𝟐𝟖: el rastro encontrado

Damon se quedó allí, de pie junto a la puerta cerrada segundos atrás, empapado por la lluvia, inmóvil como una estatua. Su mirada estaba fija en Elena, y más concretamente en su vientre, claramente redondeado por un embarazo avanzado. El silencio lo envolvía, solo interrumpido por el zumbido lejano del viento en el exterior.

─ Creo que... estoy viendo mal... ─ murmuró con voz rasposa, como si las palabras le dolieran en la garganta.

Elena, sentada en el sofá, evitó su mirada. Sintió cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza y sus dedos temblaban apenas perceptibles sobre su regazo. Stefan, atento, se acercó lentamente a ella, colocándose a su lado en un gesto protector. Ella le dirigió una mirada breve antes de bajar los ojos hacia su vientre y colocar con suavidad la mano sobre él, acariciando el lugar donde su hija crecía.

─ No, no estás viendo mal ─ respondió Elena con calma, aunque su voz arrastraba una mezcla de nerviosismo y serenidad. Estaba avergonzada, sí, pero no por su embarazo… sino por todo lo que había quedado sin decir.

Damon abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero no logró articular palabra. El impacto había sido más fuerte de lo que esperaba. No solo porque Elena estaba embarazada, sino porque había estado ocultándolo. Todo el tiempo que él había creído que podía encontrarla y recuperarla… ella había estado comenzando otra vida.

─ Elena está embarazada, como puedes notarlo, Damon ─ dijo Stefan finalmente, sin rodeos, rompiendo el silencio denso ─ por esa razón nos fuimos de Mystic Falls. Quería protegerla. A ella… y al bebé.

Damon parpadeó, aún sin moverse. Luego, una risa incrédula escapó de sus labios, una mezcla de sorpresa y algo más oscuro.

─ ¿Cómo es posible...? ¿En qué momento? ─ preguntó, casi sin aire.

Elena volvió a mirarlo, pero esta vez no con pena. Sus ojos tenían un brillo distinto: vulnerabilidad, sí, pero también determinación. No se arrepentía. No de su bebé. No de haber elegido irse.

No respondió su pregunta. En lugar de eso, se limitó a bajar la vista nuevamente a su vientre, y acariciarlo con ternura, dejando que su silencio hablara por ella.

Y Damon, por primera vez en mucho tiempo, no supo qué sentir. Solo supo que nada volvería a ser como antes.

[...]

El aire en la mansión estaba cargado de tensión. En el corazón del Barrio Francés de Nueva Orleans, la noche se extendía silenciosa sobre la ciudad, pero dentro de los altos muros de la mansión, la verdadera tormenta tenía otro rostro.

─ ¿Cómo pudiste hacer algo tan repugnante? ¡Él es nuestro hermano, Klaus! ─ gritó Rebekah desde el umbral del salón principal, los ojos vidriosos de furia e impotencia.

Klaus, de espaldas a ella, sostenía una copa de whisky. La giró lentamente en su mano, como si el remolino del licor pudiera apaciguar la tormenta que llevaba dentro.

─ No lo entregué. Se lo presté por un rato. Hay una diferencia ─ respondió con frialdad, sin molestarse en girarse a verla.

─ ¡Le entregaste su cuerpo disecado, como si fuera un trofeo! ¡A Marcel! ─ exclamó Rebekah, su voz temblando de furia y dolor mientras avanzaba con pasos firmes hacia Klaus ─ ¡Es nuestro hermano, Klaus! ¡El único que alguna vez trató de mantenernos unidos! ¿Y tú… tú lo usas como una moneda de cambio?

Klaus apretó los labios, finalmente girando para mirarla. Había fuego en su mirada, pero también una sombra de culpa que no se atrevía a aceptar.

─ ¡Todo lo que hice fue para ganarme la confianza de Marcel y recuperar lo que nos pertenece! ─ exclamó Klaus, alzando la voz mientras su mirada se encendía con una mezcla de furia y justificación.

Sus pasos resonaron con fuerza sobre el suelo de mármol al alejarse de Rebekah, como si necesitara moverse para contener el hervidero de emociones que lo consumía. Se volvió hacia ella con una intensidad que parecía capaz de incendiar el aire entre ambos.

─ ¡Nuestra casa, nuestro legado, todo lo que nos fue arrebatado! ¡He jugado el juego que Marcel exigía porque no tenía otra elección! ─ su voz tembló apenas, no de miedo, sino de la rabia contenida que no podía permitirse mostrar del todo.

Sus puños se cerraron con fuerza a los costados, sus hombros tensos, su respiración agitada.

Rebekah lanzó una carcajada cargada de desprecio.

─ ¿Y si alguien te obligara a quedarte encerrado, sin fuerzas ni libertad, sólo para demostrar que manda? ─ le espetó con dureza ─ ¿De verdad vas a justificar eso como algo necesario, Klaus?

Klaus entrecerró los ojos, pero antes de responder, un zumbido vibró en su bolsillo.

Tomó el teléfono sin mirar a Rebekah.

─ Después hablamos ─ dijo en voz baja, y sin esperar, caminó hacia su despacho y cerró la puerta tras de sí.

Klaus se acercó a su escritorio con pasos lentos pero firmes, el ceño fruncido y los ojos cargados de tensión. Cerró la puerta con fuerza tras de sí, aislando por completo la discusión con Rebekah. El despacho, amplio y silencioso, se impregnó con su presencia dominante. Se inclinó sobre el escritorio de madera oscura, tomó el teléfono con dedos tensos y lo presionó con firmeza contra su oído.

Su voz salió grave, controlada, pero cargada de una impaciencia apenas contenida, como un lobo enjaulado a punto de romper su encierro.

─ ¿Qué descubriste? ─ murmuró con tono oscuro, cada palabra impregnada de autoridad y amenaza, como si ya anticipara una respuesta que podía incendiar el mundo.

Del otro lado de la línea, se oyó la respiración entrecortada del híbrido, como si incluso a kilómetros de distancia pudiera sentir el peso de la furia contenida de Klaus.

La voz del híbrido resonó al otro lado, entrecortada por el sonido de viento.

─ Lo seguí, tal como ordenó. Damon Salvatore abordó un avión con destino a Madrid. Aterrizó y se dirigió a las afueras. No fue a un hotel ni a una zona turística. Tomó un auto alquilado y condujo hasta una región rural… una cabaña.

Klaus caminó lentamente hasta el ventanal, observando la luna llena sobre el cielo.

─ ¿Y?

─ Vi a Stefan Salvatore.

Klaus sonrió, pero no era una expresión de alegría. Era una sonrisa tensa, afilada, nacida no de la felicidad sino del presentimiento del poder. Se formó lentamente, como una grieta que se abre paso en una superficie tranquila antes de romperla por completo. Le curvó los labios, sí, pero sus ojos —esos ojos azules llenos de tormentas pasadas— se endurecieron con una intensidad gélida. Era la sonrisa del depredador que acaba de oler la sangre en el aire.

─ Perfecto ─ susurró.

El fuego que siempre ardía en él se avivó con fuerza. No necesitaba confirmación. Lo sabía. Elena estaba allí. Lo sentía en los huesos, en la sangre. Y si ella creía que el océano, el tiempo o sus mentiras podían mantenerla a salvo… estaba a punto de descubrir cuán equivocados estaban todos.

─ Sigue vigilando ─ ordenó Klaus con voz baja, firme como una cuchilla deslizándose sobre vidrio ─ no te acerques demasiado, no interfieras… y, sobre todo, procura que nadie te descubra.

Klaus se mantuvo de pie, inmóvil por un instante, con el teléfono aún en la mano. Todo parecía en calma, pero en su interior, una tormenta comenzaba a tomar forma. Apoyó una mano contra el marco, apretando los dedos con fuerza mientras su mente ya viajaba kilómetros lejos, hacia esa casa escondida en España donde el pasado aún respiraba.

Klaus apretó el teléfono con más fuerza, los nudillos marcándose bajo la piel, mientras sus ojos se volvían hielo puro. Su voz descendió a un tono más grave, apenas un susurro, pero tan afilado que cortaba el silencio del despacho como una cuchilla.

─ Quiero que me informes de cada movimiento ─ dijo lentamente, con una precisión peligrosa ─ cada visita. Si Elena sale… si alguien más llega a esa casa, aunque solo sea para respirar el mismo aire, me lo dices al instante. ¿Entendido?

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, pero Klaus ya no escuchaba. Su mente ya tejía escenarios, posibilidades, consecuencias.

Del otro lado del teléfono, el híbrido respondió con un leve “Sí, señor”, aunque su voz sonaba cargada de tensión. Sabía que un solo error podría costarle caro.

Klaus cortó la llamada sin despedirse. Sus labios volvieron a curvarse, esta vez con un aire sombrío de determinación.

─ Muy pronto estaré ahí ─ murmuró para sí mismo, los ojos brillando con amenaza ─ y esta vez, no vas a escapar, amor.

La tormenta afuera apenas comenzaba a desatar su furia, pero dentro de la mansión Mikaelson, la verdadera tempestad ya había estallado en el pecho de Klaus. Su corazón latía con fuerza, recordándole que el tiempo de la espera había terminado.

¡ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟐𝟖 !

Gracias por acompañarme en cada capítulo, por sentir junto a mis personajes y por sumergirse en esta historia que tanto disfruto escribir. Cada lectura, cada comentario y cada palabra de aliento me motivan a seguir creando este mundo lleno de emociones, secretos y giros inesperados.

Meta: si este capítulo llega a los 100 comentarios, se desbloqueará el siguiente episodio.
Tu apoyo es fundamental para que esta historia continúe creciendo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top