𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐈𝐍𝐎 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈
Capítulo 16
TURBIOS (PALACIO ESCANDINEVA)
En el norte, la Isla de mares Turbios se estaba empezando a sentir mucho mas fría indicando que la época de invierno estaba llegando y el cambio de clima señalaba que el príncipe Carsten debía empezar a arreglar su equipaje para volver a Southlandy y encontrarse de vuelta con el clima cálido de este lado de Nordhia.
Jaden y Carsten se encontraban en el patio de armas del palacio pasando un poco el tiempo, ambos príncipes practicaban con las lanzas, a ver quién tenía mejor lance y puntería.
Jaden llevaba puestos unos pantalones negros con botas de cuero negro; en su torso, el príncipe no tenía ningún tipo de camisón puesto, dejando ver algunas cicatrices visibles producto de su duro y constante entrenamiento, El primogénito de Valero Brandenhill portaba en ambas muñecas unos brazaletes gruesos de cuero que tenían el escudo de la casa Brandenhill; Ambos brazaletes estaban teñidos del color emblema de la casa, el cual era un bello rojo escarlata con una luna creciente blanca y una flor que a simple vista tenía aspecto de una estrella, los bordes de aquellos brazaletes eran dorados igual que los cordones con los que estaban sujetados y el príncipe gozaba de una cabellera roja típica en los miembros de la familia Brandenhill junto a un verde gris que coloreaba el iris de sus ojos, siendo este un rasgo típico de la familia Larris por su madre.
Jaden retaba a Carsten para ver quién de los dos lograba que la lanza llegara más lejos mientras el rubio yacía a un costado observando a su primo en medio de risas al estar siendo constantemente incitado por Jaden para hacer que el Worwick tomara una lanza y comenzara a entrenar.
Carsten sí tomaba entrenamientos, pero no eran iguales al entrenamiento militar que tomaban sus hermanos. A pesar de lo esquivo que estaba Carsten, Jaden logró convencer a su primo de tomar una lanza entre sus manos para practicar.
El Worwick decidió retirar su camisón, quedando solo en sus pantalones negros y unas botas largas de cuero negras. Él amarró el camisón a su cintura dejando a la vista su marcado torso, mientras que su larga cabellera lisa y rubia dorada era ondeada por el viento como si él mismo jugara con cada mechón y ambos príncipes empezaron a tirar de sus lanzas retándose entre sí.
El personal que recorría el patio de armas del palacio no evitó observar curioso a ambos príncipes entrenar, ya que los Worwick no vivían en Escandineva de forma permanente, las pocas veces que los príncipes visitaban el lugar jamás se ocuparon en entrenar; por este motivo era de esperarse que dicha escena llamara la atención no solo del personal, sino también de las jovencitas que conformaban la servidumbre.
En ese justo momento, Merrie salió al patio donde se encontraban los príncipes entrenando y se quedó observándolos por un breve instante. Una extraña corriente recorrió el cuerpo de Merrie al ver a Carsten confirmando así cuánto le gustaba aquel hombre tanto por dentro y por fuera.
En un punto, la mirada de Merrie se desvió, logrando ver cómo una jovencita de la servidumbre miraba fijamente a ambos príncipes. Aquella joven se percató de que estaba siendo observada por Merrie, y de inmediato bajó la cabeza y se retiró apenada del patio.
El príncipe fue informado sobre la presencia de Merrie en el patio de armas y de inmediato él se detuvo y volcó su atención en su prometida, la que solo le dio una linda sonrisa y se dio la vuelta para adentrarse al palacio.
Merrie se adentró a la sala privada para a esperar tranquilamente a Carsten quien había pedido hablar con la joven, y el príncipe no tardó mucho en llegar al salón, viéndose igual que cuando estaba en el patio de armas. Él simplemente no se preocupó en colocarse su camisón. Al entrar a la sala, ella se acercó a él y lo abrazó mientras él se adueñaba del delicado cuerpo de su prometida y sellaba aquel abrazo con un beso.
—¿Querías hablar conmigo? —preguntó ella.
—Sí, ven —el príncipe se sentó en una de las sillas del salón y seguidamente sentó a Merrie sobre sus piernas.
—¿Sucedió algo?
—No, nada malo por suerte, pero —suspiró—. Quería comunicarte que mañana estaré partiendo a Southlandy.
La sonrisa de Merrie se borró al instante de su rostro y se levantó rápidamente de las piernas de su prometido, dejando ver su preocupación.
—¿Ya te irás?
—Sí, el clima está cambiando y debo irme para informarle a mi padre sobre la decisión que tomamos, él espera que llegue casado en una boda privada y tradicional de nuestra casa.
—Claro —ella desvió su mirada—. Debes decirle.
—Él me envió aquí... Él debe saber. —Carsten se levantó de su silla y acercándose a ella dijo—: No debes preocuparte, solo debo llegar hablar con mi padre e informarle sobre lo que haremos, y te juro que en unos días después enviaré por ti.
—¿De verdad? —ella volcó su mirada en él y volvió a sonreír.
—Sí, debes ir a Southlandy antes que empiece a nevar, de lo contrario no podrás salir de la isla.
Merrie sonrió al saber que no duraría mucho tiempo lejos de su príncipe, pero había algo que no la dejaba disfrutar aquel momento y Carsten lo notó, ella aún se veía preocupada.
—¿Merrie, qué pasa? ... Te noto triste.
Merrie miró a Carsten a los ojos y dijo: —Mi padre Carsten. Me quedaré sola cuando te vayas, tu presencia aquí crea una barrera que me protege de él, pero si te vas…
—Ya lo arreglé —interrumpió el príncipe.
—¿Lo arreglaste?
—Sí, Jaden se quedará aquí contigo cuidándote, yo se lo pedí y él aceptó. Jaden cuidará que tu padre no te haga nada, ni te trate como lo hizo la última vez; si eso llega a pasar, él puede tomar medidas.
—¿Medidas? ¿Qué medidas?
—Medidas mi amor —dijo él sin enfatizar—. No te preocupes por eso; los guardias están orientados a obedecer tus órdenes y sobre todo las órdenes de Jaden sobre las de tu padre. Ordené que guardias custodiaran la puerta de tu habitación, nadie puede pasar sin tu aprobación, el único que puede pasar sin pedir permiso en caso de algún inconveniente que se presente es Jaden; también puedes entrar aquí cuanto quieras, sabes que tu padre no está facultado para entrar a este lugar sin permiso, el que de hecho solo Jaden le podrá otorgar, así que aquí podrás estar aún más segura. El día que mande por ti Jaden y tú viajarán al sur, él te llevará a Southlandy.
—Pensé que el príncipe tendría que irse contigo.
—Sí, debería, su estancia aquí en Turbios es meramente política y él debe hacer los viajes que se le encargaron, pero ha aceptado mi petición de quedarse unos días más, él también debe ir a Southlandy.
—¿Por asuntos políticos también?
—Sí, y por mi hermana Tanya, ellos están prometidos —comentó Carsten recostándose en la orilla del escritorio.
—Espero que pronto llegue el día de acompañarte en Southlandy —comentó Merrie cayendo en los brazos de Carsten los cuales rodearon el femenino y delicado cuerpo de la mujer.
—No te preocupes, llegará.
Carsten abrazó a Merrie de nueva cuenta cobijándola en sus brazos, sitio donde ella se sentía tranquila y segura. Ella esperaba que su ida a Southlandy fuera lo más rápida posible.
SOUTHLANDY
Veikan y Minerva cabalgaron en dirección a un lago con cascada que estaba en los adentros del bosque y que la joven pelirroja conocía muy bien y ella guio al príncipe hasta ese bello lugar.
Al llegar, Veikan bajó de su Caballo blanco y seguidamente bajó con cuidado a Minerva. La vista de aquel lugar era extraordinaria y Veikan no evitó quedar maravillado con el sitio.
—Wow, ¡este lugar es hermoso!
—¿No conocías este lugar? —preguntó ella juguetonamente.
—No —dijo Veikan observando el lugar con detenimiento.
—¿Cómo es posible? —preguntó minerva fingiendo confusión—. Eres el futuro rey de este reino y ¿no sabes de este sitio que está ubicado en tu reino?
Veikan miró a Minerva con una leve sonrisa en su rostro y los ojos entrecerrados, él disfrutaba de los comentarios sarcásticos de Minerva; más que molestarse o advertirle que debería respetar al futuro rey, él solo admiraba la irreverencia que la joven tenía al decirle verdades que pocos se atreverían siquiera a mencionar.
—¿Si verdad, que extraño no? —respondió Veikan siguiéndole la corriente.
—Debería salir más seguido de su castillo de oro, mi príncipe, a conocer los infortunios de su pueblo.
Veikan rompió en risa y esto dejó algo perpleja a Minerva. Ella no buscaba molestarlo, pero ya se estaba dando cuenta que a Veikan poco le afectaba los comentarios de doble sentido que ella podía decir; y aún más que eso, ella quedó perpleja al no saber en sí que pensaba él, no sabía si él se divertía con dichos comentarios o talvez solo estaba dándole rienda suelta a que esa naturaleza sanguinaria de Veikan saliera a flote y su risa solo camuflaba su disgusto por su imprudencia.
Él se acercó a Minerva mirándola fijamente y ella no evitó sentir temor por un instante. La risa de Veikan fue extraña y ella no sabía como interpretarla ni como podría reaccionar él, pero Veikan no iba con malas intenciones.
Él colocó suavemente su mano sobre el mentón de la joven y le dijo inclinándose un poco para verla a los ojos. —Ya salí de mi castillo de oro y estoy aquí, ahora enséñame todo esto rojiza.
El delicado tacto de Veikan sobre su piel la hizo experimentar un sinfín de sensaciones, pero sobre todo la tranquilizó haciéndola sonreír. Sin dudarlo, Minerva lo agarró de la mano y lo guio hacia una roca que no estaba muy lejos del lugar, diciendo:
—Súbete ahí y mira hacia allá —señaló ella con su dedo hacia los árboles.
Veikan se subió en aquella roca y miró hacia donde Minerva le había indicado y lo vio, El castillo Worwick se divisaba desde ahí completamente, la vista era hermosa y él no evitó quedar maravillado.
Minerva se dio la vuelta y corrió hacia la bajada del pequeño risco que daba justo con la orilla del lago. Al verla precipitarse con rapidez sobre la rocosa loma, él se bajó rápidamente de la roca para ir tras ella, ya que dicha loma parecía peligrosa y si ella no bajaba con cuidado podía lastimarse, pero Minerva sabía bien lo que hacía y logró bajar a salvo.
Veikan la observó incrédulo. —¿Qué harás? —preguntó.
—¿Es obvio, no? —contestó la joven removiendo los hilos delanteros de su vestido—. ¿Vienes?
—No, mejor me quedo aquí y así estoy al pendiente de ti.
Veikan desvío la mirada al estar más que claro que ella retiraría su delgado vestido para bañarse en el lago.
—Está bien mi príncipe
Minerva entró al lago sumergiéndose en las azulosas aguas mientras Veikan la observaba con fascinación, «ella es muy hermosa» pensó el príncipe sabiendo de ante mano que la libertad y el brillo que Minerva irradiaba eran fascinantes, y todo ese derroche de alegría era maravilloso para él y por un momento pensó en la opción de hacerla su esposa, ya que esto cortaría la libertad de la que Minerva gozaba tras tantos protocolos y reglas que conllevaba vivir como un noble y más si se trataba de la esposa de él, el futuro rey.
El príncipe Valerio se encontraba dirigiéndose a la habitación de su hermana, la princesa Tanya. Al llegar, él tocó la puerta y esperó que su hermana le diera la orden de ingresar.
Al obtener el pase, él entró a la habitación encontrándose con Asenya, quien ya tenía poco más de un rato esperándole. Valerio cerró bien la puerta y corrió a los brazos de Asenya para darle un beso a su amada; gesto que fue muy bien correspondido.
—¿Dónde está?
—En la biblioteca —sonrió con calidez—. Aquí nadie sospechará de nosotros.
—Es increíble como se las ingenia para que nos veamos sin que nadie sospeche —dijo Valerio envolviendo a Asenya en sus brazos.
—La princesa nos apoya —Asenya le sonrió a Valerio, quien no aguantó la belleza de la sonrisa de Asenya y la volvió a besar.
—Quiero contarte algo.
—Dime.
—Se trata de algo que ha estado pasando desde que vinimos de Thousands pero por favor... No quiero comentarios agresivos Valerio.
—¿Comentarios agresivos? —frunció el ceño, fingiendo confusión, haciéndose el ofendido—. No sé a quién le estás dando tus quejas últimamente, pero yo jamás he sido agresivo con nadie.
—¡Ay déjate de bromas! —ambos rieron y Asenya retomo la palabra—. Te lo digo porque siempre dices cosas como... "Pondré una flecha en su frente" o "adornaré mi flecha con un poco de veneno para ti" —habló Asenya tratando de imitar la voz gruesa de Valerio.
—Pues todo depende de. Sabes que si alguien se mete contigo no voy a dudar en...
—¡Valerio! ... —exclamó Asenya a modo de regaño interrumpiendo al rubio.
Valerio suspiró ante lo dicho por su Asenya y adoptando una postura seria, dijo: —Está bien, dime.
—Hay un guardia de bajo rango... los que están en los patios de armas. Uno de esos guardias me mira todo el tiempo y a veces me persigue... hoy el príncipe Veikan lo descubrió y lo amenazó.
Valerio frunció su entrecejo y su mandíbula se tensó al oír las palabras de Asenya; al príncipe no le agradó para nada enterarse de eso.
—Dime quién es Asenya —preguntó Valerio irritado.
—Te lo diré si me prometes que no le harás nada horrible ... Si te estoy diciendo esto es porque Veikan me dijo que si no lo hacía yo lo haría él.
—Dime quién es —insistió Valerio dejando ver su fastidio. Él estaba molesto.
—No lo sé, no conozco su nombre.
—¿Me lo puedes mostrar?
Asenya asintió. —Sí, ese hombre tiene un ojo completamente blanco y…
—Ya sé quién es —interrumpió Valerio, dejándole saber que ya tenía claro quién era ese hombre. Ella no creía que él podría reconocerlo si no se lo mostraba, pero el príncipe conocía muy bien a las personas que servían en el castillo.
El príncipe se dio la vuelta para salir de la habitación en busca de dicho hombre, pero Asenya intentó detenerle jalándole del brazo
—Espera, ¿a dónde vas?
—A ti nadie, Nadie se atreverá a mirarte de una forma indebida y el que lo haga se atendrá a las consecuencias.
Valerio le dio un beso a Asenya y se retiró de la habitación, dejando a la joven muy confundida. Hasta donde ella conocía al rubio, sabía que el príncipe tenía su temperamento, pero jamás lo había visto en un plan violento o sanguinario, así que aunque se angustió por lo que pudiera llegar a suceder, algo le decía que no pasaría nada grave por lo calmado que era él y eso la tranquilizó en cierto punto.
En el bosque de Southlandy, el príncipe Veikan aún observaba a Minerva bañarse en la orilla de aquella cascada. La joven le invito en varias ocasiones a adentrarse en las azules aguas, pero Veikan se negó a acompañarla dentro del lago; él sentía que debía mantenerse afuera cuidando del lugar y de la joven misma.
La zona era sumamente boscosa y esos lugares se prestaban para muchas cosas, pero Minerva, a pesar de ser una jovencita de campo, parecía ignorar los peligros que podía haber en un lugar como ese.
—¿Entonces no vendrás? —preguntó minerva mientras chapoteaba el agua con sus brazos disfrutando del momento.
Él la miró con una sonrisa esquinera en su rostro, percatándose de la ternura y alegría que ella emanaba. —Debo estar al pendiente —se excusó Veikan.
—Es increíble que siendo el príncipe y heredero a la corona no te puedas dar un pequeño baño en este lugar —Minerva sonó retadora una vez más.
—¿Vas a seguir con lo mismo? —preguntó fingiendo molestia por el comentario de la joven, pero claramente al príncipe le causaban mucha gracia sus palabras.
—Solo digo la verdad —dijo ella limpiando el agua de su rostro—. Tú más que nadie deberías conocer y sentir este sitio.
Finalmente, las palabras de Minerva lograron convencer a Veikan; no porque el fuera fácil de manipular, sino que en el fondo él quería ir y entrar junto a ella, pero no lo hacía por cuidado y prudencia. Él se detuvo y pensó por un instante que talvez ese sería el momento justo para intentar acercarse más a la joven, si él quería pedirle que fuera su esposa debía crear un vínculo emocional con ella porque ¿qué mujer se negaría a estar con el futuro rey del norte y del sur?
Veikan se levantó de la roca donde reposaba y bajó hasta la orilla del lago, logrando desatar gran emoción en Minerva, la que no disimuló ni un momento su alegría al verlo aproximarse. El mayor retiró sus botas de cuero y su camisón junto a su cinturón, donde llevaba una daga de mediano tamaño y una espada de la misma medida, dejando todo a un lado junto al vestido de la joven.
A Minerva le llamó la atención el cuerpo marcado y fuerte de Veikan, pero él no se dejó ver por mucho tiempo, ya que rápidamente él se sumergió en el lago nadando por debajo de su superficie mientras Minerva esperaba que él saliera del lago en cualquier momento y finalmente Veikan emergió a la superficie quedando muy cerca de la pelirroja. Ambos se miraron fijamente al estar uno tan cerca del otro.
Minerva por reflejo se aferró a los brazos de Veikan para flotar con más tranquilidad y Veikan no dudó sujetarla también tomándola con fuerza de la cintura.
—Ves, te dije que el agua se sentía bien.
—Pues sí, tienes razón, creo que ambos terminaremos enfermando si duramos mucho tiempo aquí dentro.
—Aún está el sol —dijo Minerva enrollando uno de sus brazos en el cuello del príncipe mientras con el otro señalaba el sol mirando al cielo.
Al bajar la mirada para buscar el rostro de Veikan se dio cuenta de que ambos estaban aún más cerca encontrándose con los ojos azules intensos del Worwick, Pero eso no fue lo que captó en sí su atención, sino aquel collar con un dije que el príncipe llevaba colgando en su cuello.
Minerva se dejó caer por completo en los brazos de Veikan mientras él la sujetaba con fuerza, al tiempo que ella con una de sus manos agarraba el dije de aquella cadena que colgaba del cuello del príncipe.
—¿Qué es? —preguntó minerva sujetando el dije en su mano.
—Es el escudo de mi casa ... Es un dije del escudo Worwick.
—¿Qué significa?
—La espada nos representa a nosotros los Worwick cabello blanco y el sol en la mitad de la espada representa a los Worwick cabello rubio dorado.
—¡Es hermoso Veikan! —dijo la joven maravillada.
—Y esto es solo algo muy pequeño... el día que veas el escudo que hay en el castillo te encantará.
—Esta muestra ha sido suficiente —Minerva soltó el dije mientras sus brazos se aferraban a Veikan.
—¿Por qué le temes ir al castillo?
—No le temo ... Solo que es mejor yo acá, este es mi mundo, me sentiría extraña ahí.
—¿Y si vas conmigo?
—Pues … Sería… mejor, así no me sentiría sola y extraña.
—Entonces iremos al castillo, te llevaré pronto... —dijo Veikan con cierto halo de coqueteo.
La distancia se acortaba cada vez más entre ambos.
—¿Tu familia no se molestará? —susurró Minerva cerca al rostro de él.
—¿Por qué lo harían? —Veikan apretó más a Minerva hacia él.
—Tú y yo no deberíamos ser amigos, tú no tienes amigos como yo —la pelirroja enrolló más sus brazos alrededor del cuello de Veikan.
— Entonces puede haber algo más que una amistad —sugirió él acercando su rostro al rostro de Minerva mientras se rozaban sus narices casi que amagando a un pequeño beso, pero el momento se cortó de golpe cuando Minerva se alejó de Veikan diciendo.
—Creo que ya es momento de salir del agua príncipe.
La joven nadó hasta la orilla, dejando a Veikan perplejo por su abrupta reacción.
La sonrisa en los labios de Veikan correspondían a la sonrisa traviesa de Minerva. Él nadó tras la joven hasta la orilla del lago y salió del mismo Justo después de ella.
El Príncipe procedió a recoger sus pertenencias mientras le daba espacio a la joven para que ella retirara aquel delgado forro que estaba mojado y que usaba debajo del vestido que había llevado puesto.
Veikan se vistió de nueva cuenta y Minerva hizo lo mismo. El silencio entre ambos era brutal; él no sabía qué decir después del corte abrupto que Minerva hizo en medio de la conversación, pero de igual forma él se acercó a ella y preguntó:
—¿Estás lista?
Minerva miró a Veikan fijamente y con travesura en sus ojos contestó: —Eso último que dijiste de algo más que una amistad no suena mal, pero ... Quisiera oírlo de Veikan... no del príncipe.
Minerva se dio la vuelta para encaminarse a subir la pequeña loma, pero Veikan fue mucho más rápido y la agarró del brazo trayéndola de vuelta a él y en un rápido impulso le dio un suave, pero apasionado beso a la pelirroja.
La joven se movió y no dijo ni hizo nada, solo recibió aquel beso que, al parecer, no se esperaba, pero que era obvio que le había gustado.
Veikan le sonrió tiernamente y se encaminó para subir a alistar su caballo.
—No demores rojiza.
Las mejillas de Minerva estaban rojas y ardían, ella no podía negarlo, le había encantado ese beso y de hecho se arrepintió de no haber reaccionado a él; maldijo a sus adentros no haber correspondido y en el fondo ella le rogó a los dioses que la oportunidad se volviera a dar.
Los pensamientos de Minerva fueron interrumpidos de golpe cuando sintió que alguien a sus espaldas, la rodeó y colocaron una mano en su boca para seguidamente escuchar una voz, masculina decir: —No forcejees o será peor para ti.
Veikan estaba concentrado alistando su caballo de espaldas al lago y no se dio cuenta de lo que estaba pasando con la rojiza, por suerte Minerva logró morder aquel hombre y gritó "¡Veikan!"
El príncipe volteó para ver a su rojiza, siendo llevada a rastras al bosque por aquel hombre extraño de aspecto desaliñado, y de inmediato él salió corriendo al rescate de Minerva. Aquel hombre estaba más concentrado en llevarse a la joven que en cualquier otra persona que pudiera estar junto a ella y ese fue su peor error.
El Worwick lo sorprendió dándole un fuerte golpe en su cabeza y de esa manera; Minerva logró soltarse del amarre de aquel extraño que había quedado aturdido, pero a pesar del dolor que le produjo el golpe propinado por el Worwick, el hombre logró desenfundar su espada y Veikan hizo lo mismo.
Ambos se miraron entre sí e inesperadamente la mirada ruda y airada de aquel hombre se desvaneció. «Esos ojos, ese cabello, es un Worwick», pensó el extraño, que al parecer sintió temor ante la presencia de Veikan sabiendo bien quién era él.
Ambos hombres se colocaron en posición de pelea con espadas en mano, sin quitarse la mirada el uno del otro mientras se retaban entre sí. Veikan comenzó a rodearlo mientras le amagaba con cierta burla, amenazándole con atacarle, pero no lo hacía. Ante el asecho del Worwick el extraño se sintió abrumado y cedió propinando el primer ataque que era justo lo que Veikan buscaba al incitarlo y el ruido que ambas espadas produjeron al chocarse entre sí se escuchó con fuerza en medio del silencio del lugar mientras ambos comenzaban a pelear con salvajismo uno contra el otro.
Minerva, nerviosa y aturdida por lo que estaba presenciando, comenzó a gritar pidiéndole a Veikan que se detuviera, pero el enfrentamiento estaba lejos de acabar.
El príncipe de casta blanca no dudó dejar en claro el potencial de sangre que poseía. La forma de desarmar de Veikan era muy peculiar y lo demostró cuando el extraño le dio la oportunidad. Sin amagar tanto y con mucha precisión, el Worwick no golpeó la espada del hombre para arrancarla de sus manos, sino que de lo contrario él directamente le cortó la mano al desdichado, haciéndolo gritar de dolor mientras la sangre brotaba del hombre y salpicaba.
Al Minerva ver lo que Veikan había hecho gritó con horror y tapo sus ojos con fuerza, ella jamás había visto algo parecido y sus nervios estaban al borde y a punto de explotar rogando una y otra vez al Worwick que se detuviera, pero Veikan estaba lejos de detenerse.
El peliblanco se situó tras el hombre y colocó su espada en la garganta del extraño, quien no tardó en rogar por su vida entre quejidos de dolor, dejándole saber a Veikan que él no estaba solo y que había muchos más con él en el bosque. Veikan sintió el miedo en su voz y lo disfrutó a más no poder con gran éxtasis, susurrándole al oído: —¿Sabes quién soy, verdad? —El hombre asintió que si sabía quién era él y sin titubeos Veikan le respondió: —Pues qué bien que lo tengas claro, así al menos morirás sabiendo quién te mató.
Dicha estas palabras, Veikan pasó el filo de su espada por la garganta del hombre, abriéndola en dos, mientras Minerva gritaba con horror, por lo que sus ojos presenciaron en ese momento. Ella le seguía rogando a Veikan desesperadamente que se detuviera, pero él hizo caso omiso y culminó todo decapitando completamente al hombre, asegurándose de que su cabeza rodará lejos de su cuerpo.
La histeria de Minerva y su llanto aumentaron aún más, captando la atención de Veikan quien corrió hacia ella para intentar calmarla.
—¡Cálmate, Minerva, cálmate! —gritó él con autoridad en su voz, tratando de frenar los gritos de histeria de ella.
—¡No!, ¡no!, ¿Por qué hiciste eso Veikan por qué? —preguntaba ella aturdida entre llantos.
—¡Cálmate! —gritó él una vez más, logrando que ella guardara silencio—. Ya no grites, ya cálmate.
Veikan abrazó a la joven para lograr tranquilizarla, entendiendo que todo lo que vio fue muy fuerte para ella.
—Ya cálmate, ya pasó.
Minerva comenzó a respirar profundo mientras temblaba e intentaba conseguir la calma, pero aun así seguía aturdida de la impresión por lo que había visto. Ella jamás había presenciado cómo alguien le quitaba la vida a otra persona y menos de esta forma.
Al final Veikan logró calmarla, pero Minerva era muy curiosa y quería saber por qué Veikan lo había matado de esa forma.
—¿Quién era ese hombre? —preguntó ella titiritando.
—Es un Cangrino.
—¿Cangrino? ¿Qué es eso?
—Son un grupo de hombres que se camuflan en la maleza, merodeando los bosques, cualquier persona a la vista será una de sus víctimas. Estos hombres venden como esclavos a las personas que secuestran y a las mujeres más jóvenes las abusan para finalmente también venderlas como esclavas.
—¿Por eso me quería llevar? —preguntó ella horrorizada.
—Puede ser... Pero este hombre no es de aquí.
—¿Cómo lo sabes?
—Los Cangrinos están marcados, por eso lo reconocí y es obvio que no está solo; además, él me lo dijo —suspiró el príncipe—. Creo que es momento de irnos.
Minerva asintió y Veikan la cargó en sus brazos para subirla por la pequeña loma hasta llegar al caballo donde la ayudó a montarse y se montó él más atrás junto a ella partiendo rápidamente de aquel lugar.
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