II/III - Ritual de Conexión

En una noche oscura, la quietud del pequeño pueblo se veía interrumpida por el susurro de las hojas y el tenue resplandor de la luna.

Heeseung y Jaeyun, envueltos en la sombra de los árboles, se encontraban en su rincón secreto detrás de la iglesia, un lugar donde los límites entre la amistad puritana y la tentación pecaminosa se volvían borrosos.

La atmósfera estaba cargada de una tensión palpable, como si el aire mismo estuviera impregnado de deseo y secretos. Jaeyun, en ese oscuro escenario, se sentía atraído hacia Heeseung de una manera que iba mucho más allá de lo correcto, de lo bendito. La sensación de pecado lo envolvía, pero al mirar los ojos de Heeseung, cualquier remordimiento se desvanecía.

Heeseung, con una expresión intensa, guió a Jaeyun hacia un rincón más apartado, lejos de las miradas curiosas del pueblo.

Jaeyun miró a Heeseung con ojos llenos de tristeza, como si la realidad pesara sobre sus hombros. —Hee, no puedo dejar de pensar en esto. ¿Somos pecadores? ¿Estamos condenados por seguir lo que sentimos?

Lee, con la mirada perdida en el suelo, suspiró antes de responder. —La sociedad, la religión, todos nos dicen que estamos mal. Pero, ¿y si lo están? ¿Y si este amor es una afrenta a todo lo que creemos?

Sim, con una mezcla de desesperación y cariño, acarició la mejilla de Heeseung. —No quiero creer que estamos mal. Pero a veces, la soledad de ir contra la corriente, la sensación de estar perdidos en un mundo que no nos comprende, me abruma. — Jaeyun, con lágrimas asomando en sus ojos, titubeó antes de continuar hablando. —A veces, siento que estamos desafiando algo más grande que nosotros. ¿Y si estamos desafiando a Dios?

Heeseung, con la voz quebrada por ver a su amado dudar, buscó las palabras adecuadas. —No quiero creer que estamos desafiando a Dios. Pero también me pregunto si nuestra felicidad está destinada a ser efímera.

—La Biblia habla de amor, pero también de pecado. ¿Cómo podemos estar seguros de que no estamos cometiendo un error?

Heeseung, con los ojos vidriosos, tomó la mano de Jaeyun con firmeza. —No sé si estamos equivocados, Jaeyun, pero sé que no quiero vivir sin ti. Este amor, aunque nos lleve por caminos difíciles, es lo más real que he sentido.

Jaeyun, luchando con sus propios dilemas internos, murmuró con voz quebrada. —A veces, siento que estamos desafiando las leyes divinas. Pero también siento que este amor es un regalo de Dios.

Heeseung, con una sonrisa triste, acarició la barbilla de Jaeyun.—Tal vez estemos destinados a ser pecadores, Jaeyun.

El suave murmullo de la noche fue testigo de cómo Heeseung acariciaba con delicadeza la barbilla de Jaeyun. Una caricia que trascendía lo sagrado, explorando los límites de lo prohibido. Los dedos de Heeseung seguían la línea de la mandíbula de Jaeyun, creando un sendero de sensaciones que dejaban a Jaeyun anhelando más.

El silencio era roto solo por el susurro de las hojas y el ligero crujir de las ramas bajo sus pies. Heeseung, con ojos que brillaban en la penumbra por las lágrimas contenidas, se acercó lentamente a Jaeyun. El roce de sus labios fue un encuentro cargado de deseo reprimido, como si cada beso fuera una rebelión contra las normas que los rodeaban.

Jaeyun, entre la oscuridad y la dulce agonía del pecado, se dejaba llevar por la vorágine de sensaciones que despertaban dentro de él. Cada beso era un recordatorio de la complejidad de su amor, un amor que desafiaba las expectativas de la sociedad y la fe que compartían.

En su encuentro íntimo, ocultos en la penumbra detrás de la iglesia, Heeseung y Jaeyun se adentraban en un reino clandestino, donde el tiempo parecía detenerse para ceder paso a la intensidad de su conexión prohibida.

Cada roce pecaminoso, como un acto de rebelión contra las normas impuestas por la sociedad y la fe, se convertía en un momento robado a la realidad.

Las sombras se convertían en cómplices silenciosos de su amor secreto, y la oscuridad que los envolvía actuaba como un velo protector que permitía la expresión libre de sus deseos más profundos.

Cada susurro, cada caricia, cada suspiro por el venenoso placer resonaba en el silencio de la noche, como si el universo mismo guardara el secreto de su conexión pecadora.

Jaeyun, en medio de sus propios conflictos internos, descubría que cada encuentro con Heeseung era una bocanada de aire fresco, un respiro ante la rigidez de las expectativas sociales y religiosas.

El amor que crecía entre ellos se volvía un refugio, un lugar donde la autenticidad de sus sentimientos prevalecía sobre las normas impuestas.

Así, entre las sombras del pueblo y las estrellas que atestiguaban sus encuentros, Heeseung y Jaeyun seguían explorando los matices de su romance prohibido, tejido con la promesa de un amor que desafiaba barreras y se resistía a ser encasillado.

El desafío de mantener su amor en secreto agregaba una intensidad palpable a cada encuentro furtivo, creando una tensión entre la pasión y la culpabilidad.

"No te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer; es una abominación"
Levítico 18:22

El sol se filtraba a través de los vitrales, pintando el interior de la iglesia con tonos cálidos.

Jaeyun, vestido con su túnica de monaguillo, caminaba con devoción por el pasillo central, encendiendo las velas que flanqueaban el altar. La atmósfera tranquila de la iglesia se llenaba con suaves murmullos de oraciones y cánticos.

En el coro, Heeseung, con su voz angelical, se preparaba para la próxima pieza musical.

Las partituras descansaban en el atril, pero su mente estaba ligeramente distraída. Recordaba los días pasados cuando, en un rincón silencioso de la sacristía, él y Jaeyun compartieron un momento cargado de emociones prohibidas, un instante que ahora resonaba en su memoria.

Mientras Jaeyun encendía la última vela, sus miradas se cruzaron. La chispa de complicidad que compartieron días atrás revivió en sus ojos. El coro comenzó a entonar un himno, pero Jaeyun no podía evitar lanzar miradas furtivas hacia Heeseung, quien correspondía con sonrisas y miradas cómplices entre las notas musicales.

Kim Sunoo observaba la misa desde el banco trasero de la iglesia. Sus ojos, generalmente serenos, ahora reflejaban una mezcla de enojo y desagrado. La conexión especial entre Jaeyun y Heeseung desencadenaba una tormenta emocional dentro de Sunoo.

Cada nota musical, cada palabra de las oraciones, era opacada por la sombra de lo que él percibía como actos pecaminosos. Para Sunoo, la iglesia era un lugar sagrado, y la idea de que dos de sus miembros pudieran participar en acciones que él consideraba contrarias a la moralidad generaba un profundo disgusto en su corazón devoto.

La rigidez de su postura delataba su malestar. Las manos entrelazadas apretaban el respaldo del banco, sus mandíbulas tensas revelaban la lucha interna. Murmuraba oraciones más por necesidad de calmar su propia ira que por verdadera devoción. Cada mirada cómplice entre Jaeyun y Heeseung era como una afrenta a sus creencias arraigadas.

La comunidad, para Sunoo, debía ser un refugio de virtud y pureza. El desafío de Jaeyun y Heeseung a esas expectativas lo llenaba de indignación. En su mente, la sacralidad del lugar estaba siendo profanada, y su enojo se mezclaba con una sensación de traición hacia la comunidad a la que ambos pertenecían.

A pesar de su desagrado, Sunoo se resistía a alejarse. La fuerza de su devoción y su deseo de corrección moral lo mantenían en su asiento, observando con ojos críticos cada intercambio entre Jaeyun y Heeseung. La tensión en su interior se intensificaba con cada gesto que consideraba fuera de lugar en aquel recinto sagrado.

Jongseong, desde la distancia, notaba la tormenta emocional que azotaba a Sunoo. Pero optaba por permanecer en silencio, conocía muy bien ese sentimiento.

El sentimiento de tener que esconder el amor por otro hombre, las miradas furtivas y las sutilezas compartidas en secreto.

"Hermanos, no hablen mal unos de otros. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y la juzga. Cuando juzgas la ley, ya no eres cumplidor de la ley, sino su juez"
Santiago 4:11

La atmósfera en la casa de Jaeyun estaba tensa esa noche. La mesa estaba puesta, la cena preparada, pero había un aire de silencio incómodo que flotaba en el comedor. Los padres de Jaeyun intercambiaban miradas preocupadas mientras esperaban la llegada de su hijo.

La puerta se abrió lentamente y Jaeyun entró, su rostro revelando una mezcla de felicidad y distracción. Un brillo especial en sus ojos delataba el reciente encuentro que acababa de tener con Heeseung después de la reunión en la iglesia. Aunque su corazón aún latía con la emoción de esa experiencia, el ambiente festivo se desvaneció al instante al darse cuenta de la tensión palpable en la habitación.

—Hola, mamá, papá. ¿Cómo estuvo su día? —preguntó Jaeyun, pero su voz y su atención seguían enfocadas en algún lugar lejano.

La madre de Jaeyun intercambió una mirada con su esposo, notando la distracción de su hijo. Se sentaron alrededor de la mesa, y un silencio incómodo llenó la habitación antes de que su madre finalmente rompiera la calma.

—Jaeyun, hemos estado preocupados. ¿Dónde has estado esta noche después de la iglesia? —preguntó, su mirada fija en su hijo.

Jaeyun, aún perdido en sus pensamientos, tardó un momento en responder. —Estuve con Heeseung. Fuimos a tomar un café después de la reunión.

La expresión en el rostro de sus padres cambió de preocupación a desaprobación, y esta vez, la desaprobación se volvió más agresiva.

El padre de Jaeyun cerró los puños con fuerza.

—¡Cómo puedes traer tal vergüenza a nuestra familia! —, espetó su madre con un desdén que cortaba como un cuchillo, la decepción evidente en sus ojos. —Estás deshonrando nuestras creencias y poniendo en peligro nuestra reputación en la comunidad.

El padre de Jaeyun, aún más severo, lanzó sus críticas como dardos afilados. —¡No puedo creer que hayas elegido este camino! Debes poner fin a esta relación ahora mismo si tienes algún respeto por tu familia y tu fe.

Cada palabra se convirtió en un látigo que azotaba el corazón de Jaeyun, marcándolo con heridas emocionales profundas. La sala, una vez llena de risas y afecto, ahora resonaba con la tensión palpable que acompañaba a sus intercambios.

La desaprobación constante y el trato despectivo se intensificaron, convirtiéndose en una carga emocional insostenible. La atmósfera se volvió cada vez más opresiva, transformando la casa en un lugar hostil donde la intolerancia y la incomunicación dominaban cada rincón. Cada rincón parecía impregnado con la amargura de la desaprobación, como si el aire mismo estuviera impregnado de juicio.

—Madre, padre, entiendo que esto sea difícil para ustedes, pero Heeseung es una persona increíble y nuestra conexión va más allá de cualquier cosa que puedan comprender. — Jaeyun intentó explicar con voz firme, aunque sus manos temblaban en demasía.

La madre de Jaeyun, con el ceño fruncido, no estaba dispuesta a aceptar sus palabras. — Jaeyun, estás yendo en contra de las enseñanzas de Dios. Esto es un pecado, y no podemos permitir que continúes por este camino.

El padre de Jaeyun, con la mandíbula tensa, agregó: —No podemos aceptar que elija un estilo de vida que va en contra de todo en lo que creemos. Estás poniendo en peligro tu alma y la de nuestra familia.

Jaeyun, decidido a defender su amor, respondió con valentía: —Padre, madre, yo también creo en Dios, pero creo que Él nos ha dado el amor como una fuerza poderosa y hermosa. Heeseung y yo nos amamos sinceramente, y no creo que nuestro amor sea incompatible con nuestras creencias.

Sin embargo, sus palabras parecieron caer en oídos sordos. La madre de Jaeyun exclamó con frustración: —¡Estás tergiversando las enseñanzas de la Biblia para justificar tus acciones! Esto es inaceptable.

El padre de Jaeyun, más severo, insistió: —Debes elegir entre seguir este camino de perdición o regresar a la senda correcta. No permitiremos que arrastres el nombre de nuestra familia por el lodo.

Jaeyun, sintiéndose atrapado entre el amor que sentía por Heeseung y la presión de sus padres, luchó por mantener su posición. —No puedo renunciar a Heeseung. Nuestro amor es real, y no puedo darle la espalda a lo que siento. No creo que amar a alguien vaya en contra de Dios.

En medio de la furia y el rechazo, el padre de Jaeyun tomó medidas extremas para expresar su desaprobación. Con un gesto impulsivo y lleno de ira, arrojó el café caliente directamente hacia las manos de Jaeyun.

—¡Esto es para que no toques a ese hombre! —gritó su padre, su voz llena de desprecio, mientras el café ardiente se derramaba sobre las manos de Jaeyun.

Jaeyun, completamente sorprendido, sintió el calor abrasador y la quemazón en sus manos. La taza caída resonó como un eco simbólico de la relación fracturada entre él y sus padres. El dolor físico se mezcló con la agonía emocional de sentirse atacado por aquellos que deberían haber sido sus pilares de apoyo.

—Padre, ¿cómo puedes ser tan cruel? —Jaeyun exclamó, luchando por contener el dolor tanto físico como emocional. —Mi amor por Heeseung no es un crimen. No merezco ser tratado así.

Pero su padre, en lugar de mostrar remordimiento, mantuvo su postura inflexible. —Estás destruyendo nuestra familia con tus elecciones egoístas. Debes renunciar a esa relación y buscar la salvación antes de que sea demasiado tarde.

La habitación quedó impregnada con la tensión y el olor a café derramado, marcando un punto de quiebre en la relación entre Jaeyun y sus padres.

Mientras Jaeyun se esforzaba por asimilar el ataque físico y verbal, la brecha entre él y sus progenitores se ampliaba, dejando un amargo sabor de alienación y desesperación en el aire.

La madre de Jaeyun, en un arrebato de ira descontrolada, se levantó de su silla y avanzó hacia él con determinación.

—¡Eres una vergüenza para esta familia! —gritó, y con un gesto brusco, abofeteó a Jaeyun con fuerza. —¿Cómo pudiste traer esta maldita aberración a nuestra casa?

El padre, sin mostrar la más mínima compasión, continuó con su asalto de insultos y golpes físicos. —¡Debes aprender a respetar a tu familia y a tus raíces! Esto no tiene cabida en nuestro hogar.

Jaeyun, ya abrumado por el abuso físico y verbal, no pudo evitar soltar un gemido de dolor. Las lágrimas manchaban su rostro mientras la violencia en su hogar alcanzaba un punto sin retorno.

La violencia simbólica y el rechazo hacían que el hogar que solía ser un refugio se transformara en un campo de batalla emocional, dejando a Jaeyun atrapado en la encrucijada entre el amor que sentía y la intolerancia de aquellos que deberían haberlo apoyado incondicionalmente.

"Pues el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo"
Hebreos 12:6

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