Capítulo 1.

En cuánto los oídos de Aina se inundan por un estruendoso vómito de ruidos conformado por una aguda e insoportable alarma que le hace parar en seco en mitad de uno de los oscuros pasillos junto a las instantáneas quejas de su compañera, que se encuentra al otro lado del comunicador, se percata de que algo no ha salido acorde a lo planeado. Cambia su posición y decide desplazarse a un punto muerto, en la esquina de uno de los portones por dónde había entrado apenas un par de segundos antes, para así poder enfrentarse a cualquier persona que se hiciese aparecer con cierta ventaja por su parte. Lleva su dedo anular al minúsculo comunicador que porta en su oído derecho y empieza a hablar, no sin antes suspirar porque aquel ensordecedor estruendo parecía no cesar.

—Aquí agente Fernández, ¿me recibís? —aprieta su mandíbula intentando controlar su respiración de manera apresurada cómo su abuela le había enseñado aquella vez en la que sufrió un traspiés en su tan preciada casa del árbol, debiendo recibir un par de puntos en su ceja izquierda cómo consecuencia.

Lanza un puñetazo con su mano libre a un hombre de gran altura que aparece en los oscuros pasillos sin tan siquiera fijar su mirada en su oponente. El hombre trajeado se precipita hacia atrás con una expresión adolorida mientras dirige sus manos a sus encías sangrantes. Una patada por parte de la agente española hace que caiga al suelo en un par de segundos, aparentemente inconsciente. Aina farfulla, escuchando la voz de uno de sus compañeros.

—¡Hill! ¡¿Se puede saber qué cojones has hecho?! —exclama Fury completamente enfadado.

Desde el otro lado Aina puede intuir que este se está enfrentando a un grupo conformado por probablemente más de dos hombres, a lo que reacciona con una pequeña y casi inaudible carcajada. Sin embargo, no baja la guardia. Por mucho que disfrute escuchar a un Fury completamente agobiado, algo que no pasaba todos los días, contrae sus cejas esperando oír la voz de su compañera y amiga restante.

—Yo también me alegro de saber que estás bien, Fury —vacila mosqueada, y con su dedo anular aún presionado en el comunicador se gira con lentitud. Tiene la extraña sensación desde que se adentró en la base de Hydra de qué alguien la está observando. Frunce su ceño y con un ligero movimiento de manos destruye la cámara de seguridad que se encuentra frente a su silueta con una especie de neblina dorada que se desvanece entre sus dedos —. Me parece que alguien nos está observando.

—Sabes que no he sido yo, Fury, no esta vez —más de una decena de segundos conformados por la intriga e incógnita por conocer el estado de la agente de nacionalidad estadounidense hacen que tanto el recién mencionado cómo Aina suelten todo el aire que habían retenido en sus pulmones.

Con sus ágiles dedos, la agente Hill teclea y frunce su ceño, confusa. —Y Aina tiene razón, de alguna manera u otra Hydra ha conseguido entrar en nuestra base de datos y mantener activas todas las jodidas cámaras —el afroamericano y la española chasquean su lengua a la vez, el primero limpia un hilo de sangre situado en su labio inferior con el dorso de su mano y se aleja de la estructura en la que se encontraba, pisando sin que le importase lo más mínimo, el cuerpo de uno de los cinco hombres a los que había noqueado.

En cuánto su teoría se confirma, Aina probablemente hubiera empezado a celebrar cómo si de una niña pequeña e inocente se tratara, pero sabe perfectamente qué su pelea anterior atraería a cualquier enemigo con aires curiosos que se encuentra en la zona, y tampoco es lo suficientemente estúpida cómo para desvelarles a estos su posición.

Camina por los distintos pasillos monocromáticos con una actitud firme ante el peligro, asintiendo de manera inconsciente cada vez que su compañera de los ojos azules realiza una orden.

La agente María Hill y ella posee cierta confianza que la española nunca le había brindado a alguien que no fuese parte de su familia. Su diferencia de edad es de tan solo un par de meses y aunque la primera llevaba siendo entrenada desde la cuna y Aina posee los conocimientos propios de una agente que llevaba menos de diez años a pie de batalla, no pudieron evitar forjar una entrañable amistad. María frunce su nariz intentando recolocar sus gafas sin apartar su vista del ordenador, y sigue hablando.

—Creo que puedo tardar alrededor de unos veinte minutos para conseguir expulsar a Hydra de nuestra base de datos —separa con ligereza sus labios con una expresión de sorpresa inundando su rostro que dura poco más de cinco segundos, pues debe reincorporarse a su trabajo si quería que sus compañeros salieran del lugar con vida. —Escuchadme con atención, por favor. Alguien que desconocemos ha activado una cuenta atrás. Tenéis media hora para conseguir el antídoto y salir de allí cagando leches. El edificio se autodestruirá y me debes mucho dinero, Fury.

—¿Seguro que no podemos desactivar la bomba? Podemos localizarla y conociendo a estos inútiles seguramente el proceso sea más fácil que quitarle una piruleta a un niño —pregunta su compañero alzando una ceja y desenfundando su arma.

Nick Fury es un hombre de carácter cuestionable. Forma parte de los altos cargos de Shield, la agencia de inteligencia y contraterrorismo militar a la que pertenece el trío de agentes, por lo que esta puede ser una de las razones del por qué Aina rara vez lo ha visto esbozar algo parecido a una sonrisa.

—No, la bomba se encuentra en los subsuelos del edificio y no debemos arriesgarnos —ahoga un suspiro de larga duración y se cruza de piernas antes de seguir hablando.

La misión asignada ya es de por sí lo suficientemente arriesgada cómo para que únicamente tres agentes la desempeñen, pero por mucho que Fury tirara de sus contactos más fiables, estos se rehusaron a participar en otro asalto más a una base del enemigo. La agencia de espionaje es demasiado patriota en cuánto a hacerse paso más allá de las fronteras estadounidenses se tratase.

—Fury, cruza el pasillo a tu derecha y sigue recto hasta dar con unas escaleras. Aina, tú sal por la puerta que te cruzaste un par de segundos antes y os encontrareis. Si he realizado los cálculos adecuados, el antídoto se encuentra en el primer laboratorio de la planta de arriba. Hay poco más de un par de agentes de Hydra custodiando las puertas, y puede que más de diez os hayan escuchado. Estad atentos. Una vez lleguéis al laboratorio volveré a activar a la intercomunicación, debo comprobar que no nos estén escuchando. Buena suerte, chicos.

—Buena suerte a ti también, Hill —murmura Aina con un tono cariñoso y despega su dedo anular del minúsculo comunicador.

Aunque aquella no sean su más mínima intención, las palabras cargadas de fortuna que se encuentran dedicando el trío de oro entre sí parecen estar llenas de desesperación. Parecen una despedida de lo más amarga. Chasquea su lengua una vez más en cuánto llegó al punto asignado por la chica de la silla, pues este está más abandonado que una guardería en la medianoche. Un concepto bastante tétrico, concluye adentrándose en busca de su amigo.

Fury parece haberse esfumado de la faz de la Tierra. Aina ha cruzado interminables pasadizos que parecen no poseer final alguno, aferrado sus manos a barandillas resbaladizas para colgarse de estas y así cruzar aquellas habitaciones que parecen no tener continuación. El sudor que se acumula en su frente y se desplaza con lentitud hacia su rostro es frío, y no puede evitar estremecerse al no conocer el paradero de su amigo. El no conseguir realizar su cometido a tiempo le traía sin cuidado, ya que no se permitía así misma el sacrificar la vida de otros por la suya. Esa difícil decisión no le pertenece. O ambos salen de allí vivitos y coleando, o ambos mueren en el frente.

—¡Nick! —exclama en un chillido ensordecedor, cargado de furia, nunca mejor dicho. Las órbitas de sus globos oculares parecen sobresalirse en cualquier momento.

En una esquina del último pasillo que le queda por recorrer está él, en un estado prácticamente demacrado y con los ojos entreabiertos, batallando para no cerrarlos de manera definitiva y rehusando a revelar lo que Aina cree que puede ser su propia identidad a los fornidos agentes que le propinan puñetazo tras puñetazo cada vez que la respuesta del moribundo hombre no les es del todo agraciada.

Los dos hombres giran sus rostros mas no sus cuerpos hacia donde se ha producido aquel grito. Uno de ellos vacila, formando una sonrisa lujuriosa acompañada de un par de carcajadas que hacen que la piel de Aina se estremeciese. Ninguno se mueve aparte del hombre desconocido, aunque Fury se balancea adolorido aferrando sus manos a la herida de su vientre bajo la atenta mirada azulada del segundo agente. Ella alza su rostro y aprieta su mandíbula, extendiendo ambas manos a cada uno de sus lados. Una órbita flameante y dorada aparece alrededor de sus dedos. Esta cubre sus manos con gracia, como si de una mariposa reina a punto de explayar sus alas se tratase.

El hombre desconocido, quién a simple parece ser también el de mayor edad, agarra tembloroso las gafas de sol que cubren sus ojos castaños. Palidece al instante. El otro sigue desquitándose con el agente afroamericano, y ni siquiera se percata de los poderes de la morena. El par de agentes de Hydra, la organización criminal enemiga, nunca ha llegado a creerse los bulos sobre los rumores de los experimentos realizados con humanos para conseguir que estos poseyeran súper poderes. Saben que en el pasado se han intentado experimentar con un grupo de hombres para que se asemejasen al difunto héroe patriótico, el Capitán América, pero poco más conocen sobre el destino de los pobres sujetos.

Aina acaricia con levedad las yemas de sus dedos y con ambas manos procura agrandar la honda dorada de entre sus manos. Sus labios se separan poco a poco, abriendo ligeramente su boca y formando de manera inconsciente una pequeña sonrisa victoriosa. Eleva una de sus cejas. Sabe que si llega a perder la concentración no solo asesinará a sangre fría al par de asesinos que están frente a ella, sino que también podía llegar a lamentarse por el fallecimiento accidental de quién considera ser su mejor amigo, por lo que procura que nada ni nadie le distraiga mientras se hace con el control de su propia maldición.

Le es desconocido y le trae prácticamente sin cuidado si los orbes dorados hechos por la propia energía que emana su cuerpo llevan acompañándola desde su inminente nacimiento como producto del hechizo de una mala bruja que sólo busca venganza, o si estos habían llegado a adherirse a ella a partir de alguna experiencia vivida, por muy enrevesado e irreal que esto suene. Ser la protagonista de tu propio cuento de hadas a veces no suele ser tan bonito como lo aparenta. No hay príncipe azul, ni dragón al que derrotar con una flamante espada, o unos animales humanizados dignos del hipotético tiempo del "érase una vez", que le acompañan cantando una melodía pegadiza en un punto de inflexión en su vida. La complaciente compañía de la soledad ha sido su único consuelo desde que los fallecimientos de sus familiares más cercanos llegaron a su vida, uno por uno. Funeral tras funeral y llanto tras llanto, miradas compasivas por parte de sus conocidos, quiénes no se atreven a acercarse porque todo aquel que lo hace llega a convertirse en su siguiente víctima.

El sonido que realiza un cuello al romperse le saca de una especie de trance al que es inducida cuando la energía dorada que emana de sus manos se sobrepasa, cayendo sobre sus propias rodillas y llenándose sus extremidades superiores de un líquido viscoso. Aina procura recuperar el aliento respirando tanto como la capacidad de sus pulmones se lo permite, mientras se arrastra hacia Fury. Este le dedica una mirada que no logra descifrar, desconociendo si se trata por la especie de crisis de ansiedad que le azota y procura ignorarlo o porque a veces se le olvida que solo le queda un ojo. Fury consigue titubear una frase completa, observando con la mirada emborronada como las manos de su compañera se posan sobre los extremos de su herida.

—Aina...tu...Alissa...el antídoto.

—Calla —masculla con el ceño levemente fruncido.

Aina utiliza todos los conocimientos médicos que posee a raíz de la torpeza que le acompañaba cuando era una niña y algún que otro entrenamiento en Shield. Su experiencia como madre únicamente le había brindado hasta el momento algún que otro raspón en la rodilla o un pequeño corte en un dedo meñique. Para su suerte, su pequeña Alissa parece haber heredado su piel dura como el acero. No como su padre, a quién había llegado a curarle alguna que otra rozadura infectada o el tabique de una nariz sangrante. Las peleas de los bares siempre acababan con una persona cojeando y otra sangrando de cualquier rincón más escondido de su cuerpo.

Inserta una diminuta aguja en la lesión sangrante junto a un hilo blanquecino y procura que esta se cierre antes que la pérdida de sangre sea letal. Vuelve a rememorar las arrugas del rostro de su anciana abuela mientras termina de desinfectarle y ponerle una venda. Unos gemidos adoloridos por parte del mayor no tardan en hacerse presentes. Aina formula inconscientemente una sonrisilla, y carcajea.

—Creía que eras una de esas personas que no gritaba cuando le ponían puntos. Prefiero no imaginarme como fue cuando perdiste el ojo.

—Muy graciosa —murmura, levantándose con cuidado y por sí mismo, a pesar de que Aina le ofrezca su ayuda después de guardar el material médico en su botiquín de emergencia, fiel acompañante en cada una de sus misiones.

Aina le observa recolocarse el cuello de su chaqueta a un par de centímetros de distancia, aún tirada en el suelo con las piernas extendidas. La mirada que le dedica su amigo le recuerda a las que le suele echar a su querida Alissa, cuando esta sabe que está haciendo algo que no debe o debería estar haciendo otra cosa. Fury ahoga un gritillo en la garganta a modo de suspiro una vez se reincorpora, gracias al agarre en el hombro que este le propina para que se deje de tanta tontería. Ambos suspiran a la vez en silencio, antes de que él tome la palabra de manera voluntaria, sin despegarle el único que le quedaba de encima. Esto último consigue que sus ojos parpadeen con rapidez por sí solos.

—Tenemos que encontrar el antídoto. He podido contactar con Hill y dice que nos ha enviado un helicóptero a las afueras de la base. Pero no podemos entretenernos mucho más —murmura esto último.

Aina lo ve acelerar el paso, mientras comprueba si una de sus pistolas se encuentra bien cargada de balas. Una pequeña espina, apenas visible para el ojo humano, se apodera del hueco de la garganta y por más que quiera impedirle, que quiera recriminarle que no puede moverse de esa manera porque lo último que necesita en esos momentos es volver a intervenir de urgencia en su herida, lo único que su subconsciente le permite hacer es parar en seco.

Uno de los cadáveres se encuentra frente a sí misma, goteando un líquido rojizo a través de sus cavidades auditivas y camuflándose con el rojo inyectado en sangre de los iris claros que posee. O más bien poseía. Los recuerdos de la habitación roja vuelven a azotarla, esta vez sin necesidad de que se encuentre sumida en un profundo sueño, en su acogedora casita junto a la única personita que podía considerar suya o como en los nostálgicos noventas, cuando se veía obligada a combatir el insomnio con las vistas de los edificios prefabricados neoyorquinos, acurrucada en su pecho mientras él dormía con los labios entreabiertos. Comienza a preguntarse si alguna vez le había visto llorar en silencio ante aquello que desea que se tratase de eso, unas pesadillas irreales y carentes de lógica que nunca llegaron a pasar.

—Fury —le llama. Este se gira y alza una ceja confusa —. No vamos a hacerlo. Nos vamos, ahora mismo —procura mantener un tono serio, impasible ante los peligros que le pueden acechar si no recurre a aquella poción de colores sumamente artificiales.

—¿Estás loca, enserio me lo dices? —le agarra con fuerza del brazo, obligándola a moverse del sitio. Aina niega con fuerza, pero luego asiente cuando este formula la segunda pregunta —. Todavía nos queda tiempo, Anita, podemos volver por dónde has venido y yo me puedo poner en contacto con Hill, para ver si puede hacer que el helicóptero se acerque a las azoteas —sus balbuceos apenas entendibles por la morena se convierten en onomatopeyas sin sentido, más parecidas a unos graznidos adoloridos que a una súplica —Por favor, Aina. Como superior tuyo no puedo hacer esto, no puedo permitirme que hagas esto...

Fury se remoja los labios y los dalea. Con la mirada levemente perdida, consigue volver a posicionarla sobre los ojos verdosos de quién no solo es una de las agentes de la compañía de espionaje que él dirigía, sino más bien una amiga, una confidente en quién puede confiar sin siquiera pensar que alguno de sus secretos más íntimos llegasen al enemigo. Aina vacía sus pulmones al sentir como el agarre de su brazo desaparece, y esas manos que apenas hacía un par de segundos se encontraban apretando su hombro como si la vida le fuese en ello, ahora recorren sus pómulos y mejillas con tal delicadeza, que le hace llegar a creer que está hecha de porcelana.

—Esto es lo que quiero, Fury —susurra con la voz entrecortada —. Además, te recuerdo que esta es mi última misión oficial como agente de Shield. Por lo que, tanto María, como tú o cualquier otro agente, no poseen la suficiente autoridad como para no obligarme a hacer esto.

Decide sellar sus labios antes de que estos comenzasen a emitir unos sollozos porque así lo deciden ellos. Sin embargo, sus ojos se llenan de lágrimas antes de que los obligue a sellarse con pegamento. Su jefe, y amigo, atrapa una de estas con la agilidad que le caracteriza. Sorbe la nariz con fuerza al mismo tiempo que sus manos se deshacen de su moño parcialmente desaliñado. Sus rizos castaños apenas controlables vuelven a caer sobre sus hombros. Una preocupación menos que dejaría de afectarle en el más allá, supuso.

—¿Y sabes qué? Lo último que querría es que, si supiera que me iba a morir, es que las pocas personas a las que aprecio estén llorando como si ya me hubiesen enterrado. Todavía me muevo, ¿no?

Las manos de Nick comienzan a temblar al separarse de su rostro. Ella le ruega con la mirada, a pesar de sus carcajeos adheridos la poca cordura que le queda, que ni se le ocurra despegarlas, porque mientras recorren los distintos pasillos, la mayoría incendiados y los otros pocos apenas propagando un par de llamas que pueden traspasar sin apenas preocupaciones, siente como un vacío se apodera de su rostro. Es parecido a la sensación de calor de cuando te pegan una bofetada. Al haber separado sus dedos de su rostro, los lugares que se habían acostumbrado a su temperatura corporal empiezan a impacientarse por la ausencia de esa calidad que tanta tranquilidad le había emanado en tiempos pasados.

María Hill está impacientándose desde su asiento frente al cerebro de todos los secretos de la compañía, tecleando un par de cosas por allí y procurando ponerse en contacto con el par de agentes que había mandado junto al conductor del helicóptero. ¿Qué se esperaban que pasara si iban ellos dos solos a la base del enemigo, que los recibiesen con un té, unas pastitas y un par de mantitas calientes para cada uno? La misión se ha complicado debido a una sutura, una sutura que la propia Aina se ha visto obligada a hacer con las extremidades alargadas de sus manos chispeantes. En otras circunstancias, esos diez minutos que ha destinado a la curación de su compañero no hubieran supuesto mucho peligro. Pero en estas, ha decantado la balanza que determina todo su ser.

La repentina luz del mediodía impacta en sus cavidades oculares, a las que se ve obligada a cubrir con su mano libre sobre su frente. Fury está detrás suya, dirigiendo su vista de manera automática a sus espaldas por si algún que otro sujeto del otro bando le había dado por perseguirles entre la humareda provocada por las flamantes e impactantes llamas que ya habrán destruido gran parte de las plantas más altas de la estructura. Ya no queda nada del laboratorio. Se lo repite así misma y a Fury, cuando este le echa una última mirada a la base, como si estuviese replanteándose el volver a ingresar al edificio en un acto heroico. Solo se encontraría con el humo y los cadáveres, entre ellos algún que otro hombre inconsciente, carbonizándose entre las escaleras derruidas y los cristales de las ventanas desparramados, ayudando a propagar el fuego.

Para su sorpresa y la del cuchillo de emergencia que guarda entre una de sus botas, no se han cruzado con ningún agente de Hydra en su huida, tanto en el edificio como en los exteriores de lo poco que queda ya. Nick y ella deciden no bajar el ritmo y mucho menos devolver a sus fundas sus armas de fuego, mientras este último juguetea con su intercomunicador en busca de alguna señal de su compañera de la silla. Antes de que puedan compartir alguna que otra palabra sobre qué hará cuando los placebos se acaben y el veneno mezclado con los glóbulos de su sangre actúe con una rapidez inimaginable, las hélices del helicóptero mandado por su confidente y amiga son escuchadas de entre unos árboles del bosque que los rodea. Y Aina se queda con sus decisiones sobre cierta niña pequeña que no puede valerse por sí misma entremezcladas con aire acumulado por sus pulmones.

De la estructura voladora baja un joven que aparenta unos pocos años menos que ella, de piel ligeramente oscura y unos ojos pardos, sonrientes ante sus labios finos, de origen inglés. Aina se fuerza a sonreír cuando cruza miradas con Maverick, uno de sus compañeros más fieles. Le da un leve apretón mientras Fury saluda al otro acompañante que ha venido a rescatarlos, un chico de cabellos rizados y pelirrojos que a pesar de que desconoce su nombre, lo ha visto más de una vez merodeando alrededor de la mesa y la sala de reuniones que regenta el mayor. Nick aprieta su mandíbula ante la miradita que ella le dedica, estando al tanto de las bromitas de mal gusto según él por parte de Hill y una susodicha.

—María nos ha enviado y no hemos podido venir hasta ahora. Ya sabéis como están las costas del norte —aclara el de los cabellos pelinegros. Aina asiente, aguantándose las ganas de peinarle los mechones lisos más despeinados. Este realiza dicha acción antes que pierda los nervios —¿Habéis podido haceros con...el objetivo de la misión?

En esos momentos se percata de que puede que no estén del todo a salvo. Nadie se escabulle de Hydra estándolo, ¿verdad? Frunce su ceño y fija su mirada en ningún punto en concreto. Los puntos sin sentido comienzan entrelazarse entre ellos y, de repente, que apenas una docena de guardias se encontrasen custodiando los interiores de la base comienza a poseer cierta credibilidad. No había ningún antídoto. Sea lo que fuese que su amiga había conseguido interceptar de las cámaras no se trataba de aquella sustancia que le salvaría de una muerte segura, lenta y dolorosa. Se trataba de un ser despiadado que los quería dando tumbos de ciego hasta que la desesperación los acabase por matar. Sin necesidad de armas, o venenos silenciosos.

Ante una negativa por parte de su superior, Maverick palidece de inmediato y vuelve a posar sus órbitas oscuras sobre la figura de Aina. Ella entreabre los labios, los remoja preparada para soltar todo lo que había pasado por su cabeza en los últimos segundos: como Hydra únicamente se había encargado de falsificar montón de pruebas rebosantes de veracidad para que ellos cayesen en su trampa, y recorriesen aquellos laberintos incendiados mal nombrados como pasillos interminables y monótonos. Pero los vuelve a cerrar, realiza una mueca, apenas mirando de reojo a su compañero. Mientras, aun sabiendo que los ojos de Maverick no se han desplazado de su persona, pasa a su lado y entra en el vehículo.

Sabe que lo que está haciendo no está del todo bien. Que el de raíces guatemaltecas lleva enamorado de ella desde que le cedió un sitio a su lado en el comedor del lugar donde eran entrenados los aspirantes a agentes. Él realizó una pequeña broma sobre los libros de Anne Rice cuando se manchó la camisa con un poco de kétchup y ella se rio, a pesar de que sus conocimientos sobre literatura se expandían poco más a los que estaban en la estantería de su tía. Poco después se percata de que aquella conversación había sido un intento un tanto fallido para ligar con ella. Tan solo un par de meses después decidió dedicarle su primer beso de todos, a las orillas de uno del lago de las afueras, teñido por los últimos rayos de sol. No puede hacerle la ley del hielo a alguien que le quiere, que recibiría una bala o incluso se dejaría amputar una mano por ella.

Cuando los demás entran, se da la vuelta con rapidez. Al veterano agente Pérez, conductor del helicóptero y con quién ha establecido una conversación de apenas un par de segundos, no le importa que la castaña le abandone de esa manera tan abrupta, pues se encuentra recibiendo órdenes de sus superiores mediante el intercomunicador de los grandes cascos.

Vuelve a cruzarse con su persona. Sin embargo, se nota como la negatividad de haber encontrado una cura a la maldición que recorre su sangre ha afectado a Maverick de gran manera. Aina comienza a sollozar, esta vez sin ocultar los pequeños gritillos que se le escapan de la garganta y los grandes lagrimones que decoran el par de ojeras negras debajo de sus ojos. Antes de que vuelva a recluirse una vez más en sí misma, se lanza a los fornidos brazos del chico y este la recibe gustosamente, con la misma intensidad que lo haría si llevase mucho tiempo esperando volver a hacerlo. Aina aprieta los labios contra los suyos, añorando la calidez que estos le desprendían.

—Hemos encontrado unos residuos de los placebos que tomas a punto de ser desechados al mar —le comenta en su oído con la voz ligeramente entrecortada, aun recuperándose del fugaz beso.

No lo hace con un tono bajo, porque tanto ella como Fury, quién se había recluido para sí mismo en uno de los asientos más alejados de la puerta, pegan un respingo y se miran entre ellos. El depósito que se deshace sus lágrimas al buen ritmo de un grifo a presión decide cerrar el chiringuito, sabiendo que un desprendimiento de esa manera por algo no valía la pena originaría un despido improcedente de más de un tercio de la plantilla. La risa de su pequeña Alissa resuena en su cabeza, y formula una sonrisa rebosante de alegría sabiendo que aquellos placebos le podrían dar muchos años de vida más. Vuelve a mirar fijamente al hombre que le agarra entre sus brazos sabiendo lo que eso significa.

Una pequeña esperanza a la que aferrarse. Una nueva vida otorgada.

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