𝐀𝐌𝐎𝐑, 𝐈𝐑𝐀 & 𝐃𝐄𝐁𝐄𝐑
Capítulo 8
La mañana había caído sobre el castillo Worwick y los intensos rayos del sol se adentraban a través de las ventanas del castillo, iluminando cada rincón del mismo.
La habitación de la princesa Diana no fue la excepción. La rubia se encontraba enredada en las sábanas de su cama junto a Veikan, quien se quedó a su lado esa noche para que ella pudiera dormir mejor después del día emocionalmente desastroso que había tenido.
Ambos comenzaron a despertar casi al mismo tiempo y Veikan divisó a su hermana recargada en su pecho desnudo, sintiendo un gran deseo de abrazarla con fuerza, estrecharla contra su pecho y así lo hizo.
—¿Dormiste bien?
—Sí, gracias por haberte quedado, me ayudó mucho tu presencia.
—Lo haré las veces que me lo pidas hermosa.
—¿Debemos levantarnos cierto?
—Sí, debemos —dijo el príncipe apoyándose sobre su codo para quedar casi encima de Diana—. Pero realmente no quisiera.
Diana esbozó una sonrisa inocente, esa risa tierna que cautivaba a su príncipe y sin pensarlo, Veikan posó sus labios sobre los labios de su rubia besándola con pasión, Diana enrolló sus brazos en el cuello de Veikan para no soltarlo y aferrarse a él por completo, pero el momento fue bruscamente interrumpido cuando la puerta de la habitación fue tocada.
Ambos príncipes se asustaron y Veikan cayó de la cama, mientas Diana se llevaba sus manos a su boca tapándola para no producir sonido alguno completamente asustada.
—Diana, soy yo tu madre, ábreme la puerta —gritó Elizabeth desde el otro lado.
Veikan se levantó y agarró rápidamente sus ropas y sus botas junto con su cinturón, y le hizo señas a Diana que abriera la puerta mientras él se escondía en el cuarto de baño.
Diana se bajó de la cama, arregló su bata de dormir, trató de tranquilizarse para no parecer asustada y abrió la puerta, dejándose ver soñolienta y un poco nerviosa mientras le rogaba a los dioses no ser atrapada, porque si llegaban a descubrirla sería terrible.
—Madre.
—Hija, ¿estás bien, mi amor? ¿Por qué estabas encerrada? —indagó Elizabeth.
—Quería descansar y no ser interrumpida.
Diana terminó de abrir la puerta para que su madre entrase, pero la reina no iba sola. Una vez Diana abrió la puerta por completo, la figura de su padre se hizo visible también; ambos quisieron ir a ver a su pequeña después de lo que había sucedido el día anterior; ellos naturalmente estarían pendientes de ella.
—¿Lograste descansar, hija? —preguntó Valko dándole un beso en la frente a su pequeña.
—Sí, padre —respondió Diana sentándose en la cama.
—¿Mi amor, quieres ir con nosotros a desayunar o quieres desayunar aquí?
—Quisiera hacerlo aquí madre.
—Está bien hija.
Mientras Elizabeth y Diana hablaban a gusto, Valko analizaba la habitación de su hija a centímetro, el rey había sido informado de que su heredero al trono no había dormido esa noche en sus aposentos y Diana se encontraba encerrada en su habitación cuando no era acostumbre de la joven hacer eso, Valko no quería pensar mal de ambos, pero él ya había pasado por algo similar hace años y sus sospechas eran fuertes.
—¿Harás algo más tarde o quieres que te acompañe? —preguntó la reina.
—Quisiera ir a leer un poco en la torre blanca y si usted padre me da permiso quisiera ir a montar a caballo con uno de mis hermanos.
—Está bien mi princesa —respondió Valko sonriéndole a su hija—. Pero el que sea que te vaya a acompañar, que vaya a ante mí a pedirme el permiso.
—Está bien padre. —Diana abrazó a su padre y el rey acunó con ternura a su niña entre sus brazos mientras la mirada del rey se fijaba en el cuarto de baño, por un momento Valko tuvo el impulso de soltar a Diana y entrar ahí, pero al final, no lo hizo, quizás él sabía que ahí podría estar su hijo mayor, pero prefirió dejarlo pasar, Valko quería que Veikan tuviera la suficiente valentía de confesarle todo si es que algo estaba sucediendo entre ellos dos así como él lo hizo con su padre el rey Vasko hace veinticuatro años cuando Veikan y Tanya nacieron.
Finalmente, Elizabeth y Valko salieron de la habitación para volverle a dar privacidad a la princesa, Diana cerró la puerta con seguro de nuevo sintiendo que el alma le volvía al cuerpo de los nervios que tenía al tiempo que Veikan salía del cuarto de baño completamente vestido y listo para abandonar los aposentos de su hermana.
—¿Quieres montar más tarde? —preguntó el príncipe.
—Sí, ¿podemos?
—Lo que tú quieras mi amor —respondió él a Diana para sostenerla en sus brazos y darle un beso.
—Ya vete y ten cuidado al salir.
—Nos vemos, te quiero —se despidió Veikan abriendo la puerta con sumo cuidado para asomarse en el pasillo y corroborar que no hubiera nadie que lo pudiera ver.
Al estar el pasillo libre, el príncipe cerró la puerta y se escabullo rápidamente hacia su habitación, pero a lo contrario de lo que el príncipe creyó, alguien sí lo estaba viendo, el mismo sirviente al que Aiseen le encargó vigilar a Diana y que lo vio encerrarse la noche anterior, lo vio salir de ahí después de los reyes, lo que le dejó más que claro la situación.
La soleada mañana no solo sorprendió a los príncipes Veikan y Diana, también lo hizo con el príncipe Valerio y la señorita Asenya quienes despertaron juntos y enredados en las sabanas de la pequeña cama con la luz del sol invadiendo sus rostros.
Los jóvenes se vistieron de rapidez para salir de la torre lo antes posible; debían ser rápidos para que Asenya llegara a su habitación a tiempo y sin ser vista.
—Te llevaré por el pasadizo para que nadie te vea entrar a tus aposentos —dijo Valerio tratando de darle calma a Asenya.
—Está bien —respondió Asenya dándole un beso a su príncipe.
—Confía en mí mi amor, todo va a estar bien. — Valerio besó las manos de Asenya tratando de infundir la mayor calma posible en ella.
Al terminar de alistarse, Valerio abrió la puerta de la pequeña habitación y ambos salieron sin tener cuidado alguno de ser vistos, pero sin darse cuenta estos también fueron vistos por el mismo sirviente que vigilaba a la princesa Diana.
Aquel hombre había subido a la torre para enviar una nota de lo visto la noche anterior y esa mañana al príncipe Aiseen por medio de uno de los cuervos que evitaban en esa torre. Ante la nueva novedad, el hombre no dudó en modificar el contenido de la carta para enviársela al príncipe, informándole lo escuchado y visto esa mañana de ambas parejas.
ARMES NORTHLANDY (CASTILLO DUNNOTOR)
Bajo el frío del norte, el príncipe Aiseen había despertado muy temprano y se había alistado abandonando sus aposentos. Su llegada al castillo se produjo en las horas de la madrugada y él únicamente logró dormir unas cuantas horas.
El príncipe se encontró con Lord Mirel en la sala privada de los antiguos reyes y de la que en ese momento él se sintió dueño, y ambos estaban entablando una conversación donde claramente se sentía un choque entre ambos.
—Mi príncipe, con todo el respeto que usted merece, creo que no fue buena idea haber venido solo a Armes, si usted va a ser presentado ante las masas del reino como futura mano derecha de su padre, el rey, el pueblo debe conocer a su esposa.
—Yo soy el Dunnotor no ella.
—Es cierto, pero ella es una Worwick, y este castillo y reino está bajo el mando de los Worwick.
—Yo también soy un Worwick.
—Entiendo su punto de vista mi príncipe, pero así se manejan las cosas, es prudente llevar a cabo estos asuntos correctamente, ella debe ser presentada con usted ante el pueblo de Armes como es debido, es una tradición de la casa Dunnotor que los reyes al ser presentado pasen el pueblo y que las personas conozcan a sus gobernantes.
Aiseen miraba con hostilidad a Lord Mirel, nada de lo que tuviera que ver con tener a Diana al lado de él le hacía gracia.
—Yo decido que hacer Lord —habló Aiseen con arrogancia.
—Usted no mi príncipe, su padre, el rey lo hará —Lord Mirel se dio la vuelta y salió del salón, dejando a Aiseen molesto por la tajante respuesta del Lord hacia él.
Aiseen podría ser un Dunnotor y el único heredero de la fallecida princesa Lana, pero Valko era el rey de Northlandy y Armes pertenecía a Northlandy y él debía entender cuál era su posición.
Cada reino tenía sus costumbres y este no era la excepción, Aiseen se quedó en silencio por unos segundos contemplando el antiguo escudo de la casa Dunnotor, sus bordes color verde menta y el fondo oscuro adornado con tres estrellas amarillas sobre un lazo dorado que envolvían el escudo; seguidamente el desvío su mirada y observó el nuevo escudo de la casa Dunnotor; el mismo color verde menta en los bordes con un fondo oscuro y en su centro el escudo de los Worwick conservando la cinta marrón junto a las tres estrellas en los extremos, Aiseen suspiró mientras miraba aquello con gusto y desagrado a la vez.
Segundos después de la salida de Lord Mirel del salón privado, ingresó Sr Harol, quien era el encargado del castillo hace muchísimos años.
—Mi príncipe —dijo Sr Harol haciendo una reverencia ante el Worwick.
—¿Sí?
—Vengo ante usted para llevarlo a un recorrido pedido por usted por todo el castillo.
—Claro, quiero ir a la habitación que era de mi madre.
—Venga conmigo.
Ambos hombres salieron del salón y se dirigieron a la habitación que perteneció a la princesa Lana. Sr Harol abrió la puerta, seleccionó una llave en específico de su gran juego de llaves y abrió la puerta. Aiseen se preparó para entrar en ella al recibir la debida indicación, y prontamente el hombre le hizo señas al príncipe que ya podía ingresar.
Aiseen respiró profundo y entró en la habitación a paso lento, observando todo a su alrededor con detenimiento sin decir una sola palabra. Él miró el tocador donde se imaginó que su madre peinó su cabello castaño alguna vez, miró también un espejo de cuerpo completo donde pensó que su madre se probó los más bellos vestidos que existían y seguidamente observó la cama perfectamente tendida. Él se acercó a ella y pasó suavemente su mano sobre la misma, sabiendo que en ese lugar su madre descansó alguna vez.
—¿Mi madre murió aquí?
—Sí mi príncipe.
—¿Murió sola, cierto? —preguntó Aiseen con la mirada triste.
—No, su padre, el rey Valko estuvo con ella.
—¿Él la vio morir?
—Sí, al rey se le había informado sobre el grave estado de la princesa, pero él no se pudo acercar de inmediato. Él estaba en Turbios atendiendo algunos asuntos, pero él alcanzó a llegar el mismo día en que su madre murió.
—¿Ella estaba muy mal cierto?
—Su locura había crecido demasiados días antes de morir.
—¿Locura?
—Cuando su padre exilió a su madre del castillo Worwick en Northlandy y del castillo Worwick en Southlandy ella se encerró aquí, y con el tiempo el encierro la afectó mentalmente.
—¿Por qué la exilió? —preguntó Aiseen molesto.
—Son preguntas que no puedo responder mi príncipe, pues no tengo la respuesta.
—¿Mi padre veló su nombre bajo la tradición Dunnotor?
—No, mi príncipe, el rey debía volver a Southlandy, el mismo día que su madre murió, así que él la sepultó y se fue.
—¿Por qué? —preguntó Aiseen indignado con la mirada empañada.
—La reina Elizabeth estaba pronta a dar a luz a la princesa Diana, su prometida, y el rey debía llegar cuanto antes al castillo, él quería asistir al nacimiento de la princesa.
Las palabras de Sr Harol lejos de darle paz a Aiseen solo lo enfurecieron más contra Diana, ella siempre había sido una molestia para él y el enterarse de que su padre no le dio el debido cuidado a su madre en su lecho de muerte gracias a que Diana nacería solo logró que su molestia aumentara más contra ella.
—Necesito que me diga por qué mi madre calló en ese estado.
—Eso no se lo puedo responder yo, pero su madre sí puede mi príncipe.
—¿Cómo?
Sr Harol se acercó al tocador de la habitación y agarró un cofre color plata para seguidamente depositarlo en las manos del príncipe, diciendo: —Aquí están las palabras de su madre escritas para usted, quizás en ellas encuentre respuestas.
Aiseen agarró el cofre y se sentó sobre la cama listo para leer el contenido de las cartas, Sr Harol se retiró de la habitación dejando a solas al príncipe para que él pudiera leer tranquilamente las palabras de Lana Dunnotor escritas para él.
TURBIOS (PALACIO ESCANDINEVA)
En islas de Mares Turbios; el príncipe Carsten había arribado muy temprano al salón privado del palacio para reunirse con Lord Sergi Whitemount.
Los dos hombres tenían una conversación pendiente sobre el compromiso que se celebraría entre el príncipe Worwick y lady Merrie, ambos ya estaban reunidos en aquel lugar junto a la ya mencionada para dialogar sobre el tema.
—Lo escucho, Lord Sergi.
—Mi príncipe, su padre, el rey Valko ha hablado conmigo sobre el compromiso que él pretende que se lleve a cabo entre usted y mi hija Lady Merrie.
—Sí, mi padre me informó sobre el tema. ¿Usted está de acuerdo con ello?
—Sí, mi príncipe, para mí es un honor grande que usted quiera y esté de acuerdo en desposar a mi hija. El matrimonio se podría llevar a cabo en esta semana. Los recién casados podrían pasar un tiempo en Azzex y su estancia podría ser en Northlandy, esa es mi propuesta, príncipe.
Carsten miró a Merrie detenidamente, la joven tenía la mirada agachas y él percibió cero emoción e incluso nulo interés en ella sobre el tema, así que no tardó en extender la conversación hacia ella.
—Está más que claro que usted y su esposa están de cuerdo con esta unión, pero… quisiera saber si Lady Merrie está de acuerdo también.
La petición de Carsten sorprendieron a Merrie, quien le lo miró de inmediato perpleja por sus palabras, sorprendiendo a Lord Sergi de la misma manera. La joven no entendía por qué él quería saber su opinión, a ella siempre se le había inculcado que sus ideas no eran necesarias y que ella debía obedecer primero a su padre y después al que fuera su esposo sin protestar, por esta razón la joven se notó desinteresada por el compromiso, y al final las palabras de Carsten captaron su atención.
—Mi príncipe, mi hija Lady Merrie ciertamente está de acuerdo también.
—Quiero escucharlo de ella misma, Lord.
Merrie no habló ni intentó hacerlo, ella solo miró a su padre y Carsten percibió aquel gesto de sumisión, él supo que si quería que ella hablara, tenía que estar a solas con la joven y sin pensarlo dos veces Carsten pidió a Lord Sergi que les diera espacio a solas.
Un poco predispuesto, el hombre se levantó y se acercó sutilmente a su hija para darle un beso en la mejilla y susurró a su oído. —Más te vale que no lo arruines, niña.
El hombre salió de la habitación dejando sola a la pareja. Ella se notaba nerviosa, Carsten le parecía un hombre bello y atractivo, pero en el fondo Merrie odiaba pensar que pasaría de ser sometida por su padre a ser sometida por un desconocido.
—Siéntese mi Lady —dijo el príncipe amablemente, la joven tomó asiento y dio las gracias a Carsten, quien le sonrió con amabilidad—. Sabes, Estoy aquí porque se supone que me casaré contigo, pero... antes de todo esto... Quiero tu opinión sobre el asunto.
—¿Mi opinión? —preguntó sorprendida.
—Sí, tu opinión, quiero saber si estás de acuerdo en casarte conmigo y quiero que seas sincera.
—¿Usted está de acuerdo en casarse conmigo?
—Pues sí, eres una mujer muy hermosa, y sé que cualquier hombre estaría dispuesto a casarse contigo, pero yo no soy cualquier hombre, yo quisiera que tú también desees hacerlo.
—¿Por qué?
—Quiero que la persona con la que me case quiera estar conmigo genuinamente, no solo quiero sentirme bien yo, sino que también esa persona se sienta bien, en este caso tú, no quiero complacerme solo yo, quisiera que tú también te sientas complacida.
Las palabras de Carsten sacaron una sonrisa tímida de los labios de Merrie de la que él fue testigo, logrando que él también se sonriera.
—Nunca había escuchado que mi opinión fuera importante.
—Conmigo lo será, por eso siento necesario saber tu postura y quiero proponerte esto directamente Merrie… ¿Quisieras casarte conmigo?
Un silencio invadió la sala dejándole claras indicaciones a Carsten sobre la respuesta de la joven, pero más que entenderlo, él lo aceptó, y pensó que quizás ella necesitaba pensar bien lo que realmente quería.
—Hagamos algo, quiero que lo pienses, si estás de acuerdo y aceptas, quiero que te sientas libre de decidir donde quieres que nos casemos, cuando y también donde quieras vivir, tú eliges Merrie.
Merrie no podía creer lo que oía en ese momento. Un fuerte sentimiento de poder y maravilla le invadió por dentro al pensar que ella podría decidir. De inmediato, la joven se levantó de su silla y dijo:
—Gracias mi príncipe, en cuanto tenga mi respuesta se la haré saber, permiso.
Merrie salió de la habitación apresurada y anonadada por la actitud de Carsten, quizás ella ahora consideraría el aceptar ser su esposa.
Hola 👋, Quiero primeramente agradecerles a todos los que leen votan y comentan esta historia, les agradezco mucho su gran apoyo sus vistas votos y comentarios son muy importantes 🤗🥰💗
Quisiera también comunicarles a los lectores fieles de LOS WORWICK que no podré estar actualizando seguidamente pues se me han presentado algunos inconvenientes, pero prometo estar actualizando un capitulo semanal 😀
Les mando abrazos y buenas vibras a todos 🤗😇
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