𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝟭𝟵. Or-Volka (PARTE 1)
Uno de los bebés no dejaba de llorar mientras el chico lo acunaba, y ya no sabía qué más intentar con él. Era como si el bebé pidiese, sin decirlo, salir al exterior para ver la luz del sol.
A decir verdad, el joven goron tampoco entendía el por qué de esa decisión. Llevaban un par de días allí metidos, en la ciudad subterránea, concretamente en una sala cerrada bastante alejada de la entrada. Todos los que estaban allí, pertenecían a tres generaciones distintas. Por un lado, había varios bebés. Por otro, había goron muy jóvenes, que componían la mayoría del grupo, que eran aún pequeños para poder servir de utilidad a su sociedad. Y por último, había unos cuantos ancianos, unos más viejos y torpes que otros, los cuales no decían nada. En total, llegarían escasamente a la veintena de goron.
A pesar de todo, se preguntaban por igual qué le había pasado a Darunia para tomar la decisión de encerrar a todos los miembros de esas tres generaciones allí. Por otro lado, todos aquellos que estuviesen entre la edad de los más jóvenes y de los más ancianos, colaboraban en algo que ellos no podían ver. Darunia no quería dejarles salir demasiado al exterior, pero tampoco justificaba porqué lo hacía. Ni aunque se lo preguntaran de una manera o de otra.
El Sabio del Fuego simplemente se limitaba a responder que era mejor extremar precauciones cuanto antes. Lo cual nadie entendía. Nadie sabía para qué eran las precauciones, de qué se escondían. Era como si Darunia se hubiese vuelto paranoico de la noche a la mañana sin más, preocupándose por una amenaza que solo él veía.
El chico siguió acunando al bebé, pero éste no se callaba de ninguna forma. Al ver que no conseguía nada, uno de los ancianos le hizo un gesto. El joven obedeció y se acercó a él, cediéndole al berreante niño.
El anciano al que se lo había dado no era su padre. Éste estaba durmiendo en una esquina, sujetando con una mano un pequeño bastón de madera. Era de los más ancianos, y tenía costumbre de dormirse en cualquier sitio. El joven lo admiraba. No sabía cómo podía haberse dormido con el escándalo de su propio hijo.
El otro anciano empezó a acunarlo con mucha más maestría y cuidado que el goron joven, quien volvió a sentarse en el mismo sitio que estaba. Poco después, el bebé dejó de llorar. Por primera vez en horas, reinó el silencio en la sala. Todos los bebés se quedaron tranquilos y el joven se sintió frustrado.
Anciano.- Ya está —le dijo al bebé—. ¿Qué harías tú si nosotros no estuviéramos, pequeño...? Mira a tu padre.
Tras decir eso, el anciano le propinó un buen golpe con su propia garrota al otro viejo durmiente. Varios de los goron más jóvenes se echaron a reír. Ni siquiera eso sirvió para despertarle.
Anciano.- Cualquier día tu padre se morirá durmiendo —le dijo, con un tono demasiado alegre para esa frase.
Otro anciano levantó la cabeza y acto seguido negó con ella.
—No le digas eso al niño, maldita sea —replicó.
Anciano.- ¿Qué? Si no se entera... Mírale.
El bebé ahora se reía.
Anciano.- ¿Lo ves?
El segundo anciano se calló, pero un tercero se unió a la conversación.
—Y a este paso, no será el único que se morirá —sentenció, con amargura, un anciano que había al otro lado de la sala, también con su hijo en brazos—. Yo lo acompañaré, pero por aburrimiento.
Se hizo un pesado silencio, no por la frase. Ese goron siempre se quejaba cuando pasaba tiempo dentro de las cuevas. Era típico en él. No obstante, todos los presentes se quedaron pensativos, con la misma idea en la cabeza. Solo uno de los goron más jóvenes la materializó.
—¿Y si... realmente Darunia sabe que va a suceder algo...?
Se hizo el silencio de nuevo. Esta vez, por menos tiempo que antes. Uno de los ancianos se quedó mirando hacia el techo de la habitación. Y ese mismo fue el que habló.
—Yo también lo he pensado —dijo—. Y no creo que sea solo algo que va a suceder en la Montaña de la Muerte.
Los más jóvenes dieron un respingo y otro anciano le chistó. No quería que les siguiese asustando, aunque el primer anciano no parecía pensar de la misma manera, por lo que continuó explicándose.
Agachó un tanto la cabeza, dejando que su larga cabellera lacia tapase la gran parte de su cara.
—De suceder algo, los jóvenes tienen también que saberlo. Ellos forman parte del clan, como nosotros. Por muy pequeños que sean, hay que hacerles conscientes de lo que les rodea —sentenció, haciendo que el otro viejo apartase la mirada—. Y eso es lo que yo creo. Y estoy seguro de que más de uno aquí lo ha pensado también.
Esa última frase pareció ir dirigida a los más mayores del grupo en exclusiva. Ninguno habló en un principio, hasta que uno de ellos rompió el hielo.
—Darunia, además de nuestro líder, es el Sabio del Fuego —explicó el otro anciano—. Tiene acceso al Reino Sagrado, poderes especiales, comunicación telepática con los demás Sabios. Según dicen los goron que pueden salir, le vieron un día mantener comunicación telepática. Siempre que lo hace busca quedarse solo para que nada le distraiga. Además, siempre cierra los ojos.
Ninguno de los goron le interrumpió, por lo que continuó con su relato.
—Desde que le vieron empezar a hacerlo, su actitud ha cambiado. Creo que después de eso fue cuando nos dijo que bajáramos aquí. Yo no veo nada inusual en la Montaña de la Muerte, no obstante...
—Hyrule sí que se ve más extraña —terminó la frase el anciano que acunaba al goron llorón—. Hace días que se nota un ambiente extraño. Triste. No sé explicarlo con palabras, pero puedo sentirlo. Es como si la atmósfera hubiese cambiado. Es... como si todo en conjunto, vaticinase algo. Y si es cierto eso de que Darunia cambió de actitud a raíz de un mensaje telepático... eso quiere decir que lo que sea que suceda, involucra a todos los Sabios.
—Y eso... ¿Es muy malo? —preguntó titubeante uno de los niños.
Los ancianos dudaron acerca de qué responderle. Finalmente, uno de ellos dio una contestación concisa y sincera.
—No podemos saberlo aún. Eso solo nos dice que lo que sea que esté por pasar, tiene una envergadura mayor de la que podíamos imaginar. Pero quizá no sea tan malo... Quizá...
—Aunque, si no es malo... ¿Por qué Darunia solo deja salir al exterior a los goron de edades fuertes... a los que pueden construir... pero también luchar...? —preguntó el padre del bebé llorón, que nadie sabía cuándo se había despertado ni cómo había oído la conversación.
Mascot sintió el tacto de la hierba. Lentamente empezó a recuperar la consciencia, sintiendo que estaba tumbado boca abajo en el suelo. Poco después se fue atreviendo a abrir los ojos. Tardó un poco en adaptarse a la luz del ambiente y al principio, todo lucía neblinoso y con pocos detalles.
Una vez fue capaz de volver a ver correctamente, se dio cuenta de que estaba en el mismo lugar del que había salido. Estaba de nuevo dentro del círculo, la única zona segura, por lo que se veía, en todo el Juicio.
Se levantó costosamente y miró a su alrededor. La lágrima que había cogido al principio, que se encontraba a lo lejos, estaba de nuevo allí. Sobre su hombro izquierdo, la orquídea flotaba con todas sus cavidades vacías. Había fallado el primer intento. Como se temía, había desperdiciado un intento de los tres que tenía. Y lo peor de todo era que, pese a las lágrimas que había conseguido, ahora tenía que empezar la prueba desde el principio. La lágrima que recogió en primer lugar, la que estaba más próxima al círculo, estaba allí flotando otra vez.
Mascot resopló. Ahora, se le hacía un mundo volver a comenzar. No había conseguido ni la mitad de las lágrimas, pero le pesaba como una losa el error que había cometido. Más aún, porque no tenía constancia de cuánto tiempo habría pasado inconsciente. Todo eran pérdidas de tiempo, se dijo mentalmente. No sabía en cuánto se traduciría el tiempo que llevaba realizando el Juicio. Allí, podía ser poco tiempo, aunque ese lugar era posible que pudiese funcionar por el estilo al Mundo Oscuro. Tal y como Rauru le advirtió sobre esa dimensión. Y temió estar desperdiciando demasiado tiempo, por lo que salió del círculo casi sin pensárselo, y sin demasiadas expectativas.
La atmósfera no tardó nada en cambiar de azul a rojo otra vez, aunque Mascot hizo un gran esfuerzo por ignorarlo y correr hacia la lágrima. Consiguió alcanzarla, afortunadamente, antes de que algún Guardián le detectara. Un hueco de la orquídea se rellenó y se restauraron todos sus pétalos. Tenía que continuar, todo lo deprisa que pudiera. No obstante, Mascot no dejaba de fustigarse mentalmente. Siempre lo hacía. No quería cometer errores. Quería estar a la altura de las circunstancias, como lo estuvo Link en su momento. Sin embargo, dudaba que Link sobrepensara tanto como él, que se castigara por cada fallo que cometía. Y Mascot no dejaba de hacerlo por no parecerse a él. Era un círculo vicioso del que era incapaz de salir.
Según seguía corriendo, Mascot era incapaz de visualizar otro resultado que no fuese un fracaso estrepitoso. Había fallado una vez, nada impedía que pudiese pasarle de nuevo. Y si le pasaba de nuevo... ya solo le quedaría un intento.
El Héroe de la Luz casi se detuvo en seco. No podía depender de un solo intento. No podía permitirse jugar a una sola carta, ni perder más tiempo. Siguió corriendo, tratando de quitárselo de la cabeza. Y en su lugar, se acordó de Rauru, de los Sabios del Mundo Oscuro. Tenía que darse prisa por ellos. Una parte de él, aunque ya sabía que no sería posible, quería que le diese tiempo a conseguir la Trifuerza completa e ir al Mundo Oscuro a detener lo que pudiese venir. Pero Link le llevaba la delantera, como siempre.
Link ya había vencido a uno de los tres Sabios, y era más que posible que estuviese en vías de vencer al segundo. De ser así... su tiempo se estaba terminando muy deprisa. Y los Sabios se estaban sacrificando por él. Por el momento, los del Mundo Oscuro. Eventualmente, serían los de Hyrule. Sacrificándose por él, cuando ni siquiera él mismo sabía si iba a ser capaz de lograr la misión con la que le habían cargado. Ni siquiera estaba seguro de que tantos sacrificios fueran a merecer la pena, por alguien como él. Prácticamente no había avanzado nada y ya había habido un sacrificio. No quería permitir que hubiese más, pero tampoco sabía cómo impedírselo tan deprisa, sin la Trifuerza completa.
Mascot se detuvo en un camino que se bifurcaba. Por un lado, no vio nada interesante, aunque por el otro, encontró dos lágrimas bastante juntas una de la otra. No se permitió sentir alegría por ese pequeño hallazgo. No podía alegrarse tan deprisa, porque cuando lo hacía, como si tuviese algún tipo de maldición, todo se torcía tarde o temprano. Se limitó a recogerlas y a seguir adelante. Podría alegrarse, cuando terminase el Juicio. Si es que lo lograba terminar...
Apartó con mucho esfuerzo ese pensamiento de la cabeza y continuó por la recién descubierta senda.
Desde que había empezado esa segunda vez, no dejaba de observar en todas direcciones, en busca de fantasmas. Vio un par de Guardianes dormidos, pero ninguno de esos entes voladores con luz. Por lo que, ligeramente más tranquilo, siguió por allí donde no encontraba nada peligroso.
Llegó a un recodo del bosque, en el que había una zanja y una liana colgando justo en el medio. Se asomó despacio después de haberse asegurado que no tenía nada a su espalda vigilándole. Dentro de la zanja había un fluido extraño que no había visto nunca. Tenía la consistencia del agua, pero no era agua. Se movía sin viento que influyera en él, brillando ligeramente con un color rosa pálido. Mascot no tenía la menor idea de qué era eso, aunque no podía simplemente esquivarlo. Más adelante, en esa misma senda, había una lágrima esperándole. Tenía que pasar por allí, sin tocar ese líquido rosa. Aunque no sabía lo que era, algo le hacía sospechar que no sería buena idea tocarlo.
El chico retrocedió un tanto, entendiendo que el único modo de pasar sería usando la liana para balancearse. De un solo salto, había demasiada distancia y, sin siquiera intentarlo, sabía que terminaría en la zanja, bañándose en el líquido que no quería tocar.
Cogió carrerilla y saltó, más hábilmente de lo que pensó. Aprovechó el balanceo y saltó al lado opuesto de la zanja. Sin perder ni un segundo, echó a correr hacia un árbol que había al fondo del sendero. Estaba seco, no era muy alto y tenía muchas ramas. Arriba del todo estaba la lágrima, aunque no le resultaría muy complicado subir.
Mascot se acercó al árbol, viendo que el camino se ensanchaba a un lateral. No le prestó demasiada atención, pues pensaba que ese era el final del camino. Resultó no ser así.
Se posicionó detrás del árbol, encontrando un par de ramas que le facilitaban trepar por el tronco. Escaló sin grandes dificultades y recogió una lágrima sin llegar a subir completamente a la copa. Llevaba cinco lágrimas, más que en el intento anterior.
No obstante, la poca alegría que se permitió sentir se disipó poco después.
Justo cuando comenzó a bajar del árbol y escuchó, viniendo de ese lateral donde el camino pensaba que se terminaba, sonido de cascabeles.
Siguió cabalgando durante largo tiempo después de lo que le pasó. Su cuerpo se sentía algo cansado por el trote, aunque no tanto como cuando comenzó su travesía. Imaginó que el fragmento invertido estaba empezando a adueñarse más de su cuerpo. Lo notaba, sentía algo diferente en su interior, una sensación que le encantaba por momentos, cada vez más.
Eran esas habilidades, esos poderes que respondían tan bien a su voluntad. No sabía aún en su totalidad en qué consistían las habilidades que proporcionaba la Trifuerza Oscura y, al mismo tiempo, era como si llevase toda una vida entrenándolas. Se le pasaban ideas por la cabeza, se preguntaba si podría hacerlas. Y, al poco, esas ideas se materializaban, sabiendo cómo manejarlas. No dejaba de preguntarse cómo esa reliquia supuestamente olvidada se adaptaba tan bien a él. Era como si estuviesen hechos el uno para el otro. Y no pudo evitar preguntarse si sería igual con la Espada Maestra Oscura. Se preguntó si, el motivo por el que Xerxeus le permitió partir fue precisamente ese. Si el león vio lo bien que la Trifuerza Oscura podría responder a sus designios.
No obstante, mientras galopaba por el yermo, no dejaba de pensar en lo que había visto hacía un rato. Justo cuando Tamrik había caído bajo el sello y él había salido del Palacio del Hielo con el Ópalo.
Un grupo de wolfos andaba cerca. Junto con los zora albinos, había sido la única forma de vida que Link había visto por allí. Los enormes lobos blancos miraron a Link con esos ojos rojos y vacíos, pero, como el resto de criaturas que se había topado en otras zonas, no hicieron ningún intento de atacarle. Era raro verlos así. En otro tiempo, éstos siempre le suponían quebraderos de cabeza. Ahora parecían más bien perros sumisos que, lejos de parecer amenazadores, resultaban incluso atractivos a la vista.
Link apartó la vista y se dirigió hacia su caballo, el cual, no se había movido un ápice de donde lo había dejado. Subió rápidamente a su lomo, lo espoleó y se empezaron a alejar del Palacio del Hielo. No volvió a ver ningún zora albino más.
No obstante, cuando ya se podía ver a lo lejos un camino relativamente estrecho entre una hilera afilada de montañas, Link distinguió algo. Esa ruta era la misma por la que había entrado al Valle del Viento Helado. Pero esa entidad no estaba cuando llegó allí hacía un rato.
Link apretó ligeramente los laterales del animal, haciendo que se detuviera a bastante distancia del sujeto. El caballó relinchó un tanto, se puso sobre dos patas y se quedó quieto donde Link quería.
El chico hyliano entrecerró los ojos para verlo mejor. Aún no conocía a todas las criaturas de esa dimensión. No obstante, esa presencia le pareció muy extraña.
Era humanoide. Y a juzgar por la distancia a la que se encontraba de él, parecía medir algo más de dos metros. Sabía que era humanoide por la forma de su cuerpo, no por su apariencia. Daba más bien la sensación de ser un fantasma sin forma corpórea. Toda su figura era de un color violeta profundo y oscuro, dibujada por llamas que se movían despacio, sin apagarse. El ser era una llama violeta viviente, en cuyo rostro solo se podían distinguir dos ojos blancos que le miraban directamente.
Link no se acercó más a él. Entre las llamas pudo distinguir muylevemente una ropa alargada, como una especie de sayo. Su cabeza se extendía hacia atrás en punta, pero no parecía ser lo mismo que tenían los zora. Era más bien una especie de sombrero. Sus pies, como si fueran una especie de bota, acababan también en una punta que se retorcía sobre sí misma.
Link no supo identificar qué podía ser esa entidad. Él no le conocía, no sabía siquiera lo que era. No obstante, la figura llameante sí parecía conocerle a él. Se le quedó mirando por unos cuantos minutos más que se hicieron una eternidad. No hizo el intento de acercarse a Link y él, por su parte, ni siquiera se movió del sitio. No fue capaz de despegar la vista de él.
Finalmente, el ente hizo algo. Durante todo ese tiempo, había estado cruzado de brazos, por lo poco que alcazaba a distinguir. El fantasma descruzó los brazos y movió la cabeza, asintiendo. Después, en medio de la brisa fría del valle, se dio media vuelta, dejando una pequeña y muy fugaz estela de corrosión tras de sí.
Antes de que Link pudiese darse cuenta, la figura se había marchado, como si no hubiese pasado nunca por allí. Se había desvanecido en el aire y Link, tras unos momentos de vacilación, acabó por empezar a avanzar más despacio que antes.
Cuando llegó a la zona por la que el ente había pasado, pudo apreciar la estela que dejó tras de sí. La nieve aplastada por las pisadas del ente, se veía negruzca. Algunas piedras cercanas parecían haberse desintegrado parcialmente. Link fue siguiendo el rastro hasta que en un punto en concreto éste también desapareció bruscamente. Instintivamente, miró hacia el cielo. Solo se le ocurría la posibilidad de que se hubiese ido volando, aunque desde donde estaba, debía de haberlo visto.
Link no lograba explicarse qué era eso ni qué acababa de suceder. Tampoco sabía explicar por qué eso le había impactado tanto. Era posible que no tuviese demasiada relevancia. Además, si conseguía la Amatista de los Poe y se convertía en Or-Volka, tal vez se enterase de quién era ese ente. Tal vez hubiese más como él. Y si todos eran así de destructivos solo caminando... a saber qué podían lograr con sus poderes a pleno rendimiento.
Aunque a decir verdad, había algo que no había terminado de encajarle muy bien. Según seguía galopando por el desierto rocoso en dirección al Pueblo de los Marginados, lo iba pensando. No podía quitarse de la cabeza esa especie de complicidad que había sentido al mirar a ese ser a los ojos. Como si por un momento, se estuviese mirando a sí mismo en un espejo, como si a ese ser le conociera igual de bien que a sí mismo.
Link trató de hacerse creer que, dado que aún no sabía qué más seres moraban en el Mundo Oscuro, no podía saber qué era. Tal vez había venido de una zona muy remota. Y la complicidad... era posible que fuese solo porque ya sentía que donde realmente encajaba era allí. Con todos los que habían sido apartados de Hyrule como él.
En medio de todos esos pensamientos caóticos, llevaba más tiempo galopando del que él había calculado. Se había detenido durante un rato más atrás, para tomar un breve descanso. Según se apoyó en uno de los árboles mustios, se acordó de golpe de ese sueño que solía tener con el Templo del Agua. Desde que consiguió la Trifuerza Oscura, había empezado a desvanecerse, o al menos lo parecía. Hubo momentos en los que llegó a pensar que ese sueño significaba alguna cosa. Aunque descartó la idea rápidamente.
No hubo forma de saber cuánto llevaría descansando, apoyado contra el árbol. Sin embargo, sus ganas de ponerle fin a la misión que Xerxeus le permitió aceptar, le hizo levantarse de un salto. Se volvieron a poner en marcha y ahora, tiempo después, ya veía la muralla del pueblo y, a lo lejos, la Pirámide.
El camino hasta llegar a la muralla se le hizo más largo de lo que le hubiera gustado, más aún hasta que encontró una entrada.
Nadie le impidió pasar.
El Pueblo de los Marginados, era como el resto del Mundo Oscuro. Un páramo silencioso, esta vez, salpicado de casas pobres y a medio construir. Por primera vez en todo su trayecto, Link se encontró con lo que él pensó, por similitud, que eran hylianos como él. Todos ellos llevaban ropas raídas, desgastadas, llenas de polvo y de arena. Llevaban todos la cabeza cubierta con telas, como la gente del desierto. El ambiente, aunque mucho más oscuro, le recordó vagamente al poblado de las gerudo.
Sin embargo, esa sociedad no parecía estar estructurada de la misma manera. Había hombres, mujeres y niños. Ancianos, ancianas. Todos ellos tenían la misma expresión en sus rostros, caras tristes y a la vez duras, seguramente marcadas por una vida de pobreza, desgracias y delincuencia. Varios hombres afilaban armas bajo un porche escasamente sujeto por unas maderas no muy seguras. Los niños, no jugaban unos con otros. Un grupo de mujeres estaban sentadas a la entrada de una casa grande en la que, seguramente, vivirían amontonadas varias familias. Una pareja de ancianos estaban sentados dentro de una de las casas. El anciano bebía de un vaso de barro desgastado, la anciana se remendaba su propia ropa.
Link se fue paseando por la ruta marcada entre las casas. Se encontró con un hombre de mediana edad sacando agua del pozo en el centro del pueblo. Éste se apartó rápidamente de su camino, en señal de respeto. Fue ahí cuando Link se dio cuenta de por qué todos le estaban mirando. La noticia había llegado hasta allí. Ninguno se atrevía a hablarle, pero observaban como avanzaba con el caballo. Link creyó que tendría que seguir adelante por sí mismo, hasta que un joven, de una edad similar a la suya, se acercó a él, haciéndole detenerse.
Los padres del chico, más allá, habían intentado pararle. Ahora, al no haber podido, miraban la escena sobrecogidos, sin saber qué esperar. No obstante, Link solo esperó a que él fuese quien hablase.
El chico se bajó la tela que cubría la mitad inferior de su cara e hizo una breve y sutil reverencia. Link se sorprendió y a la vez, se sintió tremendamente halagado. ¿Ya le trataban así...?
—Solo soy un humilde bandido, como los demás de este pueblo —dijo el chico de repente—. No obstante, me gustaría poder ayudarle... si usted me lo permite.
Link se sintió gratamente sorprendido. Al principio dudó un poco. Luego, sonrió un poco. Eso tenía que ser obra de Xerxeus, sin duda.
Link.- Me gustaría llegar al Palacio de las Almas lo antes posible —se explicó.
—Yo sé cómo llegar —se apresuró a puntualizar el chico.
Link.- Está bien —contestó conforme—. Llévame hasta allí.
El chico pareció muy ilusionado.
—¡Gracias señor! —exclamó—. Sígame.
El chico se puso a caminar y Link hizo que el caballo fuese tras él a paso lento. Los padres del chico se sintieron agradecidos y Link les miró y asintió. Le gustaba que le tratasen así. Y además... ahora era de los suyos.
Una luz azulada apareció desde el otro lado del tronco y Mascot se agazapó todo lo posible contra él, haciendo como que no estaba allí. El fantasma no sintió ganas de marcharse inmediatamente, lo que supuso al chico unos minutos insoportables de incertidumbre.
Sin llegar a descender completamente por el tronco para evitar llamar su atención, trató de aguantar allí colgado el rato que fuese necesario. No obstante, sus manos no obedecían completamente a sus deseos y ya notaba cómo empezaba a resbalarse. Hizo toda la fuerza posible, empezando a pensar que había vuelto a perder. En cuanto resbalara de una forma un poco más brusca, se acabaría.
Se aferró al tronco, llegando a clavar las uñas en la madera y apretando los dientes. Puso un pie más abajo, tratando de hacer fuerza para no caerse, pero era inútil. Sus manos cedían cada vez más e iba a acabar en el suelo tarde o temprano.
Y justo cuando le faltaba muy poco para caerse del todo, el fantasma pareció darse por satisfecho, por lo que se marchó de la zona.
Mascot no pudo más y se dejó caer del árbol, fatigado por el esfuerzo y los nervios de ser descubierto otra vez. Cayó de espaldas sobre la hierba y suspiró sonoramente. No había tiempo para alegrarse ni para relajarse. Tenía que continuar y acabar con la pesadilla lo antes posible.
Se puso en pie, sin saber muy bien cuál sería su próximo movimiento. Se asomó por el camino por el que había venido el fantasma y, al no verle cerca, decidió intentar ir por ahí. Si no lo había explorado aún, era muy posible que hubiera una o varias lágrimas por recoger.
Echó a correr por el sendero nuevo y se sorprendió al ver que era mucho más largo de lo que él pensó en un inicio. Durante un rato fue recorriéndose el camino sin saber exactamente adónde iba a llegar. Aunque el camino acabó de golpe, llevándole a una zona amplia del bosque a la que se podía acceder por otro lugar, que él no había visto. Sin embargo, recorrer la ruta nueva no había sido en vano, pues le sirvió para encontrar un premio: dos lágrimas, algo distanciadas entre sí.
La primera fue la más sencilla de recoger, para la otra, tuvo que escalar por una liana, pues estaba flotando en medio del aire. Esa fue la que más le costó conseguir, pues trepar por una cuerda sin apoyos no le resultó muy fácil. Invirtió un tiempo ridículo tratando de escalarla y cuando llegó a una distancia suficiente de la lágrima, estiró el brazo para cogerla con cuidado de no caerse. Una vez la alcanzó, no se lo pensó mucho, y saltó de la liana desde la altura que estaba, que no era mucha.
Decidió seguir por el primer camino que vio. De lejos, vio algunos fantasmas rondando por la zona, vigilando que no aparecieran intrusos. Intrusos en plural, aunque en ese momento, el único supuesto intruso era él.
Sin mirarles demasiado por si acaso eso también servía para atraerles, siguió por el camino más apartado, donde parecía que iba a estar solo. De nuevo, no se permitió ilusionarse con esa idea, aunque terminó por cumplirse su suposición. En esa ruta tampoco había ningún fantasma, pero sí que encontró otra lágrima. La recogió lo antes posible y se marchó por esa zona.
Lo estaba haciendo en un tiempo récord, a pesar de que no iba con demasiadas expectativas. La orquídea llegaba a perder como máximo cuatro pétalos antes de encontrar otra lágrima, por lo que lo estaba haciendo bien, mucho mejor de lo que se esperaba. Siguió corriendo, sin pensar en nada que pudiese sabotear lo bien que estaba haciéndolo en ese intento.
En el cielo seguía viendo resplandores verdes en forma de delgadas columnas que se estiraban. Mascot escogió uno de ellos, el más cercano a su posición, y se dirigió hacia él. En los caminos apartados, el chico se dio cuenta de que ni había Guardianes dormidos, ni fantasmas patrullando. Era en la zona principal sobre todo, donde estaba todos reunidos. Por lo que tendría que seguir caminando por los laterales el tiempo que pudiera, esquivando la zona más amplia todo el tiempo posible.
Ya tenía en su poder poco menos de diez lágrimas. En cuanto encontrase varias más, estaría en la recta final. Por ende, sería más difícil.
Había pensado en dejarse para el final varias lágrimas en una misma zona, para que no se le agotara el tiempo entre una y otra. Así, una vez las recogiera, tendría que aprovechar el tiempo antes de que se cayeran todos los pétalos de la orquídea para regresar al círculo. Si es que debía regresar. Aunque él suponía que sí, deseaba no tener que hacerlo.
Al poco, recogió otra lágrima. Los pocos pétalos que había perdido la orquídea se restauraron. Y después de eso, siguiendo su ruta semicircular rodeando la zona más amplia del bosque, encontró otras dos más. Si continuaba así, lograría completar al fin el Juicio, hacerse con un fragmento de la Trifuerza y salir de allí.
Mascot agitó la cabeza. Aún era muy pronto para alegrarse tanto, se volvió a decir mentalmente.
Se detuvo en un recodo, mirando hacia el cielo. Tal y como se imaginaba, todas las columnas de luz provenían del mismo sitio. Mascot calculó que no estaban muy lejos del círculo, lo malo es que sí que lo estaban de la zona hasta la que había llegado. El chico suspiró y se puso en marcha. No podía pensárselo mucho, los pétalos de la orquídea no iban a dejar de caer, y él no podía permitirse otro fallo más a esas alturas. No quería empezar el Juicio desde cero, jugándosela a un solo intento. No podía, ni debía fallar más.
Trató de encontrar otra ruta que le permitiera seguir rodeando el bosque hasta llegar a la zona donde las lágrimas estaban reunidas. No necesitaba pasar por el medio, así que seguiría bordeando todo, el tiempo que pudiese, para no correr el riesgo de toparse con ningún fantasma.
Pasó tras unos matorrales, viendo unos cuantos de esos fantasmas al fondo, vagamente. Afortunadamente, no era necesario pasar por ahí por lo que siguió bordeando, viendo una columna de luz verde sorprendentemente cerca de allí. No lograba ver bien dónde podía estar la lágrima, por lo que se movió de la zona y llegó a otra con algunos árboles muy jóvenes, para tratar de verlo mejor. Fue entonces cuando Mascot se dio la razón a sí mismo. No estaba bien alegrarse antes de tiempo, se dijo y se repitió mil veces seguidas.
Sí, tenía una lágrima muy cerca. Abrumadoramente cerca. Pero ésta, estaba dentro de un círculo. Dentro de un círculo de fantasmas que no dejaban de patrullar a su alrededor.
Siguieron avanzando a través de las pequeñas calles del pueblo. El chico se conocía muy bien la zona y estaba callejeando para llevarle por el camino más corto. Link no comprendía bien por qué ese chico había querido prestarse a ayudarle, pero no lo cuestionó. Su caballo seguía andando por detrás de él, sin importarle por las zonas por las que hubiera que meterse.
Fueron en silencio durante un rato de la travesía. Link tampoco demostró mucho interés en hablar con él, y pensó que el chico no lo tenía. No obstante, se sorprendió al ver que no era así.
Volviéndose un tanto hacia él, el joven bandido hizo el intento de comenzar una conversación.
—Señor, es usted hyliano, ¿no es así? —le preguntó.
Link se irguió un tanto. No llegó a responderle. Si lograba terminar con la misión que Xerxeus le había permitido comenzar, iba a renunciar a su sangre hyliana. Por ende, pertenecería al Mundo Oscuro completamente. No sabía si seguir designándose a sí mismo como hyliano, aunque, visto bien, aún no había llegado a renunciar, muy a su pesar.
Además, no terminaba de estar seguro de si el apelativo "señor", le acababa de gustar del todo.
No había llegado a contestar, cuando el chico pareció leerle la mente. Era como si se hubiese percatado de que no le había gustado del todo la pregunta, por lo que se apresuró a justificarse.
—Lo siento, señor —se disculpó—. No era mi intención ofenderle.
El chico se calló y Link fue a decirle algo, pero se retractó antes de hacerlo. No obstante, fue el chico quien volvió a hablar.
—Aunque no debe preocuparse —puntualizó—. Mi padres dicen que nosotros... ya sabe... los bandidos... también fuimos hylianos una vez. Hace muchos, muchos años. Si usted lo es... ¿qué le trajo también aquí...?
Eso sí que le interesó más a Link. Su semblante se relajó un tanto y esta vez si se decidió a intervenir. Como se temía, había muchas similitudes con las gerudo. Era posible que antaño, ambas civilizaciones vivieran en el mismo desierto.
Link.- ¿Sois exiliados? —respondió con una pregunta.
El chico no se giró hacia él para contestarle. Siguió caminando a través del callejón, guiándole.
—Mis padres, mis abuelos... dicen que sí —dijo—. De hecho, los más ancianos cuentan que fuimos de los primeros en ser desterrados de Hyrule.
Link enarcó una ceja, pero no dijo nada.
—Según dicen ellos, el Mundo Oscuro es un sitio mucho más antiguo de lo que parece —prosiguió—. Cuentan que este era el hogar de un ser muy poderoso, que quería conquistar Hyrule. Fue derrotado y la Familia Real tomó posesión de esta dimensión. Con ella en su poder, decidieron establecer un camino entre ambos mundos, que solo ellos controlaran. Ahí fue cuando nuestra historia aquí comenzó.
»Según parece, antes se apresaba a la gente mala en cárceles subterráneas dentro de Hyrule. Eso cambió cuando se hicieron con el Mundo Oscuro. Al tener esta apariencia y naturaleza, al estar aislado completamente, lo convertía en el sitio ideal.
»Mis padres dicen que estas historias se cuentan desde hace muchas generaciones. En un principio, la Familia Real y los Sabios, solo utilizaban el Mundo Oscuro para condenar a aquellos que cometieran malos actos. Es decir, a gente... por separado. Eso también cambió con el tiempo.
»El Mundo Oscuro está completamente aislado, con lo que nadie en Hyrule puede enterarse de lo que aquí sucede. Mis abuelos siempre dicen que el Mundo Oscuro ya no se utiliza para lo que era en un inicio. La Familia Real pasó de destinar aquí a malhechores por separado... a razas enteras. Clanes, que no se comportaban como ellos querían. Clanes que daban mínimamente problemas y podían llegar a amenazar la paz. Se les fue de las manos... y por eso terminamos aquí. Porque no cumplimos con sus estándares. Según cuenta mi gente, lleva haciéndose durante siglos. Lo único autóctono del Mundo Oscuro son los demonios, algunos seres de piedra... y otras criaturas que son como animales humanizados. Los demás, somos desterrados.
Link no fue capaz de decir nada. Imaginaba que allí habría bastantes exiliados, pero no llegó a suponer que serían tantos, de tantas razas y clanes diferentes. ¿Durante cuánto tiempo llevaba la Familia Real haciendo todo eso...? ¿A cuántos más habían destinado allí y que él aún no había conocido...? ¿Durante cuánto tiempo llevaban engañando al pueblo hyliano, convenciéndoles de una paz duradera que provocaban desterrando a toda esa gente...?
La mirada de Link se ensombreció, sin llegar a contestar al chico. No dejaba de darle vueltas a una idea que no había parado de rondar por su cabeza. Y ahora, tenía muchas más ganas de llegar al Palacio de las Almas.
El Mundo Oscuro era una prisión enorme, y los Sabios que allí vivían, eran los carceleros de la Familia Real. Y él, que en otro tiempo fue un héroe para esa tierra, ahora... sus intenciones para hacerse con la Trifuerza ya no eran dignas. No ahora que era consciente de lo que hacía la Familia Real a espaldas de su pueblo. Por lo que había sido enviado allí con ellos, como un prisionero más en el Infierno. No tenían escrúpulos, no tenían piedad con nadie, ni siquiera con quienes les ayudaban. Ellos solo se quitaban estorbos del camino, todo lo que pudiera amenazar su bello mundo de paz. Y ahora él era otra amenaza más, peligro que no querían dejar salir del Mundo Oscuro. Pero iba a salir, se dijo con malicia. Claro que iba a salir. Y mucho antes de lo que ellos suponían.
Agradeció que el chico le contase todo aquello. Había puntualizado más de una vez que eso era lo que sus abuelos y sus padres contaban, como si no creyera en la veracidad del relato. No obstante, concordaba con lo que Xerxeus le había contado. Y cuando se acordó de eso, pensó que el león no tenía pinta de ser autóctono. Se lo pareció nada más le vio, sin saber nada sobre esa dimensión. No tenía el mismo aspecto que esos seres llamados wizzrobes. Eso quería decir...¿Xerxeus sería también otro exiliado...? De ser así... ¿por qué tenía ese aspecto...? De ser un desterrado más... ¿qué fue el león en Hyrule y qué hizo para amenazar la paz...?
Siguieron avanzando en silencio durante algunos segundos más. Link no dejaba de mirar el ambiente. ¿Cómo era posible que la Familia Real durmiese cómodamente sabiendo a dónde enviaban a la gente que desterraban...? ¿Cómo había podido él ser el Héroe del Tiempo y haberles servido...? ¿Cómo se había dejado engañar como un tonto...?
Link se sintió más traicionado que nunca. Durante esos años, había creído que había sido algo personal hacia él. No obstante, estaba descubriendo que él era otra pieza más en un puzle gigantesco, cuyo inicio estaba ubicado muchos años atrás. Y como el chico le había explicado, al principio solo desterraban a los maleantes. Con el tiempo, a razas anteras. Incluso a seres a los que no les había dado tiempo a hacer nada malo, pero sí suponían una amenaza. Por lo que era conveniente apartarlos de Hyrule antes de que fuese demasiado tarde. Lo que le había pasado a él, según parecía.
—¿Cómo es Hyrule? —volvió a preguntar el chico de golpe, sacándole de sus pensamientos—. Siempre he vivido en el Mundo Oscuro... ¿Por qué la Familia Real sigue teniéndonos aquí... si ya no somos la misma generación a la que desterraron...?
A Link le conmovió la pregunta. Era increíble lo que estaba llegando a empatizar con las criaturas de ese mundo. Fue ahí cuando se dio cuenta de que daba igual que renunciara a su sangre. Él, lo quisiera o no, ya no era hyliano. Simplemente, ya no podía serlo.
Link.- No será necesario hacer entrar en razón a la Familia Real —contestó al fin—. No serán ellos los que os devuelvan allí.
Al chico se le abrieron los ojos como platos.
Link.- Dejaré que seas tú mismo quien vea cómo es Hyrule.
El chico se sintió ilusionado, Link lo vio en sus ojos. Poco después, salieron de una calle, directos al patio que rodeaba al Palacio de las Almas. Link avanzó con su caballo un tanto y se puso a la altura del chico.
Link.- Te agradezco que me hayas traído aquí —le dijo. Con gente como él si le nacía cierta amabilidad—. Ah, y... —le llamó, antes de que se fuera—. Nuestros orígenes no difieren. Yo he terminado en el Mundo Oscuro por razones muy similares a las vuestras.
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