𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝟳. Los últimos días.

Por más que agitaba las riendas, el caballo que tiraba del carro no iba más deprisa. Link se desesperaba con ese animal. No recordaba que los caballos fuesen tan lentos. Quizá se había malacostumbrado a Epona, a la cual había visto de lejos en alguna otra ocasión meintras realizaba esos envíos.

Otros casi cinco años habían pasado ya, en los cuales, no demasiadas cosas habían cambiado en esa aburrida tierra. Link seguía trabajando para el tendero de Kakariko, quien desde que él había empezado a hacer la peor parte, holgazaneaba más. Ya se limitaba a darle las cosas que quería que llevara, la dirección donde tenía que entregarlo y las rupias al regresar. Rupias que con frecuencia era él quien tenía que pedírselas, pues el hombre tampoco ponía mucho interés en pagarle.

No obstante, Link durante esa última semana, había estado más alegre de lo normal. Anju parecía más contenta con ello, aunque para ella quizá duraría poco. Las muescas de la pared estaban a punto de sumar los días que componían siete años. Por lo que a Link le debía de faltar poco tiempo para cumplir diecisiete años al fin.

Link se llevaba la mano cada día al bolsillo para notar el Medallón de la Luz, que no estaba logrando cumplir la función para la que fue enviado. Se sentía satisfecho. Había aguantado esos siete años y ya quedaba muy poco, se dijo.

Ese mismo día salía de hacer una entrega en la Ciudadela. Había visto el Templo del Tiempo al fondo, una de tantas veces durante los envíos. Apartó la vista, alegre del poco tiempo que ya quedaba y se marchó a seguir con lo suyo. Ese banal trabajo que no le duraría mucho tiempo más.

Puso rumbo al Rancho Lon Lon, a sabiendas de quién saldría a recibirle. Talon era demasiado vago y siempre estaba metido en casa durmiendo. Malon siempre estaba atareada con los caballos. Por lo que era Ingo, ese hombre bigotudo tan desagradable el que salía a recibirle siempre. Link le odiaba ya de antes del retroceso temporal, con lo que el tener que tratar con él en ese contexto no mejoraba las cosas. El hombre siempre aprovechaba la ocasión para despotricar contra Talon, gritando a los cuatro vientos que el rancho debería ser suyo y que él aspiraba a una vida lejos de esa miseria de lugar.

El joven hyliano pensaba para sí mismo siempre en lo que hizo cuando Ganondorf traicionó al Rey. En verdad ese hombre era un cobarde que se vendía rápidamente al mejor postor. Alguien así no creyó que pudiera aspirar a una mejor vida.

Ingo.- ¿Otra vez tú por aquí? —se quejó, saliendo a recoger las cajas del carro.

Link no hizo el amago de ayudarle. El hombre se puso en jarras.

Ingo.- Vas a ayudarme, ¿o qué?

Link ya lo había intentado en alguna ocasión y el hombre no era nada agradecido. Simplemente se limitaba a ignorarle.

Link.- No —respondió relajadamente—. Cárgalo tú mismo. ¿Te parece poco que lo haya traído hasta aquí?

Ingo se puso rojo de rabia. Ese hombre explotaba con demasiada facilidad.

Ingo.- ¡Ja! ¡Menuda juventud nos espera! —exclamó—. ¡A ti te hizo falta mano dura de pequeño! ¡Si fueras mi hijo, ni quieras saber cómo estarías!

Link se rió para sí mismo. Sí, ya, pensó sin hacerle mucho más caso.

Cuando el hombre bajó todas las cajas, Link le puso la mano, pidiéndole las rupias que debía llevarle a cambio al tendero de Kakariko. Ingo se las dio de mala gana y cuando Link las contó, se dio cuenta de que eran menos de las que el tendero pedía por eso.

Link.- ¡Eh! ¡Faltan rupias! —le gritó.

Ingo.- Dile a tu jefe que se las he restado por mal servicio —dijo de espaldas, perdiéndose en el rancho sin dar más explicaciones.

Link frunció el ceño y agitó con rabia las riendas del caballo. Ese maldito hombre, pensó. Cuánto podía detestarle. Menudo miserable. Al final, el trato despectivo que le daba Link era lo que se merecía.

Se esforzó en quitárselo de la cabeza, pensando en su próxima entrega: el laboratorio del lago de Hylia. Otro sitio que tampoco le gustaba. Resopló, acordándose de lo que se encontraría al llegar allí, que sería lo mismo de siempre.

Se le hizo eterno el camino entre todas las paradas que hacía el caballo, que se cansaba con una facilidad pasmosa. Link agitaba las riendas, pero el caballo le ignoraba una y otra vez. Ojalá tuviese a Epona, pensó para sus adentros, refunfuñando.

Al final acabó llegando al laboratorio y bajó de la carreta. Allí sí estaba dispuesto a ayudar, más que nada para acabar cuanto antes. Tan pronto como escucharon el carro llegar, ambos salieron.

En esa línea temporal, vivían dos personas en el laboratorio. El viejo que él ya conocía y un joven, que al parecer era su sobrino. Era un chico que parecía de la edad de Anju, era mayor que Link. Vestía unas ropas raras, muy amplias y tenía una melena lisa que le llegaba por los hombros, de color violeta. Sus ojos eran de un fuerte color rojo, muy poco común en un hyliano.

Por las frecuentes discusiones que les escuchaba tener cada vez que iba a repartir allí, se enteró de que el chico se llamaba Kafei. Era curioso, a ese joven jamás le había visto.

Kafei salió del laboratorio y pidió a Link con desgana y las manos metidas en los bolsillos que no se molestara, que ya lo haría él. Su tío salió del laboratorio, con la misma discusión de siempre.

Tío.- ¿Ves? Eres un chico trabajador —le riñó—. Si quisieras, podrías llegar a mi nivel de investigador.

Kafei.- De eso se trata, tío, de que no quiero —dijo mientras transportaba cajas.

Tío.- ¿Cuándo se te va a quitar esa idea de la cabeza, Kafei? Dime, ¿cuándo?

Kafei.- Es mi sueño, así que, nunca —contestó.

Tío.- Sabes que no me gusta exponerte a ningún riesgo —le advirtió—. Alistarse en la Guardia Real no es cualquier tontería. Estás a merced del Rey, a sus órdenes y eres su escudo protector ante cualquier cosa que pueda suceder.

Kafei.- Tampoco es que pasen muchas cosas en Hyrule, tío —le dijo para tranquilizarle.

Link, oyéndolo todo, resopló apoyado de espaldas a la carreta.

Tío.- ¡Eso! ¡Eso es! ¡Muy bonito! —dijo apuntándole con el dedo, pero Kafei ni se molestaba en mirarle—. ¡Tú confíate así! ¡Hyrule parece pacífica, pero eso puede cambiar! ¿Y si te pilla una guerra en medio de tu servicio? ¿Eh?

Kafei.- Por las Tres Diosas, tío... Tú siempre tienes que ponerte en lo peor... —se quejó él.

Tío.- Me niego rotundamente a que te alistes. No correrás ese riesgo. ¡Heredarás el laboratorio y no te irás de aquí mientras yo viva!

Kafei.- ¡Pues entonces date prisa en morirte!

Link odiaba estar en medio de esas discusiones cotidianas, pero en el fondo era hasta divertido en algunas ocasiones. Aunque no podía empatizar con el sueño de Kafei. ¿Le parecía un gran sueño aspirar a ser otra marioneta de la Familia Real?

El profesor del laboratorio se marchó hablando en voz alta para sí mismo, quejándose del sobrino tan impertinente que tenía. Kafei fue hacia él para pagarle lo que le debía y tan pronto como lo tuvo en sus manos, Link se marchó.

Kafei se quedó mirándole, pero la voz lastimosa de su tío desde dentro del laboratorio le interrumpió.

Tío.- Ka... Kafei...

El chico no supo lo que pasó, pero esa voz no le sonó demasiado bien. Salió corriendo hacia el laboratorio y se hizo el silencio durante un buen rato.

Bajó del carro hastiado y fue a hacer el intercambio de rupias con el tendero. A regañadientes, éste le dio su parte correspondiente, que llevaba cinco años sin variar ni una sola rupia. Link salió de allí tan rápido como entró y decidido, puso rumbo al cementerio del pueblo. Era agradable pasar por la zona ahora que al fin la obra había terminado, ya era hora. No obstante, nada ocupaba esa casa ahora. Tanto trabajo para hora dejar la casa vacía.

Link siguió su camino. Ese día estaba especialmente harto de todo. Entre sus sueños repetitivos, las entregas y el ambiente en general, se sentía agotado. Necesitaba estar solo un rato. En esos cinco años, había empezado a renegar muchísimo más de todo. Ojalá esa tierra y la gente pudiese cambiar. Tenía la impresión de que todo era tan desagradable...

Ese día, antes de ir a hacer los repartos, se había llevado un frasco de cristal al cementerio para tenerlo preparado, junto con un montón de piedras. No era una idea del otro mundo, pero creyó que podría interesarle. Sería lo último que haría por él, ya que no había conseguido verle muchas más veces por el cementerio. Sus horarios no coincidían a penas.

Cargando con la flauta aún y el medallón siempre seguro en el bolsillo, Link esperó pacientemente por la zona. Sabía que costaría que aparecieran, especialmente si los esperaba a propósito. Pero con los años, parecía que le costaba más que esos entes aparecieran. Era como si Link los intimidara con su presencia.

Tardó un buen rato en lograr que uno se manifestara. Tan pronto como lo vio, le lanzó varias piedras que lograron hacerle algo de daño. Cuando este se volvió invisible para golpearle con el farol, Link aprovechó un trozo de madera de una caja rota que había por allí y el poe no pudo golpearle. Repitiendo este proceso varias veces, el poe chilló, el farol se rompió y una especie de fuego violeta con cara sonriente se quedó allí flotando. Link abrió el frasco y metió la llama morada con cara en el frasco de cristal. En verdad, si se sabía cómo, no era algo tan difícil de lograr.

El chico hyliano miró al poe embotellado y después hacia la casa del sepulturero. Aún no lo haría, pero ya lo había conseguido para el día en cuestión. No sabía por qué, pero quería tener ese detalle. Al menos Dampé parecía ser muy amable con él. Eso sí, las pocas veces que le veía. En los días que faltaban, trataría de coincidir con él.

La sala era oscura, pero ellos ya estaban muy acostumbrados a esa oscuridad. Uno de ellos avanzó por la estancia, descubriendo vagamente el pelaje blanco del guardián, bajo algunas piezas de armadura que brillaban aun estando en penumbra.

Se acercó con sumo respeto hasta él, quien ni siquiera se movió a pesar de saber que alguien venía a su espalda. Solo sonrió con su rostro felino para sí mismo.

Quien se había acercado, uno de esos seres de aspecto cánido que poblaban la zona, se quedó unos minutos en silencio detrás de él, preguntándose qué pasaba. En esos días de atrás, le había visto mucho por allí, pensativo. El cánido no sabía por qué, pero empezaba a sentir curiosidad.

Mirando hacia el enorme portón que el guardián no dejaba de observar, dejó escapar la pregunta.

—¿Qué... qué ocurre?

El guardián no respondió enseguida. Se quedó absorto mirando la puerta, como si estuviese viendo algo que nadie más podía. Tras unos segundos incómodos, miró al cánido, descubriendo su rostro de león blanco, con unos penetrantes ojos azules. Después, exhibió una oscura sonrisa.

Guardián.- Puedo sentirlo —le confesó—. Puedo sentirlo por primera vez después de tanto. No sabes cómo de grata es esta sensación. Emana a través de la puerta... es fuerte.

El cánido se sorprendió.

—¿Es... es ella?

El león miró hacia la puerta de nuevo y asintió débilmente, pero satisfecho.

Guardián.- Sí, es ella —sentenció—. Es ella que por fin se está despertando. Quiere que él venga. Y quiere que ambos se reúnan. Lleva mucho tiempo olvidada.

El cánido le miró, sabiendo lo que eso significaba. Sin poder evitar su emoción, salió corriendo con la intención de contárselo al resto de su especie que andaban por la zona. El león se quedó allí, disfrutando de la sensación.

Guardián.- Que comience de nuevo —se dijo en voz baja.

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