacia el cielo. Con un gesto decidido, atacó hacia su derecha, el filo de la katana cortando el aire.

El sonido del viento azotado por el movimiento de la katana captó la atención de toda la familia. El semblante enfadado de Katsuki se transformó en sorpresa y orgullo por el talento natural de Hikari.

—Ha aprendido a hacer eso solo mirándome —dijo Tsuyoshi feliz—. Alguien va a quitarme el puesto de próximo pilar.

—Hikari —la niña giró la cabeza ante el llamado de su padre—. ¿Quieres entrenar conmigo y con tu hermano? Te advierto que es un entrenamiento duro, no serás una buena espadachina  de un día para otro.

La azabache lo pensó por un momento. Blandir la katana le había hecho sentir una corriente de energía por todo su cuerpo, como un subidón de adrenalina. Le había gustado esa sensación.

—Sí, quiero entrenar con vosotros —dijo finalmente.

—Mi pequeña espadachina.

Hiroshi cogió a la niña por la cintura y la elevó en el aire, lanzándola y atrapándola repetidas veces. Ahora tenía dos sucesores para su puesto de Pilar de la luna.


[...]


Hikari había dedicado los últimos dos años a entrenar con su hermano. Él bromeaba diciendo que desde que cogió una katana no la había vuelto a soltar, pero en cierto modo no era mentira. Siempre que tenía tiempo libre corría al patio de su casa para seguir con su entrenamiento.

Cuando aprendió a hacer los movimientos más básicos, Hiroshi le enseñó lo verdaderamente importante; El aliento de luna. Tenía ocho posturas, una para cada fase de la Luna. Pero las dos últimas eran las más complicadas, pocos espadachines habían llegado a dominarlas: las posturas de la luna llena y luna nueva.

Se decía que la respiración fue creada por uno de los primeros espadachines, que aparentemente la usaba incluso después de haberse convertido en un demonio. La familia Tsukihara había descubierto todo lo posible sobre dicha respiración, y acabaron adaptándola y creando sus propias posturas. 

A Hikari no le fascinaba especialmente la historia detrás de la respiración, solo le importaba dominarla. Pasaba las tardes leyendo los tomos viejos de su padre, memorizando cada palabra incluso si luego no podía poner todo en práctica. Llegó un punto en el que pudo alcanzar el nivel de su hermano con tan solo ocho años, cuando él tenía trece. Pero de alguna forma el hecho de compartir una aspiración los había unido considerablemente.

Aquel día Hikari y Tsuyoshi habían pasado la noche en casa de unos amigos cercanos de la chica, pues era una especie de reunión para hacer amigos, sin embargo el mayor aprovechó el tiempo para conocer a chicas bonitas. Aunque según la azabache el chico no conseguiría nada con sus técnicas de ligue tan patosas.

Salieron de casa pronto por la mañana, pues no había cosa que le pudiera molestar más a Hikari que no cumplir con su horario de entrenamiento. Su hermano era mucho más relajado en ese sentido, pero al final acababa contagiado por la disciplina de su hermana. Los primeros rallos de sol aún no habían salido cuando cruzaban por la calle de su vivienda.

—¿Qué sabrás tú de ligar? Solo tienes ocho años.


—Asustas a las chicas cuando levantas las cejas de esa manera, me da vergüenza hasta a mí —dijo sin tacto alguno.

—Solo lo dices para... —el pelirrojo calló en seco de repente.

—¿Qué-

Tsuyoshi puso una mano en la boca de su hermana, lánzandole una mirada de advertencia. Algo estaba mal, tomó el brazo de la menor y la puso detrás suyo mientras avanzaban lentamente. La casa estaba en un silencio absoluto, excepto por las ramas que golpeaban el techo del hogar, pero no había pájaros cantando. 

Hikari seguía al chico, quien rodeaba la casa en silencio hasta encontrar una ventana abierta. Se asomó cuidadosamente, apoyando sus manos sobre la fría piedra, pero no vio nada más que oscuridad.

—¿Qué pasa? —preguntó la azabache en un susurro.

—No lo sé, tengo una sensación extraña.

Se impulsó con sus brazos para poder subir al bordillo de la ventana, y seguidamente ayudó a su hermana a repetir sus pasos. Tsuyoshi era el que guiaba el camino, agarrando la mano de Hikari en todo momento. Caminaron a pasos lentos hasta la habitación de sus padres, el pelirrojo empujó la puerta corrediza con delicadeza, esperando que su imaginación solo estuviera jugando con él, pero al ver el interior de la sala solo tuvo el impulso de gritar.

Hikari, que no entendía la reacción del mayor, asomó su pequeña cabeza para poder ver también. Deseó no haberlo hecho al instante. Hiroshi yacía moribundo en el suelo, todo su cuerpo estaba en una esquina, y su brazo que aún sujetaba una katana estaba en el otro lado de su habitación. Por otro lado, no había ni un ápice de vida en el cuerpo de Katsuki. Sus ojos estaban abiertos pero todas sus extremidades estaban cortadas.

La respiración de Hikari se había vuelto muy pesada, su corazón iba a mil por hora y sus manos y sus piernas temblaban incontrolablemente. Su mirada se cruzó con la de su padre, quien solo expresaba horror al ver a sus hijos viendo la desgarradora escena. 

Hiroshi no podía hablar, pero pudo mover los labios de forma que los hermanos lo leyeron. "Corred".

Tsuyoshi tomó a su hermana por la cintura y corrió sin hacer ruido, dirigiéndose a la habitación por la que habían entrado. Pero un ruido proveniente de ella le hizo desviarse e ir a la cocina, donde ambos agachados se escondieron detrás de un armario.

—Hikari —la llamó el pelirrojo en un susurro—. Vamos a tener que arriesgarnos para salir. Se hará de día en unos minutos, el sol cubrirá las calles y estaremos seguros. 

—Pero papá y mamá... —intentó decir entre lágrimas.

—Están muertos —tragó con fuerza tras decir esas palabras—. Pero tú y yo aún podemos salvarnos, tenemos que ir a mi habitación y salir por la ventana. En cuanto salgas quiero que corras directo hacia el campo que está detrás de casa, el demonio no se arriesgará a salir en el amanecer. ¿Has entendido?

—Sí.

El mayor hizo el amago de levantarse, pero un pensamiento pasó por su mente. Miró a su hermana a los ojos, teniendo claras sus prioridades.

—Hikari, te quiero —aseguró chocando su frente con la de la menor—. Eres la luz que ilumina la Luna, y nunca nadie apagará ese brillo en tu interior.

No la dejó responder antes de salir corriendo hacia la habitación. No había nadie en su camino así que pudo llegar a ella sin problemas. Una vez en la ventana ayudó a la azabache a bajar, sintiendo un gran alivio cuando vio sus pies tocar la hierba. Imitó sus acciones anteriores y colocó sus manos sobre el bordillo de la ventana para poder saltarla, cuando un grito ahogado salió de su garganta.

Hikari, sin dudarlo, se giró para ver lo que pasaba. Su hermano estaba siendo apuñalado por una katana negra cubierta de ojos rojos y sangre. Levantó la mirada y vio como sangre se escurría de la boca de Tsuyoshi, pero eso no le impidió cumplir la promesa que se había hecho segundos atrás. Protegerla a toda costa.

Cuando el demonio quiso sacar la espada para blandirla contra la menor, el pelirrojo la sujetó con sus manos, concentrando toda la fuerza que le quedaba en impedir que atacase a su hermana pequeña.

—¡HUYE! —gritó mirándola firmemente— ¡NO LLORES POR MÍ AHORA! ¡SÁLVATE! ¡NO ESTAREMOS MUERTOS SI VIVIMOS EN TU CORAZÓN!

A pesar de que sus piernas temblaban y sus ojos estaban cubiertos de lágrimas, de forma automática giró sobre sus pies y comenzó a correr tan rápido como su cuerpo le permitía. Perdió sus sandalias en algún punto de la huida, pero eso no importaba. Tenía que alejarse de los árboles y llegar a una zona despejada.

Escuchó un último grito detrás suya. Era Tsuyoshi. El demonio ya lo había matado y se había librado de su agarre fácilmente. 

Hikari pudo ver unos rayos de sol colándose entre las ramas de los árboles lejanos, eso significaba que estaba casi fuera. De pronto un escalofrío recorrió su cuerpo, su piel se erizó y su corazón se contrajo. Había una presencia detrás suya. Tenía al demonio en su espalda. 

Pudo sentir el metal de la katana pasar desde su hombro hasta su cintura, pero antes de que el corte pudiera profundizarse la cálida luz del sol la envolvió por completo. Saltó desesperadamente hacia el campo, sabiendo que lo que quedaba era una especie de rampa cuesta abajo. Rodó por el suelo, clavándose todas las ramas y piedras que se encontraba hasta llegar a un suelo llano. 

Estaba bajó la cegadora luz del sol, donde ningún demonio podía atacarla. Levantó la mirada hacia el bosque de forma instintiva. No eran dos ojos los que la miraban, sino seis. El demonio vestía una especie de kimono negro y largo decorado con patrones morados que se arrastraba por el suelo mientras se movía. Su largo cabello azabache se camuflaba con la oscuridad del bosque, y por el contrario, sus ojos brillaban y captaban la atención.

—¡TE MATARÉ! —gritó desde lo más profundo de su garganta— ¡JURO QUE TE MATARÉ Y VENGARÉ A MI FAMILIA!

El demonio la miraba de forma indiferente, casi burlándose de ella, y en un pestañeó desapareció de allí, dejándola sola y perdida.

Una vez fuera de peligro tuvo la oportunidad de asimilar todo lo que acababa de pasar. Esa mañana volvía a su casa molestando a su hermano, planeando su entrenamiento de la mañana, pero el destino había decidido que no iba a seguir con su vida. 

Se había quedado sola. 

Sin familia, sin un hogar, sin un espacio seguro, sin amor y sin esperanza.

Pero había algo que había llegado a su corazón. Algo que no iba a abandonarla. Un deseo de venganza que le hervía la sangre y una sensación de rencor que no la dejaría olvidar.

Aquel día juro por su padre, por su madre y por su hermano que mataría a ese demonio. 

No descansaría hasta hacerlo.

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