𝟐𝟕: frente a la verdad
La lluvia continuaba golpeando los cristales con suavidad, pero dentro de la casa el ambiente había cambiado. La chimenea crepitaba con un calor reconfortante, llenando la sala de una luz anaranjada que bailaba en las paredes. El fuego era casi hipnótico, y el aroma a madera quemada envolvía el lugar con una calidez que parecía ajena al mundo exterior.
Stefan estaba arrodillado frente a la chimenea, avivando las llamas con paciencia. Su rostro estaba iluminado por la luz parpadeante del fuego, y por primera vez en días, su expresión era tranquila. Detrás de él, en el viejo sofá cubierto por una manta tejida, Elena descansaba con los pies en alto, recostada de lado, envuelta en la misma manta que antes la había acompañado junto a la ventana.
─ Nunca me imaginé que fueras bueno con las chimeneas ─ bromeó Elena, rompiendo el silencio con una media sonrisa.
Stefan giró un poco el rostro hacia ella, con una ceja alzada.
─ Aún hay muchas cosas que no sabes de mí. Por ejemplo, una vez cuando éramos humanos, Damon intentó encender una fogata en el bosque y casi incendia un campamento entero. Tuve que aprender por las malas cómo controlar el fuego.
Elena soltó una risa suave, cubriéndose los labios con la mano. Hacía tanto que no se reía de forma tan natural que el sonido casi le pareció ajeno.
─ ¿Damon con una fogata? No sé si imaginarlo con una antorcha o con gasolina.
─ Ambas ─ contestó Stefan, sonriendo mientras se acomodaba en el suelo, recostando la espalda contra el sofá. Sus ojos brillaban con nostalgia ─ ¿Y tú? ¿Alguna vez causaste un desastre memorable?
Elena ladeó la cabeza, pensativa, y luego se echó a reír.
─ Una vez, cuando era más chica, intenté hacer una fogata en el jardín con Caroline y Bonnie para una pijamada... terminé incendiando parte del césped y asustando a todo el vecindario. El camión de bomberos vino por una llama de medio metro ─ contó Elena entre risas, cubriéndose la cara.
─ Entonces eres una amenaza ambiental ─ bromeó Stefan, alzando las cejas.
─ Solo cuando intento ser la aventurera del grupo ─ replicó ella, con una sonrisa.
Por unos minutos, el silencio volvió a colarse entre ellos, pero no era incómodo. Era sereno, lleno de una conexión sincera que hablaba más allá de las palabras. Stefan cerró los ojos un momento, escuchando el sonido del fuego y el leve tamborileo de la lluvia. Elena, por su parte, miró su vientre, como lo había hecho tantas veces en esos meses, y colocó ambas manos con ternura sobre él. De pronto, su expresión cambió. Parpadeó, sorprendida, y dejó escapar un pequeño jadeo.
─ Oh…
Stefan la miró enseguida, alarmado.
─ ¿Estás bien?
Elena no respondió al instante. En lugar de eso, sonrió con una mezcla de asombro y emoción pura. Sus ojos se llenaron de una luz nueva, brillante y cálida.
─ Se movió ─ dijo en un susurro ─ acaba de moverse.
Stefan parpadeó, sin saber qué decir al principio.
─ ¿En serio?
Elena asintió lentamente, con lágrimas comenzando a formarse en sus ojos. Su mano temblorosa buscó la de él, y la llevó hasta su vientre, colocándola con cuidado justo donde había sentido el movimiento.
─ Ponla aquí… quizás puedas sentirla.
Él obedeció sin decir una palabra, colocó su mano con delicadeza, casi como si tuviera miedo de lastimar a la pequeña vida que crecía en su interior. Por unos segundos no sintió nada, solo la tibieza de la piel de Elena, la calma del momento.
Y entonces… una pequeña presión. Un movimiento sutil, casi como una caricia desde dentro.
Stefan abrió los ojos con sorpresa, y Elena lo observó en silencio, disfrutando de su reacción.
─ ¿La sentiste? ─ preguntó, con la voz temblorosa pero alegre.
Él asintió lentamente, sin apartar la mano.
─ Sí. Dios… sí.
Por un instante, todo desapareció: el miedo, el pasado, las amenazas que aún pesaban sobre ellos. Solo estaban ellos dos, compartiendo ese momento sagrado. Elena cubrió la mano de Stefan con la suya, y apoyó la cabeza sobre el respaldo del sofá, sintiendo que, aunque la tormenta seguía allá afuera, por primera vez en mucho tiempo, el mundo estaba en paz.
─ Va a ser fuerte ─ susurró ella.
Stefan sonrió, sin apartar la mirada del vientre de Elena.
─ Y también muy amada. Cómo tú.
Y en ese instante, Elena creyó que tal vez, solo tal vez… había esperanza.
Elena mantenía su mano sobre la de Stefan, sintiendo el calor compartido y la leve presión que aún quedaba del movimiento. El fuego de la chimenea seguía crepitando, como si acompañará el ritmo pausado y sereno de sus respiraciones.
─ ¿Te imaginás cómo será? ─ preguntó ella en voz baja, sin dejar de mirar su vientre ─ ¿Su risa? ¿Sus ojos?
Stefan respiró hondo, dejando que sus pensamientos fluyeran con libertad por primera vez en mucho tiempo.
─ Sí. Creo que tendrá tu sonrisa ─ dijo Stefan con una calidez suave en la voz, mirándola de reojo, como si le hablara a un recuerdo que aún no existía ─ y tu fuerza. Aunque no lo veas, Elena… eres más fuerte que cualquiera que haya conocido.
Sus palabras, tan sinceras y directas, le calaron hondo. Elena bajó la mirada, como si le pesaran los sentimientos que bullían en su interior. Mordiéndose el labio con suavidad, intentó contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Sabía que el embarazo la hacía más sensible, más vulnerable… pero también más consciente de cada palabra que tocaba su corazón.
Se llevó una mano al vientre, como en un acto reflejo de protección, de conexión con la vida que crecía en su interior. El calor del fuego, el susurro de la lluvia tras los cristales, y la voz tranquila de Stefan componían un momento que parecía arrancado del tiempo.
─ Gracias ─ susurró apenas, sin alzar la vista ─ por decir eso. A veces… no me siento fuerte. Me siento rota. Asustada.
Stefan se inclinó apenas hacia ella, con ternura.
─ No tenés que ser fuerte todo el tiempo. Sólo tenés que seguir adelante. Y eso… eso es valentía, Elena.
Elena lo miró por fin, con los ojos brillantes. Una lágrima rebelde rodó por su mejilla antes de que pudiera evitarlo. No era de tristeza… sino de alivio. De saber que, al menos por un instante, no estaba sola.
─ Me asusta… ─ confesó con voz queda ─ no saber qué nos espera. Si algún día podré criar a mi hija en paz, sin tener que huir… sin mirar sobre mi hombro.
Stefan se incorporó levemente y, sin pensar demasiado, pasó un brazo por encima de sus hombros, atrayéndola hacia él con suavidad. Elena se apoyó sin resistencia, acomodando su cabeza en su pecho. Escuchar el latido constante del corazón de Stefan era como una ancla que la traía de regreso a tierra firme.
─ Te juro que no estás sola, Elena ─ dijo él con firmeza ─ tal vez no puedo prometerte un mundo sin peligro… pero voy a hacer todo lo que esté en mis manos para protegerlos. A los dos.
Elena cerró los ojos con fuerza, dejando que una lágrima solitaria se deslizara por su mejilla. La emoción la desbordaba. Había perdido tanto… y sin embargo, ese momento, esa calidez… era real.
─ Gracias por quedarte conmigo ─ susurró Elena ─ no sé qué haría sin ti, Stefan.
Él apoyó suavemente su barbilla sobre su cabeza.
─ No hace falta que lo digas. Siempre estaré aquí, contigo.
Se quedaron así, en silencio, durante unos minutos que parecieron flotar fuera del tiempo. El crepitar del fuego, la lluvia mansa, y el latido de un corazón fuerte eran el único sonido en el mundo.
Hasta que un golpecito en la puerta los sobresaltó.
Stefan se tensó de inmediato. Elena levantó la cabeza, inquieta.
─ ¿Esperabas a alguien? ─ preguntó ella en voz baja.
Él negó, poniéndose de pie con rapidez. Caminó hacia la entrada sin encender más luces, agudizando el oído. Abrió con cautela.
Del otro lado de la puerta, empapado por la lluvia, estaba Damon. Su chaqueta negra brillaba bajo las gotas que seguían cayendo desde su cabello oscuro. Con una mano se lo sacudió hacia atrás, dejando al descubierto sus ojos azules que chispeaban con la mezcla habitual de sarcasmo y curiosidad.
─ ¿Vas a invitarme a pasar, o tengo que morir de neumonía para llamar tu atención? ─ dijo, con una media sonrisa ladeada, esa que usaba cuando intentaba disfrazar emociones más complejas.
Stefan no se movió de inmediato. Su expresión pasó de la sorpresa a la alerta en cuestión de segundos.
─ ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo supiste de este lugar? ─ preguntó, sin suavidad.
Damon alzó una ceja.
─ Se lo pregunté a Bonnie. Más de cien veces. Todos los días ─ dijo con simpleza ─ me ignoró tanto como pudo... hasta que no pudo más. Me lo dijo, pero con una condición: que no se lo contara a nadie más. Lo prometí.
Stefan suspiró, mirando hacia el interior de la cabaña, como si evaluara el peso de lo que estaba por permitir. Luego, sin una palabra, se hizo a un lado.
Damon entró con pasos decididos, llevando consigo el olor fresco y húmedo de la tormenta. Se frotó las manos y exhaló, mirando alrededor con curiosidad: techos de madera, una alfombra antigua, una chimenea crepitando... y una sensación de paz que no encajaba con su mundo habitual.
El fuego proyectaba sombras cálidas sobre las paredes de la cabaña. Una taza de té humeaba sobre una pequeña mesa baja. Todo parecía sacado de una postal de invierno, algo completamente ajeno a la violencia y caos de los últimos meses.
Y entonces la vio.
En un sofá junto a la chimenea, cubierta por una manta tejida, estaba Elena.
Su cabello suelto caía en ondas oscuras sobre sus hombros, su piel brillaba bajo la luz anaranjada del fuego, y en su rostro descansaba una calma tan inusual, tan vulnerable, que Damon sintió que el tiempo se congelaba.
Una sonrisa suave asomó en sus labios sin que él lo notara, impulsiva, natural. Dio un paso hacia ella, pero entonces, Elena se incorporó lentamente.
Y ahí fue cuando lo vio.
Su vientre.
La forma redonda e inconfundible.
Una vida creciendo en su interior.
El mundo de Damon se detuvo.
Su sonrisa desapareció en un suspiro mudo. La expresión de su rostro cambió por completo: primero desconcierto, luego algo que ni siquiera él supo nombrar. Su mirada se clavó en el vientre de Elena, inmóvil, como si no pudiera apartarla. Como si su mente estuviera luchando por conectar las piezas de algo imposible.
Elena lo miró. Por un instante, sus ojos se encontraron.
Pero Damon no dijo una sola palabra.
Ni una pregunta, ni un reproche, ni una exclamación. Nada.
El silencio se volvió tan espeso que el crepitar del fuego pareció ensordecedor.
Elena bajó la mirada, una mano protectora sobre su abdomen. Stefan, desde la entrada, los observaba a ambos en silencio, con el ceño fruncido y el cuerpo tenso.
Damon seguía de pie, empapado, quieto como una estatua. Su rostro no mostraba enojo, ni ironía, ni siquiera tristeza. Solo… impacto.
El corazón de Elena palpitaba con fuerza. Algo en su interior le decía que ese momento había marcado un antes y un después.
¡ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟐𝟕 !
¡Gracias por leer hasta el final!
Damon llegó para dar una sorpresa… pero fue él quien terminó sorprendido.
¡Si llegamos a 100 comentarios, desbloqueo el próximo capítulo!
¡Los leo en los comentarios!
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