✶Quindici
Jimin ansiaba ceder al deseo de salir corriendo de esa casa. Detestaba las cocinas. Cuando era pequeño, el personal de la cocina le hablaba de forma desagradable si entraba en su santuario, de forma que los electrodomésticos acabaron provocándole escalofríos, por mas que fuera dueño de una pasteleria. Sin embargo, mantuvo la cabeza alta y la actitud positiva. Era un omega de recursos, capaz de seguir las instrucciones de una receta. Tal vez el menú para la cena fuera algo sencillo, así podría demostrarle a Yoongi sus habilidades culinarias y cerrarle la boca.
La madre de Yoongi ya había colocado una serie de cuencos y de tazas medidoras en la larga y amplia encimera. También vio una hilera de recipientes que contenían ingredientes en polvo. No se parecía al programa de televisión Iron Chef, con todo el caos y la locura que rodeaban la preparación de la comida.
Jimin era de la opinión de que se cocinaba por supervivencia, no por placer. Puesto que ganaba mucho dinero, se gastaba gran parte de su sueldo en comida a domicilio. Fruncio el ceño y trato de fingir entusiasmo por la tarea que tenia por delante. ¡Por la Diosa, necesitaba más vino! Si se emborrachaba hasta el punto justo, estaría mucho más relajado durante la tortura.
–¿Que vamos a preparar? –preguntó con fingida alegría.
–Pasta. Disfrutaremos de una cena rápida antes de que llegue la familia, y después serviremos café con dulces. ¿Sabes preparar pasta, Jimin?
El alivio relajó sus tensos músculos. ¡Gracias a la Diosa! Mamá Min había elegido la única comida que se le daba de maravilla. Muchas noches preparaba un plato de pasta y le tenía pillado el punto exacto para dejarlo al dente. Asintió con la cabeza.
–Por supuesto.
La expresión de la mujer se tornó satisfecha.
–Bien. Necesitamos preparar varias tandas. Ya he preparado los ingredientes.
En la enorme encimera había harina, huevo gigantescos, aceites, rodillos de amasar y varias cosas más. Jimin echó un vistazo en busca de la bolsa de macarrones y de una olla para hervir el agua mientras Mamá Min le pasaba un delantal. El omega hizo un mohín, extrañado por el uso de la prenda si solo iban a cocer pasta, pero, que narices, se dijo, pensando en el refrán: <<Donde fueres... haz lo que vieres>>.
–Estoy segura de que en Corea preparan la pasta de otra forma, así que es mejor que me observes primero antes de ponerte manos a la obra.
La confusión le provocó un aturdimiento momentáneo, pero el omega se negó a dejarse llevar por el pánico. ¿Donde estaba la bolsa de macarrones? ¿De qué estaba hablando esa mujer? Con creciente espanto, observó que las delicadas manos de la madre de Yoongi comenzaba a cascar los huevos, a separar las claras de las yemas y a mezclar distintos ingredientes en un cuenco a la velocidad del rayo. Tras echar un montón de harina sobre una tabla de madera, abrió un hueco en el centro y se dispuso a vertir los ingredientes húmedos como si fuera un ritual. O más bien magia, porque de repente apareció la masa y comenzó a amasarla, a estirarla y a manipularla durante incontables minutos. Completamente fascinado por el ritual, Jimin apenas podía creer que de esa masa pudiera salir algo comestible. Sin romper el ritmo en ningún momento, Mamá Min lo miró.
–Empienza cuando estés listo.
Mierda, pensó Jimin.
La realidad lo golpeo con fuerza al mirar los ingredientes que tenía delante. ¡Pasta casera! ¿Tenía que preparar la masa y todo? No había bolsa de macarrones ni un bote de salsa que calentar. Las apuestas eran mucho más altas de lo que había imaginado, y sintió los primeros indicios de un ataque de pánico. Respiro hondo. Podía hacerlo. No iba a permitir que un poco de masa fresca y una italiana dispuesta a saltar sobre él lo derrotaran. Los sorprendería a todos.
Acercó el cuenco. La parte de harina era fácil, pero los huevos le ponían los pelos de punta. Bueno, solo había que darles un buen golpe en el centro, separar la cáscara y el contenido salía solo. Con fingida seguridad, estrelló el huevo contra el borde del cuenco.
El viscoso contenido se derramó entre sus dedos y la cáscara blanca se rompió y cayó por todos lados. Miró de reojo a Mamá Min y comprobó que no le estaba prestando atención, ya que confiaba en que preparara su tanda de pasta. La mujer seguía amasando mientras tarareaba una canción por lo bajo.
El rubio sacó los trozos grandes de cáscara que habían caído al cuenco y dejó lo demás. Unos cuantos huesos más y consiguió una cantidad aceptable de líquido. Más o menos. ¡Maldicion, tenía que darse prisa antes de que la madre de Yoongi mirara lo que estaba haciendo! Echó un montón de harina sobre la encimera, le abrió un agujero en el centro y procedió a verter los ingredientes húmedos en él.
El líquido se derramó por los bordes y se extendió sobre la encimera. Mientras intentaba respirar con normalidad, se secó la frente con el antebrazo y paso el delantal por la encimera para limpiar un poco el desaguisado. Como el dichoso tenedor de madera no era de gran ayuda para mezclar los ingredientes, decidió meter las manos tras tomar una honda bocanada de aire.
¡Que asco! Exclamó para sus adentros.
La harina se metió por las uñas. Comenzó a estrujar la harina, rezando para conseguir algo que se pareciera remotamente a una masa. Al cabo de un instante lo rodeó una nube de polvo blanco. La rapidez de sus movimientos acrecentaba a medida que crecía el pánico. ¿Y si echaba un poco más de harina u otro huevo más? La cocina se convirtió en un lugar borrado hasta que un par de manos firmes detuvieron sus movimientos. Cerró los ojos, sintiéndose derrotado. Los abrió despacio.
Mamá Min observaba la asquerosidad que debería ser la masa. Había trozos de cáscara e hilillos de líquido que goteaban por el borde de la encimera y caían al suelo. La harina flotaba en una nube a su alrededor. Tenia el delantal manchado con una sustancia pegajosa y la supuesta masa le cubría los brazos hasta los codos.
El castaño supo que el final había llegado. Yoongi jamás se habría casado con un omega incapaz de preparar pasta casera. Su madre jamás aprobaría semejante matrimonio y ni siquiera creería que dicha posibilidad fuera real. Levantó la barbilla con los restos de su orgullo y se enfrentó la mirada de la mujer.
–He mentido –Confesó.
Mamá Min enarco una ceja con gesto interrogante y Jimin se apresuró a añadir:
–No se cocinar. Normalmente uso pasta seca y lo cocino con agua. Después caliento la salsa en el microondas. Casi todas las noches como plato preparados de algún restaurante con servicio de entrega a domicilio.
Ya estaba. Lo había hecho. Se preparó para el ridículo y las acusaciones. En cambio, la Madre de Yoongi sonrio.
–Lo sé.
El omega retrocedió con brusquedad.
–¿Cómo?
–Queria ver hasta dónde eras capaz de llegar. Estoy impresionada, Jimin. No demuestras miedo. Una vez que te comprometes a hacer algo, intentas llegar al final aunque te creas incapaz. Eso es exactamente lo que mi hijo necesita.
Con movimientos rápidos, Mamá Min tiró el desastre a la basura, vertió más harina sobre la encimera y se volvió hacia ella.
–Empezaremos de nuevo. Observa lo que hago.
Jimin observó con atención todos los pasos del proceso. A medida que se esfumaba el temor de haber sido pillado, se relajó y se entregó a la lección de cocina, amasando con tanta fuerza que no tardó en cansarse. Las pesas del gimnasio no eran nada comparadas al ejercicio que se hacía al amasar, y los músculos de las manos y de las muñecas de Mamá Min no parecian cansarse mientras buscaba la consistencia perfecta de la masa. El omega castaño se dejó llevar por la alegre melodía de la canción que tarareaba la mayor y se sintió embargado por una extraña paz. Era la primera vez que cocinaba con otra persona, ya que jamás le habían permitido adentrarse en un espacio tan acogedor y doméstico. Mamá Min le pasó un trozo de masa y siguió trabajando con un rodillo, estirando la masa con delicadeza.
–El sabor casero de la pasta es el elemento esencial de un buen plato de comida. Hay que estirar la masa hasta que quede muy fina, pero que no se rompa. Trabaja bien los bordes.
El menor se mordio el labio inferior.
–Mamá Min, ¿y si lo preparas tú todo?
–No, Park Jimin, tu esposo comerá esta noche un plato de pasta preparada por tus propias manos. Y no se trata se que tengas que servirlo o que deba verte como un ser inferior. Al contrario, lo haces porque eres más que eso. Muchísimo más, Capisci?
La belleza de dicha afirmación lo rodeó y de repente comprendió que era cierto. Levanto las manos y se enjugó la frente, manchandosela de harina y masa. Y sonrió
–Bien.
Siguieron trabajando sin hablar, tarareando canciones italianas y escuchando el relajante sonido del rodillo y de los distantes trinos de pájaros. Los tallarines de Jimin no paraban de romperse, pero perseveró hasta que consiguió una hebra bien larga. Bastante irregular de grosor, pero transparente y sin una sola grieta.
Mamá Min se lo quitó de las manos y la colocó con las demás para que se secara tras inspeccionarla con sumo cuidado. Su risa resonó por toda la cocina.
–Perfetto!
Jimin sonrió y se preguntó por qué se sentía como si acabara de escalar hasta la cima del Everest en pleno invierno.
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