𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝟮𝟬. La brecha interdimensional

El nerviosismo y la incertidumbre crearon una combinación explosiva para Kafei, quien pasó el resto de la noche entre un sueño muy ligero y la vigilia. La idea de que se avecinase algo muy grave para Hyrule, sumado a que ni siquiera los altos mandos de la Guardia Real supieran nada con total certeza, le tuvo en vilo durante horas y horas.

Al final, cuando los primero rayos de sol aparecieron en el horizonte, Kafei se dio por vencido y se sentó al borde de la cama, frotándose la cara. Ni bañándose en agua helada iba a conseguir espabilarse esa mañana. O al menos, eso era lo que él creía.

Muchos de los soldados seguían durmiendo a pierna suelta, ignorantes de lo que se les venía encima.

Si lo hubieran sabido, no había ninguna duda de que habrían pasado toda la noche con los ojos abiertos como búhos, igual que él.

Vio el amanecer a través de una ventana, acordándose de su tío una vez más. Se le venían a la mente imágenes de todas las veces en las que le dijo que un día el laboratorio sería suyo. Era una fantasía sin fundamento, ya que a Kafei le aburrían las ciencias soberanamente. Su tío debería saberlo por el poco interés que ponía en sus explicaciones, aunque él siempre pensó que era más terco que una mula.

Ahora empezaba a entender la frase de su tío de otro modo.

Empezó a pensar que, tal vez, la idea de poner a Kafei al mando del laboratorio a su muerte, era la mejor forma que se le ocurría de evitarle un peor destino a su sobrino. Que quizás pasaría a otra vida más tranquilo sabiendo que estaba aburrido a muerte entre cuatro paredes, en lugar de a caballo y herido de muerte.

Kafei se sintió triste. Sintió un gran peso sobre sus hombros. Lo suyo era combatir, claramente. Hasta los instructores le felicitaban.

 Y sin embargo, lo sintió una habilidad nimia ante la incertidumbre delo que se avecinaba.

Una cota de malla que pesaba bastante, pero que le hacía sentirse como antaño. Unas botas que funcionaban con energía vital y la convertían en una suerte de magia que permitía al portador caminaren el aire. Las llamaban las Dragon Boots, y a Or-Volka le recordaron ligeramente a aquellas que tuvo una vez y con las que cruzó el abismo a la entrada del Templo de las Sombras. Sin embargo, esas botas eran mucho mejores. Tanto Xerxeus como algunos wizzrobes se lo explicaron. Mientras que las botas voladoras tenían un efecto que duraba escasos segundos, las Dragon Boots disponían de un tiempo ilimitado. Todo dependía obviamente de quién fuera quién las llevara puestas.

Al mismo tiempo, eran mucho más sofisticadas visualmente. Eran de acero tornasolado, tallado a modo de escamas, que brillaban incluso en la oscuridad con reflejos azulados. Le llegaban hasta la mitad del gemelo aproximadamente, y era casi demasiada casualidad que se le ajustaran tan bien como lo hacían.

Se puso también unos pantalones amplios negros, que se remetió por dentro de las botas. Unos guantes, con protección de cuero negro a lo largo de la muñeca y el dorso de las manos. Un cinturón con el emblema de la Trifuerza Oscura que se ciñó a la cintura, y otro que se dejó para el final, con una funda.

Se colocó la capa que le dieron, una tela negra y raída que envolvía sobradamente su cuello y su cara hasta la nariz y que quedaba algo ladeada. Una vez se la colocó, se ciñó el otro cinturón con la funda en un lateral, dejándolo colgar como una bandolera.

En ese momento no era consciente de que Xerxeus le estaba observando desde la entrada de la sala. Era extraño que no se hubiese percatado, dado que los ojos del león resplandecían como dos focos azules con luz propia en la oscuridad. Fue el propio Xerxeus quien le chistó para avisarle una vez se enfundó la Espada Maestra Oscura a su espalda.

Cuando Or-Volka se giró hacia él, Xerxeus casi no le dio tiempo a pensar. Le lanzó un trozo de tela del mismo color que el sayo que llevaba. Un tono morado oscuro y profundo, uno de los tintes más especiales del Mundo Oscuro, como le explicaron también al dárselo.

Or-Volka se colocó la tela en las manos, descubriendo que era un gorro puntiagudo. Miró al león y éste sonrió.

Xerxeus.- Han pensado que, por qué no darle a tu nueva vestimenta un pequeño guiño.

Or-Volka no dijo nada. Solo se colocó el gorro, como ese gorro verde que llevó incluso a la hora de luchar contra Ganondorf. Una vez se lo ajustó y el pico cayó hacia su espalda, lo sintió tan retorcidamente familiar que no pudo evitar echarse a reír. Xerxeus le acompañó, pero no de forma tan enérgica.

Más bien le interrumpió para invitarle a que le siguiera.

Xerxeus.- Vamos, Or-Volka —le dijo, con un tono tremendamente forzado, pero amistoso—. Tu ejército espera.

El joven le fue a seguir, no sin antes tomar el único remanente que le quedaba ya de Hyrule: la flauta que le regalaron los Skull Kid. Se la ciñó a la cintura también, entre su cuerpo y el cinturón.

Acto seguido avanzó para seguir a Xerxeus, quien se puso en marcha para guiarle hasta la salida trasera de la Pirámide.

Nada más atravesaron el umbral de la salida, Or-Volka escuchó una algarabía de voces, sonidos extraños y algunos alaridos de animales. Mientras seguía al león, fue prestando atención a todos los sonidos que salpicaban el ambiente. No sabía cuántos eran ni cómo eran, pero no le hacía falta verlo para saber que era tremendamente numeroso.

Y no se equivocaba.

Cuando subieron a lo más alto de la Pirámide, Xerxeus abrió paso para que Or-Volka viese a su nuevo ejército, y para que éste pudiese verle a él.

Un coro de voces y sonidos guturales demoníacos celebraron la llegada de su nuevo señor. Vitorearon, brincaron e hicieron una rústica melodía metálica golpeando sus armas y armaduras.

Or-Volka paseó sus ojos ardientes por aquella pradera de criaturas que tenía frente a él. A algunas las reconocía y las había visto en algún momento. Otras, le pillaron completamente por sorpresa.

Vio a los zora albinos de nuevo. Vio a los bandidos del Pueblo de los Marginados. Vio a los wizzrobes y darknuts, separados prudencialmente para no enzarzarse en peleas innecesarias. Vio demonios, un gran número de ellos, o lo que deberían serlo. Vio enormes seres de aspecto pétreo y grisáceo, muy similares a los goron hylianos. Junto a ellos, un amplio grupo de jinetes cabalgaban una especie de enormes aves de colores apagados. Más atrás, había jinetes que cabalgaban los caballos insignia del Mundo Oscuro.

Cientos, miles de caballos.

Fantasmas verdes.

Y colosales gigantes de piedra, que salpicaban la multitud desde la distancia.

Todos ellos esperando. Todos celebrando su coronación como Señor del Mundo Oscuro, celebrando al fin tener un nuevo líder que les guíe a aquello que el Heraldo de la Muerte comenzó, pero que no pudo terminar.

Or-Volka no podía creer que todas esas criaturas fuesen ahora a servirle a él. No podía creer que todas ellas estuviesen esperando impacientes su primera orden.

Xerxeus.- Todos nosotros seremos muchas cosas, no lo niego —intervino de pronto—. Pero si algo somos, por encima de todo, es leales. Yo te juré que si volvías me convertiría en tu mano derecha y así lo haré. Ellos ahora también te servirán. Irán adónde tú vayas y harán lo que tú les ordenes.

Or-Volka no dijo nada. Sin embargo, los miró a todos, dejando su imaginación volar, borracho de poder.

Xerxeus.- Estamos en tus manos, Or-Volka. Solo esperamos que nos guíes bien.

El chico asintió. Zora, goron, bandidos. Solo esas tres razas ya sirvieron, nada más verlas, para comenzar sus maquinaciones. Xerxeus le dijo que podrían ayudarle con su venganza hacia la princesa. Sin embargo, estaba dispuesto a ser caritativo con su nuevo ejército, su nueva gente.

Estaba dispuesto a darles más de una recompensa si todo lo que estaba pensando salía como él pretendía.

Se llevó una mano hacia atrás y desenfundó la Espada Maestra Oscura. Ya con el acero liberado, la alzó estirando el brazo y apuntando con su filo al cielo. Un coro de vítores, aplausos y golpes metálicos aún más alto resonó por todo el yermo.

Or-Volka esperó a que se calmaran los ánimos un tanto para hablar.

Or-Volka.- Seguidme a la Torre de Ura —les dijo, tal y como Xerxeus les explicó—. Volveremos a Hyrule. Y ya nadie podrá volver a desterrarnos.

Las celebraciones volvieron con un estruendo ensordecedor. El Mundo Oscuro se llenó de alegría por primera vez en siglos.

Xerxeus acompañó a Or-Volka hacia el sendero que llevaba al Cañón Tempestuoso, una cordillera en forma de grieta, el único camino hacia la Torre de Ura.

La marcha comenzó. Todos estaban impacientes.

Or-Volka, liderando la marcha, no dejaba de pensar en lo que había conseguido, lo que había esperándoles más allá de la Trifuerza Sagrada. Pensó en Zelda, en lo que le hizo, adónde le envió.

Entrecerró los ojos.

Tal vez olvidaran quién fue el Héroe del Tiempo.

 Pero jamás olvidarían el nombre de Or-Volka. Ni todo el tiempo del mundo serviría para borrarlo.

Desde el momento en el que los días empezaron a volverse extraños, no había dejado de preguntarse dónde estaría.

Anju se acordaba de Link a menudo, pero ahora más que nunca. Cuando se marchó, no le dijo adónde iría ni para qué. Ahora ella solo podía esperar que estuviese a salvo, fuera lo que fuese lo que estaba a punto de suceder. Porque era más que evidente que algo no marchaba bien.

La Guardia Real había empezado a evacuar hacía un par de días a la gente que vivía en la Ciudadela. Todo el mundo se llevó sus enseres más necesarios y, con prisa, se vieron obligados a abandonar sus hogares para encontrar una cama en Kakariko.

Habían empezado a ver aparecer a un torrente de gente nueva en el pueblo y la mujer del capataz, altruista, trataba de cocinar para todo el mundo. Aunque la pobre mujer estaba cada vez más desbordada.

Anju, por su parte, ofreció su casa a algunas personas que llegaron, las que se lo agradecieron de corazón.

Sin embargo, esa estancia extraña no iba a durarles mucho tiempo. La Guardia Real también lanzó una advertencia acerca de Kakariko y su proximidad a la Ciudadela. Precisamente por ello, debían de estar atentos a cualquier cosa que ocurriera, en cualquier momento. Porque, en el caso de ocurrir algo, deberían proceder todos a una a desalojar también las viviendas de Kakariko, ocultándose en las cuevas subterráneas ocultas bajo los cimientos de las casas.

El panorama no era nada alentador, y eso que nadie sabía lo que estaba ocurriendo en el Castillo. Antes incluso de desalojar todas las viviendas de la Ciudadela, Impa y una escolta de guardias habían acompañado a la princesa Zelda a los subterráneos del Castillo. Iba a ser un escondite provisional para ella, hasta saber qué sucedería, cuándo y en qué parte de Hyrule. En el momento en el que lo supieran, procederían a trasladarla a otro lugar más apartado y seguro.

Los días se vivían de forma intranquila y caótica. Anju, a pesar de no saber qué pasaba, estaba dispuesta a afrontar lo que fuera, y a ayudar si es que pudiera hacerlo. Sin embargo, el tiempo pasaba y nadie les decía absolutamente nada, lo que empeoraba los rumores que circulaban por el pueblo.

Algunos niños estaban ajenos, como si aquello solo fuesen unas vacaciones temporales. Algunos adultos trataban de ser optimistas, diciéndose casi más a sí mismos que al resto, que el desalojo era a causa de que los edificios de la Ciudadela serían antiguos, que quizás necesitasen restauración. Sin embargo, otras personas contrarrestaban el argumento con mazazos de realidad. De ser una restauración, habrían llamado al capataz y a sus hombres.

De ser una simple restauración, la Guardia Real no patrullaría las calles, vestidos con otras armaduras.

Anju entraba en el grupo de los que intentaban ser más objetivos, pese a que eso le producía pesadillas por las noches. Nadie en Hyrule estaba preparado para lo que los rumores insinuaban. Pero era, de entre todas las posibilidades, la más plausible de todas.

Anju pasaba los días pensativa. Y esa mañana la pasó en el piso de arriba de la casa que Impa le cedió. Se fijó en las marcas en la madera, las que Link hizo durante esos años que vivió con ella. Aún no había sido capaz de descifrar qué podrían querer decir, y era incapaz de encontrarle un significado negativo.

Jamás podría haberlas asociado al propósito tan oscuro que en realidad acabaron teniendo.


No se sintió muy distinto una vez despertó. Solo se notaba más pesado, aletargado, notando mucho más el cansancio que antes de comenzar.

Mascot creyó que notaría algo una vez lograra el primer fragmento de la Trifuerza Sagrada. No obstante, era casi igual que antes, o al menos eso creyó él.

Sus ojos turquesas tardaron en enfocar la sala. Vio oscuridad y un resplandor verdoso que salpicaba ligeramente una diminuta zona. El brillo golpeaba de cuando en cuando a la Espada Maestra, aún clavada en el pedestal, reflejando formas cambiantes en el suelo y en el propio Mascot.

El Héroe de la Luz se trató de incorporar, siendo consciente poco a poco de que no había tiempo que perder. Independientemente de su estado, de sus miedos y de toda la presión que sintiese que llevaba sobre sus hombros, no podía detenerse. Ya bastante había pasado dentro del Juicio de Farore. Y en el Templo del Bosque. A saber cuánto tiempo habría sido en realidad. Casi prefería no saberlo.

Cuando se fue a incorporar, los brazos le fallaron. No obstante, alguien le cogió antes de que su espalda volviese a tocar el suelo. Quien fuese, le ayudó a incorporarse del todo.

Ya recuperando la consciencia y volviendo a sentirse con más energía, Mascot quiso ver qué había pasado, quién le había sujetado para que no se cayera.

Sin embargo, sus ojos solo encontraron oscuridad más allá de la luz verde de la fuente, y una tenue estela blanquecina, que fácilmente pudo imaginársela él mismo.

Se llevó la mano a la cabeza y se revolvió el pelo un tanto, tratando de despejarse. No podía pasar más tiempo allí.

No debía, mejor dicho.

Y preguntarse qué había ocurrido solo le haría despistarse de su verdadero objetivo, la segunda hypnea.

Se levantó, notando peso en cada articulación. Por un momento deseó sentirse siempre como en las hypneas, aunque recordó que eso solo era su espíritu, lo que le produjo aún más malestar. Pensándolo bien, era como haber pasado un tiempo indefinido muerto, y le dieron escalofríos.

Avanzó hacia el pedestal, apartando sus pensamientos, y sacó la Espada Maestra con cuidado.

 La enfundó a su espalda y avanzó deprisa en medio de la oscuridad, en busca de la salida del Palacio de la Tierra. Esperaba no haber pasado dentro del Juicio más tiempo del necesario.

Le sorprendió la cantidad de pasos a seguir para abrir el portal, pero le impresionó aún más el hecho de que Xerxeus se acordara de todos ellos, en perfecto orden. El león se los fue enumerando y Or-Volka los fue siguiendo rigurosamente. No quiso preguntarle por qué se los sabía tan bien si jamás había visto el portal abierto en vida, aunque quizás estuviese equivocado. Al fin y al cabo, Xerxeus era un león muy longevo y para cuando él le conoció, llevaba siglos en el Mundo Oscuro.

Todo el ejército oscuro esperaba expectante en los alrededores de la torre, depositando su fe en el chico hyliano que estaba demostrando tener mucha más sangre darkworldiana.

Xerxeus asintió y los dos vieron cómo una pequeña brecha roja empezaba a dibujarse entre las manos de Or-Volka. Como si fuese la cría de algún extraño animal, se movió y se retorció, creciendo poco apoco.

Or-Volka la dejó sobre el suelo y la vio desarrollarse, lanzando pulsos de luz carmesí a lo largo de la sala. Ambos la observaron con satisfacción, deseando verla en su plenitud. Fue entonces cuando, teniendo a Or-Volka concentrado en ella, que Xerxeus se giró hacia él.

Xerxeus.-¿Estás seguro de querer hacerlo?

Or-Volka asintió, sin ni un solo ápice de duda.

Xerxeus.- Sabes que esa sí dependería de ti enteramente, ¿verdad? Tu vitalidad y poder dependerán de ella en parte. Tendrás que abastecerla para mantenerla viva.

Or-Volka.- Un riesgo que elijo correr —le dijo—. Tú mismo me has dicho que no puede hacerse de otra manera.

Xerxeus.- Un plan excéntrico.

Or-Volka.- Pero que, saliendo bien, será histórico.

Xerxeus rió, como si estuviera en desacuerdo.

Xerxeus.- No solo es cuestión de hacer historia.

Or-Volka.- Es una parte. Además, quiero obsequiarles por su lealtad con algo más. También he decidido que esa sea tu forma de estrenarte como mi mano derecha.

Xerxeus ya no respondió a eso último. Or-Volka estaba convencido de lo que decía, y él ya no iba a discutir sus decisiones. Se ciñó entonces al plan del que hablaron de camino a la Torre de Ura, ahora que Or-Volka era consciente de las cosas que el león era capaz de hacer.

 La brecha fue creciendo, hasta hacerse más grande que ellos dos juntos. Su luz roja ya bañaba todo el interior de la Torre de Ura. No podían esperar a ver las caras de sorpresa de sus compañeros hylianos.

Las calles estaban sumidas en un silencio que nadie nunca había visto. Ya no quedaba ni un solo hyliano en sus casas, solo un par de soldados de la Guardia Real patrullando las calles. Ambos caminaban tranquilamente por las calles, como una actividad rutinaria de la última semana.

Los dos hablaban de cosas banales por pasar el tiempo mientras tenían que deambular por una ciudad vacía. De hecho ambos soldados estaban relativamente relajados. Hacía muy poco que habían dado la voz de alarma, muy poco que habían evacuado la Ciudadela y que las calles se habían quedado desiertas. Precisamente por ese detalle, ambos suponían que los acontecimientos serían más espaciados, lo que no tenía ninguna correlación.

El día se tornaba nuboso por momentos, casi como si se tratara de un mal augurio. Ninguno le prestó atención, obviamente.

El sol se tapó momentáneamente por las nubes que se cruzaron en el cielo, lo cual ambos agradecieron. Patrullar llevando encima toda la armadura a pleno sol no era algo especialmente deseable.

La conversación empezó a animarse, al punto de pararse en un lugar más en sombra, a un lado de la Ciudadela. Estaban tan distraídos que no se dieron cuenta de que otro soldado más veterano se estaba acercando a ellos, no de muy buen humor.

—¡Eh! ¡Vosotros dos! —Les gritó. Los dos se sobresaltaron—. ¿De paseo?

Ninguno de los dos supo qué contestar.

—Se os ha asignado la patrulla de la Ciudadela, no un paseo matutino —les advirtió—. Patrullar es algo serio, y esperaba encontrarme algo serio cuando llegué. ¿Voy a tener que separaros como niños pequeños?

Los dos soldados, sin decir nada, negaron con la cabeza.

—Menos charla y más trabajo —les dijo—. No olvidéis a quién servís. Espero no volv...

No le dio tiempo a terminar. Un sonido atronador a pesar de la distancia, cortó la conversación de forma tajante. Se asemejaba ala caída de un rayo, aunque el cielo no auguraba tormenta, ni estaba lo suficientemente lluvioso.

Los tres soldados, yendo delante el más veterano, se acercaron a la calzada principal que llevaba al puente levadizo. A medida que se acercaron, fueron dándose cuenta de qué era lo que había sucedido.

Una grieta roja había aparecido en mitad del aire, en la llanura. A simple vista no era muy grande, ni siquiera era amplia. Sin embargo, fue lo suficiente como para hacer al veterano retroceder unos pasos.

Nadie se lo esperaba tan pronto. Ni se lo esperaban así.

La grieta, a pesar de no parecer gran cosa, daba la impresión de estar creciendo de poco en poco. Lo cual, les proporcionaba algo de tiempo, aunque no sabían de cuánto exactamente.

El veterano se giró con cara de horror hacia los soldados a los que estaba regañando antes. Les hizo gestos con la mano con brusquedad.

—¡CORRED! —Les gritó, desesperado—. ¡AVISAD AL RESTO DE LA GUARDIA, INFORMAD A SU MAJESTAD! Maldita sea, ¡NO PERDÁIS TIEMPO!

Los dos soldados se miraron entre ellos y salieron corriendo, lo más deprisa que sus pesadas armaduras les permitían. El otro, el más veterano, se quedó a las puertas de la Ciudadela de Hyrule, pidiéndole clemencia a una Diosa que no podía oírle, y a otras dos que estaban dormidas.


Mascot echó a correr a través del oscuro bosque de la pintura, teniendo un muy mal presentimiento. Esperaba no tener razón, que aquello se debiera solamente a que estaba en una suerte de dimensión extraña desde la que le era imposible contactar con los Sabios.

Presa del pánico atravesó el bosque a una velocidad que fue lo suficiente como para sorprenderle a él mismo. Se le había hecho excesivamente corto y, creyó que quizás el despertar de la Diosa Farore había tenido algo que ver. Quizás le hubiese hecho el camino de salida más fácil, o algo por el estilo.

No podía saberlo.

No obstante, su miedo no se mitigó cuando atravesó el cuadro de vuelta al Templo del Bosque. Seguía sin poder establecer contacto con Rauru. Y no era solamente eso. La red telepática se sentía extraña, oscilante y poco segura. Mascot bajó las escaleras y salió de la sala de los cuadros, continuando sus intentos de contactar con el Sabio de la Luz, sin éxito.

Esperaba que nada grave hubiese sucedido en su ausencia, que no hubiese estado en el Juicio de Farore más tiempo del que él creía.

Continuó corriendo por todo el pasillo hasta llegar al elevador. Antes de subirse en él, llegó a pensar con total negatividad, temiéndose que las hermanas poe hubiesen regresado para robar las cuatro llamas otra vez. Afortunadamente no fue así y pudo subir con normalidad.

En ningún momento dejó de intentar establecer contacto con Rauru, pero el anciano continuaba sin dar señales de vida. La presión y la incertidumbre hicieron que se le agolparan un sinfín de lágrimas, que tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no dejar salir. Era otro contratiempo más, se dijo. Solo tenía que salir del templo, y quizás entonces Rauru podría escucharle. Hyrule le necesitaría, no podía derrumbarse simplemente por una cosa como esa.

 No debía, mejor dicho.

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