𝟐𝟔: tú eres mi milagro

La lluvia caía sin cesar, golpeando el cristal de la ventana con una cadencia constante. El sonido suave, casi hipnótico, se mezclaba con el murmullo del viento que se deslizaba entre las ramas desnudas de los árboles, agitándolas con suavidad. Afuera, el mundo estaba envuelto en tonos grises, pero dentro de la habitación había una quietud que contrastaba con la tormenta.

Elena estaba sentada cerca de la ventana, una manta gruesa rodeaba sus hombros, y su espalda descansaba contra el respaldo de la silla de madera envejecida. Su vientre, ahora visiblemente abultado por los meses de embarazo, sobresalía con ternura bajo el vestido sencillo que llevaba puesto. El contorno de su pequeña niña era algo que la llenaba de una mezcla de miedo y esperanza, pero sobre todo de amor. Con una mano, acariciaba lentamente su vientre, como si sus dedos pudieran comunicarse con su hija de alguna forma.

La habitación estaba iluminada apenas por una lámpara de luz amarilla que colgaba del techo, proyectando sombras suaves sobre las paredes. Las ventanas estaban cerradas herméticamente, sacudidas de vez en cuando por la fuerza de la lluvia que golpeaba los cristales con insistencia. El aire en el interior era tibio y cargado de silencio. Con un suspiro profundo, Elena miró al frente, hacia el cristal empañado por la tormenta, pero su mirada pronto descendió a su vientre.

─ Hola, mi pequeña ─ susurró, con una sonrisa que se mezclaba con la tristeza ─ ¿Sabes? A veces me pregunto si puedes oírme. Si sientes todo lo que siento, todo lo que hay dentro de mí. Porque hay tantas cosas que quiero contarte. Cosas que no quiero que olvides jamás.

Elena cerró los ojos por un momento, como si buscara reunir el valor para hablar de algo que le dolía más de lo que podía expresar con palabras. Sus dedos trazaron círculos suaves sobre su abdomen, como si intentara calmarse a sí misma, como si esas pequeñas caricias pudieran protegerla de los recuerdos que la asaltaban constantemente.

─ Sé que eres una niña ─ continuó, su voz suave, pero llena de una sinceridad profunda ─ y eso me da tanto miedo. El mundo no siempre es justo con las niñas, y serás hija de Klaus… de él. Y no puedo evitar pensar en lo que eso significa para ti, mi amor.

Elena suspiró y bajó la mirada, dejando que las lágrimas cayeran sin hacer un intento de detenerlas. La culpa la consumía. El dolor de la traición, la confusión, el sentimiento de que, de alguna manera, su hija estaba condenada a cargar con un legado que no le correspondía.

─ Tu padre… fue muchas cosas para mí. Fue mi enemigo, y al mismo tiempo, fue mi protector. Fue un monstruo… y a veces, parecía que también me hacía sentir viva. Me engañó, me atrapó en su mundo… y me arrastró, aunque intenté odiarlo, aunque lo desee con todas mis fuerzas. Él… él sabía cómo llegar a mí, como si todo lo que sentía por él fuera inevitable. Como si no pudiera escapar, aunque lo deseara.

Elena apretó los puños sobre su vientre, sintiendo cómo su bebé respondía con un pequeño movimiento. Era como si su hija quisiera consolarla, decirle que todo estaría bien, aunque Elena sabía que el futuro era incierto. Sabía que no podía huir de todo lo que había vivido, pero lo que más le dolía era saber que su hija no tenía culpa de nada.

─ Me usó, desde el primer momento, por mi sangre. Todo en él fue un juego calculado, una trampa disfrazada de protección, de atención. Y yo… yo caí. Quise creer que había algo más. Pero no quiero que tú, mi pequeña, vivas con esa misma carga. No quiero que tengas que enfrentarte a él, ni a su oscuridad, ni a ese poder que ejerció sobre mí sin que siquiera me diera cuenta.

Ella apretó los labios, tomando una bocanada de aire, y continuó con una resolución nueva, una que solo podría encontrar al mirar a su hija en el futuro.

─ No quiero que sepas lo que es tener miedo por él. No quiero que el nombre de Klaus signifique lo mismo para ti que para mí. Tú serás libre de todo eso, de todas esas sombras. Te voy a proteger, y aunque tuviera que huir para siempre, lo haría. No permitiré que él sepa que existes, que eres mía.

Elena se quedó en silencio un momento, dejando que las palabras flotaran en el aire, sintiendo el peso de sus propios sentimientos. El tiempo parecía haberse detenido, y mientras sentía el suave movimiento de su bebé dentro de ella, también sentía la tristeza de lo que había perdido.

La lluvia seguía cayendo, más fuerte ahora, pero Elena no se movió. Solo cerró los ojos, abrazándose a su vientre como si fuera la única cosa que quedaba de un amor roto y de un futuro incierto.

─ Te prometo, mi pequeña, que aunque sea difícil, te daré lo mejor. Un futuro lleno de paz, lejos de todo lo que alguna vez me ató. Aunque te cueste comprender, te lo prometo. Porque tú… tú eres mi milagro.

Elena permaneció junto a la ventana unos minutos más, abrazada a sí misma y a la pequeña vida que crecía dentro de ella. La promesa que acababa de hacer la sostenía, le daba fuerza, aunque por dentro aún se sintiera rota. El cansancio comenzaba a pesarle, no solo en el cuerpo, sino también en el alma. Con un último vistazo hacia la lluvia que tamborileaba en los cristales, se levantó despacio, con cuidado, sosteniéndose del borde de la silla.

Se dirigió hacia la cama, cada paso medido, como si llevar esa vida dentro de ella la volviera más consciente de cada movimiento. Corrió con lentitud la manta del colchón y se acomodó de lado, abrazando una almohada contra su pecho mientras otra le servía de apoyo para el vientre. Cerró los ojos sin saber si lograría dormir, pero necesitaba descansar. Por ella. Por su hija.

La lámpara de techo quedó encendida, arrojando un resplandor cálido que bañaba la habitación en un silencio íntimo.

Desde la puerta entreabierta, Stefan la observaba. No había querido interrumpirla. Había llegado justo cuando ella comenzaba a hablarle a su bebé, y cada palabra que escuchó se le clavó en el pecho como una daga. No había imaginado verla así: tan frágil, tan decidida, tan distinta. Y sin embargo, seguía siendo Elena. Su Elena. La mujer que había amado con todo su ser.

Apoyado contra el marco de la puerta, la miraba dormir, con el ceño ligeramente fruncido incluso en el descanso, como si el dolor no la abandonara ni en sus sueños. El brillo de las lágrimas secas en sus mejillas aún era visible bajo la luz. Stefan apretó los labios, sintiendo una punzada de impotencia.

La imagen de su vientre abultado lo golpeaba una y otra vez. La hija de Klaus. La hija de ese ser que tanto daño había causado. Pero también era parte de Elena… y si ella estaba dispuesta a luchar por esa niña, él no podía darle la espalda.

Durante largos minutos no se movió, observándola. Quería memorizar su rostro, su respiración tranquila, ese momento de paz que parecía tan frágil. Algo dentro de él se quebraba, sí, pero otra parte crecía con una determinación silenciosa. No iba a dejarla sola. No mientras él pudiera protegerla, no mientras aún respirara.

Finalmente, se apartó del marco sin hacer ruido, cerrando la puerta con la mayor suavidad posible. Y mientras se alejaba por el pasillo, aún podía escuchar en su mente el susurro de ella diciendo: “Tú eres mi milagro”.

Y él deseó, con toda su alma, que así fuera. Que esa niña pudiera devolverle a Elena todo lo que le había sido arrebatado.

Stefan descendió las escaleras en silencio, con el corazón pesado y la mente llena de pensamientos imposibles de ordenar. Una vez en la planta baja, sacó su teléfono del bolsillo y, tras un breve momento de duda, marcó el número que ya conocía de memoria.

La línea dio dos tonos antes de que la voz firme, aunque algo cansada, de Bonnie respondiera al otro lado.

─ ¿Stefan?

─ Sí ─ respondió él en voz baja, mirando de reojo hacia las escaleras, asegurándose de que Elena no pudiera oírlo ─ ¿Tienes alguna novedad?.

Hubo una breve pausa, y luego Bonnie habló, directa como siempre.

─ Klaus se fue de Mystic Falls. Está en Nueva Orleans ahora. Pero no pienses que eso significa que renunció a encontrarla.

Stefan frunció el ceño.

─ ¿Sigue buscándola?

─ Más que nunca ─ dijo Bonnie con un deje de preocupación ─ su furia no se ha apagado desde que Elena desapareció. Solo se ha vuelto… más fría, más calculada. Está convencido de que tú la escondes.

Stefan no dijo nada por un momento. Su mirada se desvió hacia una ventana desde donde la lluvia seguía cayendo. Era como si el mundo reflejara el peligro que aún los rodeaba.

─ ¿Sabe algo? ¿Tiene pistas?

─ No que yo sepa ─ respondió Bonnie ─ pero no bajará los brazos. No se detendrá hasta que la encuentre. Y cuando lo haga…

─ No lo hará ─interrumpió él, con firmeza contenida ─ no lo dejaré.

Bonnie guardó silencio, como si quisiera creer en esa promesa. Luego, su voz bajó un tono.

─ Tienes que protegerlas. A ambas.

─ Lo haré ─ dijo Stefan, esta vez con total convicción ─ pase lo que pase.

Colgó la llamada y cerró los ojos por un instante, dejando que las palabras de Bonnie se asentaran. Klaus estaba más lejos… pero no era un consuelo. Era solo el silencio antes de la tormenta. Y Stefan lo sabía: se avecinaban tiempos oscuros. Pero también sabía que, por Elena y por su hija, estaba dispuesto a enfrentarlos todos.

¡𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟐𝟔!

Hola a todos mis queridos lectores. Después de un tiempo sin actualizar, ¡aquí estoy de regreso con un nuevo capítulo de esta historia Klena! Gracias por su paciencia y por seguir apoyándome con esta historia. Tardé un poco, pero al fin les traigo la continuación. ¡Espero que la disfruten tanto como yo disfruté escribirla!

Han pasado varios meses desde los últimos acontecimientos…

Y ahora, el embarazo de Elena se nota bastante.

Su vientre, ligeramente redondeado, es testigo silencioso del vínculo que aún la une a Klaus, a pesar de la distancia, del caos, y de todas las decisiones tomadas.

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