𝐃𝐈𝐒𝐂𝐔𝐋𝐏𝐀
Capítulo 41
El humor irritado de Diana estaba siendo casi que insoportable, incluso para con ella misma. La joven princesa había estado experimentando cambios de humor severos los últimos días, era muy tedioso para sus doncellas y el príncipe Veikan trataba de tener la mayor paciencia posible con ella, ya que él tampoco entendía qué estaba pasando con su esposa.
Diana se encontraba en sus aposentos, con un semblante decaído, notándose algo pálida, sin la tonalidad rosada en sus mejillas como de costumbre. Ella caminaba impaciente de un lado a otro cuando una de sus doncellas entró a la habitación del matrimonio.
—Mi princesa —habló la Doncella.
—Ya llegó ¿Dónde está? —preguntó Diana impaciente.
—El príncipe se encuentra regresando de la caza. El guardia me informó que él ya venía de regreso, en cualquier momento estará llegando.
—¿En cualquier momento? —preguntó molesta—. ¡Le dije que lo quería aquí ya! —gritó Diana sonando ofuscada.
—Lo siento princesa, discúlpeme. —La doncella agachó la mirada asustada.
Diana cerró los ojos y respiró profundo para intentar calmarse. —Discúlpame, Alea, no fue mi intención gritarte, solo ves por el príncipe y tráelo aquí —exigió Diana con cansancio en su voz.
La doncella salió de los aposentos acatando las órdenes de la rubia y el humor de Diana no disminuyó ni un poco. Ella aún seguía muy impaciente tratando de controlar eso que sentía que ni ella misma entendía.
La puerta de la habitación se abrió y Veikan se asomó viendo a su esposa. —Diana.
Diana corrió a él y lo abrazó. —¿Por qué tardaste tanto?
—Estaba cazando, lo sabías. Te lo dije a noche y la doncella me dijo que estabas impaciente, los guardias te escucharon gritando Diana ¿Qué pasa? —preguntó Veikan con una ligera molestia. El comportamiento de Diana ya tenía días y ella no era así.
—¡No lo sé! —gritó—. Me molesta todo últimamente, solo desperté y no te vi y quería que estuvieras aquí.
—¡Está bien, pero debes calmarte!
Alea entró a la habitación con la bandeja de desayuno de ambos príncipes y se dirigió a la mesa del té para organizar los platos, pasando por el lado de Diana, quien no evitó sentir el olor de la comida y de inmediato lo repudió.
—¡Que es ese olor tan fastidioso! —ella se tapó la nariz y la boca con una mano y con la otra le tiró la bandeja a la doncella de las manos.
—¡Diana, pero qué carajos haces! —gritó Veikan molesto encarando a Diana con el ceño fruncido. Él no permitiría que hiciera ese tipo de cosas a la servidumbre del castillo.
—Solo… Quiero que se lleve eso —Diana volvió a tapar su boca cuando sintió una inminente sensación en su garganta. La princesa salió corriendo al cuarto de baño y Veikan la siguió solo para escucharla vomitar.
—¿Diana, estás bien? —preguntó ahora Veikan preocupado, escuchando cómo su esposa no dejaba de vomitar. El príncipe salió del cuarto de baño y observó cómo la doncella estaba intentando limpiar todo y él le ayudó a levantar unos trozos de un plato partido diciendo: —Ve y trae a un encargado ahora y dile a la reina Elizabeth que venga ya.
El príncipe se adentró al cuarto de baño de nueva cuenta para ayudar a su esposa de nuevo.
En el jardín del castillo, yacía la princesa Arlette junto a su doncella. La pequeña Brandenhill estaba sentada sobre el pasto verde tomando el sol mañanero que necesitaba a diario por el problema de su piel.
Ella deseaba poder ver mariposas en ese lado del jardín, pero ahí las flores no eran aquellas dónde prefería posarse una y realmente no sabía dónde las podía ver en el castillo y aunque tuviera una idea de ello, ella no podía ir sola junto a su doncella.
Ese día la joven llevaba su cabellera totalmente suelta con una coronita de flores blancas en su cabeza. Arlette reía divertidamente viendo los pajaritos volando y cantando, y mientras eso sucedía, el príncipe Aiseen se encontraba saliendo por un pasillo hacia el jardín donde pudo observar a la princesa que las últimas semanas le había estado sacando el cuerpo e ignorando.
Arlette no le hacía caras ni desprecios, solo pasaba de él como si no existiera. Las palabras dichas por el príncipe esa última vez que se cruzaron solo para que él la tratara mal y le aclarara que únicamente la usó para sus fines rencorosos, lograron que ella se distanciará de él. Arlette siempre tuvo en claro lo que de verdad quería y merecía y entre esas cosas no estaba la opción de ser el juguete de nadie.
Extrañamente, Aiseen lamentó haberla insultado después de que el calor de la rabia producida por el enfrentamiento con su hermano pasara, para posteriormente lamentarse de haber escupido todas esas palabras en su cara y hacerla llorar; cosa que le molestó al príncipe porque a Aiseen no le importaba lo que sintieran los demás, pero con Arlette se comenzó a sentir una diferencia extraña que él atribuía a qué la joven era tan inocente que hablar con ella era como hablar con una niña pequeña con la que podía divertirse un rato.
Él se detuvo al final del pasillo y la observó siendo feliz mientras el sol le daba de frente en su bello rostro y pensó dos veces en ir y disculparse, pero algo lo empujó a hacerlo. De algo si estaba seguro él y es que ella no diría nada, ella jamás le diría a alguien que él le había pedido disculpas y eso lo dejó tranquilo y de a poco él se fue acercando.
—Princesa.
Arlette volteó al oír aquella voz tan masculina y profunda, encontrándose con la figura de Aiseen de pie frente a ella. La sonrisa esquinera de Aiseen era demasiado sexy, tan sexy como peligrosa, pero ella solo lo observó para girar su rostro de nuevo y continuar lo que estaba haciendo como si él no estuviera ahí.
Aiseen no evitó sentir la indiferencia de ella e hizo un gesto de molestia en su rostro al ser ignorado por Arlette en su propia cara.
—¿Seguirás comportando te como una niña? —preguntó Aiseen captando de nuevo la atención de ella.
Arlette lo miró y sonrió juguetonamente como ella estaba acostumbrada a hacerlo. Aiseen suspiró de cansancio y se arrodilló para poder hacer conexión visual con ella. —Dime, ¿Seguirás en esta tónica? —El peliblanco tenía el ceño fruncido mientras la miraba fijamente con sus intensos ojos azules para después tenderle la mano, la que ella agarró y él la ayudó a levantarse del suelo.
La doncella de la joven princesa se colocó en guardia junto a ellos, cosa que Aiseen notó, y mirándola con fastidio le ordenó. —Vete ahora, y déjanos solos. —La voz del príncipe colocó muy nerviosa a la doncella y ella miró a Arlette—. ¿No oyes? Lárgate —ordenó él nuevamente sonando más autoritario.
—¡Aiseen! —exclamó Arlette a modo de regaño, logrando que él la mirara—. No trates de esa forma a los sirvientes y menos a mi doncella, ¡te lo prohíbo! —Aiseen sonrió al darse cuenta de que aquella pequeña lo estaba regañando, mientras Arlette se volteaba y le pedía a la doncella amablemente que se retirara y la dejara a solas con él. La mujer dudó en hacerlo, pero aun así debía acatar las órdenes junto con las instrucciones que Arlette le dio sobre lo que tenía que decir si alguien le preguntaba por ella, logrando que la mujer se retirara.
—Bien, te escucho —dijo ella mirándole.
El príncipe tragó en seco y procedió hablar. —Quisiera ofrecerte una disculpa por la forma en la que te traté aquel día en los pasillos.
Inesperadamente, Arlette comenzó a reírse tímidamente de él, lo que confundió al príncipe «¿Se está burlando de mí?», se preguntó Aiseen molestó por la reacción de ella.
—¿Qué te da tanta risa?
—Te brillan los ojos cuando pides disculpas.
Aiseen cerró los ojos y tensó su mandíbula para posteriormente soltar una risa divertida, él se sintió insultado ante el comentario de Arlette, pero le pareció gracioso al mismo tiempo.
—Bueno, yo me voy, ten linda tarde Aiseen.
—Espera. —Él la agarró del brazo y ella lo miró—. ¿Quieres ver mariposas?
Ella se zafó de él. —¿Por qué me preguntas eso?
—Bueno, sé que te gustan y que mejor disculpa que llevarte a verlas, ¿no? —Él se acercó más a ella.
—¿Planeas que mi hermano o mi padre nos descubran verdad?
—No Arlette.
—¡Mentiroso! —ella lo acusó y después sonrió juguetonamente.
—Sí, soy mentiroso y lo acepto, pero esta vez prometo no usar esto para perjudicarte de alguna forma.
Ella miró a todos lados y volvió a colocar su vista sobre Aiseen. Él era muy alto y ella, a duras penas, le llegaba a la altura de su pecho. —¿Eso está muy lejos?
—No, es en la parte de atrás del otro jardín, por la fuente, cerca al laberinto de arbustos, hay muchas flores ahí. —La miró con osadía.
A la joven princesa se le iluminaron los ojos, pero después se dio cuenta de que ya había recibido el sol lo suficiente. —Es que ... Sí, quiero ir, pero ya debo volver. El sol me puede hacer daño.
—¿Por qué?
—Solo debo recibir el sol tres horas en la mañana si me extiendo me pondré roja como un tomate —contestó ella con gracia.
Aiseen soltó su camisón y se lo entregó colocándolo encima de su vestido, quedando él en un camisón de tela que llevaba bajó su ropa. —Toma, esto te cubrirá lo suficiente para que no te quemes, caminaremos bajo la sombra de los árboles.
Ambos empezaron su viaje a través de los árboles mientras alguien más los asechaba en silencio.
—¿Por qué haces esto? Tú no eres bueno ni amable —preguntó ella curiosa.
—Es cierto, no lo soy, así que no te confíes. Quizás mañana me olvidé de mi amabilidad de hoy.
—¿Por eso le hiciste eso Asenya sin ella haberte hecho nada?
—Oye, no quiero que me arruines el día, ¿sí? Así que no me preguntes por eso.
—¿Por qué le mandaste hacer daño a Asenya? —Aiseen la miró de reojo, dándose cuenta de que ella hizo justo lo que él le pidió que no hiciera.
—No es ella, es él y ella es su debilidad. El jodido no debió haberse metido conmigo —expresó con prepotencia.
—¿Qué te hizo Valerio para que lo odies tanto?
—No eres tonta, ya lo sabes —dijo cortante.
—Pues si es lo que creo, tú fuiste muy malo con Diana y él solo quiso defenderla.
—No importa. El maldito se lo merecía, es todo, se acabó la conversación.
—Todos dicen que eres un desgraciado —ella sonrió divertidamente—. Odias a todos ¿Qué malo te hicieron?
—Arlette, yo no soy una buena persona ni una buena influencia, ¿está bien? Y sí, los odio. Veikan es el favorito de mi padre, él siempre ha recibido lo mejor de todo; el trono, beneficios, incluso escuché que mi padre le iba a permitir desposar a una sucia y puta campesina, es una vergüenza, mientras que Carsten navega con bandera de idiota, Tanya es una jodida mimada, Valerio es un imbécil con un arco y una flecha y Diana es una tonta y vulgar igual que su madre —dejó él salir sus verdaderos sentimientos hacia su familia y su inconformidad con prepotencia en su voz.
—Y tú eres un maltratador que engañabas a tu prometida con una mujer de dudosa reputación de la que se rumoraba que su madre trabajaba en un burdel, ¿no? —sonrió.
Aiseen la miró molesto, ¿Cómo se atrevía ella a hablarle así siempre?
—Escuché todo lo que le hiciste Aiseen y sobre tu amante también —habló Arlette para hacerle ver a Aiseen que ella no era boba.
—Ella sí me quiere.
—¿De verdad te quiere? ¿O quiere los privilegios que tú le puedes dar?
—¿Qué insinúas?
—Solo digo que según la reputación que oí que tenía; al parecer, ella solo te quería para que la hicieras reina de Armes.
—No es cierto —aseguró Aiseen con firmeza.
—Lo dudo.
—¿Por qué?, ¿Tú que vas a saber?
—Talvez no sepa, pero si realmente te quisiera no te cedería a otra mujer para que estuvieras con ella solo por un trono o por riquezas. Si fuera yo, me iría contigo dónde sea, aunque no tuvieras nada, por eso pienso que quizás ella no te quiere a ti, sino lo que le puedes y eres capaz de ofrecerle.
Arlette siguió caminando logrando confundir a Aiseen. Ella había acabado de sembrar una fuerte duda en él.
—Eres una niña —Él la alcanzó.
—¿No te cansas de decirme así? —preguntó pareciendo molesta.
—No, eres irritante y cada vez que me das esa risa burlona me haces enojar, lo sabes y no te lo voy a ocultar para que te sientas mejor Arlette.
—Entiendo, es como lo que yo pienso de ti, que eres un resentido y odioso con todos, que se cree mejor que los demás, pero en realidad no eres especial —se burló.
Él la miró con el ceño fruncido y la agarró por el brazo diciendo con molestia. —Ya llegamos.
Ella miró el lugar y quedó fascinada con las flores que surcaban los alrededores del laberinto. Los colores amarillos, azules y lilas le daban vida al sitio y de inmediato ella corrió hacia Aiseen echándose sobre sus brazos, cosa que tomó por sorpresa al príncipe, mientras ella le agradecía el haberla llevado ahí.
Él únicamente se dedicó a observarla con la mirada dura y seria, pero a la vez con una sonrisa leve y esquinera dibujada en su rostro. La joven era feliz mirando las mariposas que volaban sobre las flores y se posaban sobre las mismas, Arlette desbordaba ternura.
La princesa se adentró más al laberinto fascinada con el lugar y Aiseen le gritó sentado desde una pequeña banca que estaba al lado de la fuente “no vayas tan lejos, Arlette” ella se asomó y le sonrió juguetonamente para volverse a esconder y él no pudo contener la risa; una risa que él dejó salir con la boca cerrada tratando de no darle largas.
La mirada de Aiseen se desvió escudriñando los alrededores del jardín mientras observaba todo detalladamente. Por lo general ese lado del castillo siempre estaba solo sin tanta guardia y él procuraría que nadie estuviera viéndolos, ya que él sabía que sería un problema si alguien los llegara a descubrir, pero cuando el príncipe cayó en cuenta que no escuchaba las risas de Arlette, se extrañó y la llamó, pero ella no respondió.
Arlette se encontraba apresada en los brazos de un hombre, el mismo hombre que los estaba siguiendo desde el jardín principal. Él le tenía la mano sobre su boca, aprisionándola mientras ella forcejeaba por soltarse. El miedo se veía en su rostro y su corona de flores calló al suelo. Aiseen volvió a llamar a Arlette unas dos veces más pidiéndole que saliera del laberinto, pero ella no respondió. Aunque pudiera oírlo, ella necesitaba poder gritar. Arlette escuchaba su voz mientras el hombre la arrastraba a la fuerza fuera del laberinto, el cual no era muy grande, hasta que ella hizo de las suyas y mordió al hombre en su mano, logrando zafarse de él.
—¡Aiseen Ayúdame!
Se escuchó el grito turbio y desesperado de Arlette rogando por ayuda y Aiseen corrió de inmediato al oír el llamado de auxilio de la princesa. Al correr dentro del laberinto, él se encontró de frente con Arlette chocándose con ella y seguidamente se estrelló también con el hombre que se había devuelto para apresarla de nueva cuenta.
El peliblanco sacó su espada de inmediato y la apuntó al hombre, colocando a Arlette a sus espaldas para protegerla, dándose cuenta de que el asechador era un Cangrino. Las miradas de ambos hombres se encontraron retándose el uno al otro, emanando un aura asesina de ambas partes. La emboscada se orquestó y el ataque se produjo. Arlette vio con horror lo que estaba ocurriendo ante sus ojos, mientras que Aiseen se batía en una lucha a espadas con el hombre.
Al príncipe se le dificultó un poco, pero no se le fue imposible del todo. Su agilidad tomó fuerza, dejando en claro que después de todo él era un Worwick de casta blanca y que esa sangre guerrera corría por sus venas, aunque él no lo colocará mucho en práctica.
Al Cangrino se le hizo imposible sostener la pelea, sintiendo flaquear ante la fuerza que estaba tomando el Worwick con cada ataque, hasta que Aiseen le dio su toque final pasando el filo de su espada por toda la espalda del Cangrino seguido de un golpe en su cabeza producido por la empuñadura de su espada. El hombre cayó al suelo y el Worwick guardó su espada en su funda rápidamente, sin darse cuenta de que su prendedor de la casa Dunnotor se desprendió y cayó al suelo.
Él se acercó a Arlette y ella se arrojó a sus brazos, abrazándolo con fuerza. La joven escondió su rostro en el pecho del príncipe y él no supo qué hacer ante el accionar de ella que lo estaba dejando perplejo, pero cedió ante el abrazo desesperado de la princesa y él la rodeó con sus brazos, pasando sus manos por su cabello y citó: “¿Estás bien?” Arlette respondió que sí estaba bien en medio de un sollozo. “Ya tranquila, ya pasó”, dijo Aiseen agarrándola de la mano para llevarla fuera del laberinto. Ella estaba terriblemente nerviosa, sus piernas y manos temblaban del susto y él le pidió que se quedara justo ahí y lo esperara, puesto que él debía devolverse a terminar con el hombre antes que este huyera y Aiseen no quería que ella presenciará el brutal acto de matar a una persona, la ternura y sensibilidad que la princesa emanaba dejaba ver qué ella no estaba acostumbrada presenciar ese tipo de cosas y podría ser una fuerte impresión para ella si llegaba a verlo.
—Vuelvo de inmediato.
—¡No! —exclamó ella asustada agarrando a Aiseen del brazo—. No te vayas —pidió Arlette aferrándose de la mano de Aiseen—. No me dejes sola.
—Arlette debo ir, te prometo que volveré rápido. Si ves algo extraño solo grita y vendré.
Ella soltó la mano de Aiseen y él se retiró de inmediato, pero lejos de obedecer, Arlette no hizo lo que él le pidió y ella lo siguió. El Worwick entró en el laberinto y dio con el Cangrino, dándose cuenta de que ya se estaba empezando a mover como si estuviera recuperando la conciencia. Él lo agarró por su larga trenza y lo alzó hasta la altura de su pecho quedando el hombre de rodillas ante el príncipe, Aiseen colocó su espada en la garganta y preguntó.
—¿Quién te envió?
El hombre esbozó una risa de burla ante Aiseen.
—Sé quién eres, tienes ese color de cabello de adorno.
—¡Dime quién te mando maldito! —gritó Aiseen.
—Somos muchos —se mofó—. En cualquier momento la tendremos a ella para él. Los Brandenhill están aquí y ella es su principal objetivo. —Él sabía que se refería a Arlette—. Si no la tengo yo, la tendrá otro, pero pronto la llevaremos ante él.
Arlette alcanzó a escuchar lo que ese hombre había dicho, observándolos a ambos con temor.
—Pues eso ya lo veremos.
Aiseen movió su espada y la insertó por la boca del hombre, logrando que esta le atravesara y saliera por la parte baja de la garganta. El Cangrino se paralizó de inmediato y, con gran agilidad, Aiseen retiró la espada, cortando su cabeza a la altura de su nariz antes que el hombre callera al suelo.
El grito de Arlette se escuchó y Aiseen alzó la mirada, viéndola asomada tras la pared de arbustos. Él corrió hacia ella y se interpuso entre su vista y el hombre para arrastrarla fuera de ahí.
—¡Carajos Arlette! ¡Te dije que no entraras ahí! —exclamó Aiseen molesto.
—¡¿Por qué?! —preguntó entre un llanto de susto y nerviosismo—. ¿Por qué lo hiciste?
—Es un maldito Cangrino y venía a llevarte con él; además, esto es lo que hacemos con ellos —dijo el príncipe refiriéndose a la muerte.
La joven se quedó en silencio y se recostó de nuevo en el pecho de Aiseen buscando calma, su corazón latía muy rápido, incluso él mismo pudo sentirle.
—Vamos, debemos salir de aquí —agarró Aiseen la mano de Arlette.
—¿Y él? —preguntó ella señalando el laberinto haciendo referencia al fallecido.
—No te preocupes por él, en algún momento lo encontrarán.
En el interior del castillo, la princesa Diana se encontraba siendo revisada por un encargado. Veikan quería saber el motivo del porqué se le produjo ese ataque de vómito que le dio mientras él mismo esperaba a las afueras de la habitación una respuesta.
Valko estaba junto a su hijo acompañándole, limitándose solo a observarle. El rey notaba la impaciencia de su hijo por saber lo que estaba ocurriendo, conociendo la respuesta, pero quería que su hijo la recibiera directamente.
—¿Estás nervioso? —preguntó Valko a su primogénito.
—Sí, padre, ojalá lo que sea que tenga Diana no sea grave y que le puedan dar algo para que se le pase.
Valko sonrió, lo que sea que Diana tuviera no se pasaría así de fácil y él lo sabía.
La puerta de la habitación se abrió y ambos hombres fueron invitados a entrar. Veikan corrió al lado de Diana mientras le preguntaba al encargado que estaba sucediendo y que era lo que le estaba produciendo esos fuertes vómitos; pregunta que el encargado respondió diciendo.
—La princesa Diana Worwick está en cinta mi príncipe.
Veikan miró sorprendido a Diana mientras sus ojos se iluminaban. El brillo era desbordante junto a la emoción que acrecía en él en ese momento al no poder creer lo que estaba escuchando. Su alegría se dejó ver de inmediato cuando le dio un beso tierno y protector a Diana en la frente.
—¡Tendremos un bebé! —exclamó Veikan con alegría, se notaba a leguas que él estaba feliz con la noticia.
—Sí, por eso eran mis malestares —respondió ella sonriendo.
Veikan agarró la mano de Diana y plantó un beso en ella. —Estaré mucho más pendiente de ti, mi amor, lo prometo —dijo desvelando su dicha por la noticia.
Valko contemplaba maravillado a sus dos hijos, quienes pronto se convertirían en padres.
Un comunicado se dio a conocer por todo el reino. El heredero al trono del Norte y del sur se convertiría en padre del siguiente heredero al trono blanco de la casa Worwick.
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