𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝟲. La melodía.

Tal como Dampé se lo dijo, así lo había hecho. Cada vez que tenía una oportunidad, acudía al cementerio del pueblo. No tanto a investigar lo que el sepulturero creía, sino a comprobar otra cosa que tenía en mente. No obstante, no fue tan fácil como él pensaba desde un principio, por lo que había terminado pensando que era imposible.

A lo largo de ese par de años que llevaba en la villa, Link había intentado tocar el Nocturno de la Sombra en varias ocasiones, sin éxito. Llegó a pensar que necesitaba estrictamente la Ocarina del Tiempo para que eso funcionase y a la larga, después de muchos intentos, había dejado de intentarlo.

Sin embargo, sus planes a futuro no habían cambiado lo más mínimo. Tan solo había pensado más acerca de ellos y de lo que podrían acarrearle. En esos años había reparado en que, cuando él sacó la espada del pedestal, eso había permitido a Ganondorf acceder al Reino Sagrado... directamente al tesoro de las Diosas. Link se había dado cuenta un día, de repente, lo que le hizo cuestionarse algunas cosas.

Si él abría la puerta con la edad necesaria para empuñar la Espada Maestra... ¿podría sucederle a él lo mismo? ¿Podría no solo quedarse con la espada, sino también...?

Link sintió un aluvión de entusiasmo en su interior y sonrisas raras se dibujaban en su cara al imaginárselo. Sonrisas que con el paso del tiempo, se volvían más y más siniestras. Aunque también era cierto que debía mantener los pies en la tierra. Al fin y al cabo, solo tenía el Medallón de la Luz, no las Piedras Espirituales. Podía llegar a fallar. Su plan, no obstante, era algo que le hacía sentirse confiado, por alguna razón. Como si ya lo hubiese comprobado y éste no pudiese fallar de ningún modo. No sabía el por qué, pero realmente sentía que era un plan inteligente, sin fisuras y ante todo, inesperado.

Esa mañana se despertó sobresaltado. Otra vez los mugidos de la vaca que estaba enjaulada en el piso inferior de la casa. En ese tiempo que llevaba allí, seguía sin comprender qué hacía la vaca allí metida. Anju simplemente decía que así podrían tener leche infinitamente, pero él seguía sin verle lógica a tenerla allí dentro pudiendo tenerla rondando por el pueblo.

Se levantó rascándose la cabeza, mascullando insultos para ese maldito animal que casi todos los días le despertaba. En ese tiempo le había bastado para odiarla a ella y a otras muchas cosas.

Disimuladamente cogió un cuchillo que tenía oculto junto a su cama. Con él, hizo una marca en la pared, en la zona en la que él dormía. Una línea pequeña, vertical. Una más de tantas como había allí. Cada marca señalaba un día. Link se había propuesto contarlo de esa manera, desde el día que llegó, contaría siete años. Los mismos que tuvo que dormir en su momento en el Reino Sagrado, ya que llegó a esa casa con la misma edad que tenía cuando sacó la espada del pedestal. En cuanto todas esas muescas sumasen los días necesarios para hacer siete años exactos, se marcharía. Pero eso Anju por el momento lo desconocía, o eso se creyó él al principio.

En más de una ocasión, ella le había preguntado por esas marcas. No le había dicho nada acerca de que no las hiciera. La pared ya de por sí estaba llena de imperfecciones. Link se había limitado a decirle que no era nada, pero Anju, que era mucho más avispada de lo que parecía, ya se figuraba que eran cuentas para algo. Al ver que cada día había una nueva, no tardó en averiguarlo, pero no le dijo nada. Aunque él llegó a imaginarse que, al hacerlo tan evidente, ella lo acabaría suponiendo.

En cierta manera, le daba lástima. Anju parecía muy solitaria y ciertamente lo era. En alguna noche específica, ella había llegado a comentarle a Link lo sola que se sentía desde hacía tiempo. Le había comentado lo mucho que le gustaría encontrar a alguien con quien estar, que su vida cambiase. Le gustaría que su día a día no fuese siempre la misma monotonía. Que ella sabía que tenía mucho que dar al mundo y un coraje que aún no había sacado, pero del que más de uno se sorprendería.

Link no sabía qué decirle cuando ella comenzaba a hablarle así. Ella realmente parecía triste, y acabó dándose cuenta de por qué actuaba de esa manera tan maternal con él. En ese par de años, Anju se había empezado a comportar con él como si fuera un miembro de su propia familia. A pesar de lo que la gente murmuraba por el pueblo. A pesar de que su comportamiento iba cambiando con los años a uno más triste y sombrío. A pesar de que la gente contaba que frecuentaba el cementerio silbando melodías extrañas a horas inapropiadas. A pesar de que su aura era algo comentado en todo el pueblo. Un chico extraño, que no acababa de encajar allí ni en ninguna parte, que parecía estar en otro mundo y estar volviéndose cada vez más tenebroso.

Era como si Anju no se creyera todas esas historias que murmuraba la gente y de las que Link tenía conocimiento. Él se reía cada vez más por dentro, sin comprenderse a sí mismo ni a lo que crecía en su interior. Se reía porque eso cambiaría un día.

Pero Anju seguía queriéndole en su casa, sin importar lo que dijeran de él. Como si sintiera un amor incondicional, sobre todas las cosas que pudieran decir de él. Como un hijo que nunca tuvo y que quizá no tendría. Con el tiempo, Link había llegado a entenderla, y era algo que no le convenía. Él un día se marcharía, no quería cargar con ese lastre. Pero inconscientemente, se dejaba querer por ella.

Porque ella, a diferencia de la mayoría, le estaba tratando bien. Aún, a pesar de todo, los Skull Kids, Dampé, Anju... podían llegar a sentir aprecio por alguien que ya no sería jamás quien fue. Porque ya estaba demasiado roto por dentro.

Con frialdad, Link se marchó de la casa de Anju esa mañana. Ella estaba acostumbrada a que Link se comportase de manera distante en muchas ocasiones. Aunque a veces se sentía dolida por ello, lo pasaba por alto. Imaginaba que aún tendría las huellas de lo que le sucedió en el pasado, fuera lo que fuese, por lo que tendría que ser paciente. Ella solamente se quedó allí leyendo, pensando para sus adentros cuál sería el límite de esas muescas que el chico hacía en la pared.

Link había echado un vistazo a los cucos antes de seguir avanzando. Parecían dormidos, al menos por el momento. Por lo que no se saldrían del corral, a menos que los obreros los despertaran con el ruido de la obra que parecía no terminarse. Dos años y esa casa seguía a medias, con el capataz al borde de un ataque de nervios cada día.

El chico paseó por allí y le escuchó vociferar todo tipo de insultos hacia sus hombres. Link pensó para sí mismo cómo era posible que esos hombres fueran tan vagos, y cómo era posible que el capataz no tomase las medidas pertinentes. Al margen de sus incesantes voces, no era muy autoritario. Seguía permitiendo todo eso aun con el tiempo que llevaban con la misma construcción. Solo se quejaba, pero eran palabras vacías.

Link negó con la cabeza y se marchó de allí. Esa mañana tenía que ir a la zona alta de Kakariko. En la tienda de arriba del todo, justo al lado de la valla que señalaba el sendero hacia la Montaña de la Muerte, un hombre le había pedido que fuese a verle. Anju le había dicho que podía ser algo bueno, era el tendero del pueblo, que tenía fuertes dolores de espalda y ya no podía hacer los repartos pertinentes. Quizá necesitase ayuda con ello y quisiera a alguien joven para hacer el trabajo por él.

Al chico no le hacía ninguna ilusión. Solo había algo a esas alturas que le entusiasmaba un mínimo. Y tenía que ver con ese medallón dorado que tenía en el bolsillo, objeto que Anju vio alguna vez, pero al Link no decirle qué era, optó por dejar el tema. Se limitó a entender que simplemente era algo muy importante para él, como una especie de amuleto o algo así.

De camino a la parte alta del pueblo, se encontró con bastante gente. Link no quería encontrarse con nadie, pero ese pueblo era como un hormiguero muy reducido. Era imposible dar un paso sin ver a alguien conocido, tampoco eran tantos.

La anciana de la casa inaccesible salía en ese momento en dirección al Bosque Kokiri, para buscar algunas hierbas para elaborar medicamentos. Link lo sabía porque la mujer había cogido la costumbre de contárselo cada vez que le veía y el chico, aburrido, se preguntaba cuándo dejaría de ir a buscar esas cosas allí. Además, siempre tenía que corregirla, pues solía confundir su nombre, llamándole Tortus en vez de Link. El chico resopló un sinfín de veces. No quería escuchar cosas acerca del sitio del que se marchó, y la señora con escasa memoria no dejaba de recordárselo. ¿Cuántas veces iría hasta allí para recoger hierbas? Realmente nunca la había visto traer ninguna, por lo que Link pensó que lo más probable era que se perdiera antes de llegar, teniendo que hacer el mismo intento cada día.

Cuando la anciana le contó por enésima vez lo que iba a hacer, Link bufó angustiado y siguió con su camino. Subió la hilera de escaleras con parsimonia y llegó a la tienda. Llamó con desgana con los nudillos y una voz fuerte respondió desde dentro diciéndole que entrara.

Una vez lo hizo, resopló otra vez. La familia ricachona que vivía junto a la casa de Anju estaba allí, y el padre estaba regateando el precio de un lote de nueces deku para sus hijos. Era ridículo. Estaban podridos de dinero, pero aun así intentaban gastarse lo menos posible si podían hacerlo. ¿Para qué tenían el dinero entonces? Link cada vez pensaba más en serio que la gente era absurda en general.

Tendero.- ¡Oh, Link! ¡Al fin! —exclamó con alegría—. ¡Enseguida estoy contigo!

El padre de la familia se enfadó al tener que repetir lo que estaba diciendo, a consecuencia de la intromisión del chico. Esa familia era realmente desesperante. Eran más agradables convertidos en arañas, pensó Link. Ojalá llegara alguien pronto para ponerles la maldición de una vez por todas, pensó.

Padre.- ¡2 rupias! ¡Es mi última oferta! —exclamó.

Tendero.- Por última vez, ¡no puedo aceptar un precio tan bajo! —le dijo, levantándose de golpe y haciéndose daño en la espalda—. ¡Ay, ay, ay...!

Al final, el hombre se llevó a sus hijos de allí, sin comprar nada. Tanto molestar, en vano. Eso no impidió que se fuese hacia la puerta quejándose con los niños, diciéndoles que irían a la Ciudadela de Hyrule, allí lo encontrarían mucho mejor que ahí. Al fin y al cabo, la Ciudadela era un lugar de mucha más categoría.

Link pensó que de ser así, por que no se iban a vivir allí y se quitaban del medio. Pero tan pronto como salieron, el tendero interrumpió sus pensamientos, frotándose la espalda.

Tendero.- A ti quería verte, Link —le dijo de golpe—. Imagino que ya Anju te habrá contado sobre mi lumbago. Ya no soy tan joven como era. En resumen, necesito a alguien que pueda hacer lo que yo mismo podía hacer antes. Llevar mercancía a casi toda Hyrule. ¿Aceptas?

Efectivamente, tal y como Anju le había dicho.

Link enarcó una ceja. Había sido muy directo, ni siquiera le había dicho si obtendría algún tipo de beneficio por hacerlo. Al ver el rostro serio del chico, el hombre suspiró.

Tendero.- Cinco rupias.

Link siguió mirándole.

Tendero.- Cinco rupias... por envío.

Link apartó la vista. Al fin y al cabo, no creyó que fuese la gran cosa hacer aquellos envíos, por lo que al final asintió. No era de muchas palabras, y eso el tendero ya lo sabía. Así que fue él quien tomó el relevo.

Tendero.- De acuerdo. Ven aquí mañana a primera hora.

Link asintió con desgana y salió de allí sin decir nada. Resopló, pensando que ahora tendría una nueva cosa insignificante que hacer. Se llevó la mano rápidamente al Medallón de la Luz que tenía en el bolsillo. Ya habían pasado un par de años, se dijo. Debía tranquilizarse y tener paciencia.

Solo unos años más. Pasarían deprisa... pensó.

Ni siquiera contemplaba que su plan pudiese fallar. En su mente, ese escenario directamente no podía suceder.

Pasó un buen rato persiguiendo por el pueblo a los malditos cucos después. En cuanto se despertaban, eran imposibles de controlar. Anju tendría que plantearse construirles otra valla, o meterlos en la jaula donde estaba esa estúpida vaca. Aunque claro, si ella tenía alergia...

Había capturado cuatro de ellos cuando la chica salió de la casa. Parecía contenta, bastante más de lo que lo estaba él. Cuando trajo a los últimos cucos, le felicitó. Él no tenía ganas de felicitaciones. Empezaba a estar cansado de todo, de esos bichos blancos que cacareaban, de la vaca, de la gente de ese pueblo. No sabía por qué, estaba harto de Hyrule en general. No sentía que yéndose de Kakariko las cosas fuesen a mejorar.

Anju.- ¡Qué bien, Link! —exclamó—. Como siempre, todos en su sitio de nuevo. ¡Espero que no te hayan causado mucha molestia!

Link.- ¿Has pensado alguna vez en los cucos de bolsillo? —intervino de pronto, acordándose y sin pensarlo mucho.

Anju abrió la boca para decir algo, pero Link se dio media vuelta para irse al cementerio, despidiéndose con la mano. La chica se quedó pensativa allí mismo, mirando a los cucos detenidamente hasta que Link se perdió por el camino del cementerio.

De manera distraída, sacó la flauta que le regaló ese Skull Kid y se puso a tocarla mientras caminaba. Algunas melodías se las inventaba, le distraían un poco entre todas esas cosas que ya le aburrían tanto.

Como imaginaba, Dampé estaba durmiendo. La nota de "Dampé está en la cama descansando" estaba pegada en la puerta. ¿Cómo era posible que ese hombre durmiese tanto? Link, a pesar de cómo había sido, aborrecía cada vez más tener que dormir. Más que nada, porque casi siempre tenía ese mismo sueño tan inquietante, que le daba siempre que pensar. Y más aún desde que Dampé le contó sus viejas historias.

Pocas veces le había vuelto a ver desde entonces. Pasaba casi todo el tiempo solo en el cementerio, tratando de vencer a los poe que se le presentaban. Sin espada, era complicado.

Se acercó entre las tumbas a la zona del Panteón Real, donde estaban las dos lápidas de los hermanos compositores. Se había obsesionado con el Nocturno de la Sombra, pero de esa canción también se acordaba e inconscientemente, hizo el intento de tocarla, pero nada sucedió. Era cierto, que la melodía no se había parecido del todo a la original. La flauta no sonaba igual que la Ocarina.

Espera. Link dio un respingo. Sería que...

Se llevó la flauta a los labios, teniendo un momento de lucidez. Probó a tocar de nuevo la canción, pero con notas más graves. La flauta al fin y al cabo, sonaba más aguda que la Ocarina y se preguntó sino se trataba estrictamente de tocar las notas, sino de hacerlas parecidas a la original, ya que no se trataba del mismo instrumento. Al fin y al cabo, el hombre del molino tocaba la misma canción una y otra vez, pero jamás llovía. Impa le enseñó la nana silbando, y tampoco ocurrió nada. Sheik le enseñaba canciones con una lira, pero cuando las tocaba con ella tampoco nada sucedía.

Cuando entonó la Canción del Sol de esa manera, el ambiente cambió inmediatamente. Ahora había sonado mucho más parecida a la melodía original y efectivamente, el sol avanzó a gran velocidad y se hizo de noche rápidamente.

Link se quedó atónito. Miró a la flauta detenidamente. Conque era eso... pensó.

Hizo una nueva prueba, pero con la Canción de las Tormentas. Efectivamente, comenzó a llover y a tronar cuando dejó de tocar.

Con la lluvia empapándole, no pudo evitar mirar hacia arriba. Y sin dudarlo, entonó el Nocturno de la Sombra una vez más, pero de esa nueva manera.

Todo se volvió negro por unos segundos y cuando fue capaz de volver a ver, se encontraba sobre ese símbolo de color violeta, a la entrada del Templo de las Sombras. Había funcionado. Por fin lo había hecho.

Link se quedó allí quieto, con una mirada tenebrosa. Seguía teniendo esa conexión pese a todo. Seguía funcionando.

Era interesante saberlo, se dijo. Por fin entendía cómo funcionaba.







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