I/III - Éxtasis Inicial
"El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor"
Corintios 13:4-7
La iglesia, con su arquitectura gótica, erguía sus altas torres hacia el cielo nocturno, como si buscara la redención en las estrellas distantes. La entrada principal, custodiada por puertas de madera maciza, mostraba el desgaste del tiempo y la devoción de generaciones que habían buscado consuelo entre sus muros. Las vidrieras, coloreadas con escenas bíblicas, permitían que la luz de la luna se filtrara de manera etérea en el interior, creando una atmósfera mística que envolvía cada rincón.
En un apacible rincón de la pequeña y conservadora aldea, donde las sombras de la iglesia se alargaban con la suave luz del atardecer, se desarrollaba la historia de Lee Heeseung y Sim Jaeyun. Estos dos jóvenes espíritus vieron converger sus destinos en un momento mágico, oculto tras los muros de piedra de la antigua iglesia que se alzaba en medio del bosque que rodea la comunidad.
Lee Heeseung destacaba entre los miembros del coro de la iglesia.
Su voz era un regalo celestial que llenaba los espacios sagrados con una melodía única, y su corazón, a pesar de su juventud, anhelaba encontrar conexiones más allá de las notas musicales. Criado por la comunidad tras el fallecimiento de sus padres años atrás, buscaba en cada melodía un eco de pertenencia y consuelo.
Sim Jaeyun, por otro lado, era un monaguillo devoto con ojos que reflejaban la pureza de su alma.
Criado en el seno de una familia profundamente arraigada en la fe, Jaeyun encontraba su propósito sirviendo en la iglesia, realizando sus deberes con una devoción que capturaba la atención de quienes lo rodeaban.
Fue durante un ensayo del coro que sus miradas se encontraron, traspasando la barrera del espacio sagrado y conectándose en un nivel más profundo. Lee Heeseung, siguiente de una interpretación conmovedora, notó a Jaeyun iluminando las velas de la iglesia. La serenidad en sus gestos y la dedicación en sus ojos intrigaron a Heeseung, creando un lazo invisible que comenzó a unir sus destinos.
Después del ensayo, en la penumbra del atardecer, Lee Heeseung se acercó a Jaeyun con una sonrisa nerviosa pero sincera. —Hola, ¿eres Sim Jaeyun, verdad?
Jaeyun asintió con una mezcla de sorpresa y humildad. —Sí, así es. ¿En qué puedo ayudarte?
Heeseung, con una seguridad que contrastaba con la timidez de Jaeyun, continuó. —Quería decirte que siempre te veo aquí y me pareces una persona muy interesante. Me preguntaba si te gustaría hablar un poco.
Jaeyun, sintiéndose halagado y sorprendido por la franqueza de Heeseung, sonrió abochornado. —Oh, gracias. Eso es muy amable de tu parte.
Así comenzó la conversación entre ambos, con Heeseung guiando con confianza y Jaeyun respondiendo con una modestia encantadora. Entre risas y anécdotas compartidas, descubrieron que no solo compartían una pasión por la música, sino también una conexión más profunda con la fe y los desafíos de la adolescencia. La forma de ser de Jaeyun, reminiscente de un alma vieja, se manifestaba en sus movimientos y palabras, reflejando la sabiduría y la calma de un abuelo, probablemente por pasar tanto tiempo entre las figuras mayores de la comunidad. Por otro lado, Heeseung era un vivo ejemplo de la juventud, irradiando energía y vitalidad en cada gesto.
Heeseung, expresando con seguridad sus pensamientos, comentó: —Me intriga conocer más sobre las personas detrás de las caras familiares, jamás pensé lograr encajar tan bien contigo.
Jaeyun, tocando sus dedos nerviosamente, respondió: —También me es agradable hablar contigo, Heeseung.
Continuaron hablando y Heeseung no pudo evitar notar la forma en que Jaeyun se contradecía, pues mientras compartían pequeña complicidad típica en adolescentes, tocando temas tabúes, se le veía tranquilo. Pero cuando Jaeyun notaba que Heeseung se sentía cómodo con el tono de la conversación, Jaeyun destacaba que eso era pecado.
Heeseung, en un intento por no desilusionarse tan pronto, decidió desviar la conversación hacia Sunoo, el chico que vivía en el centro del pueblo y resaltaba por sus actos generosos al regalar las mejores flores de su jardín a las abuelas del pueblo. Jaeyun sonreía con admiración, reconociendo la nobleza de esos gestos que tejían vínculos afectuosos en la comunidad.
Y así, la conversación se expandió hacia Riki, el hábil bailarín que transformaba la plaza central en su escenario. Las expresiones faciales y gestos de Jaeyun revelaban una complicidad compartida mientras discutían sobre las habilidades y la energía contagiosa de Riki, que había convertido las presentaciones en eventos esperados por todos.
En ese rincón tranquilo detrás de la iglesia, las historias del pueblo se entrelazaban con las vivencias personales de Heeseung y Jaeyun.
La narrativa fluía como un río serpenteante, tejiendo una red de conexiones entre los habitantes de la comunidad.
A medida que el sol se retiraba y las sombras de la iglesia se intensificaban. Las risas resonaban en la penumbra, transformando la simple conversación en una experiencia compartida que fortalecía los lazos en ese tranquilo rincón donde las sombras de la iglesia se alargaban, pero la conexión entre dos almas crecía.
"No juzguéis, para que no seáis juzgados"
Mateo 7:1
La amistad que se gestó en la iglesia se transformaba, sutil pero perceptiblemente, en algo más profundo.
Las conversaciones se volvían más íntimas, los silencios más cómodos. Entre risas compartidas y confidencias susurradas en la penumbra de atardeceres dorados, una complicidad especial se tejía entre ambos. Lee, con su confianza contagiosa, guiaba a Sim a través de sus propios miedos y alegrías, creando un espacio donde la timidez de Jaeyun se disolvía lentamente. En los momentos de silencio, el murmullo del viento parecía convertirse en el susurro de emociones no expresadas.
En un rincón oculto, la iglesia proyectaba su sombra sobre el suelo de piedra, creando un juego de luces y sombras que añadía un toque de misterio al lugar. Bancos de madera desgastada se disponían en un orden irregular, como testigos silenciosos de encuentros secretos que desafiaban la santidad del espacio.
Las veladas en ese lugar se volvían encuentros más esperados, y los paseos por el pueblo, antes rutinarios, se convertían en escapadas donde las risas resonaban más fuerte y las miradas se volvían cómplices.
Heeseung y Jaeyun compartían recuerdos bajo la danza de la luz del sol en la pequeña plaza comunitaria. El aire estaba cargado de serenidad, pero la conversación adquirió profundidad cuando Jaeyun mencionó los rumores sobre Sunghoon, cuya partida hacia la universidad había desatado especulaciones acerca de actos pecaminosos.
Con tono preocupado, Jaeyun compartió sus temores con Heeseung, quien respondió con una sonrisa sutil y coqueta, como si los secretos del bosque estuvieran tejidos en sus palabras. —Jaeyun, entiendo tus inquietudes, pero no te dejes llevar por chismes sin fundamento. Sunghoon siempre fue un espíritu libre, explorando nuevas experiencias.
La timidez tiñó las mejillas de Jaeyun, sus ojos reflejando la luz filtrada entre las hojas.—B-bueno, yo solo... deseo que todos sigamos el camino correcto, Heeseung. La comunidad murmura de pecado, y eso me preocupa profundamente.
Heeseung, con una mirada sabia, reconoció la fragilidad en el corazón de Jaeyun y adoptó un tono suave como el murmullo de un arroyo.—Entiendo, Jaeyun. Pero a veces, la compasión y la comprensión nos guían mejor que el rígido juicio. No dejemos que los rumores nublen nuestro aprecio por la humanidad en sus matices y misterios.
La plaza, envuelta en una atmósfera etérea, resonaba con la delicada tensión entre la timidez de Jaeyun y la coquetería sutil de Heeseung. El bosque, testigo silente, parecía susurrar secretos ancestrales mientras la comunidad se debatía entre las sombras de la tradición y los destellos de la comprensión.
Aunque ninguno de los dos había pronunciado las palabras, el aire estaba impregnado de un cambio, de una transformación lenta pero segura.
En la suave calidez de la mañana, donde los rayos del sol acariciaban con ternura la fachada de la iglesia y el bosque circundante susurraba melodías apacibles, Heeseung llegó temprano.
Cada paso sobre el sendero empedrado resonaba con la delicadeza del amanecer, y sus ojos se iluminaron al descubrir una flor solitaria, como un tesoro escondido entre las sombras. Heeseung recogió la flor, con pasos ligeros y llenos de cuidado, ingresó a la iglesia, donde Jaeyun se ocupaba de los preparativos.
Heeseung, con una sonrisa que destilaba dulzura, extendió la flor hacia Jaeyun, su mirada irradiando una complicidad curiosa. — Toma, la encontré afuera y me recordó a ti.
Jaeyun, sorprendido por el gesto y la ternura del momento, se sonrojó y murmuró con timidez: — Heeseung, no deberíamos... entre dos hombres, esto...
— No veo por qué no. Esta flor es solo un pequeño regalo.
Jaeyun, en sus dudas y sonrisas tímidas, se quedó en silencio por un momento, mientras la atmósfera en la iglesia se llenaba de una dulzura que parecía envolverlos, como un manto de benevolencia divina.
Heeseung continuó, con palabras cargadas de cariño y una reverencia implícita: —No hay razón para esconderlo ni temerle al amor.
Jaeyun, con una expresión de mezcla entre gratitud y desconcierto, se tomó un momento antes de responder: — Heeseung, lo aprecio de verdad, pero en nuestra comunidad, estas cosas no son tan sencillas. Hay expectativas y normas que debemos seguir.
Heeseung, sin perder la calma y con una mirada de complicidad, dijo: — Entiendo, Jaeyun. Pero a veces, desafiar esas expectativas es lo que nos permite encontrar la verdadera felicidad.
Jaeyun, entre la dulzura de la flor y las palabras de Heeseung, luchaba internamente con sus creencias arraigadas y la creciente atracción que sentía. La iglesia, con su solemnidad, parecía ser el escenario de una batalla silenciosa entre la tradición y el deseo de explorar nuevas formas de amor.
Finalmente, Jaeyun, con una sonrisa titubeante y una mirada elevada hacia la bóveda celestial, aceptó la flor.
Heeseung coloca suavemente la flor tras la oreja de Jaeyun, cuya respiración se acelera con la cercanía, descolocándolo al no entender completamente lo que comienza a florecer en su corazón por Heeseung, un misterio divinamente tejido.
"Manténganse despiertos y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil"
Mateo 26:41
En una noche silenciosa y estrellada, cuando la penumbra se cernía sobre la iglesia, Lee Heeseung y Sim Jaeyun se encontraron en su rincón especial detrás de los muros de piedra.
La luz de la luna se filtraba entre las hojas de los árboles, creando un escenario mágico para un momento que cambiaría sus vidas para siempre.
Con el susurro del viento como testigo y el leve sonido de las hojas crujientes bajo sus pies, Heeseung y Jaeyun compartieron confidencias y risas nerviosas.
En ese rincón apartado, lejos de las miradas inquisitivas y los juicios ajenos, sus corazones latían al compás de una melodía secreta, la música del amor prohibido.
El roce casual de sus manos creó una electricidad que ambos sentían, pero no se atrevían a verbalizar.
Fue en ese momento de silenciosa complicidad que sus miradas se encontraron, un entendimiento mutuo que trascendía las palabras.
En el susurro de la noche, Heeseung se acercó lentamente, y sus labios se encontraron en un beso tierno y robado.
El sabor de la transgresión estaba en el aire mientras se entregaban al deseo oculto que había estado creciendo entre ellos.
El beso fue un encuentro suave al principio, un roce de labios que exploraban tímidamente la textura desconocida del otro. Cada contacto era un susurro de deseo, un eco de emociones que se desataban.
Los labios carnosos de Jaeyun respondieron tímidamente, como aprendices en un arte recién descubierto. La inexperiencia de Jaeyun se reflejaba en la suavidad de su respuesta, en la manera en que sus labios se movían con una ternura incierta pero prometedora.
La electricidad se acumulaba en el espacio entre ellos, un eco silencioso de la conexión que florecía.
Heeseung deslizó sus dedos por el cabello de Jaeyun, mientras el beso evolucionaba en una danza apasionada.
Los latidos de sus corazones se fusionaron, creando una sinfonía única en la quietud de la noche.
El beso tenía el sabor agridulce del pecado, una mezcla de pasión y temor, un recordatorio de que su amor estaba destinado a desafiar las normas impuestas por la sociedad y la fe.
El mundo pareció detenerse en ese instante.
Era un acto de rebeldía, una afirmación silenciosa de su amor que desafiaba las expectativas y las restricciones impuestas.
Cuando finalmente se separaron, sus miradas revelaban una mezcla de emoción y culpabilidad.
Sabían que ese beso había marcado un punto de no retorno, un umbral que cruzaron juntos, decididos a enfrentar las consecuencias.
El sabor del pecado quedó en sus labios, recordándoles que su amor estaba destinado a desafiar convenciones y a enfrentar tormentas.
Esa noche, detrás de la iglesia, sellaron su complicidad en un beso que resonaría en sus recuerdos mucho después de que las sombras de la noche se desvanecieran.
"Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor"
Juan 4:7-8
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