𝐄𝐋 𝐃𝐄𝐒𝐀𝐋𝐌𝐀𝐃𝐎 𝐘 𝐋𝐀 𝐌𝐀𝐑𝐈𝐏𝐎𝐒𝐀
Capitulo 35
SOUTHLANDY
Los campos de Southlandy eran vastos y hermosos. Su frondosa vegetación era uno de sus excelentes atractivos junto a grandes árboles para dar sombra y deliciosos frutos.
Frutos que eran consumidos por las familias que vivían a sus alrededores. Este día, en especial, Minerva se encontraba junto a su amiga Caroline recogiendo cereza de los árboles. La joven Minerva parecía carecer de aquel semblante libre y divertido que la caracterizaba. Desde que ocurrió su ruptura con el príncipe Veikan, Minerva no volvió a ser la misma. Ella salía poco de casa a menos que tuviera que colocar las trampas para venados o recoger fruta y ese día Minerva no se sentía bien, así que su amiga la acompañó para hacer sus actividades.
—¿De verdad te sientes bien? —preguntó Caroline mientras recogían fruta.
—Sí, solo es cuestión de que coma algo, no he comido nada aún —respondió Minerva con el rostro desencajado.
—¿Y por qué no?
—No he tenido mucho apetito.
—Qué raro. La verdad es que te ves pálida, siempre que te veo me dices que tienes sueño y no te apetece la comida, si no sonara tan loco diría que estás encargando —Minerva se quedó en silencio por un momento observando a su amiga sin saber que decir y Caroline lo entendió—. ¿Estás embarazada? —preguntó Caroline, sorprendida.
—Sí —respondió Minerva mirando con pena a Caroline.
—¡¿Qué?! —exclamó la joven emocionada—. ¿Pero cómo? ¿Minerva, no me digas que es del príncipe?, No, mejor dime qué sí es de él —la joven se llenó de euforia y emoción, de solo pensar que ese bebé podría ser de un Worwick.
—Sí, es el único hombre con el que he estado —respondió.
Caroline estaba alegre y sorprendida por las buenas nuevas brincando de la emoción y no cabía en sí misma.
—¿Mine sabes lo que eso significa verdad?, ¡tú tendrás al primogénito del futuro rey! —volvió a exclamar emocionada.
—¡Caroline, silencio!, y no quiero que nadie sepa —regañó Minerva a su amiga.
—No te esfuerces por esconderlo. Cuando tengas el vientre grande todos sabrán y cuando nazca también.
—¿Por qué?
—Porque será igual al príncipe, y tendrá su color de cabello blanco. Ya ves que él es igual al rey, su padre, además, si lo analizas bien, todos los Worwick son rubios o de cabello blanco y tu bebé no será la diferencia.
—Puede que sea pelirrojo, igual que yo —comentó Minerva.
—Lo dudo. El príncipe Veikan es hijo del rey Valko, y el rey Valko es cabello blanco —comentó Caroline comiéndose una cereza.
—¿Y si nace rubio? Ya ves que todos los príncipes no son cabello blanco.
—Pero él es el mayor y el primer hijo del rey, igual que este bebé. Después de todo, tú serás la madre de su primogénito, lo cual lo convierte en su heredero. ¡Minerva!
—¡Caroline ya!, ¡Ya basta sí! No es de mi interés que eso llegue hasta allá.
—¿A qué te refieres?
—Que no quiero que Veikan sepa que estoy embarazada de él.
—¿Por qué no? Te imaginas lo duro que sería para esa princesa saber que tú serás la madre del primogénito de su príncipe heredero al trono, y ese no es cualquier trono.
—No quiero eso —aclaró Minerva recogiendo más cerezas—. Ni mucho menos quiero meterme con esa princesa. Yo ya tengo mis planes, me iré de Nordhia, no puedo estar aquí para cuando nazca mi bebé, porque si se parece a él todos sabrán la verdad.
—¿Cómo, dónde irás? —Miró Caroline a Minerva confundida.
—No lo sé, talvez a Dersia o Ficxia, pero algo que sí sé es que no dejaré que nadie sepa esto, es mi secreto y te pido que tú tampoco lo hagas.
—Qué mala madre serás Minerva —dijo la joven mirando a su amiga con indignación.
—¡¿Qué?! ¿Por qué?
—Escúchame bien. El bebe que estás esperando, es hijo del príncipe heredero al trono de Southlandy y Northlandy y otros lugares más; será nieto del rey Valko, llevara sangre Worwick corriendo por sus venas y tú lo vas a llevar a un lugar desconocido a sufrir carencias sabiendo que aquí tiene a su padre que le puede dar todo Minerva.
—Caroline, si Veikan está con esa princesa no quiero causarle problemas, ese no es mi propósito; además, no quiero que señalen a mi hijo.
—Nadie lo va a señalar, piénsalo. Él tiene el poder de hacerlo legítimo y por cariño a ti lo hará; no seas tonta, Minerva, si no quieres que nadie más sepa, entonces solo dice lo a él, ¿o crees que él te rechazará?
—No, yo sé que no lo hará. Yo conozco a Veikan y sé que si sabe va a querer enfrentar la situación.
—¿Entonces que esperas para ir a ese castillo y hablar con él? No le des tantas vueltas al asunto.
Caroline siguió recogiendo cerezas mientras Minerva se quedó pensativa por las sugerencias de su amiga. En el fondo, Minerva sabía que Veikan no le haría daño ni a ella ni al bebé y que él los acogería con cariño. «Este bebé tiene tanto o más derecho que cualquier otro hijo que él pudiera tener con la princesa Diana», pensó Minerva.
Tal vez hablar con Veikan no estaría mal.
Los días habían pasado desde el enfrentamiento en aquella cena donde el príncipe Aiseen básicamente solo se le permitió seguir llevando el título de Príncipe y nada más. Aiseen se había dedicado a estar encerrado en su habitación, ya que no era grato para él encontrarse con nadie de su familia. Su espada jurada ya no le servía por petición del rey Valko y él no podía salir del castillo.
Por esta razón, Aiseen no sabía qué era de su amante Kamille, ni sabía dónde se encontraba ella. Si antes él lidiaba con un mal carácter y un mal humor, ahora era peor. Aiseen no se quedaría con lo que pasó en esa cena y se iría desquitando de uno por uno de sus hermanos, tanto como le fuera posible.
La noche se hizo presente en Southlandy y ya los miembros de la familia se encontraban descansando en sus aposentos. El único que aún estaba fuera de su habitación era el príncipe Aiseen. Él había bajado a ver su equino un rato en los establos y al terminar, decidió ir a descansar, pero él no era el único que estaba rondando los solitarios pasillos del castillo.
La princesa Arlette yacía desesperada buscando el camino de regreso a sus aposentos, el cual no encontraba. El castillo era muy grande y ella no lo conocía bien aún y para este punto ya se sentía muy asustada al no tropezarse con un guardia o alguien que la acompañara de regreso a su habitación. Ella miraba a todos lados, confundida, angustiada y casi que al borde del llanto, cuando sintió que se estrelló con algo o más bien con alguien en el pasillo.
—¡Oye! ¡Ten más cuidado! —exclamó Aiseen apartando a Arlette de su lado con molestia.
—¡Gracias a los Mayores! —celebró Arlette emocionada al ver que ya no estaba sola y perdida—. ¿Me podrías ayudar? Quiero ir a mi habitación —pidió la princesa.
—¿Y yo por qué te ayudaría? —Él la miró con altivez.
—Porque conoces mejor el lugar que yo —respondió ella con la mirada decaída al percatarse de la mala voluntad de él.
—Claro —Aiseen se apartó de ella pasando de largo—. Buenas noches.
El príncipe se comenzó a retirar del pasillo dejando atrás a la princesa, él no pensaba ayudarla.
—¿Podrías llevarme a mi habitación? —pidió ella amablemente.
—No.
Al dar un par de pasos, Aiseen escuchó el sollozo de Arlette y por alguna razón misteriosa, él detuvo su paso y cerró sus ojos; se veía molesto, pero su molestia parecía ser más por la incapacidad que tenía de irse y dejarla ahí, después de todo, a él no le importaba lo que pasará con ella, pero tuvo una extraña emoción ajena a él "compasión"
Aiseen se giró pareciendo impaciente y mirándola dijo:
—Vamos rápido.
Al escuchar sus palabras, ella sonrió secando sus lágrimas, se apresuró para acercarse a él y tratar de seguirle el paso. Por otro lado, Aiseen no la miraba ni tampoco bajaba el ritmo de su velocidad al caminar y mucho menos hablaba, pero Arlette interrumpió el silencio dirigiéndose a él para agradecerle por ayudarla a ir a sus aposentos, mientras que él solo miraba con desdén cada palabra que ella decía.
—Pensé que dormiría fuera de mi habitación hoy.
—La próxima vez lo harás si no dejas de salir así y de noche.
—Tenía hambre y quería comer algo.
—Solo debes pedirle a una de tus doncellas que te lleve comida.
—Sí, lo sé, pero Amy está descansando.
—¿Y eso qué? —sonó Aiseen apático—. Ella está a tus servicios, si tienes hambre solo dile que te lleve algo de comer.
—No es correcto, ella me atiende todo el día y por la noche necesita descansar —habló Arlette agitada, el ritmo del príncipe al caminar no era fácil de llevar.
—Para eso se le remunera su trabajo y viven bien bajo este techo, no digas estupideces, niña.
—¡Eso no está bien! Si quiero que ella pueda atenderme bien, debo dejarla descansar cuando le toque.
—Qué tontería.
La conversación y las palabras de Arlette estaban siendo muy fastidiosas para Aiseen quien se notaba irritado por lo que él consideraba tonto y estúpido a su parecer.
—¿Te sientes mejor ya? —preguntó ella.
—¿Mejor de qué?
—Mmm de lo que pasó en la cena hace unas noches.
Aiseen no quería hablar del tema y lo dejaría claro a su manera.
—¿Qué te importa a ti como este yo? ¿Tus padres no te han enseñado a no meterte en cosas que no son de tu incumbencia?
Las palabras de Aiseen sonaron muy groseras y Arlette sintió su falta de tacto para con ella, pero la pequeña Brandenhill no se quedaría con esa; ella le devolvería su misma falta de tacto a su manera.
—Ahora entiendo por qué tu padre te pegó tan fuerte. Eres muy grosero; pero está bien, aún no has crecido, aún haces rabietas como un niño.
Aiseen miró a Arlette con el ceño fruncido al oír tal comentario. Él se sintió ofendido por las palabras de Arlette, pero por alguna razón con ella no lograba ser tan grotesco como él normalmente era, simplemente no le salía aun cuando quería.
—¿Puedes callarte la boca? Es demasiado irritante tener que oírte hablar, eres muy fastidiosa.
—Entiendo tu molestia, algunas verdades duelen.
Aiseen la volvió a mirar irritado «¿Pero quién se cree ella para hablarme así?» Se preguntó Aiseen y no solo lo pensó, también quiso decírselo, pero ya habían llegado a la habitación de la joven princesa y ella no lo dejó hablar.
—Es aquí, gracias por traerme Aiseen rey de Armes —ella le sonrió.
—No juegues conmigo, niña —amenazó el príncipe sintiendo burla en sus últimas palabras.
—No, no lo hago, yo te vi con una corona en tu cabeza, aunque no fue bonito, pero. Eres prácticamente el último Dunnotor.
—¿Verme?
—Sí, te reconocí cuando te vi salir de la habitación de Diana aquella vez.
Él lo recordó.
—¿Cómo sabes eso de la corona y del último Dunnotor?
—Por los libros de Carsten y lo de la corona porque lo soñé.
Las palabras de Arlette captaron la atención de Aiseen en ese momento y después de no querer Intercambiar palabras con ella, ni querer oírla hablar, él parecía interesado en sostener una conversación.
—¿Soñar? ¿Qué soñaste conmigo?
—Debo ir a dormir ya, no quiero seguirte molestando. Sé que no estuviste cómodo trayéndome aquí —sonrió—. Buenas noches y gracias.
—¡Espera Arlette! —La puerta de la habitación se cerró en la cara de Aiseen dejándolo intrigado, confundido y con la palabra en la boca, pero la peor sensación se produjo en el interior de Aiseen al darse cuenta de que por alguna razón la joven princesa no logró repelerle como lo hacían los demás; cosa que le desagrado infinitamente, pero él trataría de no darle mente al asunto.
Él rogaba no volvérsela a encontrar nunca más en su camino.
Un nuevo día había llegado a Southlandy y junto con el, afán.
Los preparativos de la boda de Veikan y Diana se estaban llevando a cabo, ya que en pocos días los príncipes se casarían no solo en una boda tradicional de la familia Worwick, sino también en una gran ceremonia que se daba especialmente para los matrimonios de los futuros reyes.
Por el pueblo se corría la voz de aquella celebración y el rey decretó que sus habitantes también celebraran al declararse aquel día como un día festivo dónde las personas podrían dejar sus labores tempranamente para festejar la unión de los futuros reyes de Southlandy.
Por el agobio y el ajetreo de los arreglos no solo de la boda, sino también del vestido de novia, Diana se llegó A sentir muy cansada y abrumada, ella quería respirar un poco y por esta razón le pidió a su prometido que la llevará a montar un rato a caballo ese día, así que ambos fueron al entrenamiento del príncipe Valerio en el campo de tiro y después fueron un rato al bosque a disfrutar de un rato de intimidad.
Diana logró olvidarse del caos por un momento en compañía de Veikan, al pasar un rato fuera de las paredes del castillo.
Por otro lado, en la mente de Minerva habían estado rondando y dando vuelta las palabras de su amiga y decidió hacerles caso. Ella no frecuentaba mucho el pueblo y por esta razón no tenía idea de que el hombre que ella amaba se casaría, así que ignorando dicha información, ella decidió acercarse al castillo ese día para ir en busca de Veikan y hablar con él.
Minerva se acercó a las puertas del castillo, y miró a todos lados buscando a alguien conocido que la ayudara entrar y buscar al príncipe o pedirle a un guardia que lo hiciera y por suerte para ella uno de los guardias que la había llevado el día del entrenamiento al castillo la vio y la reconoció y ella a él. Sin esperar mucho, ella le pidió a este guardia que la ayudara a buscar al príncipe.
El hombre no se negó a extenderle el favor, pero tampoco podía adentrarla al interior del castillo sin permiso de los reyes o del mismo príncipe que ella rogaba por encontrar.
Al llegar al patio de armas, ella aguardó tras una pared que daba vista al pasillo que había que cruzar para entrar al jardín y recordó la última vez que estuvo ahí. Ella recordó las actitudes de todos los hermanos de Veikan, recordó a la reina Elizabeth, recordó a Diana y al final al mismo Veikan junto a las palabras en las que le confesó a su hermana que él la amaba.
Sus pensamientos y recuerdos fueron disipados de raíz al ver al hombre que ella estaba buscando hacerse visible ante sus ojos. Minerva observó a Veikan a la distancia, pero él no estaba solo. Él iba junto a Diana y más que eso ambos estaban agarrados de la mano.
Él se veía muy feliz junto a la rubia y Minerva se sintió herida al ver aquella escena ante sus ojos, lo que logró generar un vacío en su pecho y el dolor que surgió al darse cuenta de que él parecía ya haberla superado mientras ella aún sentía el dolor de aquella ruptura. Minerva aún lloraba al recordarlo y saber que ya no podía tenerlo, pero al parecer él ya no lamentaba nada, como si lo que ambos tuvieron hubiera pasado como una página más en la vida del príncipe.
Minerva vio a ambos abrazarse y darse un beso, Veikan consentía mucho a Diana y sus muestras de cariño era mucho más fluidas que las que tuvo alguna vez con ella, mientras que la sonrisa de Diana era las lágrimas de Minerva.
Veikan le pidió a un guardia que acompañara a Diana al interior del castillo mientras él se dirigía al cuarto de armas para hablar con los guardias que yacían ahí y finalmente él se entretuvo un momento revisando las dagas y las espadas, mientras minerva aún lo observaba a la distancia dudando en si ir con él o no.
Veikan parecía muy concentrado en lo que estaba haciendo, pero de un momento a otro él desvió su mirada y en ese justo instante él se dio cuenta de la presencia de la rojiza a unos escasos metros de él. Él vio a Minerva a lo lejos observarlo, quedando paralizado y contrariado por su presencia ahí.
—¿Minerva? —susurró Veikan confundido.
Al ella darse cuenta de que él la había visto soltó a correr lejos de ahí. Ella iba dispuesta hablar con el príncipe, pero verlo con Diana fue un duro golpe para su corazón. La joven aún sentía cosas por él y se dio cuenta de que no estaba lista para volver hablar del mismo tema.
Veikan corrió para alcanzarla, pero Minerva corrió muy rápido mientras le daba rienda suelta a su llanto y él se notaba preocupado por la forma en la que ella estaba escapando de él.
«Si ella estaba ahí era por alguna razón», pensó Veikan y él quería saber ese motivo. Inconscientemente, él se sentía responsable con ella y más que eso, él era consciente de que ella no había quedado bien la última vez que se vieron.
Al Veikan darse cuenta de que no iba a poder alcanzarla, le ordenó a un guardia que le trajera su caballo de inmediato. El equino de pelaje blanco como su jinete fue llevado ante la presencia del mismo y él lo montó de inmediato apresurando su galope para alcanzar a Minerva, llevando consigo a unos guardias que le custodiaban.
Si ella se había atrevido a ir hasta allá, era más que obvio que había ido en busca de él.
Y él quería saber el por qué.
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