𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝟮𝟯. La corona rota (Parte 1).
🔞TRIGGER WARNING (+18)🔞
Este capítulo contiene escenas de violencia explícita. Lee bajo tu propia responsabilidad.
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La noticia ensombreció las miradas y los corazones de todos. Rauru seguía prestando atención a cualquier movimiento del intruso a través de la red telepática. Pese a saber que Darunia también estaba dentro de ella en el mismo momento que él, fue incapaz de notar su presencia.
La red ya no era segura desde hacía tiempo, pero ya se había convertido en algo que descartar sin pensar.
Darunia.- No puede ser posible...
Sus ojos reflejaban algo más que el haber conocido la noticia de la llegada de Or-Volka. El Sabio del Fuego también lo había oído. Por ende, el mensaje se había escuchado en toda la red. Ahora, el intruso la manejaba. Ellos no podían hablar entre sí, pero el intruso podía hablar con todos al mismo tiempo.
No podía sentir a Impa, ni a Zelda. No podía saber si estaban bien, si habían huido, o si era verdad lo que estaba diciendo.
El Rey comenzaba a estar desesperado. Bandadas de pájaros enloquecidos sobrevolaban la Ciudadela a metros de altura, deseosos por escapar de allí lo más pronto que pudieran. Los caballos de la Guardia Real no podían estar quietos más de un minuto consecutivo, llenando el ambiente con el chocar de sus cascos contra las piedras. La atmósfera era tensa, como si estuviesen rodeados de telas que se pudiesen cortar, pero no ver.
Rey.- Rauru, ¿qué ocurre?
Notaba que además de la aparición del líder de los darkworldianos, había una noticia añadida. También presentía los impulsos del Sabio de la Luz por ocultar detalles.
Cuando hizo el amago de hablar, Darunia le puso una de sus enormes manos en el hombro. Sin mediar palabra, el goron se lo confesó por él.
Darunia.- Hay un intruso en la red telepática. Es quien nos lo ha hecho saber.
El Rey tiró ligeramente de las riendas del caballo.
Rey.- ¿Y qué os ha dicho? Ruego que no os dejéis ningún detalle atrás.
Los dos Sabios callaron. Porque sabían lo que ocurriría. No era la noticia en sí. Era el dato que había dejado caer en último lugar. Sabio de la Luz y Sabio del Fuego se miraron por más tiempo del que pretendían. No estaban nada seguros de decirlo, pero solo así podrían poner a la princesa a salvo, o como poco, saber si se encontraba bien.
Rauru se aclaró la voz, aunque seguía sintiéndose algo atragantado antes de hablar.
Se sintió devastado al mirar a Su Majestad a la cara, y apretó los puños.
Rauru.- Os acusa... de cometer el error de dejar que la princesa Zelda... se oculte de su líder en la oscuridad, bajo tierra.
La mirada del hombre se quedó perdida en un punto invisible entre Rauru y él mismo. Perdió el color en la piel, y se quedó sin aliento y sin latidos durante un par de segundos.
Tardó en procesarlo y ser capaz de ver el mundo de nuevo como una realidad y no como un sueño.
No era simple casualidad.
No podía ser un farol.
Era demasiado preciso.
No tenía la menor idea de cómo, pero los darkworldianos sabían dónde se encontraba oculta la princesa. Y, de ser así, Or-Volka no había entrado por el portal que había en la llanura. De pronto, todo encajaba mágicamente.
Reaccionó progresivamente, dándose cuenta de la gravedad de la situación. Or-Volka no estaba allí, y Zelda estaba desamparada a su merced.
Tiró de las riendas de su caballo, sintiendo en terror de perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos.
Rey.- Yo iré. Volveré al Castillo.
Justo lo que ellos anticiparon.
Rauru.- ¡Su Majestad! —Vociferó, lleno de nervios—. Es una trampa, y vos lo sabéis.
El Rey de Hyrule se dio la vuelta. Bajó la mirada y asintió con amargura. Era muy evidente, sin embargo, ¿qué otra opción les quedaba?
Acababan de salir de una guerra que ni siquiera fueron capaces de finalizar. Los Sabios no podían exponerse a Or-Volka todos juntos. Mascot aún no tenía en su poder la Trifuerza completa.
Rey.- Es cierto. Es cierto que la Familia Real ha cometido errores. Sé lo que intentan. Esta batalla nunca fue sobre Hyrule y el Mundo Oscuro. Sino sobre el Mundo Oscuro y la Familia Real.
»Pagaron todos por nuestros errores. Ahora intento hacer lo correcto. Zelda es valiosa tanto para vosotros, los Sabios, como para Hyrule. La necesitáis por su poder, por ser la heredera. Los Sabios también lo sois. Mascot. Hyrule os necesita en toda esta historia. Yo... estoy dispuesto a daros tiempo.
»Estoy dispuesto a tratar de subsanar los errores de la Familia Real y, si no puedo... a cargar con ellos.
Rauru sabía perfectamente a qué se refería. Una parte de él, quería negárselo. Por otra parte... sabía que lo que estaba diciendo era, hasta cierto punto, sensato. Por muy cruel que pudiese sonar.
Sin dar tiempo a que Rauru o Darunia dijeran nada más, el Rey dio la orden a varios guardias para que lo escoltaran al castillo.
Rauru.- Su Majestad. Permitid al menos que os acompañemos.
El hombre, subido a lomos de su caballo, se giró. Le dedicó al Sabio una mirada melancólica, antes de asentir despacio.
Si iba a ir, no lo haría solo. No dejarían que se enfrentase a lo desconocido con tan solo un par de guardias a sus espaldas.
Lo que preocupaba a Rauru, era el hecho de que iban dos Sabios, y que un tercero estaba en el Castillo. No podían estar tantos juntos en el mismo lugar, y solo esperaba que fueran ellos tres como máximo.
Pero no podía comunicarlo por la red telepática. Solo podía esperar a que las cosas salieran lo mejor posible, si es que eso se podía esperar.
Fue, nada más pisó Hyrule, que notó lo que Xerxeus le dijo. Jamás se había sentido tan bien. Ni cuando era un kokiri, ajeno al mundo exterior. Ni siquiera cuando fue el Héroe del Tiempo.
La sensación de tener a todo un reino estremeciéndose bajo sus pies, era tan satisfactoria como inigualable. Lo notó en sus propias carnes. La tierra cambió, hubo un momento de silencio en el campo de batalla. La atmósfera se hizo oscura y, lo más seguro, era que todos y cada uno de los habitantes de Hyrule miraban en ese momento al cielo, rezando, y preguntándose qué vendría a continuación.
Los ojos ambarinos rodeados de negrura de Or-Volka se regodearon en la pesada atmósfera del reino. Ni en los días más lluviosos recordaba haber visto un ambiente tan denso como aquel día.
La capa, subida, le tapaba parte de la cara, y no se apreció si sonrió o hizo alguna mueca.
Terminó dejando todo tal como estaba, y dirigirse al que era su plan desde un comienzo. Caminó directo hacia el Castillo de Hyrule. Cada paso se marcaba en la tierra, con pisadas negras. El Mundo Oscuro estaba preparado para su poder con la Trifuerza Oscura, pero Hyrule no. Y por ende, la gente tampoco.
Dejando una estela de pisadas oscuras de podredumbre, de hierba marchita, atravesó los jardines del Castillo. Tardó en encontrarse a la Guardia Real, quienes estaban más cerca del edificio. Puso atención a sus armaduras, mirándolos de abajo a arriba con descaro. No recordaba haberlos visto jamás tan elegantemente vestidos.
Cuando se acercó a ellos, les sostuvo la mirada en completo silencio, escuchando de los hylianos una monserga de murmullos asustados que lo hastiaron nada más empezar.
Tanta armadura plateada, tanto emblema de la Familia Real, capas blancas y brillantes... Para ahora estar sosteniendo varias lanzas frente a él con pulso tembloroso.
Se acordaba de cuando fue él quién les tuvo miedo a ellos. Porque si le descubrían, lo lo acusarían de irrumpir en el Castillo como un ladrón. Porque no podía pasar por ciertos lugares sin credenciales. Porque lo echaron a patadas de más de un lugar sin miramientos. Porque eran la autoridad, y había que obedecerlos.
Se compadecía ahora, incluso, de verlos tan desvalidos.
Él se había visto obligado a hacerse fuerte ya de niño, por algo que a su edad no le correspondía, mientras que ellos... se escondieron tras una armadura, porque no lo fueron nunca. Y ahora lo veía.
Le tenían miedo, e iba a disfrutarlo.
Sin inmutarse, hizo el amago de tocar una de las lanzas, a lo que los hombres hylianos respondieron retrocediendo un paso, más nerviosos que antes. En contraste, Or-Volka actuaba despacio, demasiado quizás. Y eso no mejoraba los ánimos de ninguno de ellos.
Tanto fue así, que uno de los presentes no pudo callarse más tiempo.
—¿Quién eres? ¡Márchate!
Empujó la lanza hacia delante, como quién intenta ahuyentar a un animal. Or-Volka no se apartó. Dio un paso al frente, para volver a aproximarse a ellos.
Los guardias retrocedieron otro tanto. No era necesario saber que ese tipo no era ordinario para percibirlo. Es más, intuían quién era. Y ellos no podrían contra él, todos tenían la misma intuición. Aún así, eran la Guardia Real. Tenían que hacer cuanto estuviese en su mano por defender a la Familia Real, a Hyrule.
Or-Volka avanzó otro paso, y eso sirvió para que uno de los guardias hablase y se pusiera aún más en guardia, como un perro a punto de atacar.
—No des un paso más.
Or-Volka ladeó despacio la cabeza.
—No pondrás un pie en el castillo de Su Majestad.
Empujó de nuevo la lanza hacia delante, a lo que el líder del Mundo Oscuro respondió apartándola de su camino deliberadamente.
Or-Volka.- Decidle a Vuestra Majestad, que le esperaré dentro. Y si no desea tenerme ahí, que venga personalmente a sacarme. Si puede.
Los ojos de Or-Volka resplandecieron, y a los guardias no les dio tiempo a mediar una sola palabra más.
El líder darkworldiano, sin desenvainar la espada ni tan siquiera el puñal, agarró con fuerza la lanza del hombre que acababa de amenazarle, y tiró de él para acercarlo. Con el otro brazo, cargó un golpe, con la palma de la mano abierta y los dedos estirados.
En cuestión de segundos, el hombre había soltado la lanza en manos de Or-Volka, atravesado de parte a parte a pesar de llevar armadura. El brazo del chico de ojos ámbar se las había arreglado para romper la armadura y atravesar carne y hueso como una espada misma. Humeaba un vapor negro muy ligero, y dejó que el hyliano diese su último suspiro antes de sacarle el brazo del abdomen.
Los otros guardias se abalanzaron contra él, a pesar de saber que tenían las de perder y que aún no habían visto nada.
Or-Volka, con precisión, los esquivó, y con la lanza del anterior guardia buscó un hueco rápidamente en la armadura de uno de ellos y le perforó la nuca, destrozándole el cuello y bañándole la impoluta armadura en sangre.
No solo era poderoso, tenía reflejos y vista de águila.
Los demás guardias siguieron atacándole, pero no duraron demasiado.
Al siguiente que osó acercarse, lo esquivó y lo agarró por la cabeza. En cuestión de segundos, sus poderes marchitaron su casco, haciéndolo pedazos. Después llegó a su cráneo, que fue desintegrando poco a poco hasta decapitar al hombre.
Al último, lo dejó encerrado en una cúpula ámbar, la misma que invocó aquella vez en mitad del desierto darkworldiano, pulverizándolo como un simple recuerdo, cenizas de algo que nunca existió.
Or-Volka los observó antes de volver a ponerse en marcha. Se había dejado llevar, y tenía una mezcla de pensamientos arremolinados en la cabeza. No hizo caso a ninguno de ellos, y siguió caminando a través de los jardines del Castillo con el aplomo que en su momento no pudo tener.
Así era como debieron recibirle en su día.
Así debió de poder caminar. Sabiendo que nadie le detendría.
Recorrió gran parte del camino sin interrupciones, y las pocas que tuvo fue a la entrada del subterráneo que Xerxeus le había descrito. En esa ocasión, el chico no se molestó en perder el tiempo tanto como con el grupo anterior, y se deshizo de ellos como moscas. A varios los desintegró dentro de su cúpula ámbar y a otros los estranguló con una suerte de enredaderas que se movían como serpientes, y que acuchillaban el cuerpo de sus víctimas con enormes espinas rojizas.
Bajó las escaleras y recorrió los pasillos, dejando tras de sí una estela de pisadas de podredumbre.
Se guió gracias a su vista mejorada, y a las tenues luces de vela que había esparcidas por las paredes.
Y en un momento, se detuvo.
En medio de las paredes de piedra, había encontrado algo que no era muro. No se distinguía del todo, pero sí una buena parte. Era una pintura, enorme, de al menos tres metros de alto y otro tanto de ancho, enmarcada en oro ya sucio por el descuido. El cuadro en sí se veía polvoriento, y lo que representaba daba la sensación de tener una cortina de niebla por delante.
Pese a lo difuso que se veía, el chico identificó inmediatamente que debía de tratarse de alguna dinastía anterior de la misma Familia Real.
Y el motivo por el cual ese gigantesco cuadro estaba allí, olvidado en la oscuridad, lo descubrió al pasar la mano por el lienzo para quitar el polvo.
Junto a las figuras, una sentada con un bebé en el regazo y otra de pie, había un animal. Era vistoso, hermoso y llamativo. No era más que un cachorro, un precioso león blanco con alas.
Or-Volka bajó el brazo y dio un paso atrás, con una sutil mueca de desprecio. La pintura, ahora con la pincelada del chico para barrer el polvo, puso al pequeño león como protagonista.
En silencio, siguió avanzando por el pasillo.
En la llanura, la guerra había terminado. O al menos, esa era la impresión que daba.
Xerxeus dejó de usar su poder, en vista de que su cometido allí ya estaba cumplido. Deshizo los finos hilos azules que salían de sus garras, y los cuerpos de todo ser darkworldiano que debió estar muerto, volvió a caer inerte al suelo.
Con la luz roja de la primera grieta de fondo y el cielo cubierto de nubarrones negros, la llanura ofrecía una vista que nadie nunca había visto en Hyrule.
El león se puso en pie, y los gigantes de piedra se quedaron quietos, cada uno en un lugar distinto, esperando órdenes. No las hubo por el momento.
El campo era ahora un yermo oscuro y frío, salpicado de cuerpos del Mundo Oscuro y de Hyrule, de armas y armaduras rotas, de sangre de una dimensión y de otra.
Tras la retirada hyliana, los jinetes que se movían por aire habían retrocedido, posándose por los riscos altos de los alrededores. Mientras tanto, a través del portal entraron los que faltaban por llegar. Cientos de almas de color verde brillante que llegaban desde el Mundo Oscuro como un ejército intocable, pero invencible al mismo tiempo.
Sus figuras resaltaban en la penumbra, y fueron cubriendo la llanura despacio, también esperando al momento en el que tuvieran que empezar con su cometido.
Xerxeus miró en dirección al Castillo de Hyrule, escuchando el galope de varios caballos. Pensó, entusiasmado, en qué estaría haciendo Or-Volka. Y en que pronto, su venganza personal empezaría.
Igual que todos, Mascot también escuchó el mensaje a través de la red.
Aterrado e inquieto, no se lo pensó dos veces, y se dirigió a las escaleras que conducían hacia la Ciudadela. Podía imaginar lo que pasaría. Bajando los escalones, se topó de bruces con Darunia y con Rauru. Los dos Sabios opinaban lo mismo: era peligroso llevarle adónde lo llevarían, pero lo era aún más dejarlo solo en cualquier otra parte. Al fin y al cabo, el Rey de Hyrule iba acompañado por una escolta de soldados, y esos mismos podrían ayudar también con el Héroe de la Luz.
Ambos le instaron a subir a caballo junto a algún soldado de la guardia, explicándole deprisa la situación. Le advirtieron que por nada del mundo pusiera un pie cerca del Castillo. Que ni siquiera se alejara un palmo de donde la mitad de la Guardia Real se quedaría. Or-Volka estaría allí con toda seguridad, lo que el intruso dijo en la red telepática no era un farol. Primero, tendrían que localizarle. Y no sería muy complicado conseguirlo.
Mascot subió con uno de los soldados a su caballo blanco, tiritando. No supo si por nervios, frío, o todo al mismo tiempo. El peso de la Espada Maestra era más grande que nunca. Iban galopando, y el Rey lo sabía mejor que ninguno, hacia el epicentro del desastre. Hacia quien lo había iniciado todo.
Aquel con el que tarde o temprano tendría que luchar, una vez tuviera los tres fragmentos de la Trifuerza.
Y, a pesar de contar ya con uno de ellos, concretamente el del Valor, no se sentía preparado en lo más mínimo para mirar a los ojos del que una vez fue su ídolo.
Darunia.- No detecto a Impa en la red telepática.
Rauru.- Ni lo harás —dijo, con pesar—. Sabe lo que se hace, por desgracia... Y ya no podemos contar con la red telepática para nada.
Mascot los oía de lejos, pero aun así prestó toda la atención que pudo.
Darunia.- ¿Por qué tiene acceso?
Rauru.- Eso mismo me he preguntado yo. ¿Por qué le dieron esa capacidad?¿En tan poco tiempo...? Tuvieron mucha fe en él.
Rey.- Sabéis quién es el intruso de vuestra red, ¿no es así?
Los dos Sabios guardaron silencio, aunque por motivos un tanto distintos. Durante un rato, solo se escuchó el galope de los caballos, y el sonido metálico de las armaduras con el trote.
Darunia sabía algo, pero no lo suficiente para explicarlo. Rauru sabía más, y no daba crédito a lo que iba a tener que decir. No esperaba tener que recordar una historia tan vieja, ni mucho menos tener que enfrentarla de cara después de tanto, cuando casi se dio por sentado que eso jamás pasaría.
Rauru resopló y, solemne, asintió.
Después, dijo algo que heló la sangre de todos los presentes, pues nadie se imaginaba que fuese una explicación tan cercana a ellos, ni tan compleja al mismo tiempo.
Rauru.- Es Xerxeus —dijo, con un tono mucho más oscuro de lo normal—. El antiguo sanador de la Familia Real.
Cuando la puerta de madera se abrió, los corazones de todos se encogieron hasta causar dolor en el pecho. Él no tenía que estar allí. No se suponía que tuviera que encontrarlos, ni mucho menos tan fácilmente.
El crepitar del fuego de las velas que iluminaban la estancia fue lo único que escucharon, después de que la misma puerta cediera a los poderes destructivos de Or-Volka. Ésta acabó desencajada, cayendo a un lado, desintegrándose despacio.
El silencio fue tan gélido que se podían oír las respiraciones, y las raíces de las plantas abriéndose paso por la tierra al otro lado de la pared.
Impa y Zelda lo oyeron por la red telepática. Pero habían querido confiar en que no fue nada más que un farol casualmente preciso.
Para su desgracia, no había sido así.
Sus ojos ambarinos surcados por la negrura, se posaron en la princesa nada más vio al grupo.
Impa se puso en pie de un salto, y se colocó en guardia ante Zelda, sin poder quitarle los ojos de encima. Los soldados que las habían estado escoltando desenvainaron sus espadas y se adelantaron a la Sabia, para protegerlas a ambas. Or-Volka no hizo nada.
No era porque estuviese indeciso, triste, o sorprendido. Más bien, tenía una expresión impredecible, y eso en sí mismo era peligroso. Aparentemente, si hubiera tenido prisa en atacar a la princesa, podría haberlo hecho nada más entrar, pero no lo hizo. Se lo tomaba con demasiada calma. Y era inquietante.
La guardia no esperó. No quisieron darle tiempo a dar un solo paso, y se pusieron a su alrededor, protegidos tras sus escudos y apuntándole con el filo de sus espadas.
El chico levantó los brazos, como si pretendiera parecer inofensivo y se estuviera dejando capturar. En todo momento, no quitó los ojos de encima a Zelda.
Ella pudo percibir su odio y su dolor desde lejos. Se le tornó la vista vidriosa al recordar el color azul que tenían los ojos del chico antes de partir al Mundo Oscuro. La luz que veía en ellos cuando confió en él para derrotar a Ganondorf. Sabía que Link se había convertido en otra cosa gracias a lo que Rauru le contó, pero tenerlo delante no tenía punto de comparación. Zelda no fue capaz de soportarlo.
Apartó la mirada, con una mano tapándose la boca. No lloró. Sin embargo, supo que el shock de verle de ese modo no se disiparía fácilmente, ni a corto plazo.
Impa dio un paso al frente mientras Or-Volka seguía en la misma posición, con los brazos levantados. No bajó la guardia ni un momento, y sus ojos de rojo sheikah no lo perdían de vista. No podía confiarse, y su actitud no ayudaba.
Impa.- ¿Qué haces aquí?
Or-Volka miró un momento a la Sabia. Su expresión facial no cambió mucho ,pero sus palabras hirieron como flechas por la espalda a la princesa.
Or-Volka.- Debería preguntar lo mismo. Allí afuera hay todo un ejército jugándose el cuello por vos, princesa, mientras vos jugáis a esconderos.
Impa.- ¿Y por qué deben hacerlo? ¿Por quién ha empezado todo esto? —Preguntó, en tono acusatorio.
Or-Volka sonrió de lado, sutilmente.
Or-Volka.- Te sugiero que pruebes a hacer la misma pregunta, pero mirando en aquella dirección —dijo, señalando con la vista al lugar donde estaba Zelda—. Es posible que te sepa responder mejor que yo.
Impa se acercó más, furiosa, y sin medir las consecuencias de sus actos. Zelda dio un respingo y miró hacia el frente. La sheikah sacó unas pequeñas dagas que tenía envainadas a los lados de las piernas, por lo que pudiera pasar.
Impa.- No se te ocurra decir una sola estupidez más sobre la princesa —se puso en guardia—. No voy a darte la espalda.
Or-Volka hizo el amago de bajar un tanto los brazos, lo que sirvió para que las espadas de los soldados hylianos se acercarán más aún a él. Sin embargo, no fue Impa la siguiente en movilizarse, sino la propia Zelda.
La sheikah se puso en medio, impidiendo que se acercara más.
Impa.- Princesa, retroceded, por favor.
Zelda no hizo caso. Despacio, recorrió la figura del que una vez fue el héroe que llegó del bosque, en el que ella confió sus esperanzas. Se fijó en la guardia, amenazándole con sus espadas. Impa en guardia contra él. Pensó en lo que había pasado afuera... Y en lo que él había comenzado.
Su mente era incapaz de asimilar que esa figura tan oscura y llena de odio fuese el mismo chico del hada que fue a verla al patio del Castillo, a escondidas. Que ahora estuvieran reteniéndole con miedo, desconfiados, como al peor de los criminales.
Zelda.- Link, ¿por qué haces esto? —Le preguntó, con una voz quebrada, sin vida. La pregunta le había salido casi sin querer.
Or-Volka chasqueó la lengua rítmicamente mientras negaba con la cabeza. Sus ojos, color fuego, se clavaron en ella y la princesa sintió como le llegaban al alma.
Or-Volka.- Dejasteis morir a Link hace mucho, alteza —dijo, con cierta sorna—. Vos misma le empujasteis al abismo.
Impa se hartó.
No podía soportar que el discurso continuara en su presencia. Ella sabía el sufrimiento con el que Zelda había cargado desde que Link traicionó a Hyrule, y no estaba dispuesta a consentir que la atormentara si ella podía impedirlo.
Sin embargo, esa última frase había calado en la princesa de una forma que la Sabia de la Sombra no podía figurarse. Por más que su nodriza tratara de convencerla de su inocencia, ella seguiría sintiendo un resquicio de culpa. Y ahora que tenía delante aquel destrozo, el declive del héroe, lo vio claro.
Pero no podía hacerse a la idea.
Quería poder revertirlo. Quería encontrar el modo de solucionarlo. No quería ver lo que era más que obvio, y por lo que se sentía tan sumamente culpable. Solo quería borrarlo, y no podía. Lo tenía delante, taladrando su espíritu con la mirada más sombría que había visto jamás.
Link no era Link. Tenía razón.
Después de todo, tenía razón.
A la cabeza, el Rey de Hyrule no miró hacia atrás ni una sola vez, a diferencia de Kafei, que iba junto a ellos.
La perspectiva desde las alturas, al subir la colina que conducía al Castillo, era desoladora. Los gigantes, las siluetas de los fallecidos sobre la hierba, la luz roja de la grieta. Empezaba a sentir con más intensidad las heridas de las flechas que tenía repartidas por el cuerpo con solo observarlo. Porque no era solo la derrota que acababan de sufrir. Era algo que circulaba entre todos los soldados, pero que ninguno quería decir en voz alta.
Era la perspectiva de que eso aún no había terminado. De que solo había sido una especie de calentamiento para lo que estaba por llegar. Y, de ser así, no habían resistido ni la simple introducción de la historia. Tal vez, ellos no tuvieran mucho que hacer. Quedaban pocos soldados, y además estaban heridos. Or-Volka había llegado al Castillo, y acompañaban al Rey a una trampa que ninguno sabía cómo terminaría.
Kafei miró hacia delante. Uno de sus compañeros de la Guardia Real llevaba consigo la pesada carga que era el Héroe de la Luz. El chico de pelo violeta no creyó estar en posición de decir absolutamente nada y, por otro lado... Sintió lástima por él.
Porque no lo encontraba preparado para lo que estaba por venírsele encima.
Mascot... Parecía más joven que él, incluso.
Y estaba hasta más aterrado que los soldados novatos.
La cosa no mejoró cuando vislumbraron a lo lejos la luz rojiza de la segunda grieta abierta en secreto por el líder darkworldiano. Su Majestad espoleó al caballo para correr más deprisa hacia el Castillo, desde el que no se escuchaba ruido alguno.
Kafei siguió la estela del Rey, y Mascot tragó saliva, apretando los puños.
Estaban llegando.
Allí estaba... Él.
¡Hola! ¿Cómo estáis? ¡Contadme!
Ha tardado en llegar la actualización, pero aquí está. Estoy empezando la siguiente parte de este capítulo para subirla lo antes posible ^^.
¿Qué os ha parecido este capítulo? La verdad es que la aparición de Or-Volka está siendo algo que estoy disfrutando muchísimo a la hora de escribirlo.
Espero que os esté yendo todo muy bien, y muchísimas gracias por los comentarios que siempre me dejáis, y el apoyo que le dais a esta y a mis otras historias. Miro el contador de lecturas y me da una ilusión que no os podéis ni imaginar.
Como siempre, un millón de gracias por todo, ¡y espero que os siga gustando lo que escribo!
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