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CAPITULO TRES

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EDITH terminó rápidamente de lavar los platos y colocó los vasos en el escurridor antes de dejar el trapo sobre la encimera.

—¡Me voy a clase!—gritó, tomando su abrigo del perchero.

—¡Edith, espera! Necesito que me ayudes con los postres, por favor—,la llamó su madre.

La pelirroja frunció el ceño.—Pero tengo clase en 20 minutos—.

—Por favor. Sabes que es un momento difícil para nosotras—.

Edith frunció los labios. Desde que su madre enfermó, tardaba más en preparar las comidas para el restaurante y estaba constantemente cansada, lo que significaba que siempre necesitaba ayuda. Obviamente, Edith no podía fallarle.

—Bien. Pero Thierry ya se fue hace media hora. ¿No puedes pedirle ayuda de vez en cuando?—,dijo mientras se quitaba el abrigo.

—Thierry es un varón. Tiene que ir a la escuela—,le contestó su madre mientras entraban en la cocina.

Edith negó con la cabeza.—Yo también tengo que ir a la escuela—.

Victoire Lefebvre soltó una carcajada.—No lo necesitas. Estarás bien, aunque no te gradúes—.

—Pero me graduaré. ¿Verdad?—,frunció el ceño su hija.

La mujer mayor miró sus postres. Parecía pensar qué contestar.—Sabes...—,dijo.—Por ahora no. Aún tenemos tiempo para pensarlo—.

—¿Pensar en qué?—

—Ya sabes, si alguien te pide matrimonio, en realidad no necesitarás tu diploma—.Victoire se encogió de hombros.

—Pero incluso si me caso, cosa que no quiero por ahora, seguiría queriendo graduarme. No veo por qué mi marido podría trabajar y yo no. Quiero decir, quiero un trabajo y una carrera—.

—Y eso es genial, cariño. Sólo quería decir que no sabemos qué pasará mañana—.

Edith se quedó mirando a su madre un momento. Ella no quería ser así. No quería ser alguien que trabajaba en el mismo sitio que su marido porque él quería. Quería poder hacer lo que quisiera. Y quería graduarse, no casarse ni trabajar en el bar con su madre.

Edith tocó el timbre de la escuela. Obviamente, ayudar a su madre le había hecho llegar tarde. Se había perdido la primera hora de clase. Un supervisor vino a abrirle la puerta y la dejó pasar. Corrió a su clase de matemáticas y llamó a la puerta. El resto de la clase estaba recogiendo para ir a la siguiente.

El señor Marcelin la hizo pasar.—Señorita Lefebvre, ya no la esperábamos—.

—Lo siento mucho, señor—,respondió ella, acercándose a su mesa.

—Esto es para usted—,le entregó la hoja de su último examen.—Intenta llegar puntual a clase, quizás te ayude a no sacar un 8 en el próximo examen—.

Ella tomó la hoja con vergüenza. Realmente pensaba que había aprobado el examen. Se apartó un poco el pelo de la cara. La gente salía poco a poco de la sala.

—Como les dije a tus compañeros, vamos a probar un nuevo método. Les he pedido que trabajen en parejas para preparar una presentación. Como no estabas aquí, no tienes compañero. Por suerte para ti, no eras la única que faltaba, lo que significa que trabajarás con el señor Faure—,dijo el profesor mientras miraba la lista de alumnos.

Marc. No le conocía mucho, pero era bastante discreto y por lo poco que había hablado con él, era simpático, así que no era mala noticia. El señor Marcelin le explicó en qué consistía la presentación antes de dejarla ir a su siguiente clase.

Al día siguiente, Marc volvió a clase. Edith y él decidieron que trabajarían por la noche en casa de ella, ya que ella tenía su turno en el bar justo después de las clases, y Marc se reuniría con ella cuando terminara.

Mientras ella limpiaba una mesa, entraron dos chicos y se sentaron en la barra. Eran Laubrac y Mercier, otro chico de su clase. Supuso que tenían que trabajar juntos para la presentación. Volvió detrás del mostrador y dejó el trapo para acercarse a ellos.

—Hola—,sonrió.

—Hola, Edith—,sonrieron los chicos al verla.

—No sabía que trabajabas aquí—.le dijo Alain.

Ella se encogió de hombros.—Mis padres son los dueños del bar. ¿Te traigo algo?—.

—Sólo un café—.Contestó Mercier.

—Lo mismo, por favor—,añadió el chico de pelo rizado.

Ella asintió y tomó dos tazas que colocó debajo de la cafetera. Mientras se preparaba el café, Mercier la interrogó.—¿Estás aquí todas las noches?—.

—Todas las noches, todas las mañanas, todas las veces que no estoy en la escuela—,respondió ella, deteniendo la máquina para entregarles sus tazas.

En ese momento, su hermano pequeño Lucas entró corriendo en el restaurante y puso su bolsa debajo de la percha.—¡Lo siento, llego tarde!—

—Este es mi hermano Lucas—,dijo la pelirroja señalando al chico con la cabeza.

—Hola—,saludó él, caminando detrás del mostrador con su hermana.

—Las manos—,le recordó ella y él corrió al fregadero para lavárselas.

Los dos hermanos dejaron a los compañeros de Edith para atender a otros clientes y un rato después, Marc entró en el local. Edith le hizo un gesto con la mano para avisarle de que venía y él se dirigió hacia Laubrac y Mercier para saludarlos.

Edith terminó lo que estaba haciendo y volvió hacia los tres chicos.—Hola.—

—Hola—.dijo Marc.—¿Dónde trabajaremos?—

—Estamos viviendo arriba. Te mostraré—,respondió la chica antes de agarrar su paquete de cigarrillos cerca de la puerta.—Adiós, chicos—,les dijo a los otros dos chicos.

Mercier, que estaba escribiendo en su libro, se limitó a saludar sin levantar la cabeza, pero Alain dedicó una dulce sonrisa a la pelirroja y ella se la devolvió mientras abría la puerta, dejando al descubierto las escaleras que conducían al apartamento de los Lefebvre.

Marc le siguió mientras ella se dirigía a su casa, encendiéndose un cigarrillo. Abrió la puerta de su apartamento y le dio el paquete al chico.—¿Quieres uno?—

—Gracias—,respondió él, tomando un cigarrillo.

Se sentaron en la mesa del salón y sacaron sus libros. La chica dio una calada a su cigarrillo y suspiró.—Entonces, ¿qué autor deberíamos elegir?—.

—No lo sé, la verdad. La verdad es que no leo mucho—.contestó Marc.

—¿No lees?—,preguntó ella sorprendida y él negó con la cabeza.—De acuerdo, bueno, ¿has oído hablar del libro Mujercitas?—.

—¡Oh, sí, leímos algunas partes en sexto año!—

A Edith se le iluminaron los ojos.—¡Genial! ¿Te gustó?—

—Sí, estuvo bien—.

—¿Tal vez podríamos hacer la presentación sobre la autora, Louisa May Alcott? ¿Te parece bien?—,preguntó la pelirroja.

Él asintió.—Sí, suena bien—.

Al día siguiente, Marc y Edith acordaron tomarse un descanso del proyecto, ya que era el partido de fútbol entre profesores y alumnos. Marc quería verlo, y Edith pensó que podía aprovechar la oportunidad para intentar entender su ocho en matemáticas. Estaba sentada en un banco del pasillo, con las piernas recogidas a su lado para poder apoyar en ellas su cuaderno.

—¿No estás viendo el partido?—.

Levantó la cabeza y vio a Alain de pie frente a ella. Estaba lloviendo fuera, así que sus rizos estaban mojados. Era bastante lindo.

—Estoy tratando de entender este examen de matemáticas, pero no puedo entenderlo—,respondió.—¿Por qué no estás afuera?—

—Estaba en el baño. Sabes que saqué un 19 en ese examen—,dijo él.

Ella frunció el ceño.—¿Felicidades?—

Él rió entre dientes.—No, me refería a que puedo darte mi examen si eso te ayuda. No puedo explicártelo todo ya que estoy trabajando en la granja cuando no estoy aquí, pero si n...—

—¡Eso sería genial!—exclamó antes de bajar la voz.—Perdón, te interrumpí—.

Él volvió a reírse.—No pasa nada. Te lo daré mañana—.

—Gracias. Muchas gracias—,dijo ella con una sonrisa genuina.

—Entonces...—Laubrac le dedicó una suave sonrisa.—¿Quieres venir a ver el final del partido conmigo?—.

Ella miró su examen. No entendía nada, así que decidió que trabajaría en ello con su examen. Volvió a mirar a Alain y sonrió.

—De acuerdo—.

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