03| Kralice Mahidevran.

El harén de la Imparatorice estaba envuelto en una atmósfera de expectación y rumores aquella mañana. La llegada de nuevos omegas había causado revuelo entre todos, desde las concubinas hasta los sirvientes, y especialmente entre aquellos que ya ocupaban lugares de privilegio dentro del círculo íntimo de Hurrem. Los susurros y miradas curiosas se entrelazaban, mientras algunos trataban de averiguar más sobre los recién llegados.

Kerem, uno de los ustas favoritos de la Sultana, se encontraba sentado en uno de los cojines de seda que adornaban la sala de espera del harén. Su porte era relajado, pero sus ojos reflejaban la astucia de alguien que siempre calculaba cada paso. Al escuchar los murmullos sobre los nuevos omegas que habían sido traídos desde tierras lejanas, no pudo evitar dejar escapar un comentario sarcástico.

—¿Realmente era necesario comprar más omegas? —dijo con una sonrisa burlona, mientras observaba a los demás con aire de superioridad.

Uno de los omegas presentes, intrigado por su tono, le respondió con cierta picardía:

—¿Acaso estás celoso, Kerem? —preguntó en un tono provocador, recibiendo algunas risas de los demás presentes.

Kerem soltó una breve carcajada, negando con la cabeza.

—¿Yo? Celoso de ellos, ¿por qué habría de estarlo? —replicó, enderezándose en su lugar con una confianza que irradiaba arrogancia—. Ningún omega es lo suficientemente digno para competir contra mí. Lo que Hurrem y yo compartimos va más allá de la simple atracción. Y, si lo dudas, dentro de poco le quitaré el lugar al mismísimo Kral Serkan.

Las risas y murmullos se intensificaron ante aquella afirmación, pero todos sabían que Kerem hablaba en serio. Era conocido por su ambición y su capacidad de manipular las emociones de la Sultana. Uno de los omegas, con un tono más serio, intervino:

—¿Y qué hay de Mahidevran? Ella también fue favorecida por la Imparatorice, aunque es una omega mujer.

Kerem se encogió de hombros, desestimando la mención de la Sultana Mahidevran con desdén.

—Mahidevran es un caso raro, sí. La mayoría de los que Hurrem ha favorecido son omegas hombres. En su caso, simplemente tuvo la suerte de que la Sultana se fijara en ella —respondió con tono frío, como si el éxito de Mahidevran fuera algo insignificante—. Pero dudo que pueda mantener ese favor por mucho tiempo. En este palacio, la lealtad es volátil, y Hurrem siempre busca lo mejor para ella misma.

Kerem sonrió con satisfacción al ver cómo sus palabras resonaban entre los presentes. Estaba seguro de su posición y no veía a los recién llegados como una amenaza. Para él, el harén era un juego de poder y manipulación, uno en el que pensaba salir victorioso, sin importar quién fuera favorecido por Hurrem en ese momento.

Halit, intrigado por todo lo que acababa de escuchar, sintió una pequeña chispa de esperanza nacer en su interior. Tal vez, si lograba acercarse a la Kralice Mahidevran, podría encontrar un lugar para sí mismo en este nuevo y aterrador mundo. Sin pensarlo demasiado, volvió a llamar la atención de Sumbul Agha.

—Agha... ¿Hay alguna forma de ser cercano a la Kralice? —preguntó con timidez, sus ojos azules llenos de incertidumbre.

Sumbul Agha se detuvo de nuevo, visiblemente fastidiado por la insistencia del joven omega. Sus ojos oscuros recorrieron la figura del muchacho con desdén, evaluando su apariencia. Halit, con su cuerpo delgado y frágil, apenas parecía ser capaz de cumplir con los roles más exigentes del harén, y mucho menos con las expectativas de servir a la Imparatorice Hurrem o de dar a luz a buenos alfas. El desprecio en la mirada de Sumbul era palpable.

—¿Cercano? —respondió Sumbul con un tono frío y severo—. La única forma de acercarte a la Kralice sería sirviéndola. Pero mírate... —añadió, su voz teñida de sarcasmo—. Dudo que alguien como tú tenga las habilidades o el cuerpo para ser de utilidad en el harén de la Imparatorice. Tu cuerpo menudo no es apropiado para dar a luz a buenos alfas.

Halit sintió una punzada de dolor ante esas palabras, bajando la mirada, consciente de su fragilidad física. Pero antes de que pudiera responder o siquiera procesar lo que Sumbul había dicho, el Agha se quedó en silencio, contemplándolo detenidamente. Algo parecía haber pasado por su mente, una idea que Halit no comprendía del todo.

Sumbul entrecerró los ojos mientras pensaba en Mahidevran, la Kralice, que en estos momentos no tenía un sirviente propio de confianza. La mayoría de los que habían estado cerca de ella en el pasado habían sido espías del Kral Serkan, que siempre buscaba la manera de acabar con la vida del pequeño Şehzade Mustafá. Quizás, al enviar a este joven omega persa, Sumbul podría matar dos pájaros de un tiro: deshacerse de un joven insignificante y proporcionar a Mahidevran alguien que, al menos, no tuviera vínculos evidentes con Serkan.

—Tal vez... —murmuró para sí mismo, luego, con voz más fuerte, agregó—. De hecho, podría ser que tengas una oportunidad, muchacho. La Kralice Mahidevran no tiene sirviente en estos momentos. Si demuestras que puedes ser leal y eficiente, tal vez puedas servirla.

Halit levantó la vista, sorprendido. No era la respuesta que había esperado, pero la idea de tener una oportunidad, por mínima que fuera, le dio una pequeña esperanza en medio de tanta incertidumbre.

—Haré lo que sea necesario, Agha —respondió con firmeza, aunque su voz aún temblaba un poco.

Sumbul asintió, aunque sin mucho entusiasmo. Aún no estaba convencido de que Halit fuera capaz, pero si lograba sobrevivir a la corte y ganarse la confianza de Mahidevran, quizá podría ser útil. O, en el peor de los casos, sería otra pieza fácilmente descartable en el peligroso tablero del harén otomano.

—Bien —dijo finalmente—. Mañana te presentarás ante la Kralice. Prepárate, muchacho. Esto no será fácil.







[***]

El aroma a incienso y rosas impregnaba los aposentos de la Kralice Mahidevran, un espacio lujoso pero de una serenidad casi asfixiante, donde cada objeto parecía tener un propósito de reverencia hacia su ocupante. Sumbul Agha, con la cabeza inclinada, avanzaba lentamente hacia la Kralice, seguido por Halit, quien mantenía la mirada baja, nervioso por lo que estaba a punto de suceder. El silencio en la habitación era abrumador, roto solo por los suaves pasos de los dos.

Kralice, he encontrado a alguien que podría servirte. No tiene ningún vínculo con Serkan —anunció Sumbul, haciendo una ligera reverencia mientras se apartaba a un lado para que Mahidevran pudiera ver al joven omega.

Mahidevran, con su presencia imponente y belleza serena, estaba sentada en un diván adornado con ricos bordados. Alzó una ceja, intrigada, y sus ojos se posaron en Halit. Era evidente que el muchacho no era de allí: su piel ligeramente más oscura, su cabello castaño y esos penetrantes ojos celestes delataban su origen extranjero.

—¿De dónde es? —preguntó Mahidevran con voz suave, aunque cargada de autoridad. El interés en su tono era palpable.

Sumbul dio un paso atrás, señalando a Halit para que hablara, pero antes de que el joven pudiera abrir la boca, Mahidevran levantó una mano, deteniendo cualquier respuesta.

—Antes que nada —dijo, sus ojos volviendo a Sumbul—, gracias por traerme a alguien sin conexión con Serkan. Como recompensa, por tus servicios leales, toma esto.

Le extendió una pequeña bolsa de cuero que tintineó con el sonido inconfundible de monedas de oro. Sumbul, visiblemente complacido, hizo una reverencia profunda y se retiró de inmediato, dejando a Halit solo con Mahidevran.

El joven omega sintió cómo el peso del silencio lo envolvía una vez más. No sabía cómo comportarse en presencia de una figura tan importante, y el temor lo invadió por completo. Aún así, levantó un poco la cabeza, lo suficiente para ver los ojos oscuros de Mahidevran fijos en él, expectantes.

—Ahora sí —dijo Mahidevran, con una leve sonrisa que suavizó la tensión en la habitación—. Dime, ¿de dónde eres? ¿Qué edad tienes? Y, lo más importante... ¿es verdad que no conoces a Serkan?

Halit tragó saliva antes de hablar. Su voz salió temblorosa al principio, pero poco a poco fue ganando firmeza.

—Soy de un pequeño pueblo persa, Kralice. Tengo dieciocho años —dijo, titubeando un poco al pensar en cómo seguir—. Y... no sé quién es Serkan. Solo sé de su existencia porque escuché el nombre de boca de otros, pero no tengo ninguna relación con él. El único nombre que conozco en este lugar, aparte del suyo, es el de Usta Kerem.

Mahidevran lo observó detenidamente, como si estuviera evaluando cada palabra y cada gesto. Al escuchar su respuesta, una sonrisa satisfecha se dibujó en sus labios.

—Eso es... bueno —dijo, su voz suave y cálida, lo que sorprendió a Halit—. Quizás, muchacho, no tengas que hacer mucho aquí. Mi hijo, el Şehzade Mustafá, es un niño tranquilo, y yo... —hizo una pausa, mirando alrededor de sus aposentos con una mezcla de resignación y melancolía— no salgo de mis habitaciones a menos que sea absolutamente necesario.

Mahidevran se levantó lentamente, su vestido de seda acariciando el suelo mientras caminaba hacia él. Se detuvo justo delante de Halit, bajando la mirada hacia el joven omega que seguía sin atreverse a mirarla directamente.

—Desde ahora, serás mi sirviente personal —dijo con una voz tranquila pero llena de autoridad—. Tengo pocas personas en quienes puedo confiar, pero si es verdad que no conoces a Serkan, puede que aquí encuentres un lugar.

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