𝐑𝐎𝐌𝐏𝐈𝐄𝐍𝐃𝐎 𝐄𝐋 𝐒𝐈𝐋𝐄𝐍𝐂𝐈𝐎 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈

Capítulo 33

VEIKAN


Después de tanto aguardar por el momento perfecto me di cuenta de que no existía aquel ilusorio. Lo perfecto éramos nosotros juntos, demostrándonos todo el amor que sentíamos el uno por el otro.

Jamás me había sentido de esa forma, tan desarmado, vulnerable y tan débil, ella me colocaba en esa posición, no podía ni tenía control de mí. Era yo contra mis emociones más intensas por ella… era ella haciéndome perder el control.

La amaba y la amé profundamente esa tarde con todas la fuerzas de mi ser.  Su silueta, cada trazo de su cuerpo era perfecto; era adictivo y era mío.

Jamás me había sentido de esa forma, había acabado de probar la miel más dulce y placentera del universo; ella era mi universo ahora y aquel encuentro me confirmó aún más que no quería estar con más nadie que no fuera ella, y sé que no hemos formalizado, pero pronto lo haremos y por los Dioses juro hacerla mi esposa cueste lo que cueste.

—Es hora de irnos —dije acariciando suavemente su piel con la yema de mis dedos mientras ella estaba sobre mí, dejándome sentir la suavidad de sus senos rozando mi pecho. Realmente no quería irme.

—¿Tiene que ser ahora? —sus suaves labios se estamparon en mi costado. Si seguía en ese plan la tomaría una vez más para mí sin dudar.

—Sí, mi amor, pronto empezará a anochecer y debemos volver, yo tampoco quiero hacerlo, pero debemos, si no nos podrían descubrir —dije contra mi voluntad.

Si algo tenía claro era que mis deseos no podían sobrepasar el bienestar de ella. Siempre ella estaría por encima de todo, era mi prioridad.

—Está bien, tienes razón —susurró su dulce voz angelical que tanto adoraba.

Ella se levantó de mi regazo y observé una vez más su hermosa desnudez dejándome hipnotizado y como un tonto mientras ella buscaba su vestido. Yo no me movía; no hablaba, no hacía nada, solo la miraba deseándola vez más de vuelta.

Ella me observó como estaba perdido en su belleza y susurró sacándome de aquel trance: —Veikan ¿Te vestirás?

Sonreí como un niño estúpido y dije: —Eres hermosa.

La más bella sonrisa se dibujó ante mis ojos en ese momento, su sonrisa era pura y tierna, era increíble cómo estaba volando con ella.

Fui jalado por su mano; colocándome de pie y empinándose sobre la punta de sus pies, me dio un rápido beso y al separarse de mí dijo: —Vístete, debemos salir rápido.

Ambos nos vestimos y salimos de la cabaña lo más pronto posible.

Cuando íbamos a mitad de camino logramos ver una carroza que iba custodiada por unos guardias de capas color verde menta, y entre ellos había un caballo blanco que no estaba siendo montado. Detuve mi paso y Diana detuvo el suyo observando con cuidado la formación que al parecer se dirigía al castillo.

—Es Aiseen. —La miré.

— ¿Qué hacemos? —Ella me miró preocupada.

—Ven, vayamos por otro camino. Debemos llegar antes que ellos al castillo.

Tomé un atajo que esperaba cortara la distancia de llegada al castillo, ya que la ruta más rápida a tomar era justamente dónde iba Aiseen. Pude darme cuenta de que Diana estaba asustada, así que de inmediato le hablé pidiéndole que guardara la calma y le aseguré que nada malo pasaría, yo estaba ahí con ella y que no la iba a dejar sola.

El atajo no fue muy fácil de cruzar y perdimos de vista la carroza dónde iba mi hermano; mientras le pedíamos a los dioses que nos permitiera llegar a tiempo.

En el castillo Worwick, la carroza dónde viajaban el príncipe Aiseen y la reina Ahela Castelfeld arribó después de unos minutos.

La reina Elizabeth fue informada de la llegada de la reina madre y el príncipe Aiseen y no tardó en salir a recibirles, mientras que Diana y Veikan se acercaban cada vez más al castillo en sus caballos con mucha prisa.

Al bajar de la carroza, lo primero que hizo Aiseen fue mirar a su alrededor. Los ánimos del príncipe no eran los más amables ese día y menos al darse cuenta de que Elizabeth estaba afuera esperándolos.

—¡Reina Ahela, que bueno tenerla de vuelta! —exclamó Elizabeth contenta de ver a su suegra.

—Gracias Elizabeth —ambas mujeres se abrazaron—. ¿Y mi hijo? —preguntó la mujer.

—Está en el salón privado. No pudo salir a recibirla, pero la espera allá —respondió la reina consorte con alegría.

—Iré a verlo.

Ahela salió rumbo al salón privado junto a unos guardias mientras Aiseen aún estaba en la entrada del castillo.

—Hola Aiseen —saludo Elizabeth al peliblanco.

—¿Dónde está Diana? —preguntó cortante.

—Hola Aiseen —insistió Elizabeth.

—Hola Elizabeth —contesto él de mala gana—. ¿Dónde está Diana? 

—No lo sé, supongo que está por ahí.

—¿Y Veikan?

—Tampoco lo sé, no es que ande tras él todo el día.

La poca información que le estaba dando Elizabeth empezaba a enfurecer a Aiseen, pero prontamente la espada jurada del príncipe se acercó a él y le susurró algo al oído y entonces Aiseen supo que Diana no se encontraba en el castillo y Veikan tampoco y no le quedaron dudas de que ambos estaban juntos.

Aiseen insistió para que llevaran a Diana ante él, mientras Elizabeth analizaba su comportamiento errático.

—¿Qué pasa con Diana Aiseen?

—Solo quiero ver a mi prometida, la que se me hace extraño que no se encuentre aquí para recibirme ¿Hay algo de malo en eso Elizabeth?

Mientras Elizabeth y Aiseen discutían, Diana entraba junto a Veikan al castillo por otro camino. El príncipe ordenó que se llevarán el caballo de Diana de inmediato sin que nadie se diera cuenta. Diana estaba nerviosa, ya había llegado el momento de enfrentarse a Aiseen.

—Escúchame amor, escúchame— Veikan agarró las manos de su rubia y plantó un beso en ellas—. Ve a la torre blanca y quédate ahí hasta que te encuentren, finge que estabas durmiendo o leyendo, todo va a estar bien.

Diana asintió y seguidamente ambos se dieron un beso. La princesa corrió hacia la torre blanca, la que por suerte  quedaba bastante cerca de ese lado del castillo, y el príncipe salió en su caballo blanco para dar la vuelta hacia la entrada principal.

Aiseen estaba molesto, nadie le daba razón de Diana y Elizabeth empezó a preocuparse por su comportamiento, pero tampoco le prestaba atención a las rabietas de Aiseen, ella sabía que Diana estaba en el castillo o al menos eso creía.

El galopar de un caballo llamó la atención del príncipe y la reina y ambos voltearon en dirección a las puertas del castillo observando al príncipe Veikan ingresar. Él se bajó de su caballo y ordenó que lo guardaran.

—Madre —saludo a Elizabeth.

—Hola hijo, ¿Dónde estabas?

—Sí, Veikan ¿dónde estabas? —Miró Aiseen a Veikan sospechosamente.

—Estaba con Minerva madre —respondió el príncipe a Elizabeth, la cual aún desconocía la ruptura de la pareja.

—Príncipe —interrumpió un guardia—. El caballo de la princesa se encuentra en su establo.

—¿Pasó algo? —preguntó Veikan intentando verse confuso.

—Aiseen está buscando a Diana, pero no la encuentran —sonó Elizabeth interesada, pero realmente no lo estaba.

—Debe estar en algún lugar del castillo —comentó Veikan mostrándose relajado, pero aun así Aiseen no le creía por alguna razón.

—Príncipe Aiseen, ya encontramos a la princesa, estaba en la torre blanca, al parecer se había quedado dormida mientras leía.

—¿Dónde está ahora?

—Fue llevada a su habitación.

—Está bien, iré a verla permiso.

Mientras Aiseen se alejaba, Veikan lo observaba detenidamente con una mirada nada amistosa. La actitud que Aiseen estaba adoptando no le daba buena espina y él temía por Diana, pero debía ser prudente y hacer bien las cosas si querían a todos de su lado.

Mientras Aiseen se dirigía hacia los aposentos de Diana, fue abordado por su espada jurada, quien se posicionó al lado del príncipe y comenzó a comunicarle. —Mi príncipe, la princesa llegó junto al príncipe Veikan hace poco, ingresaron por la parte de atrás del castillo y ella subió hace un momento a la torre blanca.

—¡Malditos! —exclamó Aiseen con desagrado mientras se dirigía hacia la habitación de su hermana. Al llegar ahí, él advirtió al su espada jurada: —Custodia bien la puerta y no permitas que nadie entre. 

Aiseen abrió la puerta de la habitación de Diana con brusquedad e ingresó. Diana se sobresaltó al oír la puerta abrirse y estrellarse con el dintel, ahora de nuevo estaban ambos frente a frente.

—¿Dónde estabas? —gritó Aiseen.

—En la torre blanca Aiseen —respondió Diana tratando de mantenerse firme, ella no quería demostrarle miedo.

—¿Por qué mientes perra? —él la apretó con fuerza del brazo sacudiéndola—. Estabas con Veikan, te vieron. —Diana intentó soltarse—. ¿Qué hacías con él?

—¡Que te importa! —exclamó Diana en un grito.

Un grito que molestó terriblemente a Aiseen y sin vacilar, él le dio una bofetada a Diana en respuesta a su alegato. —¡No me contestes de esa forma! Eres una golfa maldita, desgraciada, ¡puta de mierda!

Diana no soportó la altanería de Aiseen y sin pensarlo también le mandó una bofetada de vuelta. —¡No vuelvas a tocarme porque juro que te vas a arrepentir!

—¿Qué me vas a hacer? —Las palabras de Aiseen eran intensas para este momento y cegado por la rabia, comenzó a agredir a Diana físicamente, agarrándola con brusquedad por su cabello—. ¿Te atreves a amenazarme? —Él apretó el rostro de Diana con su mano—. ¿Quién te crees que eres para amenazarme? Ya me debes una, Diana, ¡Y te juro que me las vas a pagar!

—¡YO NO TE DEBO NADA Y TE VOY A DELATAR! —le gritó Diana a Aiseen en la cara, logrando enfurecer más al hombre que estaba dispuesto a lo que sea con tal de hacer imponer su palabra. Él envolvió el cuello de Diana con sus manos y la recostó a la pared intentando estrangularla.

—¡Me delataste con la abuela y Kamille tuvo que irse de Armes por tu miserable culpa! Tú siempre arruinas cada minuto de mi existencia, Diana, eres una insoportable carga con la que tengo que lidiar y lo haré, pero te juro que te haré pagar. —Ella peleaba por zafarse de él, sintiendo la asfixia más intensa, arrebatarle el aire a cada segundo—. Sí, sé que tengo una amante, pero se supone que fue desterrada y usaré eso a mi favor mientras tú eres una ramera que se revuelca todas las noches con su hermano a escondidas de todos. —La soltó arrojándola a la cama mientras Diana luchaba por respirar, tosiendo con desesperación—. Te juro que usaré eso en tu contra si te niegas a casarte conmigo, un encargado te revisará y se dará cuenta de que no miento cuando vean que ya perdiste tu virtud con el bastardo de Veikan porque estoy seguro de que ya te acostaste con él entonces quedarás mal ante todos y serás la vergüenza de este reino.

Las amenazas de Aiseen presentadas de esa forma tenían lógica y Diana lo sabía.

—Hablaré con padre inmediatamente y le pediré que aliste el salón del trono para mañana temprano. Nos casaremos en una boda tradicional de la casa Worwick, y si haces algo que arruine mis planes lo pagarás Diana, o no, sabes que… —Se burló con una risa sínica—. Lo pagará Valerio, o Carsten ... Ese maricón de mierda que no es capaz siquiera de ver sangre correr, o en su defecto el mismo Veikan, puedo joderte Diana y mucho, y puedo hacerles daño a ellos si te rehúsas, te juro que después que exponga tu falta de decencia nadie te creerá.

Diana lloraba a mares aún en la cama, escuchando las amenazas de su hermano mientras trataba de suavizar su garganta.

—¿Me entendiste? —preguntó él en un tono amenazante.

—Sí —susurró ella intentando hablar.

—¡HABLA FUERTE CARAJO! —le gritó él en la cara.

—¡Sí! —respondió Diana con la voz quebrada.

—Nos vemos en la cena hermana.

Aiseen salió de la habitación de Diana y cerró la puerta, observando a un lado a su espada jurada,  Y acercándose al guardia, ordenó que fuera a buscar a Kamille al pueblo para verificar si ella se encontraba bien o no. El guardia se retiró y Aiseen tomó un respiro tratando de bajar sus ánimos para ir a hablar con su padre.

En ese momento la silueta inocente de la princesa Arlette se acercaba por el pasillo. Ella tenía un hermoso vestido verde aguamarina con un corset que estilizaba su delicada figura y llevaba un hermoso peinado luciendo su larga cabellera rojiza castaña suelta con una trenza en forma de tiara en la coronilla de su cabeza. Las mejillas rosadas de Arlette se veían tersas y tiernas y su piel más pálida de lo normal sobresaltaba por su condición. 

Aiseen fijó su mirada en aquella jovencita que pasó junto a él y ambos se miraron fijamente mientras el uno pasaba al lado del otro en direcciones opuestas. De un momento a otro, Aiseen retiró su mirada de Arlette y se alejó del pasillo, dándole nula importancia a la joven. Él ya sabía quién era ella, aunque tenía muchos años sin verla. Sabía que era la hija del primo de su padre, pero no le dio importancia a su presencia o al menos eso pareció.

Ella lo siguió observando con sus mejillas ruborizadas. Era él,  el hombre de su sueño, Aiseen Worwick, “Es hermoso” dijo Arlette a sus adentros, contemplando la parte física del hombre que tenía el corazón negro de odio, resentimiento y furia.

Una furia que quizás el efecto del aleteo de aquella mariposa podía cambiar.

Minutos después de la intensa discusión entre Diana y Aiseen el Príncipe Veikan llegó rápidamente a la habitación de su hermana para averiguar si ella estaba bien. Él temía por ella al saber que ambos estaban solo, pero las preguntas de Elizabeth sobre Minerva noble permitieron a Veikan llegar antes a los aposentos de su hermana.

Veikan abrió la puerta y encontró a Diana aun reponiéndose de lo que Aiseen le había hecho. Al verlo ella corrió hacia él dejándose caer en sus brazos y de inmediato pudo notar las marcas en el cuello de su hermana. Una intensa rabia se apoderó de Veikan en ese momento al ver a Diana lastimada.

—¿Qué te hizo Diana? Dime todo —exigió Veikan desesperado al ver a su hermana en ese estado.

—Me pegó Veikan —ella lloró sobre el hombro de su hermano—. Me amenazó y me dijo que él sabía lo que había entre los dos e intentó ahorcarme porque le devolví la bofetada —sollozó con rabia—. ¡Lo detesto, lo odio!

—Ya mi amor, tranquila, tranquila. Todo se va a solucionar, yo estoy contigo y no te voy a dejar sola en esto.

—Debo ir a hablar con padre ya, él le va a pedir que se haga una ceremonia tradicional de nuestra casa para mañana en la mañana, y no me quiero casar con él —sollozó Diana con desconsuelo.

—Mírame, Diana —ella lo miró—. Tú no te vas a casar con él, aunque matarlo sea lo último que deba hacer. —Veikan se dio la vuelta para retirarse de la habitación enojado; esto ya había sido demasiado para él y no lo soportaba. Nadie tocaría así a su delicada flor, y el que lo hiciera pagaría.

—Espera. —Ella lo jaló del brazo— ¿Para dónde vas?

—Iré a buscar a ese maldito hijo de puta y darle su merecido.

—No va a pelear contigo; sabes que no lo hace, él nunca da la cara.

—Lo sé, y no me gusta enfrentarme a alguien más débil que yo, pero eso no me importa ahora. Aiseen es un cobarde y sé que se me esconderá —gritó fúrico.

—¡Veikan por favor! —pidió Diana tratando de impedir una tragedia—. Hablemos con padre, él sabrá qué hacer —rogó Diana.

—¡Pero Diana!

—Por favor no me dejes sola, te necesito. —Diana se aferró a él y lo abrazó con fuerza para que no se alejara de ella y él la abrazó de vuelta. Ella quería tratar de aplacar su furia para así evitar una tragedia. Diana quería que Aiseen pagara, pero también pensaba en Veikan y en qué si las cosas se daban así; talvez no obtendrían lo que querían, así que ella buscó sus labios y lo besó incitándolo a él a que la besara de vuelta.

Y mientras ambos estaban en el más apasionado beso, la puerta de la habitación se abrió y a través de ella entró la reina Elizabeth quedando totalmente confusa ante lo que estaba presenciando.

—¡¿Veikan?!

—¡Madre! —exclamó él al ver a Elizabeth.

—¡Mamá! —dijo Diana asustada.

—¿Qué significa esto? —exigió la reina alterada—. ¡Quiero una explicación ya!

—Madre, claro que sí, le podemos explicar —habló Veikan sacando la cara.

—¡Tú tienes una prometida y tú estás comprometida con Aiseen Diana!

—Mamá, escúcheme, si por favor, escúcheme —pidió la rubia.

—Diana espera —intervino Veikan para tomar la palabra y ser él quien hablara con Elizabeth.

—¡No Veikan déjame!, yo lo hago. Yo debo hacerlo.

—¿Qué es lo que sucede? —Ante su reclamo, Elizabeth logró ver las marcas en el cuello de su hija y no tardó en averiguar qué le había pasado—. ¿Qué te pasó en el cuello, Diana?

—Fue Aiseen mamá —Diana rompió el silencio en medio de un doloroso llanto—. Él me estaba ahorcando.

—¿Qué? ¿Cómo que te estaba ahorcando? ¿Qué está pasando aquí Diana?

En ese momento la puerta de la habitación se abrió para dejar ver la presencia de Valerio y de Carsten cruzar a través de ella. Los hermanos habían escuchado que Aiseen ya estaba de vuelta en el castillo buscando a Diana, y temieron por ella.

—¿Diana hermana estás bien? —se acercó Valerio preocupado.

Al acercarse un poco más, Carsten notó las marcas en el cuello de su hermana y preocupado preguntó: —¿Qué te pasó en el cuello, Diana?

—Fue Aiseen, la estaba ahorcando cuando Diana le dijo que lo delataría ante padre —contestó Veikan.

Carsten apretó sus puños llenó de rabia  y Valerio maldijo la existencia de su hermano por atreverse a tocar a su pequeña hermanita.

—Por favor no hagan nada aún, no quiero peleas, yo debo explicarle madre lo que está pasando.

—¡Sí, y quiero una explicación ya Diana Worwick!

Diana se sentó en la cama alistándose para decirle todo a su madre, quien una vez en ese mismo lugar le preguntó si Aiseen la maltrataba y ella se negó a decirle la verdad; en esta ocasión ya no callaría más, Veikan se sentó a su lado y la agarró de la mano para darle apoyo,  Valerio se hincó a su lado mirándola y Carsten la observó estando de pie al lado de la ventana de la habitación.

—Dilo mi amor, yo estoy contigo —habló Veikan sonando cálido.

—No te calles nada, hermana —Valerio besó su mano.

Por último, ella miró a Carsten quien con su mirada de apoyo y protección la motivó aún más a decir toda la verdad.

—Mamá, quisiera pedirle como mi reina que interceda ante padre por mí para que se haga la anulación del matrimonio, porque… —ella sollozó—. Porque Aiseen me maltrata.

Diana comenzó a contarle a su madre todo lo que Aiseen le había hecho, desde los maltratos verbales y físicos hasta su infidelidad con aquella amante que tenía el príncipe.

La reina se sintió realmente dolida al saber por todo lo que había tenido que pasar su hija. Al oír cada relato de Diana, Elizabeth se sintió sumamente molesta y dolida por todo lo que Aiseen había hecho pasar a Diana.

Sobre todo por haberse aprovechado de su nobleza y de su cariño para doblegarla y someterla para alcanzar sus objetivos. Veikan le dejó muy en claro a Elizabeth las intenciones que él tenía con Diana y sobre todo le aclaró lo que había sucedido con Minerva al final y las razones del porqué se dio y se acabó esa relación. Él le informó a la reina que aquel amorío había terminado ya hace días y que ahora él pretendía tomar a Diana como esposa, como siempre lo había querido.

La información sobre la amante de Aiseen la tenían muy clara los hijos de Valko, los que sabían quién era esa mujer y de quién era hija y todo se lo comentaron a Elizabeth sin omitir detalle. La mujer sabía que si el rey Valko se enteraba de todo lo que ella había escuchado iba a ser  desastroso para Aiseen, pero qué más daba. Él debía ser castigado y reprendido por ofender el apellido Worwick y su sangre.

—Mi niña —Elizabeth buscó el rostro de su hija—. No tienes que llorar mi amor; a partir de este momento tu compromiso con Aiseen queda anulado y sé que tu padre hará lo mismo, y si tú Veikan quieres desposarla debes hacer lo correcto y hablar también con tu padre.

—Lo sé madre, y lo haré —respondió el mayor.

—No tengas miedo de hablar, hija, dile todo lo que sabes a tu padre. Dile todo lo que él te hizo y cuenta conmigo, yo jamás te dejaré mi amor  —Elizabeth abrazó a Diana dándole fuerzas para terminar con todo de una vez por todas.

—Estaremos contigo, hermana —comentó Valerio a su hermana para hacerla sentir respaldada y segura.

Diana se echó a llorar sobre los brazos de su madre mientras sus hermanos se miraron con rostros de satisfacción y  de victoria.  Lograr desarmar ese matrimonio era lo que ellos querían y esperaban que el rey Valko no se negara a su anulación.

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