𝐄𝐥 𝐏𝐫𝐞𝐜𝐢𝐨 𝐃𝐞 𝐮𝐧 𝐀𝐩𝐞𝐥𝐥𝐢𝐝𝐨

Había muchos secretos en la familia Abaddon. Muchos mitos, muchas creencias, muchas suposiciones. Nadie del exterior podía saber con exactitud lo que era en realidad esa familia, el poder que poseían; ni ellos mismos lo sabían con exactitud.

Los Abaddon eran una de las familias más antiguas del mundo mágico junto a los Black. Se rumoreaba que descendían de una quinta bruja desconocida de la época de los fundadores de Hogwarts, rumoreada ser igual de brillante y poderosa... tal vez hasta más. Aunque, después de todo, eran rumores. No habían pruebas de tales hechos. Los únicos que sabían la verdad eran los que poseían el apellido.

Y, aún así, con el paso de generaciones la historia se fue cambiando, dejando muchas cosas inconclusas. Rumores se camuflaron en la realidad hasta el punto en que los propios Abaddon llegaron a olvidar su verdadera historia.

La última conocedora de la verdad fue Evangelium Abaddon.

Evangelium Abaddon, nacida cinco siglos antes que Adhara, la Orenda. Su nacimiento cambio el mundo mágico que existía en esos tiempos, fue la mayor anomalía y la esperanza de este. Para sorpresa de su familia, en ese tiempo conocidos como un aquelarre, ella se podía comunicar con los ancestros que tanto veneraban. Además de poseer magia propia y poder robar la de otros. Era algo nunca antes visto, algo que no podían explicar.

La consideraron una bendición.

Luego de tanto tiempo viviendo con el miedo de poder nacer como sifones, de tener que robar magia para poder usarla. Luego de tantos sacrificios para conseguir el apoyo de sus ancestros, utilizándolos como su propia ilimitada batería de poder. Luego de que los ancestros los hubieran dejado al romper su juramento de mantener el balance, de proteger. Luego de todo eso, por fin había esperanza.

Lastimosamente, los Abaddon estaban maldecidos a siempre ser un vacío sin fondo.

Desde nacimiento los Abaddon nacían vacíos, sin magia. La mayoría lograba despertar su núcleo mágico en su infancia; la minoría debía vivir de por vida sin ella. Y aún así, ni la mayoría ni la minoría lograba desaparecer el vacío dentro de ellos que ansiaba algo que lo llenara.

Evangelium no fue la excepción.

Alabada por su aquelarre, respetada y temida por el mundo mágico, favorecida por sus ancestros, Evangelium lo tenía todo. ¿Entonces por qué siempre sintió que algo le faltaba?

Su fin fue el querer saciar ese vacío. Su fin fue el buscar más, el querer más.

La última profecía que predijo, en la que habló sobre la Renascuntur Orenda, aterró a todo el aquelarre que pasó de venerarla a maldecirla. Por miedo, los Abaddon se unieron a la sociedad mágica creada por los fundadores de Hogwarts. Muchos callaron su conocimiento sobre su propia familia, pocos contaron su historia a las siguientes generaciones.

Entonces se crearon los rumores y los mitos, y entonces la historia se volvió inconclusa.

Los Abaddon se volvieron una familia de tres colores. Los blanco, el lado que buscaba vivir en paz como lo habían estado haciendo por siglos; el negro, los que anhelaban rasgar la superficie del verdadero poder que residía en ellos, aún si debían recurrir a artes oscuras para conseguirlo; y el gris, el lado que era demostrado a el mundo mágico, que era de los que se mantenían al margen, nunca añadiendo peso a uno de los lados de la balanza, siempre quedándose en el centro como fiel observador.

1960 fue el año en que todo cambió. Luego de siglos volvió a nacer una mujer en la línea sanguínea directa de los Abaddon. Algo que no sucedía desde Evangelium.

Eleena Abaddon.

Su nombre fue conocido por todo el mundo mágico. Su nacimiento desató miedo y avaricia. Lastima que para sus padres fue una completa decepción. Era una bruja poderosa, pero no una bruja poderosa como se esperaba.

Era una Abaddon más. Poderosa en comparación a las demás familias mágicas, pero ordinaria ante sus antepasados.

Aveces deseo haber sido lo que sus padres habían esperado, a pesar de que fue un alivio cuando supo que no lo era. Tal vez si lo hubiera sido nada de lo que pasó después habría sucedido.










— ¡CRUCIO!

Era el peor dolor que Eleena alguna vez hubiera sentido. Uno que ni siquiera podría haber imaginado en sus peores pesadillas.

Una inmediata sensación de ardor, como si su cuerpo hubiera sido prendido en llamas; y el dolor nunca se iba, tan solo aumentaba su intensidad con el paso del tiempo. No sabía dónde comenzaba o donde terminaba. No podía siquiera pensar. La cantidad de sufrimiento que sentía anulaba su juicio, negándole la habilidad de razonar.

Ni siquiera podía respirar, la tortura a la que estaba siendo expuesta se lo dificultaba. Sentía que cada vez que sus pulmones buscaban aire, un incendio se encendía dentro de ellos. Sus músculos se estremecían de forma involuntaria, su cuerpo contrayéndose y produciendo espasmos para tratar con desesperación de aliviar el dolor. Su sistema nervioso se encontraba sobrecargado, haciéndole imposible a ella el controlar su cuerpo. Quería gritar. Quería sollozar. Quería pedir misericordia.

Pero no podía.

Su garganta se encontraba cerrada, como si algo hubiera sido metido en esta a la fuerza. Su diafragma estaba contraído, evitando que el menor ruido saliera de ella.

¿Cómo había llegado a esto?

Todo se detuvo en el momento en que ese pensamiento llegó a su cabeza. El alivio recorrió su cuerpo que se desplomó ante el cansancio, completamente adolorido.

— Eres débil - siseo con furia Elton Abaddon, su padre, de pie frente a su cuerpo — Me avergüenza haberte dado mi apellido.

La vista de Eleena se encontraba borrosa, apenas lograba mantener sus ojos entre abiertos con la poca fuerza que conservaba.

— ¿Cuántas veces debo castigarte para que entiendas que te quiero lejos de la escoria Potter y la decepción de los Black? - continuó — ¿Cuántas veces debo demostrarte que no eres nada, que no tienes valor, hasta que me obedezcas y comiences a honrar el apellido con el que te he dado un poco de honor? ¿No te da vergüenza denigrar un apellido tan importante como el nuestro?

Elton observó el cuerpo debilitado de su hija de quince años con disgusto. No podía creer que esa adolescente fuera su propia sangre. Sabía que habían rumores que hablaban sobre sus ancestros siendo castigados por no cuidar el balance en el mundo, y el ver la hija que le había tocado le hacía creer en esos rumores.

Su única satisfacción era que su Echo había muerto antes de darse cuenta de la decepción que tenían como hija.

Cómo pudo Eleena levantó su cabeza lentamente del suelo, parpadeando varias veces para intentar que su visión mejorara y poder hacerle frente a su padre. Pero no pudo. Al final de cuentas, ella aún era una niña.

Su frente pegó contra el frío suelo del calabozo en la mansión Abaddon. Algo en ella se rompió en ese momento que logró hacer contacto visual con su padre, algo se rompió tan violentamente que se cuestionó con incredulidad el hecho que su padre no lo escuchara. ¿Cómo era posible que a pesar de todo lo que había pasado este último año ella aún tuviera esperanzas?

Era una idiota. Esa era la única explicación.

Una idiota que aún buscaba la aprobación de su padre, que aún quería sentirse querida por el hombre que le dio la vida. Pero, ¿cómo podía pedir eso cuando ella no les había dado lo único por lo que recibía tales tratos? ¿Cómo podía siquiera pensar en obtener tal trato cuando no era tan diferente a una bruja ordinaria, contrario a lo que se esperaba de ella?

Una lágrima se escapó de su ojo y se resbaló por el lado derecho de su rostro hasta su oreja. Ni siquiera sabía si estaba llorando por el dolor en su corazón o el de su cuerpo, o siquiera si había sido una reacción involuntaria de su cuerpo ante su débil estado.

— No se siquiera que hago perdiendo mi tiempo con alguien de tu nivel - gruño su padre — Le diré a tu hermano que venga a dejarte la cena, dormirás acá. Espero cuando salgas obedezcas mis órdenes de una vez por todas.

Otra lágrima más.

La celda se cerró con un estruendo y su cuerpo, por reflejo, se estremeció por el susto causando que una nueva ola de dolor la invadiera.

¿Acatar sus órdenes? No. Nunca lo haría.

No cuando su primera orden era dejar a los Merodeadores de lado. No cuando querían que se alejara de James, solo porque su familia era conocida como traidores a la sangre. No cuando querían que le diera la espalda a Sirius, por los problemas que este le estaba causando a los Black. No cuando querían que denigrará a Remus y a Peter, por ser mestizos.

No cuando su segunda orden era que se olvidara de Regulus Black. No cuando cada plan que ejecutaba o cada sonrisa que le lograba sacar al Slytherin le hacían su día, a pesar que su padre lo viera como una denigración hacia el apellido el buscar tanto a alguien. No cuando querían que mejor se casara con alguien como Evan Rosier.

No cuando sus demás órdenes iban en contra de los valores y la moral de Eleena. Ella no aceptaría eso.

Aún cuando apenas y podía respirar, aún cuando apenas y su cuerpo reaccionaba por todo el dolor, Eleena se rehusaba a convertirse en la marioneta de su padre.

Sus ojos se cerraron por lo que sintió como un segundo, solo para abrirse nuevamente al sentir algo frío contra su frente. Su vista estaba borrosa pero el calor que sintió del gentil roce contra su rostro la ayudó a cerciorarse de lo que estaba ocurriendo.

— E...lli...t...

— Shhh, Eleena, no te esfuerces - susurró su hermano, aún limpiando su rostro gentilmente — Estoy aquí, ¿de acuerdo? Ya todo pasó, estoy aquí.

— ...iot... du... le...

— Lo se, hermana, lo sé, shhh - su voz sonaba temblorosa y Eleena sintió algo caerle en su mejilla.

¿Acaso Elliot estaba llorando por ella? No quería eso. Ella no merecía las lágrimas de su hermano, no cuando este la había protegido toda su vida, no cuando siempre le había dado su lealtad a ella y no a su padre. No cuando ella lo había condenado a recibir los mismos castigos que ella por su propio egoísmo.

— Per... ón... dón...

— No me pidas perdón, Eleena, te lo prohíbo - gruño su hermano — Eres mi hermana. Mi deber es protegerte, servirte, no oses pedir perdón.

No, quería decir, tu deber no es ningún otro más que ser mi familia. Pero no podía hablar, ya no tenía fuerzas.

Dejó que su hermano limpiara todo su sudoroso y sucio cuerpo, y que el frío del agua con el que gentilmente la limpio aliviara levemente su dolor. Dejo que la alimentara como una madre a su recién nacido, sintiendo que no merecía todo el cariño y lealtad que él le brindaba.

Se preguntó cuánto duraría esa lealtad, cuando el se cansaría de ella.

Sus ojos se cerraron y se permitió descansar en la seguridad que le brindaban los brazos de su hermano, su protector.









El estruendo del vidrio rompiéndose resonó por todo el oscuro salón principal. Eleena se estremeció en su sitio pero no se movió, rehusándose a bajar la mirada a pesar de la cantidad de vidrio que ahora se encontraba incrustado en su ropa y piel.

Era de esperarse esa reacción. Mejor dicho, había esperado una peor que el atentado de herirla con una copa.

Repítelo - rugió su padre — ¡Repite lo que dijiste!

— Dije... - mordió su labio inferior, tratando de evitar que su miedo se mostrara — Dije que... dije que no lo haré. No me uniré al Señor Tenebroso.

— ¡Niña insolente! - otra copa se rompió, más cerca de su rostro esta vez.

— ¡No lo haré! - repitió — ¡Y no puedes obligarme!

— ¿Acaso no lo entiendes? ¡ERES UNA DESHONRA! ¡UNA DECEPCIÓN! - rugió el mayor — ¿POR QUÉ SIGUES TRATANDO DE AVERGONZARME?

— ¡NO ME PUEDES OBLIGAR!

— ¡CLARO QUE PUEDO! - exclamó furioso — ¡Y lo haré! Para cuando comiences tu séptimo curso y cumplas la mayoría de edad le jurarás lealtad.

— No lo...

— Lo harás, ¿sabes por qué? Porque dudo que quieras dejar a tu querido Black solo - rio con sorna al ver su rostro de sorpresa y miedo — ¡Ah! ¿No lo sabías? Regulus Black jurará su lealtad al cumplir sus dieciséis años de edad. Dudo mucho que quieras dejarlo solo, ¿o si?

Eleena sintió su mundo venirse abajo en esos momentos. A su padre no le parecía suficiente haberle quitado a su hermano al hacerle jurar su lealtad ese año, sino que ahora le estaba exigiendo a ella hacer lo mismo el próximo. Y estaba usando su amor por Regulus en su contra.

— Eres una Abaddon. Es hora de que actúes como tal.

Una Abaddon, pensó con asco.

Detestaba ese apellido. Ese apellido estaba maldito, pues no hacía más que traerle dolor. No lo quería, no lo necesitaba. Era veneno, uno que se alimentaba lentamente de ella y mataba todo a su paso.

Sintió una lágrima bajar por su mejilla de impotencia. No quería que esa fuera su vida. No quería tener que dejar todo lo que amaba de lado; no quería tener que escoger. ¿Por qué a ella? ¿Por qué el universo la había castigado de esta manera? ¿Por qué no pudo simplemente seguir disfrutando de su adolescencia junto a sus mejores amigos? ¿Por qué la querían empujar a una guerra a tan corta edad?

¿Por qué su padre no la protegía como se debía?

— No me mires así - se burló su padre con sorna — Te he dado todo a pesar de la vergüenza que eres, es hora de que pagues tu deuda.

¿Una deuda?, pensó. No sabía que los hijos debían pagarles a sus padres por criarlos. No sabía que su llegada al mundo venía con factura en mano.

La mano de su padre acarició su rostro causando que por reflejo su cuerpo se estremeciera, lo cual lo hizo sonreír con sorna. El toque en su mejilla le ardía, ¿acaso estaba herida?

— Padre, ya es suficiente - la voz de Elliot resonó por el salón, fuerte y grave.

— ¿Eso es una orden?

— Lo es - aseguró su hijo — Mi amo la quiere viva e ilesa. No creo que quieras llevarle la contraria, ¿o si?

Elton rió secamente, asintiendo mientras se distanciaba del cuerpo de su hija. Eleena se encontraba temblando de pies a cabeza y ni siquiera sabía cuándo había comenzado a hacerlo.

— Que bueno que alguien en esta familia aún sepa su lugar - declaró en voz alta el patriarca — Deberías aprender a servir como tu hermano, Eleena.

Sin mirar hacia atrás, Elton salió del salón. Eleena soltó todo el aire que había retenido y se dejó caer de rodillas al suelo. Todo su cuerpo estaba temblando, hasta estaba sudando frío. ¿Tanto la controlaba su miedo?

Elliot corrió hacia su hermana menor, cayendo de rodillas junto a ella sin importarle los vidrios que se incrustaron en estas. La atrajo hacia a él con suavidad, cuidando no asustarla, y le susurró frases reconfortantes para intentar calmar el ataque que su padre le había causado. 

¿Cómo podía llevar su sangre en sus venas? ¿Cómo podía ella ser hija de alguien como él? Quería a su mamá de vuelta. La necesitaba. Necesitaba ver su dulce sonrisa y escuchar su suave voz. Quería olvidar que era hija de Elton Abaddon, y fingir que tan solo era hija de Echo. ¿Por qué se esmeraba tanto su padre en ser la daga que nunca dejaba de cortar su piel?

— No te volverá a hacer nada, hermana - le prometió su hermano — No it's contra el Señor Tenebroso. Estarás bien.

— Quiere... quiere que obtenga la marca.

— ¿Cuando?

— Al cumplir la mayoría de edad... séptimo curso...

Elliot asintió lentamente, — Lo lamento, Eleena.

Lo lamento, pensó con furia en su mente. No tenía escapatoria. Ni siquiera su hermano mayor podría salvarla de esto.

Debía hablar con Regulus, el sabrá que hacer. El le dirá lo que él cree correcto. Pero... ¿está dispuesta a seguirlo sin importar el camino que sea? Pensó en Sirius y James, en Remus y en Peter... ¿cómo los dejaría?








Su cuerpo pegó fuertemente contra el suelo, para luego crear otro estruendo al su espalda golpear la pared al recostarse en ella. Su puño derecho golpeaba sin medir su fuerza su pecho una y otra vez, como exigiéndole a sus pulmones funcionar y respirar; era como si algo tan común como inhalar fuera difícil de pensar en esos momentos.

Todo su mundo se había venido abajo, así de rápido. Su mente estaba hecha una tormenta. No recordaba cómo se sonreía o reía, apenas y recordaba que tenía que obligarse a respirar. Sus músculos le dolían, y todo su cuerpo se sentía débil y pesado.

Se sentía enterrada en vida.

Inhala, exhala, se recordó golpeando su pecho. Inhala, exhala.

¿Por qué no funcionaba?

Un sollozo se le escapó y por instinto sus manos se dirigieron a su boca para callarlo, lo que causó que un gemido de dolor se le escapara y que su vista fuera a su antebrazo izquierdo.

Sangre, demasiada sangre, y todo por la marca que había sido tallada en su piel. Había hecho lo correcto, ¿verdad? Estaba protegiendo a los que amaba y manteniéndose cerca de ellos, simplemente estaba actuando como la perfecta Abaddon que todos esperaban que fuera. Todo era por sobrevivir.

¿Cómo se lo diría a los chicos?

Las lágrimas no paraban de bajar por sus mejillas. Inconscientemente sus uñas comenzaron a arañar su antebrazo izquierdo, hiriéndolo aún más, mientras su cuerpo se golpeaba una y otra vez contra la pared con fuerza.

Sentía todo su pecho dolerle, sea por los golpes que se dio o la fuerza con la que estaba intentando respirar, y pronto las náuseas la atacaron, haciéndola tratar de arrastrarse hacia el basurero para vomitar. ¿Dónde estaba su hermano? ¿Por qué no había venido a buscarla apenas la vio salir corriendo?

Mientras vomitaba sintió su cabello ser recogido suavemente.

— Todo estará bien, El - escucho la suave voz de Regulus — Estarás bien. Hiciste lo correcto. Vamos a estar bien, lo prometo. Te protegeré.

La voz de su amado logró que su respiración se calmara levemente, pero su cuerpo seguía sufriendo de arcadas haciéndola comenzar a expulsar líquido de su estómago al ya no tener que alimento en este.

Tenía que ser lista. Tenía que lograr controlarse. No podía volver a permitirse verse débil nuevamente.

Pero, ¿cómo hacía eso?

— ¿A qué es lo que más le temes? - le susurró Regulus, consciente de lo que se sentía lo que le estaba sucediendo a su novia — Piensa en eso que más temes... nada es peor que eso, nada será peor que eso.

Su visión se aclaró y su respiración se calmó, aún cuando todo su cuerpo aún dolía, Eleena podía decir que ya había recuperado un poco de control sobre sí misma.

Y solo porque se dio cuenta que a la persona que más temía, incluso más que el Mago Tenebroso, era su padre. Y el ya no estaba vivo. Voldemort lo había asesinado al momento en que la marca fue marcada en su piel, teniéndola a ella ya no lo necesitaba a él.

Nunca nadie la volvería a hacer sentir tan débil como él alguna vez la hizo sentir. Este sería el último momento de debilidad que se permitiría.

Sería la flor vestida de serpiente. Atrayendo con su hermosura, y matando lentamente con su mordida.

— Cásate conmigo, Reggie - susurró con voz ronca — Cásate conmigo, formemos una familia... podemos vivir en la mansión Black o la Abaddon, no importa. Remodelemos ambas...

— ¿Remodelarlas?

Asintió débilmente, — La mansión Abaddon es oscura y siniestra... quiero que en un futuro nuestros hijos puedan verla como un lugar lleno de luz...

— ¿Hijos?

— Si... - rió levemente — ¿Qué prefieres, Black, niñas o niños?

Regulus suspiro, pensando en su hermano y en sus primas mientras acariciaba el cabello de su amada suavemente.

— Quiero una niña - sonrió levemente el Black — Aunque no me molestaría tener un varón.

— Dos entonces - suspiró — ¿Eso es un sí a casarte conmigo?

Regulus sonrió abiertamente, — Me perseguirías el resto de mis días si dijera que no.

Débilmente, Eleena se rió.

No sabía que le esperaba en un futuro, solo deseaba que siempre pudiera estar refugiada en el calor de los brazos de Regulus... tal vez con dos pequeños riendo a sus lados.

Deseaba que eso pudiera hacerse realidad. Y lo haría realidad aunque le costará su vida.










Si, estoy desaparecida. Lo lamento, mi vida está muy caótica ahorita. Estoy escribiendo el siguiente capítulo pero como no lo llevo muy avanzado, vi que tenía esto en mis drafts y dije "démosles un regalito". Honestamente, extrañaba a Eleena y me puse sentimental.

Un poquito de backstory de la vida de nuestra querida Eleena. Vivió una vida llena de amor hasta la muerte de su madre y luego todo se le desmoronó, nuestra pequeña sufrió bastante en su adolescencia. Díganme que pensaron.

Les mando un abrazo y espero estén bien.
Xoxo

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