𝐉𝐔𝐍𝐓𝐎𝐒 𝐄𝐍 𝐄𝐋 𝐈𝐍𝐅𝐈𝐍𝐈𝐓𝐎

Capítulo 62

—A veces solo basta un insignificante movimiento en la historia para que se desaten las peores tragedias, las que harán sangrar reinos y familias enteras —comentó Lord Leonel Hans mientras en sus manos  sostenía un gran pergamino—. Pero a veces también solo basta un insignificante movimiento para subsanar todo por completo. Los sacrificios cuestan, pero solo el sacrificio verdadero podría llegar a salvar hasta el alma misma.

El príncipe Valko sonrió moviendo ligeramente las comisuras de sus labios y susurró: —El rey Valko Worwick.

—La gran batalla entre el reino de Lussox y los reinos de Nordhia más el reino Dunkelheit; dejó muchos muertos a su paso, pero también devolvió a un Brandenhill de sangre noble al trono y por supuesto posicionó a su padre el rey Veikan Worwick en el trono de la casa Worwick —habló Lord Leonel Hans consejero del rey Veikan Worwick y el futuro consejero del Príncipe Valko II Worwick—. Debe sentirse orgulloso en portar el nombre del rey más honorable después del rey Aiseen primero Worwick, el rey Valko Worwick por su puesto.

El príncipe Valko II Worwick de cabellera blanca observó los pergaminos de la historia de aquella guerra en la que murió su abuelo, el rey Valko.

—Me siento orgulloso de llevar su nombre y debo honrarle.

—Lo está haciendo muy bien, príncipe Valko. La historia cuenta que a su edad el rey Valko era un excelente guerrero y usted está siguiendo enteramente sus pasos.

Valko sonrió curvando sus labios mientras mantenía una postura recta dónde solo procuraba mover sus ojos mientras sus brazos se encontraba entrelazados a sus espaldas.

—Príncipe Valko —interrumpió un guardia reverenciándose para captar la atención del príncipe y el Lord.

—¿Sí?

—La princesa Anya le solicita en sus aposentos, su alteza.

Valko caminó junto al guardia por los pasillos del castillo Worwick en Northlandy hasta llegar a los aposentos de su esposa, la princesa Anya Worwick de cabellera rubia.

Él entró rápidamente cerrando levemente la puerta y se acercó a ella, observándola sobre la cama recostada en la cabecera, notándose un poco afligida mientras su mano acariciaba su vientre ligeramente abultado a causa del embarazo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Valko colocándose al lado de su esposa mientras lo envolvía con su brazo.

—Sí, solo que —ella tragó en seco—. No quiero estar sola. —Se aferró a él.

—Tranquila. —Besó su mano—. Estaba en la biblioteca con Lord Hans. Él me contaba la historia de la guerra dónde mi abuelo, el rey Valko murió.

Ella sonrió alegremente. —Aún recuerdo cuando me relató el día en que murió mi abuela la reina Anya ¿Crees que somos como ellos?

—No lo sé, quizás lo seamos. Lo único que sé es que al parecer nos amamos de la misma forma en que ellos lo hicieron —comentó Valko depositando un beso en la frente de su esposa.

—O aún más —complementó Anya para mirar a Valko con complicidad. Ambos se dieron un beso en la soledad de sus aposentos, sintiéndose afortunados y felices de estar juntos.

VALKO


Y tal como mi madre me lo había pedido, eso mismo hice. No olvidé el camino de regreso a casa.

Llegué a Southlandy cruzando el bosque y al estar a las puertas del castillo, entré y vi a muchos guardias que me observaron  detenidamente, mientras yo caminaba entre ellos. Mi presencia en el castillo era llamativa para los ya mencionados, pero a pesar de eso ellos jamás dejaron de hacer sus actividades. Uno de ellos se me acercó con gozo en su rostro y me dijo haciendo una leve reverencia. “Bienvenido, rey Valko”, yo le miré y asentí amablemente para desviar mi mirada hacia el interior del castillo, encontrándome con ella en la entrada al pasillo principal.

Vi a Anya como si estuviera esperándome con una hermosa sonrisa en su bello rostro, portando consigo un hermoso y largo vestido color beige con una gargantilla en encaje del mimo color junto a su cabellera suelta. Ella sonrió y yo me quedé pasmado observándola. Aún no entendía que estaba pasando del todo, solo sabía que había huido tras ella y llegué ahí.

Apresuré mi paso hasta su presencia, pero entre más me adentraba al pasillo, ella más avanzaba como si se estuviera alejando de mí, y al final me quedé solo en aquel pasillo tratando de adivinar a dónde pudo haber ido.

Me atreví a caminar avanzando aún más hasta llegar al jardín donde había una fuente, y ahí la vi a ella sentada de espaldas a mí. Me acerqué lentamente, extendiendo mi mano, y cuando estuve lo suficientemente cerca, toqué su cabellera rubia dorada; ella volteó a verme y sonriéndome alegre dijo: “¡Al fin llegaste!, te he estado esperando”. Ella se lanzó sobre mí y entonces supe que todo era real, era ella, mi Anya. Yo la envolví en mis brazos, aferrándome a su ser desesperadamente, como si tuviera una necesidad intensa de tenerla entre mis brazos y entonces la miré a los ojos; esos mismos ojos que toda la vida me habían enamorado y me decían “Te amo” una y otra vez.

—¿No te volverás a ir? —pregunté sujetándola.

—No, ya no nos volveremos a dejar ir —me respondió ella para unir nuestros labios y darnos un beso.

Mi cuerpo se estremeció con fuerza ante el toque más profundo de su alma con la mía, sintiendo su aroma a narcisos una vez más  y la suavidad de su piel y de sus labios. Retiré mis labios de los suyos y la abracé fuertemente, rogando con mi ojo empañado que esto no fuera un simple sueño donde ella escapaba de mí al despertar.

—Dime qué esto no es un sueño dónde terminas huyendo de mi lado —hablé con desespero.

—No lo es. —Ella me miró—. La muerte nos bendijo a ambos y por eso estamos aquí, juntos de nuevo.

—¿Entonces estoy…?

—¿Muerto?, Sí —respondió ella.

Sus palabras me causaron confusión, pero entonces lo recordé todo y cómo morí; creando en mí muchas dudas y preguntas que esperaba que ella pudiera responder.  Anya me agarró de la mano y me guió corriendo por los pasillos del castillo hasta la que fue nuestra habitación. “¿Y nuestros hijos, ellos están?” Cerré la puerta de la habitación. “Ellos estarán bien”. Anya se acercó a mí para adueñarse de mis labios. “Pero ellos me necesitan, ¿no?”. Retiré su vestido según el calor del momento me lo permitía “Ellos van a estar bien, tú ya hiciste lo que debías hacer por ellos” Anya retiró mis vestiduras una a una al mismo tiempo que yo contemplaba su hermosa y celestial desnudez “¿Crees que Veikan esté listo para ser rey?” Ella retiró mi parche del ojo “Lo está, nuestro niño ya es un hombre al que le enseñaste hasta el momento de tu muerte como debía ser un verdadero rey, hombre, esposo y hermano”. Nos besamos con desesperación mientras nos perdimos entre las sábanas. “Te he deseado tanto mujer, siempre has sido el amor de mi vida, siempre”. Me estremecí al verla cómo se sentía cada vez que me unía a ella y exploraba su intimidad, sacudiéndonos uno sobre el otro. “Y de la mía también, Valko, te amo”.

La vi salir del cuarto de baño y caminar por la habitación con un hermoso vestido que se me hizo familiar y, después de tanto observarlo, pude recordarlo; era el mismo vestido que llevaba puesto cuando perdió la vida ese día. No me había dado cuenta de que su juventud seguía intacta, yo, por otro lado, había vivido mucho más tiempo y mis años se notaban mucho, pero había pequeños indicios de ellos.

Yo me había vestido de nueva cuenta y al ver que ella parecía alistarse para ir a algún lugar, la sujeté con recelo del brazo y pregunté: —¿A dónde irás? —Ella me miró y respondió con una sonrisa.

—llegó el momento de irnos. —Entré en confusión al no entender lo que ella había dicho y pregunté:

—¿A dónde?

Ella me agarró de la mano, salimos de la habitación y caminamos por uno de los pasillos hasta llegar a otra habitación y nos detuvimos, Anya sujetó la manija y levemente abrió la puerta encontrándonos con la imagen de dos jóvenes que yacían en una cama, La joven tenía un brillo especial en su rostro y era muy hermosa, sonreí levemente al verla y recordar a mi reina rubia como si la estuviera viendo a ella. Los ojos de aquella joven eran grises y su cabellera rubia dorada era larga, y note que tenía su mano en su vientre que parecía estar ligeramente abultado, lo que me dejó más que claro que estaba embarazada y a su lado estaba un joven de cabello largo y blanco con un peinado similar al mío junto a sus ojos azules intensos. Me maravillé al ver aquello y entonces oí la voz de Anya decir:

—Iremos al infinito Valko, por eso te he estado esperando, somos tú y yo juntos siempre, en diferentes vidas de diferentes formas, amándonos una y otra vez hasta que nos dejen ser.

Sonreí con melancolía, mientras ambos veíamos a aquella pareja junta, sabiendo que ellos eran nosotros mismos.

—Debemos irnos —Anya cerró la puerta y caminamos hasta el final del pasillo donde pude observar una silueta familiar,  era él mi hermano Molko.

—¿Molko? —pregunté confundido y emocionado. Él nos estaba observando con alegría y al llegar me abrió los brazos y ambos nos dimos un abrazo—. ¿Tú tampoco te has ido? —pregunté.

—Molko ha estado esperando que llegaras. Él ha estado cuidando de mí.

Sonreí, estábamos los tres de nuevo juntos, mis hermanos y yo, como cuando éramos príncipes y jóvenes.

—Fuiste un excelente rey y un excelente padre. Te agradezco que cuidaras de mi hijo Carsten. —Molko se acercó a su caballo—. Creo que llegó el momento de irme —se subió en su lomo.

—¿A dónde irás? ¿No vienes con nosotros? —pregunté.

—No Valko —nos sonrió—. Ustedes tienen su propio camino y yo tengo el mío. —Molko se fue galopando a lomos de su equino dorado, mientras Anya y yo nos tomamos de la mano y nos fuimos caminando dejando a todos a atrás.

Al fin estábamos juntos en la vida y en la muerte.

Los hijos del rey Valko Worwick se reunieron para conocer al recién nacido de los príncipes Valko II Worwick y Anya II Worwick. El rey Veikan Worwick estrechaba a su nieto en brazos con orgullo, observando al hermoso bebé de cabellera blanca que había nacido una vez más para ocupar el trono en la casa Worwick bajo la casta blanca del rey Aiseen el conquistador.

SOUTHLANDY

Después de la terrible guerra que se había liberado en las tierras de los dioses Mayores; los hijos del rey Valko cabalgaron con el cuerpo de su padre, el fallecido Rey Valko Worwick, junto a Lord Francys Molton hacia Southlandy dónde prontamente arribaron.

El príncipe Jaden Brandenhill decidió aguardar en Lussox posesionándose de lo que le pertenecía por derecho junto al cuerpo de su padre y de su tío, el príncipe Liam Brandenhill.

Jaden ordenó al consejo que se le diera mención de rey a su padre para sepultarlo bajo la tradición de los Brandenhill como el rey Valero Brandenhill de Lussox, petición que se le fue otorgada. También exigió que el príncipe Liam Brandenhill fuera sepultado con honores junto a los príncipes fallecidos de la casa, petición que tampoco se le fue negada.

En ese momento Jaden era el rey de Lussox en un giro inesperado del destino, él ocuparía el trono rojo. El nuevo rey ordenó que el cuerpo de Graner aguardara a las puertas del castillo por unos días más para que las personas vieran lo que sucedía  cuando algún ambicioso de poder pretendía adueñarse de lo ajeno, mientras que el cuerpo de Kathie Winder fue dado a los lobos salvajes que usaban para tortura, los que se encargaron de desmembrarla mientras se comían sus restos.

En el castillo Worwick unos gritos desgarradores se escucharon provenir del salón privado del rey. Veikan se encontraba junto con Diana y Tanya en el salón, ellas se acababan de enterar de que su padre había fallecido. Diana le reclamaba a Veikan entre gritos por su padre, puesto que él le había prometido que volverían todos juntos a casa de nuevo y eso no sucedió y como nunca antes, Tanya se quebró en sí misma y dejó salir un llanto que ocasionaba dolor de solo oírlo mientras llamaba a su padre a gritos y le reclamaba a su gemelo también. Su padre, el todo de su vida, el hombre al que ella más admiraba, ya no estaba. El desconsuelo era demasiado para ellas, que siempre habían sido las niñas de papá estrellándose con una realidad escabrosa, la muerte, que siempre era justa con todos sin excepción.

Elizabeth yacía a las afueras del salón, manteniendo la postura, mientras sus ojos lloraban la partida de su esposo. Ella pudo escuchar los reclamos de sus hijas al príncipe y entendió el dolor que les aquejaba.

La reina caminó hasta la habitación que compartía con su esposo, el rey, y se sentó en la orilla de la cama junto al buró, abrió el primer cajón y vio uno de los tantos parches que él usaba. La mujer suspiró con dolor y lágrimas, estrechando aquel parche contra su pecho, rompiendo en llanto, mientras de sus labios salían las palabras “ya eres libre, mi amor”.

Valerio intentaba calmar el frenesí de dolor que Asenya estaba sintiendo, puesto que su padre también había muerto en aquella guerra, protegiendo el cuerpo de su rey con lealtad hasta el final. Por su estado de embarazo, él tenía miedo de que todo eso le afectara negativamente al bebé, así que no tuvo más remedio que dejarla llorar en su pecho para consolarla, por lo menos su padre murió siendo un siervo honorable a la casa Worwick y eso era algo que pocos caballeros hacían.

La princesa Litta Larris estalló desplomándose en llanto ante la pérdida de su esposo, aunque a ella le dolía profundamente, pudo controlar sus intensas emociones, muy diferente a su hija, la princesa Arlette, a la que Aiseen le dio la noticia en la habitación matrimonial de ambos. Ella se negó a aceptar que su padre había muerto entre unos fuertes gritos de dolor, mientras le reclamaba y le pegaba a Aiseen con desesperación. Fue esa misma desesperación que la impulsó a querer correr lejos de ahí para ver el cuerpo de su padre, pero Aiseen corrió tras ella y la envolvió  en sus brazos con fuerza, sujetándola, tratando de calmarla y de frenarla. Ella luchaba por soltar el amarre de su esposo, mientras ambos se desplomaron en el suelo de la habitación, que era inundada por un llanto desgarrador por parte de ella, al tiempo que él trataba de calmar a toda costa su lloro desesperado que también lo estaba hiriendo a él mismo.

Lady Merrie y Lady Vera Glasser recibieron la noticia de la muerte de Sergi Whitemount a manos del príncipe Carsten y por boca del mismo, Merrie soltó un par de lágrimas, pero solo se limitó a eso para posteriormente abrazar a su esposo. A pesar de que ese hombre era su padre, él les había hecho mucho daño y no había peso en su corazón por él. Lady Vera también lloraba de tristeza, aunque él no fue un buen esposo, ella tenía un buen corazón y le dolió su fin, pero cada quien termina labrando su propio destino al final.

La reina madre Ahela se encontraba en sus aposentos y todo parecía irreal para ella. La mujer había vivido demasiado y demasiadas cosas; vivió la muerte de sus padres, la muerte de sus dos hermanas, la muerte de su esposo, la muerte de sus dos hijos, la muerte de su sobrina y madre de Aiseen, la muerte de su sobrino, padre de Arlette y Jaden y ahora la muerte del único hijo que le había quedado vivo. Ella se recostó sobre su cama e hizo lo que estuvo reprimiendo por mucho tiempo.

Ella lloró.

Ahela se desahogó esa noche sobre los brazos de sus tres hijos y rogó a los dioses que tuvieran piedad de ella y de su alma, la que rogaba a gritos descansar en paz.

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