𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝟴. Ese día.

Aquella noche trascurrió en parte rápida y en parte horriblemente lenta. Link pasó un buen rato pensando algunas cosas que quería hacer una vez amaneciera. El tiempo había trascurrido, hasta llegar al fin al día señalado. A la mañana siguiente no acudiría con el tendero, por mucho que éste le llamase o le buscase. Tenía otras cosas en qué pensar, por lo que ya acudir a esas cosas tan insignificantes carecía totalmente de sentido.

Se giró en su rudimentaria cama y observó la enorme hilera de muescas dibujadas en la pared a lo largo de los años que llevaba conviviendo con Anju. Con la luz de la luna, Link fue incluso capaz de ver las primeras que dibujó, de los primeros días que estuvo allí. El tiempo al final, había pasado deprisa. Aunque no tanto como a él le hubiese gustado, pero ya eso no importaba. La cuestión era, que el día estaba llegando. Había contado las líneas un sinfín de veces en esos siete largos años. Y en todas ellas efectivamente, sumaban exactamente la cifra de días contenidos en los años que tenía que esperar.

Palpó el bolsillo de su pantalón, encontrándose el Medallón de la Luz ahí, igual que siempre. Pronto podría dejar de tener esa absurda carga escondida. Seguía teniendo esa corazonada fuerte dentro de él que le decía que su plan no podía fallar. Llevaba tantos años cargando con él, que no creía que el momento estuviese a punto de llegar. Por fin, el momento de comprobar si lo que pensaba que era un plan exacto, no tenía fisuras. Por fin, después de años, la hora de ejecutar un plan al que le había dado tantas vueltas que había terminado mutando un poco.

Link se giró hacia el otro lado. Los años que habían tenido que pasar y la cantidad de cosas ridículas que había tenido que hacer para matar el tiempo.

En su momento, todas las cosas parecían ir encaminadas a no perder tiempo. Todo tenía que ser como estaba previsto, por la persona que lo orquestaba todo desde su siempre bien proporcionada seguridad. Cuánto le gustaba a Zelda jugar con el tiempo, se dijo. Su voluntad siempre giraba en torno a eso.

Las Piedras Espirituales... tuvo que volar para encontrarlas. No había tiempo que perder. Pero nadie le dijo que luego perdería siete años durmiendo. Esos años no parecían ser tiempo perdido. ¿Para qué tanta prisa con las piedras entonces...?

Después, al despertar, vuelve a darte prisa. Libera las maldiciones de los templos, despierta a los Sabios rápidamente, que el tiempo se agota una vez más. Y ella mientras tanto, vagando por Hyrule enseñándole cuatro canciones estúpidas disfrazada de sheikah, pudiendo perfectamente ayudarle encubierta desde esa forma. Una ayuda muy vaga, como todo lo que hacía por él. Todo tuvo que hacerlo él, siempre corriendo, siempre con un reloj de arena a punto de terminar su arena a su espalda.

¿Esa era la majestuosa Familia Real?

Y al final, cuando todo había terminado, Zelda mostró su poder sin miedo, cuando ella ya no corría peligro. Cuando él ya había terminado todo lo peor, en tiempo límite.

Y una vez más, Zelda jugaba con el tiempo después, para retrocederlo y hacer a todo el mundo vivir sin recordar lo que pasó en un mundo pacífico y aburrido. Él fue otra vez su juguete en el tiempo, mandado al pasado como un destierro, a ser olvidado y a volver a ser lo que siempre fue sin todo lo que logró en tiempo limitado. Un don nadie.

¿Qué sabría hacer la Familia Real sin guardaespaldas...? Se preguntó. Los Sabios, los sheikah, el Héroe del Tiempo... todo eran escudos para proteger a una princesa que poco aportaba además de su nombre, y un Rey que era casi un ente invisible.

¿Qué harían si no hubiese Héroe al que acudir... qué harían si no hubiese Sabios que les salvaran...? Se le ocurrió preguntarse. ¿Qué haría ella...? ¿Qué decisión tomaría Zelda en ese tiempo limitado del que él dispuso si se encontrase igual que él...? Sola.

¿Sería acaso capaz de hacer alguna cosa...?

Sin darse cuenta, Link estaba sonriendo de forma siniestra. Ladeó un tanto la cabeza, descubriendo el frasco en el que había encerrado al poe. Anju al principio no había querido que Link lo metiese en su casa. En pocas palabras, le dijo que le parecía siniestro, era un fantasma embotellado. No obstante, Link al final se las arregló para dejarlo allí pese a sus quejas, diciéndole que no duraría mucho con ellos. Había una persona que tenía más interés en el poe que él mismo. Que no lo había capturado para quedárselo.

Anju al final había resoplado y lo dejó estar, pidiéndole que eso desapareciese de allí cuanto antes. Link y sabía que el poe no duraría mucho en la casa, por lo que asintió sin más.

Estaba entusiasmado. Por fin llegaba el momento que llevaba esperando durante años. Por fin, el día en el que podría dejar de lado todas esas cosas tan rancias que no le aportaban nada interesante. Ojalá con ellas pudiera también no tener que dormir. En esos siete años había llegado a aborrecerlo. No era todas las noches, pero sí la gran mayoría de ellas. Ese maldito sueño del Templo del Agua en el que no pasaba nada, pero que le hacía despertarse raro, con sentimientos contradictorios, como si algo malo hubiese sucedido o estuviera por suceder.

Y pensó que posiblemente esa noche no diferiría de las demás. Seguro que esa noche también tendría el mismo sueño.

Dirigiendo la vista al poe, se sintió frustrado. Quizá esa sería la única cosa que no podría remediar. No había dejado de pensar en lo que Dampé le dijo el primer día que se vieron. Ojalá pudiera preguntarle más acerca del tema. Siempre parecía contento contándole sus historietas de fantasmas, las pocas veces que conseguían coincidir. Pero últimamente, no coincidían nunca.

Dampé siempre estaba durmiendo, independientemente de a la hora que Link acudiese al cementerio. Era raro. Hubo un día que, pese a la preocupación de Anju, en las últimas semanas, había llegado a ir justo a la hora que comenzaba la excursión por el cementerio. Sin embargo, ni así se encontró con él, por lo que aún no había podido dárselo.

No entendía qué le había sucedido. Era de las pocas personas que le hacían sentirse mejor. No le había juzgado, no lo como lo había hecho el resto de gente de Kakariko. Quizá era porque en él podía descargar sus historias de muertos, cosa que nadie solía querer oír, pero a Link le gustaba la sensación de que alguien le tratase de una forma más amable.

Pero hacía semanas que no conseguía verle. Le daba pena, pues no quería postergar su plan por lograr ver al sepulturero, pero no podría despedirse de él a ese ritmo. Al final, de las pocas veces que le había visto, le había cogido cariño al hombre deforme. Tenían eso en común, se dijo. No le temían a los muertos, ni a la muerte en sí. Los fantasmas eran unos seres más para ellos, seres que aún tenían valor, pero que eran incomprendidos. Casi tanto como ellos.

Al final, Link, por suerte o por desgracia, se quedó dormido viendo el fuego morado con cara sonriente dentro de la botella.

Otro día más que, efectivamente, Link se despertó sobresaltado por varias razones. La vaca que seguía dentro de la casa mugió casi con rabia y el maldito sueño del Templo del Agua le hizo abrir los ojos de súbito mezclándose con el ruido del animal.

Link se incorporó aturdido, maldiciendo a ese estúpido animal y reprendiéndose a sí mismo por ese sueño recurrente. Otra vez allí, en esa sala, entrando por una puerta para ir a la otra, sabiendo que algo pasaría, pero sin que nada pasara. Y lo peor, es que él sabía lo que pasaría, pero en el sueño esa parte jamás llegaba. Era muy raro, pero se levantó de golpe para dejar de darle importancia.

Qué pérdida de tiempo, dormir tantas horas para encima, soñar con eso casi cada noche. Era ridículo.

Se atusó un poco la ropa y bajó a la planta principal. Ese día, no grabó ninguna línea en la pared, de lo cual Anju se dio cuenta enseguida desde abajo. Su rostro cambió a uno más triste y esa mañana, casi no intercambió palabra alguna con él. Link se preguntó casi inconscientemente qué sería lo que le pasaría, pero no se lo dijo directamente a ella. Al final, pensó, de preocuparse en exceso, eso le terminaría siendo un lastre. Había mantenido las distancias en esos años a propósito para que ella no se encariñase con él, ni él con ella y aún así... Seguía sintiendo lástima por ella, algo de compasión y Anju, por su parte, le tenía más aprecio de lo que a él le hubiera gustado. Era la única junto con Dampé a la que tampoco parecía importarle lo que el resto de la gente comentara de él. Aunque ya de poco servía.

Llevaba años posponiendo el plan hasta que llegara la fecha indicada y ahora, al fin, había llegado. Sentía que era lo que debía hacer, como la corazonada que le decía que no podía fallar su lógica. Sentía que no debía dejar pasar la oportunidad...

... Al igual que algo en su interior le dejaba caer que todo podía cambiar drásticamente después de hacerlo.

Link salió de la casa de Impa, cargando con el medallón, la flauta y el tarro con el poe. Anju se despidió de él distraída y él paseó por el pueblo recibiendo miradas desconfiadas que dejaban a la vista lo que pensaba cada uno.

El chico siniestro y raro que ahora encima, cazaba fantasmas en el cementerio. El chico oscuro y solitario, que ahora traía espíritus en una botella y al final acabaría trayéndoles alguna maldición profanando una de las tumbas del cementerio.

Link pensó si ellos creían que no sabía lo que comentaban por lo bajo. No obstante, ya no le interesaba saberlo.

Ese día fue directamente al cementerio. Supuso que el tendero le estaría esperando para los repartos del día, pero no iría. Ni ese, ni ningún día más. Daba igual lo que le buscara. No iría a hacer ninguna de esas cosas aburridas. Demasiados años aguantando a gente borde, que le trataban de esa manera inferior, sin saber con quién hablaban.

Había tenido más paciencia de la debida hasta que llegara el momento, por lo que ya no estaba obligado a seguir con la farsa de que era un hyliano normal. De hecho, ya no se sentía ni siquiera un hyliano. Todo en Hyrule le aburría ahora soberanamente. Hyrule necesitaba movimiento, pensó. Más cosas emocionantes. Más seres interesantes. Ojalá hubiera criaturas así, se dijo.

Aunque una parte de él imaginó que en algún sitio debía de existir algo así.

Pasó la gran parte del día en el cementerio. Ni siquiera volvió a la casa de Anju para comer algo.

Esperó, esperó... Pero el sepulturero no apareció. Como el resto de los días que había ido.

La noche cayó y Link dio un último vistazo al lugar. Una vez más, ningún poe apareció. Era como si les costara manifestarse ante él por algo. Link no lo sabía.

Resoplando y sintiendo pena, decidió dejar la botella con el poe frente a la casa del sepulturero. Le hubiera gustado dársela personalmente, pero así tendría que ser al final.

Link se quedó pensativo. En el fondo, tenía la esperanza de que Dampé saliera de la cabaña, contando una de sus muchas historias y fantasías.

Se acordó vagamente de algunas cosas, como la de aquella vez. No había sido una historia, sino una fantasía, fantasía que le había hecho pensar también.

Fue un día en el que el sepulturero le contó acerca de otra manifestación de los difuntos, esta vez, como espíritus translúcidos. No como poes o espectros negros. Simplemente almas que flotaban.

Dampé.- La gente creo que teme a los espíritus porque forman parte de otro plano —le había dicho—. A mí me parece fascinante. Ese plano queda lejos de nuestro alcance, por ende, no podemos acceder de ningún modo a él. Pero ellos han estado en los dos. Ven los dos, y pueden llegar a manifestarse en ambos planos a la vez. ¿No es genial? Son multidimensionales.

»Los que hay en Hyrule al menos no pretenden hacer daño. Al menos los que yo he visto. Pero imagina que pudieran existir algunos que sí tuvieran motivos para hacerlo. Serían realmente peligrosos... Ellos quizá podrían atacarnos si quisieran. Pero nosotros no a ellos.

Tenía unas ideas curiosas ese anciano, se dijo Link. Le había parecido un hombre interesante. Lástima que el resto del pueblo le tuviera tan apartado. Casi podía sentir lo que había sentido Dampé.

Ojalá algún día las cosas cambiaran. Hyrule era aburrida, se repitió. Y lo poco interesante... Era apartado, o por la Familia Real, o por el resto de la gente, que parecía infectada por su manera de pensar.

Dejó el frasco allí, aceptando de una vez por todas que Dampé no saldría.

El poe se quedó ante la puerta y Link se marchó.

Link.- Un recuerdo que he cogido para ti —le había dicho en voz baja frente a la puerta—. Una vez los entiendes, no son difíciles de capturar. Son curiosos. Al menos, para que puedas tener uno contigo por una vez.

Lo que Link no sabía, era que un enfermo Dampé estaba escuchándole desde dentro. No quería que Link le viese así, por lo que no quiso salir. Pero desde dentro, Dampé le respondió, a sabiendas de que no podría escucharle.

Dampé.- Hasta la vista, chico —susurró cuando escuchó sus pasos alejándose—. Desde que te conocí, supe que este pueblo no era para ti, igual que me ocurrió a mí. Ojalá puedas encontrar la manera de no estar solo...

Esa tarde, el chico se sentía lleno de orgullo. A pesar de que hacía apenas varias semanas de la muerte de su tío.

Él ya le dijo que no quería heredar el laboratorio un millón de veces. Pero en vida, su tío jamás le dejó cumplir su propósito.

No obstante, ante su lápida allá en un rincón del Lago de Hylia, cómo él había querido ser enterrado, Kafei le pidió disculpas. Le pidió que le perdonara por haber esperado hasta el día de su muerte. Pero no le había dejado otra alternativa. Él quería hacerlo, él tenía ese sueño y a toda costa quería cumplirlo. No sentía que su propósito en la vida pudiera ser otro, como pasar los días haciendo experimentos con el agua del lago. Por muy pura y milagrosa que fuese.

Para su sorpresa, su estado físico le había permitido ser admitido en la Guardia Real casi en el acto, pero aún tendría que pasar por un largo y arduo entrenamiento. Nada de eso importaba. En tan solo unos días, Kafei ya estaba dentro del ejército, cumpliendo su sueño de estar al servicio de la mismísima Familia Real.

De las mil disculpas que le pidió a su tío antes de partir, solo hubo una frase de súplica, más allá de pedir su perdón. Una frase de que le observara desde donde quisiera que estuviera y esperara, que acabaría a la larga, sintiéndose orgulloso de que se hubiera alistado a la Guardia Real.

Haría todo lo que fuese necesario, dijo Kafei. Se esforzaría por estar a la altura, por aprender de los veteranos. Ahora que estaba dentro, debía esforzarse.

Al fin y al cabo, en Hyrule nunca pasaba nada, se dijo. Tenía aún mucho tiempo por delante para aprender.

En mitad de la noche, unos ruidos despertaron a Anju. No habían sido ruidos demasiado fuertes, pero ella no estaba teniendo un sueño muy profundo. Con lo cual, no había sido muy difícil llegar a despertarla.

Ella dio un respingo y se levantó sobresaltada, mirando hacia la cama de Link. Estaba vacía. Pensando lo peor, recorrió la estancia con la mirada en plena oscuridad, pero no le encontró en la planta de arriba. Se levantó de golpe y se dispuso a bajar las escaleras. Por suerte para ella pero para desgracia del Link, le encontró allí, preparado aparentemente para marcharse.

Ambos se quedaron quietos en completo silencio cuando se vieron. Link apartó la mirada y Anju no sabía ni qué decir. Comprendió la escena al momento de verla y supo que, de no haber bajado, Link se hubiera marchado sin siquiera despedirse de ella. Se sintió dolida, después de los años que le tuvo allí con ella. Y más dolida se sintió, viendo que ese chico de tan pocas palabras, ahora directamente no pronunciaba ninguna.

Sin embargo, fue ella quien se adelantó.

Anju.- Desde hace tiempo, supe que un día te marcharías —le dijo con lástima.

Link no dijo nada. No había querido despedirse de ella más que nada porque directamente no sabía qué decirle. No quería explicarle a nadie, obviamente, lo que iba a hacer, por lo que nadie podía llegara imaginarlo tampoco. Anju imaginó que iría a la Ciudadela de Hyrule en busca de una nueva vida, o tal vez, fuera de los límites de esa tierra...

No podía saberlo. Link nunca había querido contarle nada. Imaginó que sus planes debían ser mucho más importantes que quedarse allí para siempre. Por lo que, con lástima, había acabado por asumirlo. Lo que fuera que quisiera hacer, tendría, por fuerza, que ser mucho más interesante.

Anju.- Solo espero... que adonde vayas... estés bien.

Link solo asintió, forzando una sonrisa. No había querido propiciar esa situación. Sin más, avanzó hacia la puerta, dándole a Anju una despedida que ella no imaginó recibir de él. Una despedida áspera y fría, como si no se conocieran de nada. Ella ya sabía que era frío, pero no imaginaba que hasta ese punto. Después de tantos años, aún seguía preguntándose qué sería lo que le tendría que haber pasado en el bosque para convertirse en una persona así.

Con lágrimas en los ojos y entendiendo que no había marcha atrás, Anju volvió a intervenir.

Anju.- Imagino que no te gustan las despedidas —le dijo a su espalda—. Eso puedo entenderlo. Pero compréndeme a mí. Te he llegado a apreciar... como a un hijo en estos siete años. Al menos... dame una garantía de que estarás bien y de que... volveré a verte. Ya que no quieres contarme nada al respecto.

Link, quien no se esperaba esa respuesta, se giró un momento, con la puerta entreabierta para salir. Se quedó mirándola fijamente y después, iluminado vagamente por la luz de la luna, asintió y por fin habló.

Link.- Por supuesto que estaré bien —le dijo, con seguridad—. Y...claro. Volveremos a vernos.

Anju pareció más tranquila y Link, quien no sabía si lo que estaba diciendo sería cierto, salió y cerró la puerta tras de sí, dejando a la mujer sola por primera vez en casi una década.

Anju se quedó allí sentada en medio de la sala principal, haciéndose miles de preguntas y echándole ya de menos desde el primer minuto. Volvía a sentirse tan sola como antaño y, sin quererlo, pensando que era una ingenua, se echó a llorar.

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