𝟐𝟒: la obsesión de klaus
Klaus sentía su sangre arder como fuego líquido mientras caminaba de un lado a otro en su estudio, sus pasos retumbaban en la habitación como el eco de su furia contenida. Sus manos temblaban, no de miedo ni de debilidad, sino de una ira tan intensa que lo hacía sentir como si pudiera reducir todo a cenizas con solo desearlo.
Elena se había ido.
Elena lo había abandonado.
Elena había huido con Stefan.
Cada vez que su mente pronunciaba esas palabras, un rugido nacía en su garganta, feroz y primitivo, un sonido que amenazaba con destrozarlo todo a su alrededor. Sus ojos, normalmente llenos de malicia y astucia, ahora estaban teñidos de pura locura. Había soportado muchas cosas en su milenaria existencia, pero esto, lo enfermaba de una manera que no podía controlar.
Se detuvo de golpe frente a un mueble de madera maciza y, sin pensarlo dos veces, lo lanzó contra la pared con una fuerza brutal. Los libros, adornos y papeles que estaban sobre él cayeron al suelo en un estruendo ensordecedor. Pero no era suficiente. Su respiración era errática, sus colmillos amenazaban con salir y sus puños estaban tan apretados que sus nudillos estaban blancos.
La imagen lo atormentaba.
Elena en los brazos de Stefan.
Elena viéndolo con esos ojos llenos de ternura que una vez fueron solo para él.
Elena eligiéndolo.
La furia que recorrió su cuerpo fue demasiado. En un segundo, Klaus tomó la copa de whisky que descansaba sobre su escritorio y la estrelló contra la pared. El cristal se hizo añicos, esparciendo el líquido dorado por la habitación.
Sus híbridos se encontraban de rodillas ante él, sin atreverse a mirarlo a los ojos, esperando sus órdenes. Podían sentir la tensión en el aire, la amenaza latente en la postura de su creador.
─ ¡Encuéntrenlos! ─ bramó Klaus con una voz que hizo temblar los cimientos de la mansión ─ no me importa cuánto tiempo les tome, no me importa si tienen que remover cielo y tierra, pero quiero saber exactamente dónde están.
Los híbridos asintieron de inmediato, sabiendo que fallarle significaba la muerte.
─ Vigilen a la bruja. Vigilen a Damon. Alguno de ellos intentará contactarlos. Y cuando lo hagan... me traerán información.
Cada palabra estaba impregnada de veneno, de amenaza. No era una petición, era una condena.
Klaus cerró los ojos, tratando de recuperar la calma, pero fue inútil. No podía sacarse de la cabeza la idea de Elena escapando de él, como si pudiera ser libre. Como si su voluntad importara más que la de él.
No.
No lo permitiría.
Ansiaba encontrarla.
Ansiaba castigarla.
Y cuando lo hiciera... se aseguraría de que nunca más pensara en huir de él.
Klaus se apoyó en el escritorio, respirando con dificultad. Sus manos aún temblaban, sus nudillos estaban blancos de tanto apretar los puños. Trató de calmarse, de encontrar una razón lógica para la ira que lo consumía.
"La sangre de Elena", pensó. "Debe ser eso".
Intentó convencerse a sí mismo de que su rabia no era más que un instinto primario, una reacción natural al hecho de que su fuente de poder, la clave para crear más híbridos, se había escapado de sus manos. Eso era lo que lo enfurecía, ¿verdad?
Pero una voz en su interior, una que se negaba a ser silenciada, le susurró la verdad que no quería admitir.
No era la sangre.
Era Elena.
Era la manera en que lo había mirado la última vez que estuvieron juntos. Había algo en sus ojos, algo que lo inquietaba. No había odio, ni miedo, ni la sumisión que él solía ver en sus enemigos. No... había algo más.
Determinación.
Elena lo había mirado como si ya hubiera tomado una decisión, como si él ya no tuviera poder sobre ella.
Y eso lo enfermaba.
Klaus gruñó, empujando con furia los papeles de su escritorio al suelo. No quería admitir que la idea de que ella lo hubiera dejado por su propia voluntad le dolía más de lo que debería.
Porque en el fondo, sabía que no se trataba solo de su sangre.
Se trataba de ella.
Se trataba de la forma en que su ausencia lo carcomía, del odio que sentía al imaginarla en los brazos de Stefan. Se trataba de la obsesión que lo consumía desde que la conoció.
Apretó la mandíbula con fuerza.
No importaba.
Podía engañarse a sí mismo todo lo que quisiera, pero al final, la realidad era una sola:
Encontraría a Elena.
Y cuando lo hiciera, le recordaría que no se podía escapar de él.
Klaus se enderezó, con el pecho subiendo y bajando con respiraciones pesadas. La furia aún rugía en su interior, pero en lugar de dejarse consumir por ella, la canalizó.
Giró sobre sus talones y salió de la habitación, su mirada oscura y decidida. Sus híbridos ya tenían órdenes de vigilar cada movimiento de Bonnie y Damon. Tarde o temprano, ellos lo llevarían hasta Elena. Y cuando la encontrara...
El pensamiento lo hizo apretar los puños.
No sabía qué haría exactamente cuando la tuviera frente a él. La imagen de su rostro, de esos ojos llenos de determinación, lo atormentaba. Una parte de él quería castigarla, hacerle pagar por atreverse a huir. Otra parte, la que nunca admitiría en voz alta, solo quería verla. Solo quería escuchar su voz, asegurarse de que seguía viva...
Sacudió la cabeza. No podía permitirse debilidades.
Al bajar las escaleras, Klaus se encontró con Elijah en la sala, de pie junto a una mesa, con una copa de whisky en la mano. A pesar de lo sucedido anteriormente, de la traición, de las dagas y de la brutal mordida que Klaus le había infligido, Elijah no se había ido como Rebekah. Se había quedado.
No porque confiara en Klaus. Sino porque, a pesar de todo, seguía siendo su hermano.
La mirada de Elijah era mesurada, pero en su postura había una tensión que no intentaba ocultar. Klaus ignoró el escrutinio y se sirvió su propia copa de licor.
─ Podrías haber huido como nuestra querida hermana ─ comentó Klaus con sorna, llevando el vaso a sus labios ─ pero aquí estás. ¿Por qué?
Elijah inclinó levemente la cabeza, sin apartar los ojos de él.
─ Porque te conozco, Niklaus. Y sé lo que esta obsesión está haciendo contigo.
Klaus dejó escapar una carcajada seca y amarga.
─ ¿Obsesión? No exageres, hermano. Solo estoy recuperando lo que me pertenece.
─ Ella no es tu posesión.
El silencio que siguió fue espeso. Klaus apretó la mandíbula y giró lentamente hacia Elijah.
─ ¿Y qué harás al respecto? ─ preguntó con voz baja, pero peligrosa.
Elijah suspiró y dejó su copa sobre la mesa.
─ No vine a pelear contigo, Niklaus. Vine a advertirte. Estás caminando sobre un hilo muy delgado, y si sigues por este camino, no habrá vuelta atrás.
Klaus se tensó. Las palabras de su hermano lo irritaban, porque en el fondo, en lo más profundo de sí, sabía que Elijah tenía razón. Pero admitirlo no era una opción.
─ No necesito tus advertencias ─ gruñó, dejando su copa a un lado y acercándose a la puerta ─ necesito encontrarla.
─ ¿Y luego qué? ─ Elijah lo detuvo con su voz firme ─ ¿Qué harás cuando la encuentres, Niklaus? ¿La encerrarás en una jaula de oro? ¿La obligarás a quedarse a tu lado?
Klaus se detuvo en seco, sin girarse. Durante un largo momento, no respondió.
Luego, sin decir nada más, salió de la casa y desapareció en la noche.
Elijah suspiró y tomó nuevamente su copa, observando el punto donde su hermano había estado.
Sabía que Klaus no se detendría. Y eso solo significaba más caos, más muerte.
Y tal vez... más dolor del que siquiera estaba dispuesto a admitir.
[...]
La noche era fría, pero Klaus no lo sentía. Caminaba por las calles de Mystic Falls con pasos pesados, las manos cerradas en puños y la mandíbula tensa. Su mente era un torbellino de pensamientos.
Un gruñido bajo escapó de sus labios mientras continuaba caminando. No podía permitirlo. No podía dejar que ella creyera que podía huir de él y seguir adelante como si nada.
Klaus Mikaelson no era alguien a quien se le escapaba nada ni nadie.
No importaba cuánto tiempo le llevará, no importaba cuántos cuerpos quedaran en el camino. La encontraría.
Y cuando lo hiciera...
La obligaría a regresar.
La haría pagar por haberlo abandonado.
La marcaría de una forma en la que nunca pudiera volver a alejarse de él.
Pero entonces, por un instante, en medio de su furia, apareció una imagen diferente en su mente.
Elena.
Sonriéndole.
Una sonrisa genuina, real, no forzada por la circunstancia ni teñida de miedo.
Klaus se detuvo de golpe en medio de la calle, su respiración agitada, su pecho subiendo y bajando rápidamente.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Apoyó una mano contra la pared de un edificio cercano, cerrando los ojos con fuerza. Quería destruir algo. Quería desgarrar, romper, acabar con todo a su alrededor.
Pero lo único que veía, incluso en su rabia, era a Elena.
Y eso lo enfurecía aún más.
¡𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟐𝟒!
Holis, aquí les dejo un nuevo capítulo de está historia. Espero que les guste.
Klaus sigue enojado.
Está más caliente que el sol... Y no lo digo precisamente porque este molesto. 😉
100 comentarios para desbloquear el siguiente capítulo. No contaré números, letras o emojis.
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