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CAPITULO UNO

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     EDITH LEFEBVRE da otra calada a su cigarrillo. Apoyada en la pared del Instituto Voltaire, observa a la gente que pasa. Sólo había visto un par de chicas, el resto eran chicos. Sabía que habría pocas chicas, pero esperaba que hubiera más. Estaba un poco nerviosa por entrar. No le asustaban las clases, de hecho, era muy buena estudiante, pero sentía que no encajaba.

Primero, estaban los chicos. Maleducados, burlones y, sobre todo, obsesionados con las chicas. Pero no podía culparlos. Era el primer año que el Instituto Voltaire recibía chicas. Pero eso no lo hacía menos embarazoso para ella.

Luego estaban las chicas en cuestión. Guapas, elegantes y bien vestidas. Todo lo contrario, a Edith. Su familia era pobre y ella era la única niña de cuatro hermanos. Los vestidos eran demasiado caros, así que Edith no tenía ninguno. Sólo llevaba la ropa vieja de sus hermanos. Las chicas que veía pasar llevaban vestidos bonitos y cintas bonitas en el pelo. Edith llevaba unos pantalones marrones y una camisa blanca. ¿Cómo podía sentirse segura entre las demás chicas?

Su hermano gemelo ya había encontrado a sus amigos y no dudó en abandonar a su hermana delante de la entrada. No me malinterpreten, se llevaban muy bien. Sólo que Edith no quería entrar directamente en la escuela, así que su hermano se limitó a ir primero. Habían solicitado estar en la misma clase, pero no les confirmaron nada. Realmente esperaba que su petición hubiera sido tenida en cuenta. Tener a su hermano con ella lo haría todo mucho más fácil.

Se dio cuenta de que se había terminado el cigarrillo. No se sentía más preparada que antes, pero sabía que no era el momento de echarse atrás. Dejó caer la colilla al suelo y la aplastó con el tacón. Levantó la cabeza. Ahora tenía que ir. Se colgó la correa de la mochila al hombro y dio el primer paso hacia la escuela.

Inmediatamente sintió que los ojos se giraban hacia ella y oyó que las conversaciones se apagaban. No sabía si las miradas sobre ella se debían a que era una chica o a que era una chica que llevaba pantalones. En ambos casos, no se sentía cómoda.

Por suerte para ella, pronto empezó a sonar la campana y todos los alumnos se reunieron en el centro del patio para escuchar el discurso del decano. Edith se quedó un poco apartada, no quería llamar la atención ni ser molestada.

—Bienvenidos al instituto Voltaire. Los tres años que estudiaran aquí, serán sin duda determinantes. Dentro de 40 años, aún recordarán los nombres de sus profesores. Los ensayos de filosofía quedarán grabados en su memoria. Algunos de los compañeros que conozcan aquí serán sus amigos para toda la vida. Antes de asignarles a sus tutores para este año, quisiera recordarles que Voltaire les da la bienvenida a las chicas. Me gustaría, les ruejo, que traten a las damas con toda la cortesía, el respeto, la galantería y la elegancia que estoy seguro que poseen... o eso espero.—

Todos se rieron de su comentario y dejó su sitio a una mujer de aspecto malhumorado que llamó a la primera clase. Edith estaba en ella, pero no Thierry. La pareja compartió una mirada entre la multitud. Mientras los demás profesores seguían pasando lista, los gemelos se abrieron paso entre la gente para acercarse el uno al otro.

—No estamos en la misma clase. ¿Qué vamos a hacer?—preguntó Edith.

—Vamos a ver a Bellanger para ver si pueden cambiar de clase—,respondió Thierry.

Su hermana asintió y esperaron a que se pasara lista y se dispersaran las clases para seguir al decano hasta su oficina.

Thierry lo llamó.—¡Señor Bellanger! Tenemos que hablar con usted—.

—¿Qué hacen aquí? Deberían estar en clase—, les dijo el hombre de gafas.

—Sí, pero... esta es mi hermana Edith—.Thierry señaló con la cabeza a la pelirroja.—Pedimos estar en la misma clase pero nos separaron—.

—Queríamos saber si era posible cambiar—.añadió Edith.

El señor Bellanger les dirigió una mirada que parecía genuinamente apenada.—Bueno, no siempre se aprueban las peticiones. No sé por qué la suya no lo fue. No creo que podamos hacer nada al respecto—.

—¿Seguro?—

—Puedo comprobarlo, pero hay muy pocas posibilidades de que puedan cambiar de clase ahora—,les explicó el hombre.—Los mantendré informados. Pero no esperen mucho. Ahora deberían volver a sus clases—.

—Gracias, señor—,hablaron los gemelos al unísono.

—Esto es una mierda.—Edith sacudió la cabeza, molesta, mientras se alejaban.

Thierry se encogió de hombros.—Especialmente para ti. Estás con Giraud. Es lo peor. Te va a matar por llegar tarde—.

—¿Tú crees?—,frunció el ceño la pelirroja.

—Bueno, pronto lo sabrás. Esta es tu clase—,su hermano señaló la puerta.—Nos vemos luego—.

Se alejó hacia su propio salón de clases y Edith se paró con vacilación frente a la puerta por un momento. Finalmente dio un ligero golpe en la puerta y entró en el aula. Todos los ojos se giraron hacia ella, pero el de la profesora fue el único que notó porque podría haberla atravesado. Una chica rubia con un bonito vestido azul estaba de pie detrás de su pupitre. Parecía que ella era precisamente el objetivo de la señora Giraud cuando Edith entró.

La profesora lanzó una mirada despectiva al atuendo que llevaba Edith y la joven se pasó rápidamente las manos por los pantalones, un poco avergonzada.

—¿Tarde en su primer día? ¿Dónde cree que está?—,le preguntó la profesora.

Edith intentó explicarse.—Estaba con el señor Bellanger...—.

—¿Nombre?—,la cortó la mujer.

—Edith Lefebvre—.

—Bueno, señorita Lefebvre, pensará en lo que es la puntualidad durante su castigo—.Declaró la señora Giraud mientras comprobaba el nombre de Edith en su lista.

—¿El primer día?—,exclamó la pelirroja.

La mirada penetrante de la mujer volvió inmediatamente sobre ella.—¿Está protestando? ¿Quiere otro?—.

Edith se mordió la lengua para no contestar. Sacudió suavemente la cabeza.

—Eso es lo que estaba pensando. Bueno, ahora que nos honra con su presencia, se sentará junto a la señorita Sabiani. Usted, recoja sus cosas y siéntese atrás—La profesora señaló al chico que estaba sentado al lado de la chica rubia.

—Pero soy miope—,se defendió.

—Atrás, dije—.

El chico recogió sus cosas y se dirigió al asiento vacío del fondo de la clase, junto a un chico de pelo rizado. Edith ocupó su lugar junto a Annick y la señora Giraud volvió a su clase como si nada, pero con su habitual rigidez. Eso no era realmente lo que Edith llamaría un buen comienzo.

Edith suspiró mientras el profesor de latín escribía en la pizarra. La verdad es que no entendía gran cosa. A su lado, Annick se movía inquieta en su silla para responder a la pregunta del profesor, pero el profesor la ignoraba deliberadamente.

Un chico con gafas levantó la mano y el profesor lo interrogó, a pesar de que Annick ya llevaba varios minutos levantando la mano.

—La señorita está levantando la mano—,sonrió el chico.

El profesor se giró hacia Annick pero era evidente que estaba molesto.—Tiene razon. ¿Sí?—

—'Los romanos dan la bienvenida a Horacio con gritos de alegría y lo acompañan a casa'—,se levantó la rubia.

—'Los romanos aclaman a Horacio'—,corrigió el profesor.—¿Podría conjugar el verbo 'ovare'?—.

Edith dejó de escuchar la respuesta de Annick. Miró discretamente hacia atrás cuando oyó que la parte de atrás de la clase se agitaba y se dio cuenta de que el mismo chico con gafas se pasaba un dibujo que acababa de hacer. El papel aterrizó en las manos del chico de pelo rizado que estaba sentado junto al chico con el que Annick estaba sentada esta mañana. Desde el principio del día, se había mantenido al margen, sin hablar. Había sido uno de los únicos en no hacer ningún comentario sobre las chicas y Edith no lo había visto burlarse de nadie desde que había estado en aquella clase.

—Dame eso. Démelo—,llamó el profesor al chico.

El chico se levantó de mala gana y cruzó la clase para entregarle el papel al profesor. El hombre lo desdobló para mirar lo que había escrito en la hoja y volvió a mirar al chico.

—¿Le hace gracia?—

—No fui yo—.

—¿En serio? ¿Quién fue?—,el profesor agitó el papel.

El chico no contestó y Edith se giró hacia el verdadero autor del dibujo, que mordía el tapón de su bolígrafo con una sonrisa. Estaba claro que no tenía intención de denunciarse a sí mismo.

—¿Su nombre?—,preguntó el profesor al chico de pelo rizado.

—No fui yo—.

—'No fui yo'. Eso dicen los culpables. Al final todos son iguales. Bueno, señor 'No fui yo'.

—Me llamo Laubrac—,dijo finalmente el chico.

—Está bien, Laubrac—,empezó el profesor antes de pararse a pensar un segundo.—¿No es usted el chico becado?—.

Edith notó un destello de pánico en los ojos de Laubrac. Evidentemente, no esperaba que el profesor lo desenmascarara delante de todos.

El señor Douillard siguió.—¿Don nadie que quiere graduarse? Qué curioso. ¿No le enseñaron disciplina en su escuela pública? ¡No permitiré que un bastardo interrumpa mi clase! Fuera de aquí—.

—No creo que deba hablar así—.Edith no pudo evitar hablar.

—¿Perdón?—el profesor se volvió hacia ella.

—No creo que deba hablarle así a sus alumnos—,volvió a decir, sin bajar la mirada.

El profesor la miró mal.—No creo que nadie le haya pedido su opinión, señorita Lefebvre. Puede ir con su nuevo amigo a la oficina del decano. Le pedirá una hora de castigo para usted también. Tengo entendido que no es la primera—.

Frunció el ceño, molesta, pero salió de la clase siguiendo a Laubrac. Caminaron uno al lado del otro en silencio por los pasillos hasta que él decidió hablar.

—No debiste hacer eso—.

—Tienes una forma muy rara de dar las gracias, ¿lo sabías?—,replicó ella.

—No te pedí ayuda—.

—De nada, ha sido un placer—, puso los ojos en blanco.

Llamó a la puerta del decano y éste los miró con decepción cuando estuvieron frente a él.

—Lo siento, señor. Sé que le debo mucho—.se disculpó Laubrac.

—Señorita Lefebvre, ¿puede esperar fuera, por favor? Estaré con usted en un momento—.

Ella asintió antes de salir de la habitación en silencio. Se apoyó en la pared y cruzó los brazos sobre el pecho con aire aburrido. Edith no estaba tan segura de sí misma como parecía. Thierry le había enseñado a cambiar las apariencias. Formaba parte de una banda y sabía hacerse la dura. Ella pasaba la mayor parte del tiempo con ellos, así que había aprendido a hacer lo mismo. Era una forma de protegerse. Pero en el fondo era insegura y empezaba a darse cuenta de las consecuencias de tener dos horas de castigo en su primer día.

Cuando Laubrac salió por fin del despacho del señor Bellanger, ella entró en la habitación sin darle tiempo a hablar y le cerró la puerta en las narices. Laubrac sacudió la cabeza con una sonrisa divertida. Edith fue a sentarse en la silla opuesta a la del decano.

—Lo siento—,dijo.—Sólo quería ayudar—.

—Edith, pareces una buena chica. Pero, ¿cree que los profesores quieren tener chicas aquí? ¿Con los problemas que eso provoca? Si llamas la atencion el primer día, les demuestras que tienen razón—.

—Lo siento, señor Bellanger. No volverá a ocurrir—.

—Me alegra oírlo. También lo siento, pero no puedes cambiar de clase. Me temo que tendrás que pasar el curso sin tu hermano a tu lado—.

—Oh. Bien. Gracias por intentarlo—.

—Vamos, ten cuidado ahora, y no te metas con nadie más—.El señor Bellanger sonrió suavemente.

Edith compartió una mirada con Annick mientras Descamps colocaba un recipiente lleno de agua encima de la puerta. Sus amigos se reían mientras el resto de los chicos de la clase decidían ignorar la situación.

—¿No deberíamos hacer algo?—.Preguntó Edith a la rubia.

Annick la miró fijamente.—¿Hacer qué? ¿Meternos en más problemas?—.

Edith sabía que tenía razón, pero no hacer nada le parecía mal. Se levantó de la silla, pero antes de que pudiera hacer nada, Michelle abrió la puerta. El agua cayó sobre su cabeza, empapando completamente su pelo y su vestido.

Descamps y sus amigos aullaron de risa. Algunos chicos miraron a Michelle con cara de pena. Otros estaban demasiado ocupados riendo y mirando su sujetador, que ahora era visible ya que el agua había hecho transparente su vestido.

La señorita Couret entró en la clase y las risas se calmaron. Rápidamente le entregó a Michelle su abrigo y la sacó de la clase. Apenas se había ido cuando Descamps empezó a reírse de nuevo y dibujó un par de pechos en la pizarra.

—¿Te parece gracioso?—exclamó Edith.

—Algo así, sí—.se burló Joseph mientras se acercaba a ella.—Sabes, tengo una pregunta que todo el mundo se hace. ¿Eres pelirroja de verdad?—,le preguntó tirando de un mechón de su pelo.

—¡Eh, quita tus manos de mi hermana!—exclamó Thierry corriendo hacia ella.

Inmediatamente saltó sobre Descamps, tirándolo al suelo, mientras todos empezaban a gritar. Edith se apresuró a agarrar a su hermano de los brazos, intentando apartarlo del chico, y algunos otros chicos la imitaron. En ese momento, otro chico entró en la clase y le dio un puñetazo en la cara a Dupin. Descamps escapó de las garras de Thierry y saltó a ayudar a sus amigos. Pronto todo se convirtió en un caos en el que todos se mezclaban para intentar separar a los chicos: Thierry, Dupin, Descamps y el chico que Edith no conocía.

A Descamps se le volaron las gafas y empezó a gritar mientras caía al suelo. Edith le agarró del brazo para acercarse a él. El señor Bellanger entró corriendo en la clase y se arrodilló junto a Descamps.

—Déjeme ver—.

—Mi ojo. No veo nada—.gritó Descamps.

—No lo toques. ¿Puedes levantarte?—

La señora Giraud entró a su vez en la clase y se dirigió hacia ellos mientras el decano miraba a los alumnos.—¡Pichon, llama a la enfermera, en seguida! Tiene una esquirla en el ojo—,ayudó a Descamps a levantarse.—Con cuidado. Vamos al hospital—.

—¡Vuelvan a sus salones!—Gritó la señora Giraud a unos chicos que estaban en el pasillo.

—Eres hombre muerto—.Dupin amenazó al chico que le había pegado un puñetazo a Descamps.

—¡Dupin, siéntate!—exclamó Bellanger.

La enfermera entró en la habitación y sacó a Joseph, seguido de Giraud.

—Jean-Pierre, a mi oficina—.Ordenó el señor Bellanger.—Los gemelos, igual—,se giró hacia los hermanos Lefebvre.

Thierry tomó la palabra.—Pero ella no hizo nada...—

—A mi oficina, ahora—.

El chico tomó la mano de su hermana y ambos salieron de la habitación con el chico llamado Jean-Pierre. Edith temía que aquello acabara aún peor de lo que ya estaba.

Tuvieron que esperar mucho tiempo a que el señor Bellanger tuviera noticias de Descamps y luego a que hablara con el director. Cuando regresó, primero llevó a Jean-Pierre a su oficina. Los gemelos comprendieron que era el hermano mayor de Michelle y que, al igual que Thierry, había actuado para defender a su hermana. Sólo que Thierry no había dejado ciego a un chico.

Jean-Pierre salió del despacho de su tío al cabo de unos minutos y los gemelos entraron a su vez.

—No es la primera vez que trato con ustedes dos hoy—.El señor Bellanger los miró.—Edith, dos castigos en tu primer día. Y Thierry, ¿ahora te peleas? ¿Qué están hacen?—

—¡Pero si estaba intentando humillarla!—exclamó Thierry.

—¿Y eso es motivo para pelearse con él? ¡Ha perdido un ojo! Sé que no fuiste tú quien lo dejó ciego, pero el problema sigue siendo el mismo. Tú empezaste la pelea, Jean-Pierre la terminó. Ambos irán a una audiencia disciplinaria. Se arriesgan a la exclusión permanente—.

Edith sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. Si expulsaban a su hermano, sus padres no la dejarían quedarse sola en el Instituto. Y si abandonaban el instituto, acabarían trabajando en el bar a tiempo completo y se quedarían atrapados ahí para siempre. Y para Edith, no había ninguna manera de que eso sucediera.

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