04| ¿Ya quieres iniciar con los problemas?


En los lujosos aposentos del Kral Serkan, los rayos dorados del sol atravesaban los ventanales, iluminando los intrincados tapices y las finas sedas que adornaban el espacio. Serkan estaba sentado con indolencia en un diván de terciopelo, mientras sus sirvientes le ofrecían fruta fresca y vino. La atmósfera parecía relajada hasta que uno de sus confidentes susurró con precaución:

—Mi señor... ha llegado la noticia de que el nuevo sirviente de la Kralice Mahidevran es un omega persa llamado Halit. Al parecer, se ha ganado su confianza rápidamente.

Al escuchar aquello, Serkan dejó escapar una risa burlona, profunda y maliciosa, que resonó en la habitación. Sus ojos, que siempre mostraban un brillo calculador, se entrecerraron con una mezcla de diversión y desprecio.

—¿De verdad? —dijo, alzando una ceja mientras apartaba la copa de vino—. Así que la pequeña flor albanesa finalmente ha encontrado a alguien leal. —Su tono estaba impregnado de sarcasmo—. ¿Cuánto crees que le dure? Apostaría a que no mucho. Deshacerse de un omega recién llegado nunca ha sido un reto... especialmente cuando nadie en este lugar le conoce.

Sus sirvientes intercambiaron miradas cautelosas, sabiendo bien que Serkan no hablaba en vano. Mientras contemplaba la idea, su mente se remontó a un recuerdo amargo, uno que lo llenaba de una satisfacción oscura. Con una sonrisa cruel, recordó cómo había manipulado la desaparición de Gulsah, la antigua criada de confianza de Mahidevran.

—Gulsah... —murmuró para sí mismo, como si el nombre invocara una sombra del pasado—. La más leal de todas, hasta que un día... se la llevaron al Bósforo. —Serkan hizo un gesto con la mano, imitando el acto de lanzar algo al agua—. A veces, me sorprende lo fácil que es hacer desaparecer a alguien aquí. Quizás, Halit —pronunció el nombre con desprecio— siga sus pasos.

Sus sirvientes asintieron silenciosamente, temerosos de decir algo que pudiera provocar su ira. Sabían que Serkan no bromeaba cuando se trataba de proteger su posición en el palacio y que Haría lo que fuera necesario para mantener el control.

—Sí... —continuó, hundiéndose en el diván con una expresión satisfecha—. No sería difícil. Un simple accidente, tal vez. O algo más discreto... en su caso, podría ser aún más fácil. Veremos cuánto tiempo sobrevive esa supuesta lealtad.

Serkan aún estaba sumido en sus pensamientos, disfrutando de la malicia de sus recuerdos, cuando la puerta se abrió de golpe. Un sirviente entró apresuradamente, inclinándose con respeto antes de hablar:

Kral Serkan... la Imparatorice Hurrem ha solicitado la presencia de la Sultana Mahidevran esta noche en sus aposentos.

El cambio en la atmósfera fue inmediato. La sonrisa que había bailado en los labios de Serkan desapareció, sustituida por una expresión de ira que creció como un fuego incontrolable. Su mirada oscura se clavó en el sirviente, quien temblaba ligeramente bajo su furiosa inspección.

—¿Qué has dicho? —preguntó Serkan, su voz baja pero peligrosa. A medida que la ira crecía en su interior, su mente se llenó de resentimiento. ¿Cuándo, por fin, sería el día en que Hurrem le devolviera todo el amor que una vez le profesaba? ¿Cuándo dejaría de llamarla a ella, Mahidevran, o a ese nuevo favorito, Kerem?

El nombre de Mahidevran era una espina constante en su corazón. Serkan apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Sentía que su pecho ardía con el dolor y el rencor acumulados. No podía soportar que Hurrem, la mujer a la que tanto había amado, prefiriera la compañía de otros antes que la suya.

—Siempre Mahidevran... siempre Kerem... —murmuró con veneno en la voz, mientras caminaba de un lado a otro del salón, como un león enjaulado—. ¡Nunca yo! ¿Cuándo volverá a ser como antes?

No encontraba forma de deshacerse de Kerem, aquel intruso que había usurpado el afecto de Hurrem. Pero esta noche, algo se rompió dentro de él. Ya no podía soportarlo más. Si él no podía estar en los aposentos de Hurrem esta noche, Mahidevran tampoco lo haría.

Serkan respiró hondo, buscando una calma calculada, y tras unos momentos de tenso silencio, su rostro volvió a adoptar una expresión fría y calculadora. Con un gesto sereno, llamó a uno de sus sirvientes de confianza, uno al que sabía que podía ordenar cualquier cosa sin que titubeara.

—Tengo un trabajo para ti —dijo Serkan en tono bajo pero firme, sus ojos entrecerrados mientras hablaba—. Mahidevran... no irá esta noche. Se asegurará de que tenga un "accidente" que la retenga en sus aposentos. No importa cómo lo hagas, pero esta noche no debe ver a la Imparatorice. Si yo no puedo estar allí... ella tampoco lo estará.

El sirviente asintió con la cabeza, comprendiendo de inmediato la gravedad de la orden. Sabía que Serkan no aceptaría errores y que la vida de Mahidevran, o al menos su bienestar, estaba ahora en sus manos. Se inclinó y salió del salón en silencio, dispuesto a ejecutar el cruel plan de su maestro.

Serkan, por su parte, volvió a sentarse en el diván, su ira transformada en una oscura satisfacción. Mientras el crepúsculo se cernía sobre el palacio, se prometió a sí mismo que, aunque fuera paso a paso, recuperaría el control sobre todo... y a Hurrem, cueste lo que cueste.







[***]

El día parecía tranquilo en los jardines del palacio. Mahidevran paseaba con serenidad junto a su hijo Mustafá y Halit, disfrutando de un momento de respiro en la vasta tranquilidad del lugar. El pequeño Mustafá, lleno de energía, miraba emocionado hacia los caballos. Con su mirada suplicante, pidió montar uno, y Mahidevran, con una suave sonrisa, accedió. Halit se ocupó de organizar todo, asegurándose de que el caballo de Mustafá estuviera listo y ajustado. Luego lo ayudó a subir al animal, manteniéndose cerca mientras daba las primeras vueltas en el jardín.

Todo parecía en calma, hasta que Mahidevran, al intentar montar su propio caballo, notó algo extraño. Cuando puso su pie en el estribo, sintió que la silla no estaba bien asegurada. Antes de poder reaccionar, el desajuste hizo que cayera al suelo bruscamente. Un dolor agudo recorrió su tobillo, y un grito ahogado salió de sus labios.

—¡Madre! —exclamó Mustafá, deteniendo al caballo de inmediato.

Halit, alarmado, corrió hacia ella, bajando cuidadosamente a Mustafá del caballo y llevándolo junto a su madre. Mahidevran, con el rostro pálido de dolor, trataba de mantenerse firme, pero su pierna temblaba bajo el peso del dolor intenso.

—Kralice, no se mueva —le pidió Halit con calma, aunque en su interior sentía la urgencia apremiante de la situación.

Con una fuerza sorprendente para alguien de su complexión menuda, Halit la levantó en brazos. Mahidevran, debilitada por el dolor, no opuso resistencia, y Mustafá, todavía preocupado, caminó apresuradamente junto a ellos mientras volvían a los aposentos de Mahidevran.

Una vez dentro, Halit colocó a Mahidevran sobre un diván con sumo cuidado. No podía esperar a la doctora, quien quizás tardaría demasiado en llegar. Tomó una venda y con destreza comenzó a inmovilizar el tobillo hinchado de la Kralice, moviéndose con la seguridad de quien ya había hecho esto antes.

Mahidevran, observando su habilidad, dejó escapar un leve suspiro de sorpresa.

—¿Cómo sabes hacer esto? —preguntó, tratando de mantener la voz tranquila a pesar del dolor.

—Mis hermanos... —Halit murmuró mientras ajustaba la venda—. Solían accidentarse mucho. Tuve que aprender a cuidar de ellos.

La conversación fue interrumpida bruscamente cuando una figura imponente entró en los aposentos, llenando el espacio con su aura. Halit levantó la vista y de inmediato reconoció a la mujer de cabellos rojizos que se encontraba frente a él: la Imparatorice Hurrem. Su belleza, con aquella melena de fuego y su porte regio, lo dejó sin aliento. Con torpeza, Halit se reverenció profundamente, sus ojos incapaces de despegarse de ella por unos momentos, embelesado.

—Mahidevran, querida —la voz de Hurrem era suave, pero cargada de preocupación—. Me han informado de lo que ha sucedido. ¿Cómo te encuentras?

Mahidevran, a pesar de su dolor, sonrió débilmente ante la preocupación evidente de Hurrem.

—No te preocupes —respondió—, me recuperaré rápidamente. Solo ha sido un pequeño accidente.

Hurrem se inclinó hacia ella, tomando con delicadeza su mano y acariciándola. La relación entre ambas era mucho más cercana de lo que muchos podrían imaginar.

—Sabes que siempre estoy aquí para ti —murmuró la Imparatorice con un tono íntimo—. No dudaré en ayudarte en lo que necesites. Tú y Mustafá son lo más importante.

Mientras Hurrem hablaba, Halit, aún de rodillas, la observaba en silencio, admirado por su presencia. Sin poder evitarlo, durante un breve instante, deseó ser quien recibiera aquella atención, estar en el lugar de Mahidevran, sentir el cariño de esa mujer imponente. Sin embargo, sacudió esos pensamientos rápidamente de su mente, manteniéndose en silencio, sin atreverse a decir nada.

Hurrem, al percibir su reverencia, le dedicó una ligera mirada, reconociendo su presencia con una breve inclinación de cabeza antes de volver su atención a Mahidevran.

—Descansa —le dijo la Imparatorice mientras se levantaba—. Me aseguraré de que nadie te moleste en los próximos días.

Cuando Hurrem abandonó los aposentos, la atmósfera quedó impregnada por su imponente presencia. Halit, aún algo aturdido, se levantó lentamente. Mahidevran, que había observado con discreción la fascinación de Halit por Hurrem, dejó escapar una suave risa apenas audible.

—¿Te ha cautivado la leona de cabellos rojos? —preguntó con una sonrisa enigmática, a lo que Halit, algo avergonzado, no supo cómo responder.

Pero Mahidevran no dijo nada más. Sabía lo que había visto, y aunque no lo mencionaría de nuevo, lo guardaría en su memoria con interés.

Mahidevran observaba a Halit en silencio mientras organizaba sus joyas, todavía ruborizado por el reciente encuentro con Hurrem. Era evidente que algo en la Imparatorice lo había cautivado, y Mahidevran no podía evitar sonreír para sí misma. Si era cierto que Halit sentía algo por Hurrem, no le molestaría en lo absoluto. Compartir el amor de su Imparatorice con el omega persa no era una idea desagradable; al contrario, le parecía intrigante.

En estas semanas que Halit había estado a su servicio, Mahidevran había llegado a conocerlo bien. No era como otros que se consumían en la vorágine del poder, como Kerem y Serkan. Halit, por el contrario, tenía una nobleza en su interior que le hacía pensar que, si entrase en el juego del poder, lo haría con una pureza que otros habían perdido hace mucho tiempo. Mahidevran confiaba en él, más de lo que había confiado en nadie en mucho tiempo. Podría considerarlo su amigo, y tal vez no solo su amigo, sino su único amigo verdadero en aquel lugar lleno de traiciones.

Una idea empezó a formarse en su mente mientras continuaba reflexionando. Si ella no podía ir a los aposentos de Hurrem esa noche debido al accidente, no permitiría que Serkan aprovechara la oportunidad para acercarse a la Imparatorice. La relación de Serkan con Hurrem había sido complicada, y Kerem también tenía demasiada influencia. Mahidevran sabía que debía truncar cualquier avance de su enemigo y, si Kerem tenía también algún "inconveniente", Hurrem estaría sola. O al menos lo estaría, hasta que ella enviara a Halit en su lugar.

Con un plan formándose en su mente, Mahidevran dejó escapar un suspiro. Observó cómo Halit seguía acomodando las joyas, aún algo distraído por los pensamientos de la Imparatorice. Decidida, lo miró con firmeza.

—Tú irás en mi lugar a los aposentos de Hurrem esta noche —dijo con voz suave pero autoritaria.

Halit, que estaba acomodando un collar de rubíes, se detuvo abruptamente. Giró lentamente para mirarla, desconcertado, sus ojos encontrándose con los de Mahidevran. Hubo un silencio incómodo entre ambos mientras él procesaba lo que acababa de oír.

—¿Qué? —preguntó, aún sin comprender del todo lo que Mahidevran acababa de decir.

Mahidevran no pudo evitar reír suavemente ante la sorpresa de Halit. Era un buen chico, y sabía que, aunque estaba nervioso, haría lo que ella le pidiera. Le sonrió, una sonrisa que contenía tanto afecto como confianza, antes de responderle con calma.

—Escuchaste bien, Halit. Esta noche, tú irás a ver a Hurrem en mi lugar.



[***]

Las Mahidevrans de mis omegaverse tienen algo con mandar a sus sirvientes con Hurrem JAJAJA (En sultanato griego, recordemos que Anastasia era su sirvienta XD)

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