𝐈𝐈𝐈. 𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐀 𝐓𝐔 𝐕𝐎𝐋𝐔𝐍𝐓𝐀𝐃
Capítulo 3
Con cierto malestar, Anya cruzó las puertas de la sala privada del rey, donde ella sabía que se encontraba Darcel. Con una expresión de molestia en su rostro, cerró las puertas y se acercó ante la presencia de su hijo, quien sí la sintió llegar, pero no se inmutó para mirarla.
—Madre, ¿qué la trae por aquí? —preguntó él con despreocupación, sin quitar la vista de los papeles.
—Sabes muy bien por qué estoy aquí. —Le arrebató los papeles de la mano—. Debes parar, Darcel. He sido paciente contigo, te he apoyado en todas tus decisiones, incluso cuando no las entendía del todo, pero lo que estás haciendo hijo, está fuera de control.
Darcel suspiró, un tanto irritado, y mirando a su madre dijo:
—Todo está bajo control.
—¡No es cierto! No me trates por estúpida, que no lo soy. Debes volver al gobierno que tenía tu padre.
—No lo haré, madre.
—No te estoy dando una opción, ¡Te lo estoy ordenando!
—Padre tenía su forma de gobernar, y yo tengo la mía —respondió con calma, aunque su voz sonaba ligeramente tensa—. No soy él, y no seguiré sus pasos ciegamente. Yo también tengo mi visión de reinado.
—No se trata de no tener visión, se trata de la ley de tus dioses, de lo que nos ha mantenido siendo una de las casas más respetadas y temidas. Tu padre y tus tíos hicieron sacrificios con su vida misma, incluso mi propio padre y mi hermano, para que ese trono en el que te sientas se mantenga en gloria, y no puedes pisotearlo.
—Madre, yo eso lo comprendo, pero usted también debe comprender que los tiempos cambian.
—¡Eso no es una excusa para destruir lo que tus ancestros construyeron! El día que tu padre te sostuvo por primera vez en sus brazos, te miró con orgullo y recitó palabra por palabra el juramento que se le da a un rey.
—Porque soy su heredero.
—¡No! La forma en la que tu padre te miró la última vez que te vio fue devastadora para mi corazón, porque te miró con decepción. Fue tu padre quien sentó las bases para tu reinado y para que lo continuaras, no para que lo destruyeras con decisiones impulsivas y caprichosas. Si te elegí a ti, y no a tu hermano, fue porque creí que tenías la capacidad de ser un buen rey, de honrar su legado y porque eres su heredero legítimo. No destruyas mi corazón, Darcel, no me hagas pensar que me equivoqué.
—¿Entonces es cierto? —preguntó él confuso, con la voz tensa—. ¿Padre iba a darle el trono a Vermilion, como él lo dijo?
Anya guardó silencio por unos segundos evaluando si debía contestar aquella pregunta.
—Sí, lo consideró —admitió—. Pero fui yo quien insistió en que tú debías ser el rey.
—Él siempre fue el favorito de padre.
—No era su favorito Darcel. Tú te fuiste por muchos años, cuando se suponía que debías estar aquí recibiendo tu instrucción, y al final no hiciste nada ahí afuera, ni siquiera volviste con una esposa.
—Buscaba tierras que conquistar.
—¡Y no con quistaste nada! Solo trajiste pensamientos absurdos que no van de acuerdo con la ley de esta casa, y tu padre se dio cuenta, aun así, él siempre esperó que recapacitaras, y aún estás a tiempo. Deberías buscar esposa.
—¿Para qué?
—No te hagas el listo, Darcel. Eres el primer rey en ascender sin estar casado, y sabes que es una ley que tengas esposa para ocupar tu lugar en el trono.
—No me casaré solo porque usted lo quiera —replicó—. No necesito ese complique en mi vida ahora.
—¡Necesitas un heredero para asegurar la continuidad del reino! —la voz de Anya se elevó, revelando su molestia—. Y no se te ocurra pensar que podrás tener hijos con una mujer cualquiera, porque un bastardo no podrá ocupar el trono. ¡Eso jamás sucederá!
—¡Eso lo decidiré yo!—dijo él con dureza.
Una fuerte bofetada fue lo que recibió Darcel de su madre
al sentirse insultada por las últimas palabras de su hijo; misma que le dolió en lo más profundo de su corazón, ya que ella jamás le había dado un golpe a su hijo.
—No olvides que fui yo quien te puso en el trono —le susurró, amenazante—. Y puedo bajarte de él si continúas por este camino. No pongas a prueba mi paciencia, hijo.
Sin esperar respuesta, Anya se dio la vuelta y salió de la sala, dejando a Darcel solo, con la mente revuelta y cierta rabia recorriendo su cuerpo. Retar a sus primos y a su hermano no era lo mismo que retar a su madre o a su abuela, y por más que deseó en ese momento removerlas del consejo, no podía hacerlo, y por respeto a ellas no lo haría.
FICXIA ARTARBUR - CASTILLO WORWICK
El sol brillaba sobre el patio de entrenamiento del castillo, despejando el cielo nublado de la intensa lluvia de la noche anterior; reflejándose en las espadas que se batían en duelo mientras que el príncipe Nicola y Sr Sain, el comandante de la guardia de Artarbur, intercambiaban golpes con precisión y rudeza.
El regente de Artarbur esquivaba cada ataque del comandante con una agilidad asombrosa, y a pesar de la intensidad del combate, había una confianza innata en sus movimientos, como si la espada fuera una extensión de su propio cuerpo.
El comandante intensificó aún más los ataques hacia el rubio, buscando su caída, y cuando finalmente lanzó un ataque rápido; el príncipe lo esquivó en un giro inesperado con un movimiento tan fluido, que la espada del príncipe encontró el punto exacto, desarmando al comandante en un abrir y cerrar de ojos, y el sonido del acero golpeando el suelo resonó en el aire, marcando el fin del entrenamiento.
Con la respiración agitada, Sr Sain observó a Nicola y sonrió mientras aplaudía la audacia de su alumno, quien en el tiro con arco y flecha era aún mejor, haciéndole honor a su abuelo, el príncipe Valerio.
—Bien hecho, Alteza. Me ha superado hoy —dijo con una sonrisa respetuosa, recibiendo la espada del Worwick en sus manos.
Por su parte, Nicola respiraba con dificultad por el agitado entrenamiento, pero sonriendo, inclinó la cabeza con cierta ligereza en señal de agradecimiento a su mentor.
—Gracias, Sr Sain. Ha sido un buen entrenamiento básico.
—Cuando usted lo desee, puede tomar una formación militar más avanzada; ya está preparado.
—No, señor. Mi fuerte son otras cosas, pero sabe que esto jamás está de más —Nicola se inclinó para recoger la espada caída del comandante y se la extendió en un gesto cortés—. Su espada.
Sr Sain la tomó, asintiendo con respeto a su regente, y se retiró a continuar con sus actividades en el patio de armas, mientras que el príncipe se dirigió hacia el interior del castillo, cruzando el vasto jardín, y antes de llegar al pasillo principal, Nicola se encontró con su consejero, quien lo estaba esperando.
—Majestad. —El hombre se reverenció.
—¿Alguna novedad, Lord?
—Su esposa tomó el desayuno junto a sus hijos mientras usted estaba entrenando, y ahora lo espera en su sala privada.
—¿Está con Hermanni y Yesenia?
—No, mi príncipe. La reina Lyra se encuentra sola.
—Gracias, Lord.
—Antes de retirarme, príncipe, quería informarle que en su escritorio hay dos comunicados que llegaron a primera hora; uno es de Ravenmoort y el otro de Dunkelheit.
Nicola miró al Lord con el ceño fruncido y detuvo su paso de forma abrupta.
—¿Ravenmoort y Dunkelheit? ¿Qué noticias traen?
—No estoy seguro, Alteza. Los comunicados están sellados.
El príncipe asintió con ligereza y pensando con rapidez, dijo:
—Primero revisaré los comunicados y dependiendo de su contenido, le estaré informando sobre si se citará el consejo. Esté atento, Lord.
Con una última mirada al consejero, el príncipe continuó su camino hacia la sala privada para finalmente ver a su esposa.
Al llegar a la sala privada, Nicola entró en ella y cerró las puertas con seguro, encontrando a su esposa frente a la ventana. Ella se giró al sentir la presencia de él en la sala y una sonrisa cálida se dibujó en su rostro al verlo, mientras que el corazón del príncipe latía con fuerza al ver a la mujer más hermosa que pudiera existir a sus ojos frente a él.
Sin vacilar, ambos se acercaron el uno al otro, encontrándose en un beso tierno y profundo. El príncipe la rodeó con sus brazos, atrayéndola contra su pecho mientras disfrutaba del calor de su cuerpo, la suavidad de sus labios y la paz que solo ella sabía darle.
—Te he extrañado demasiado —susurró él contra sus labios y su voz cargada de emoción.
Ella se separó apenas lo suficiente para mirarlo a esos ojos grises intensos que tanto la deslumbraban, revelando todo ese deseo y amor que sentía.
—Y yo a ti, mi príncipe dorado —sonó su voz tan delicada y femenina.
—¿Lograste descansar? Me dijeron que llegaste muy temprano y no quise molestarte; sé lo agotador que son esos viajes.
—Sí, descansé.
—Entonces eso significa que puedo llevarte a nuestros aposentos; tengo muchísimas ganas de volverte a cansar.
Lyra sonrió con malicia, entendiendo las palabras de su esposo, a las que ella no dudaría en seguir al pie de la letra. A pesar de ser un poco mayor que él, Lyra era una mujer que gozaba de verse mucho más joven de lo que era, ya que su delicada figura y su baja estatura la hacían aparentar menos edad.
—Tienes asuntos pendientes en el escritorio. —Señaló.
—Sí. —Nicola miró los papeles—. Lord Raine me ha informado sobre eso.
—Creo que deberías verlos.
Nicola soltó el cuerpo de su esposa, se acercó al escritorio y se sentó en su silla, mientras Lyra tomaba lugar frente al escritorio. El rubio abrió los comunicados y los leyó con detenimiento, manteniendo la mirada fija en ellos.
—¿Todo está bien? —preguntó Lyra ante el silencio de Nicola y el gesto fruncido de su rostro.
—Molko quiere que envíe un pequeño grupo de soldados para que se unan a una formación que enviarán a la isla Andrax.
—¿Darcel sabe de esto?
—No, es una decisión que él tomó solo.
—Creo que tu rey está perdiendo el poder con su regente. Escuché que Molko le facilitó hombres a Vermilion para que atacaran la isla, e igual Varg hizo lo mismo.
—Sí, de hecho, Varg me escribió para decirme que irá hasta Andrax para imponer órdenes y reglas, y también me pide que apoye la decisión.
—¿Lo harás?
Nicola se quedó pensando por un momento en esto, siendo consciente de que hacer aquello era pasar por encima de la cabeza del rey y después de un denso suspiro, dijo:
—Haré lo que el rey Veikan hubiera hecho, o el mismo rey Valko.
—¿Enviarás a los hombres?
—Sí, la gestión de Darcel está dejando mucho que desear, y no voy a rendirme a sus exigencias cuando él ni siquiera luchó por la conquista de Andrax.
—Ten cuidado, amor mío, no quiero que él te acuse de traición. He oído rumores sobre su pésimo gobierno y lo que está haciendo en Northlandy con el pueblo.
—Lo sé, pero no me interesa. Yo haré lo que mi madre y mi abuela me enseñaron, y si él me considera traidor, entonces me sentiré honrado de morir en la ley de mis dioses.
NORTHLANDY
DÍAS DESPUÉS
En su caballo blanco y custodiado por un grupo de guardias, Darcel cabalgaba por los campos de cosechas del pueblo, después de haber recorrido el centro como lo había estado haciendo últimamente para según él, vigilar y mantener orden. Los lugareños se habían estado quejando de los muchos asaltos que sufrían a manos de ladrones, y a diario, Darcel salía a hacer guardia, llevándose apresados a los ladrones que atrapaban en el acto.
Ese día en especial, Darcel solicitó una carroza para llevar con la formación, tras la insistencia de su abuela y madre de que desposara una hermosa Lady para continuar con el legado de la casa Worwick y aunque Darcel no tenía intenciones de de obedecer las imposiciones que se le exigían; en uno de sus tantos paseos por los campos su opinión cambio al observar en repetidas ocasiones a joven campesina que siempre recogía cerezas en cierto lugar, y él no pudo evitar fijarse en la belleza, ternura y sencillez de aquella dama.
Como lo había estado haciendo los últimos días, Darcel recorrió el centro del pueblo, atrapando a unos cuantos ladrones, y al tomar el camino de regreso al castillo, cruzó por los campos, pasando por el lugar donde siempre veía a aquella jovencita que llamó su atención, y al llegar, se encontró con la figura de la damita recogiendo cerezas feliz junto a su hermano menor, y de inmediato él rey se dio cuenta de que ella no estaba sola, al ver un señor mayor estaba con ellos.
Darcel dio la orden de que la formación se detuviera y aquellas personas se percataron de que unos guardias y el mismo rey se habían detenido frente a sus campos.
El señor mayor, que se encontraba más cerca, se quedó quieto y temeroso ante la presencia del hombre de cabello blanco, quien él sabía que era su rey y un guardia se pronunció diciendo:
—Rindan sus respectivas reverencias ante el rey Darcel Worwick, Señor de los Once Reinos y cabeza de la Orden de los Trece Tronos de Nordhia.
El hombre bajó la cabeza ante Darcel, mientras que la joven hizo lo mismo, y su hermano se escondió tras ella con cierto miedo. Darcel por su parte, se situó frente al hombre y observándolo con dureza en la mirada, dijo:
—Levante la cabeza.
El hombre hizo lo que el rey le había ordenado, encontrándose con aquel hombre del alta estatura que portaba un imponente traje militar en color oscuro, una capa dorada colgando de su hombro derecho y unos guantes de cuero oscuros que cubrían sus manos.
En ese momento, una mujer adulta se acercó al lugar con una canasta en la mano, y al reconocer que el hombre de cabello blanco frente a su marido era el rey, intentó devolverse, pero los guardias le ordenaron que no se moviera, y volviendo su mirada al hombre, Darcel preguntó:
—¿Estos son sus cultivos?
—No, sí, bueno... sí —titubeó—, Majestad.
Con la mirada fruncida y mal encarada, él desvió sus ojos hacia la joven y volvió a preguntar:
—¿Esa es su hija?
El hombre miró a Evelyn y regresando su vista a Darcel, asintió diciendo:
—Sí.
—Me la llevaré.
—¿Cómo? —indagó el padre incrédulo.
—¡No! —susurró Evelyn por lo bajo, rayando en el pánico.
—¿Usted quiere a esa niña? —volvió a preguntar el padre de Evelyn con cierto desprecio.
—Sí.
—Con todo respeto, majestad, ¿no quisiera mejor algo de la cosecha?
—No.
—Es que esa niña es quien recolecta las cerezas para responder por el impuesto que se debe le dar, y si se la lleva, ya no habrá nadie que lo haga.
Darcel hizo una seña a uno de sus guardias con la mano, y este le entregó al rey una pequeña bolsa negra, que Darcel le arrojó al hombre diciendo:
—Busque a alguien más que lo haga. —Miró a la joven—. Ese trabajo no es para ella.
La bolsa cayó abierta sobre el hombre, y de ella salieron varias piezas de oro, engandeciendo la mirada del campesino, quien sin pensarlo dos veces dijo:
—Llévense a esa fastidiosa niña.
De inmediato, un par de guardias se dirigieron a Evelyn, y por más que la joven suplicaba que no la tocaran y gritaba que no quería ir, los guardias la tomaron de los brazos con fuerza y la comenzaron a llevar hacia la carroza en medio de sollozos, llantos y gritos pidiendo a su madre que hiciera algo, pero la mujer solo miró hacia otro lado apretando sus ojos con fuerza.
El hermano de Evelyn corrió tras los guardias, y de sus pantalones rotos sacó la daga que había encontrado para defender a su hermana, pero Darcel se interpuso y tomando al niño del brazo, fijo su vista en la daga que el pequeño tenía.
—¿De dónde sacaste esto? —preguntó, observando al niño con mala cara.
—¡Déjelo! ¡No lo toque! —gritó Evelyn en medio del forcejeo.
—¡Suelte a mi hermana y devuélvame mi daga! —exigió el pequeño, mirando a Darcel a la cara sin miedo.
—Esta daga es mía, niño. La robaste.
—¡Él no robó nada! La encontró en el campo —volvió a gritar Evelyn.
Con una ligera sonrisa maliciosa, Darcel le quitó la daga al pequeño y ordenó a otro guardia que lo retuviera.
Sabiendo que no había escapatoria, Rewan comenzó a llorar por su hermana, gritándole a sus padres que hicieran algo, pero el padre estaba ocupado contando las monedas de oro, y la madre solo estaba de espaldas, ignorando el asunto, mientras que Evelyn, le gritaba a su madre para que hiciera algo, pero pronto fue metida en la carroza y la puerta fue cerrada desde afuera.
Darcel montó su caballo y ordenó la retirada de la formación, los guardias soltaron al niño y montaron en sus caballos para alcanzar la formación del rey, mientras que Rewan corría en medio de un llanto amargo tras ellos, tratando de alcanzar la carroza donde iba su hermana, pero no pudo lograrlo, viendo cómo su hermana era llevada a la fuerza por el rey.
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