𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝟭𝟳. El Palacio de la Tierra.
Ya con la primera Gema en su poder, había vuelto para encontrarse con su escuálido caballo. Allí estaba, en medio de la explanada del Reino Silencioso, sin haberse movido un ápice. Era increíble ese animal. Sin haberle ordenado nada, sin haberle atado siquiera. Y se había quedado quieto en el sitio, como si supiera de antemano a lo que Link había ido. Si hubiera sido un caballo hyliano, a esas alturas tendría que seguir con su viaje a pie. Haría ya rato que se habría marchado, pensó Link para sí, con desprecio. Ahora entendía por qué Hyrule le aburrió tanto en esos últimos años. Inconscientemente, era como si supiera que existía algo muchas veces mejor que lo que él conocía.
Subió de nuevo a lomos del animal y le espoleó para salir disparados hacia su siguiente objetivo. No tenía intención alguna de detenerse, aunque se volviese a cansar. Tenía tantas ganas de conseguir las tres Gemas que lo haría de una sentada, le costara lo que le costase. De todas maneras, habiéndole dicho Xerxeus que tenía tal poder en su interior, no comprendía el por qué seguía cansándose como un mortal normal. Por qué seguía teniendo esas mismas limitaciones que tenía antes de conseguir la Trifuerza Oscura.
Decidió no darle muchas más vueltas y centrarse en su próximo objetivo. Una vez consiguiera lo que se había propuesto, ya averiguaría qué pasaba exactamente. Ahora que tenía tal poder dentro de sí, tendría todo el tiempo del mundo para entenderlo y hacerse a él.
Link sonrió maliciosamente.
En breves saldría del Reino Silencioso. Ahí, tendría que buscar el Valle del Viento Helado, un lugar que supuso, sería muy fácil de identificar.
Las copias le rodearon completamente. Daban vueltas a su alrededor sin parar y Mascot no sabía a cuál de ellas mirar. No parecían tener diferencia alguna entre sí.
Mascot trató de pensar rápidamente cuál de ellos podría ser el auténtico, examinando todos y cada uno de los detalles. No lograba concentrarse completamente y no era capaz de identificar nada diferente.
Su tiempo se acabó y el poe atacó, haciendo que el chico cayera de espaldas al suelo. El fantasma se rió y volvió a ser solo uno por un momento. Tardó poco en desdoblarse en copias otra vez para volver a girar a su alrededor. No parecía dispuesto a querer darle mucha tregua, por lo que Mascot se apresuró a levantarse y a preparar su espada. No obstante, el problema se volvió a repetir de nuevo.
Todos los poe idénticos giraban a su alrededor, como preguntándole si sería capaz de acertar. Mascot seguía sin ser capaz de ver nada, pero algo tenía que hacer. Por lo menos tenía que intentarlo. Por probabilidad, terminaría acertando. Solo tenía que golpear a un poe tras otro hasta que diese con el verdadero.
El Héroe de la Luz se decidió y lanzó una estocada sobre el poe más cercano a él, esperando tener algo de suerte. Sino, se lanzaría a por otro de ellos.
Con lo que no contaba era con que el poe ya imaginaba que eso sería lo que intentaría hacer.
La estocada acertó, pero no era el auténtico. La copia se desvaneció, seguida de todas las que quedaban. El verdadero, sin miramientos, le atacó de nuevo.
No tenía más oportunidades. Tenía que acertar en cada ataque al poe de verdad, pues no le dejaría probar con más de una copia a la vez. Mascot se recompuso justo cuando el círculo de poe idénticos ya se había formado otra vez a su alrededor. Este estaba siendo el peor de los cuatro, ya se lo había imaginado.
No podía ser tan difícil. O más bien, no quería que lo fuera. Tenía que acabar con él cuanto antes, tenía que lograr reunir lo máximo que pudiera antes de...
Mascot sacudió la cabeza y trató de pensar en lo que tenía delante. Tenía que centrarse de una vez. Desde la noticia de Rauru, había sido incapaz de pensar con claridad. No podía dejar de pensar en el inminente regreso de Link a Hyrule, de lo que podría traer consigo y de lo que podría ocasionar... No podía dejar de darle vueltas a cómo iba él a plantarle cara a algo semejante.
El tiempo se le acabó una vez más, pero ahora, Mascot había perdido el tiempo sin hacer nada. El ataque del poe fue como una bofetada de realidad, pidiéndole a gritos que reaccionase. Mascot cayó de nuevo al suelo y el fantasma soltó otra risotada. En todo el tiempo que llevaba, no había conseguido hacerle un solo rasguño.
El chico se levantó otra vez y las copias le rodearon una vez más. Al ritmo que iba el combate, Link regresaría a Hyrule y él seguiría luchando contra ese estúpido fantasma.
Mascot pestañeó un par de veces seguidas, tratando de regresar a la realidad. No podía permitirse pensar tanto en el futuro, no ahora. Aunque era más sencillo decirlo que hacerlo.
En ese nuevo intento tampoco fue capaz de distinguir nada. Ni en el siguiente. Ni en el que vino después de ese. Ese poe le estaba costando demasiado y estaba empezando a sentirse humillado. Desde que Rauru se había ido, no había dado una otra vez. Estaba empezando a enfurecerse, por lo que, cuando el poe le atacó una vez más, Mascot se apresuró a levantarse.
Fue directo a atacar al poe antes de que creara las copias, quizá esa era la clave. Aunque no tardó en ver que no era así. Sin embargo, descubrió algo interesante. Su estocada falló. Pero el poe auténtico, tras crear apresuradamente sus clones, giró una vez sobre sí mismo. No supo si lo hizo para defenderse de su inesperado ataque o es que lo hacía siempre. La cuestión era que por fin lo había localizado. Y ahora, no le perdería de vista.
Mascot le siguió y sin dudarlo, lanzó otra embestida contra el fantasma. Las copias desaparecieron y éste chilló. Había acertado una vez. Y ahora le prestaría especial atención.
El poe regresó junto a él y se desdobló en clones. Como se imaginaba, solo uno de ellos dio una vuelta completa sobre sí mismo. Mascot lo localizó y no perdió la oportunidad. Sus ataques iban con cada vez más fuerza. Estaba harto de contratiempos.
Solo bastó un espadazo más después de ese para acabar con el poe. Mascot se posó en el suelo tras lanzar una última estocada desde el aire. El poe chilló, desapareció y el fuego violeta se encendió junto con los demás en el centro de la sala. Al fin.
El Héroe de la Luz envainó la Espada Maestra y subió al elevador del centro, el cual descendió más deprisa de lo que él esperaba. Ahora solo quedaba encontrar la entrada a lo que se suponía que era el Palacio de la Tierra. Estaría oculta y Mascot esperó que no fuese muy complicado... no quería perder más tiempo.
O más bien, no podía permitírselo.
Se había hecho el silencio una vez supo qué estaba sucediendo y por qué. Hacía no mucho lo había notado, pero no sabía identificar de dónde venía ese debilitamiento. Con sus ojos grises sin iris, miró a través del enorme ventanal que había en uno de los laterales del Palacio del Hielo. Igual que Axiom, Tamrik, el Sabio del Hielo, necesitó algo de tiempo para pensar y asimilar.
Tamrik.- Esa perturbación en la Torre de Ura... —comenzó—. Axiom ya ha caído, ¿verdad?
Rauru se quedó un tanto en silencio y después asintió para sí mismo. La respuesta de palabra tardó un poco más en llegar.
Rauru.- Sí...
Tamrik se lo pensó un poco antes de preguntar. No obstante, al final tuvo que hacerlo.
Tamrik.- ¿El resto de Sabios ya saben lo que pretendes hacer...?
A Rauru cada vez le costaba más responder.
Rauru.- Sí... ya lo saben.
Tamrik se apoyó sobre un saliente que había junto a la ventana, escudriñando ese valle en el que tanto llevaba viviendo. Resopló de forma visible a causa del vaho. Se lamentó dentro de sí mismo, una de las pocas veces que lo hacía. Ser el Sabio del Hielo le iba bien. Rauru recordaba las veces que se lo había dicho, en tiempos mejores. Tamrik siempre era tan frío...
Y ahora podía sentir cómo su coraza de hielo se venía abajo.
Tamrik.- Ojalá pudiera convencerles... Ojalá pudiera hacer que me ayudasen. Pero me detestan. Me detestan desde hace tantos años... Soy un traidor para ellos.
Rauru ya lo sabía. Y es que Tamrik era el único de todos los Sabios que pertenecía a una raza que ya no era considerada hyliana. Él pertenecía a ese clan de zora que ahora vivía exclusivamente en el Mundo Oscuro. Eran como la contraparte de los zora que los hylianos conocían. Esos zora que eran tan pacíficos... la estirpe a la que Tamrik pertenecía no era tan amistosa.
Les había ocurrido lo mismo que a otras razas similares. Eran más fuertes que la raza original. Y no entendían la paz de la misma manera. Demostraron su supremacía en un tiempo en el que los Sabios aún podían controlar la situación. Fueron desterrados por el bien de, no solo la primera raza, sino de toda Hyrule.
Tamrik acudió lamentándose por todo lo ocurrido ese mismo día. Curiosamente, era uno de los más poderosos de su clan. Tenía potencial, pero la Familia Real no confiaba en él. No obstante, aparentaba estar realmente disgustado y arrepentido con el comportamiento de todo su clan. Él no era como ellos y no quería seguir ese camino. A pesar de sus promesas, no logró impedir el destierro de todos los zora albinos. Sin embargo, logró que le aceptaran como un Sabio a cambio de algo. Aceptaría ir personalmente al Mundo Oscuro con todos sus semejantes. Compartiría territorio, pero por un motivo diferente. Los zora como él, eran desterrados. Y Tamrik, impediría que atravesasen el portal que se abría desde la Torre de Ura. De ese modo, jamás podrían regresar a Hyrule.
Era un destino cruel para todos ellos, incluido para él mismo, quien estaba sentenciando a todo su clan a un destierro eterno. Él tampoco volvería jamás, aunque no le importaba. Se sentía tan culpable por las fechorías de su raza, que sentía que él también debía pagar las consecuencias. Jamás se opuso a nada. Jamás se quejó. Y tras todas sus hazañas y cómo defendió la Torre de Ura durante los años, ningún Sabio había vuelto a desconfiar de él. Aunque su aflicción, Rauru sabía que provenía precisamente de ahí.
Rauru.- Has hecho durante estos años más que nadie. Has luchado contra tu propio clan para diferenciarte de ellos. Y aun así, sigues estando arrepentido.
Tamrik no contestó.
Rauru.- Tamrik, eres un héroe más para Hyrule —le dijo—. Y lamento enormemente tener que darte esta noticia. Ojalá yo... pudiese impedir que tuviéseis que sacrificaros así. Me veo obligado a tener que hacerlo para darle tiempo a Mascot.
Tamrik.- Cuánto tiempo llevan esperando la llegada de un Or-Volka... —continuó lamentándose—. Pensé que podría impedir su regreso a Hyrule para siempre...
Rauru.- Siempre que ha dependido eso de ti, lo has logrado. Este no es tu fracaso.
Se hizo un largo y pesado silencio. Ambos se quedaron pensativos y Rauru, queriendo decir algo, balbuceó inútilmente en voz baja. No era capaz de decir lo que quería. No había sido capaz de hacerlo con nadie. Y no tenía valor para hacerlo con Tamrik... ni mucho menos con él. No podía...
Tamrik.- Dile a todos que hice lo que pude... —le pidió, casi como una súplica. Era la primera vez que hablaba así después de tanto—. Que no quise fallar a Hyrule. No quise fallaros a vosotros, pero no me quedó otra. Diles que no me vean como a un traidor...
La comunicación telepática se cortó abruptamente y Rauru tuvo un mal presentimiento. Ya sabía que el tiempo en el Mundo Oscuro pasaba más deprisa viéndolo desde Hyrule. Se preguntó tristemente si estaría viendo lo mismo que Axiom cuando éste también interrumpió la comunicación.
Rauru siguió con las últimas palabras tristes de Tamrik un rato más enla cabeza. No había sido capaz de confesarle nada a él. No era capaz de decírselo a nadie. ¿Cómo iba a confesarle que su misión durante años y años de impedir que su clan volviese a Hyrule... había sido él quien lo había echado por tierra...?
No podía...
No podía decírselo.
Y ya no podría confesárselo. Al mismo tiempo, se sentía culpable al no confesarlo.
«Yo, Tamrik.» Pensó. «Yo soy a quien deberían ver como a un traidor. Yo arruiné tu misión en el Mundo Oscuro. Yo he creado todo esto.» Se echó las manos a la cabeza, angustiado. Poco después, empezó a llorar. Después, a sollozar. No podía... no podía evitarlo. Lo había destrozado todo. A Hyrule, a los Sabios. A Zelda...
A Link.
«Yo les he dado el Or-Volka que tanto buscaban...» Se lamentó.
El entrenamiento comenzó a endurecerse desde que el Rey se retiró para una supuesta audiencia. No les dijeron con quién ni para qué. Tampoco era una información que ellos debieran saber. No obstante, el por qué los entrenamientos se iban a endurecer, sí. Y ninguno de los guardas sabía nada, ni siquiera los altos cargos. Por ahora.
Había pasado un solo día desde la audiencia del Rey con ese alguien misterioso. Los soldados rasos y los novatos sobre todo, estaban a la espectativa. Quien hubiese sido el que solicitó hablar con Su Majestad, fuera lo que fuese que le hubiese dicho, había conseguido alterarle de verdad. El Rey solía ser un hombre pacífico y ante todo, tranquilo. Pero desde el día anterior, aparentaba ser un hombre diferente.
Kafei no estaba entrenando con el veterano ese día, sino con algunos novatos más. A pesar del poco tiempo que llevaba allí, superaba todas las pruebas con éxito. Montar a caballo... era de entender. Había montado numerosas veces algunos caballos cerca del lago, cuando su tío estaba atareado y podía estar un rato solo. No obstante, lo demás... no entendía el por qué lo dominaba tan bien, pero le hacía sentirse orgulloso de sí mismo. La espada, las lanzas e incluso el arco, aunque ese último se le daba algo peor. Todo parecía dársele bien, como si hubiese nacido con armas en la mano. Sonrió para sí mismo pensando en su tío. En las veces que le había dado negativas a unirse a la Guardia Real.
El joven del pelo violeta ganó ese combate de entrenamiento a la par que estaba algo pensativo. Varios guardas, tanto novatos como algo más experimentados, aplaudieron y le dijeron que se sentara a descansar. Kafei obedeció, quitándose el casco. Revolvió su melena, dejando el yelmo sobre su regazo. Esa era su vocación, pensó. Su verdadera razón de ser. Pese a lo que dijera su tío. Al final, el hombre era algo temeroso, podía ser a consecuencia de la edad. Hyrule, al fin y al cabo, era una tierra pacífica.
Una tierra pacífica en la que nunca pasaba nada.
Con que supiera manejar todas las armas medianamente bien, serviría más que de sobra para montar guardias. Esa sería su vida a partir de entonces. Montar guardias en la Ciudadela y el Castillo, e incluso en alguna zona cercana. Un trabajo pacífico, pero muy honrado. Estaba sirviendo a la mismísima Familia Real.
Estuvo observando a algunos novatos mientras entrenaban. Había algunos mejores que otros. Se sentía muy contento de estar en la élite. Era de los mejores novatos de la promoción. Ese novato que estaba luchando en ese momento, sin encambio, no podía decir lo mismo. Nunca ganaba ninguno de los enfrentamientos contra sus compañeros. Era lento, flojucho y parecía ser más pequeño que su espada. Se movía de forma torpe y era sencillo abatirle. Nunca había logrado superar esos combates y a Kafei le daba algo de lástima.
Desde lejos, el chico del pelo violeta animó al flojucho. A juzgar por las apariencias, parecía incluso más joven aún que él. Pobre... quizá estuviese allí a la fuerza. Pero disponía de tiempo para entrenar y aprender. Solo era cuestión de tiempo y de tener paciencia con él. Con mucho tiempo, podría ponerse a nivel. Kafei confiaba en ello.
El chico menudo se sintió algo más motivado a luchar con los ánimos de Kafei. Él siempre era tan simpático... Trató de armarse de valor y luchar mejor, dándolo todo de sí mismo. Pero ni más fuerza de voluntad sirvió de nada contra su adversario.
Kafei no acabó de ver el combate. El guarda veterano apareció junto a algunos más. Y no parecían traer muy buena cara.
El chico no pudo evitarlo y salió a su encuentro. El veterano le saludó amablemente, aunque su semblante no cambió demasiado.
Kafei.- ¿Qué ha ocurrido...? ¿A qué vienen tantas prisas...?
El guarda le hizo un gesto con la mano y siguió caminando. Kafei se apresuró para seguir su ritmo.
Veterano.- Aún no lo sabemos con certeza —le comentó—. Pero en resumen, nos han dicho que preparemos armamento. Lo antes posible.
Kafei.- ¿Armamento para qué...? —preguntó algo sobrecogido.
Veterano.- No lo sé, Kafei —dijo, algo agobiado—. Puede ser que sea solo por prevenir... aunque no acabo de estar muy seguro de que así sea. También nos han advertido de que todos los miembros de la Guardia Real debemos estar atentos ante la aparición de cualquier cosa que no sea normal.
Kafei se detuvo en el sitio. ¿Qué demonios estaba pasando y por qué tan de repente...? De todas maneras, Kafei no creyó que fuese algo tan grave. Sería... lo que había dicho en un principio, quizá... solo por prevenir.
Al menos, eso era lo que él quería creer.
El veterano se giró un tanto hacia él de nuevo antes de seguir caminando con los demás altos cargos de la Guardia.
Veterano.- No queremos dar la voz de alarma hasta que no sepamos con certeza qué es lo que está sucediendo. No digas nada, chico. Aún no sabemos qué es esto ni por qué recibimos estas órdenes. Son... cosas que pasan a veces.
Kafei asintió a la par que los altos cargos se marchaban. Eso último parecía habérselo dicho en tono más bien de consuelo, no como algo verídico. No obstante, Kafei quiso tomárselo más bien como lo segundo.
Eran cosas que pasaban a veces en la Guardia Real... cosas que se decían... para estar prevenidos. Sí, eso sería.
Al final... en Hyrule nunca ocurría nada.
Cuando el elevador descendió hasta el final de su recorrido, Mascot se había apresurado a bajarse. No esperó que el descenso fuese tan rápido. Había tenido incluso que sujetarse a los pilares de las esquinas del elevador. Afortunadamente ya había terminado. Nada más bajó al suelo, vio que había llegado a una sala circular un tanto extraña. Algunas zonas tenían huecos hacia dentro, como entradas hacia ningún lugar. Otras zonas estaban cerradas con verjas. No obstante, la única salida viable era ese pasillo corto. Un corredor decorado con una alfombra larga y azul, con las paredes salpicadas de cuadros. Al fondo, una enorme puerta lo coronaba. Esa debía ser la sala de la que Rauru le había hablado, por lo que echó a correr hacia ella.
Ni siquiera se detuvo a mirar los cuadros del pasillo. A juzgar por lo que el Sabio de la Luz le dijo, la clave estaba dentro de la sala, no fuera de ella.
Una vez llegó, abrió la puerta sin muchas dificultades y se encontró con una sala nueva. Ésta era circular, con una tonalidad azulada y tenía una zona en alto a la que había que acceder subiendo unas escaleras. Se apresuró a subirlas y, una vez estuvo arriba, Mascot se detuvo a mirar los cuadros que había por la pared. Empezaba a estar bastante cansado de que todo en ese maldito templo girase en torno a los cuadros de las paredes.
Recorrió todos ellos con la mirada y se preguntó por qué eran exactamente iguales. Todos tenían la misma escena representada y no parecía haber la más mínima diferencia entre ellos.
La pintura repetida representaba un camino de tierra bordeado por árboles secos, que conducía hasta una montaña afilada que había al fondo. El cielo era oscuro, haciendo que el ambiente del cuadro fuese aún más tenebroso.
Mascot, al ver que todos los cuadros eran el mismo, resopló. Rauru podía haber sido algo más específico. Ya sabía qué hacer con los cuadros a través de los cuales se movían los poe. Pero no creyó que eso pudiese funcionar allí. No creyó que cortándolos por la mitad fuese a conseguir nada esa vez. Qué templo más extraño, pensó. ¿Por qué, una vez más, todos los cuadros eran iguales?
Pensativo, siguió recorriendo la sala con la mirada, buscando algo más que le sirviera de pista para lo que tenía que hacer. No podía ser que esta vez tuviese que romper nada. Rauru le dijo que allí se encontraba la entrada al Palacio de la Tierra. Con lo cual... de los cuadros no tenía que salir nada.
Era él quien debía entrar.
Dio un respingo al darse cuenta de eso y automáticamente, otra pregunta se le vino a la cabeza. Si debía entrar por algún sitio, tenían que ser lo cuadros. Todo giraba en torno a ellos. Pero, ¿por cuál debía hacerlo?
Siguió recorriendo la sala, pensando que alguno de ellos tendría que tener una marca distintiva, pero no vio nada. Estaba empezando a desesperarse y ya ni siquiera sabía lo que estaba viendo. Le parecía ver diferencias entre los cuadros y sus marcos realmente absurdas que no tenían ninguna importancia. Finalmente decidió bajar la mirada para despejarse un momento antes de seguir observando los cuadros.
Estaba agotado.
No sabía durante cuánto tiempo habría estado dando vueltas en ese templo. No tenía forma alguna de saberlo. No podía ver el exterior. Quizá horas. Quizá días... Su cuerpo estaba pidiendo a gritos un descanso. Y se quedó un poco con la mirada perdida hacia abajo. No pensaba con claridad. Cerró los ojos y los volvió a abrir, con fuerza. Sus ojos veían los dibujos del suelo según los cerraba y abría. No obstante, no se había parado a examinarlos. No hasta que vio una forma en concreto.
Acababa de ver un triángulo. Después vio más como ese. Pero no eran iguales.
Se retiró de donde estaba para ver que en el suelo, estaba dibujado el símbolo de la Trifuerza. A su alrededor había una austera decoración de triángulos más pequeños que parecían fragmentos de la misma, representados de forma salteada.
Todos esos triángulos pequeños eran del mismo tamaño, excepto uno. Justamente el que estaba debajo de la Trifuerza. El que quedaba justo del revés a los fragmentos de ésta. El que parecía encajar en el medio.
Mascot se quedó sorprendido. Era una sutil referencia, como lo que él llevaba en su escudo. No pudo evitar preguntarse cuánta gente sabía acerca de esa Trifuerza oculta.
Mascot se dirigió hacia ese triángulo invertido y se colocó justamente delante de él. Casi por instinto, miró en la dirección que apuntaba el vértice superior. Se preguntó entonces si además de representar la Trifuerza Oscura, estaría señalando algo en específico. Comprobó que éste señalaba justamente la entrada a la zona donde estaba, al sitio por el que había subido. Pero además, parecía estar señalando otra cosa.
Justo en la entrada, había un cuadro. Y el vértice superior del fragmento invertido, cuando se posicionó en su base, para su sorpresa quedab ajustamente en medio del cuadro, de forma simétrica.
Mascot decidió acercarse a ese cuadro para examinar si tenía algo diferente a los demás, pero nada en la pintura parecía cambiar. No obstante, era demasiada casualidad. Un único triángulo diferente, que justamente señalaba hacia él. Tenía que ser ese cuadro, aunque no sabía qué sería lo que tendría que hacer en él. Pasó los dedos ligeramente por el lienzo. Tocó la rugosidad de la pintura y los trazos del pincel. No notó nada diferente, hasta que su dedos se acercaron al camino de tierra... camino que llevaba hasta la montaña. Ocurrió muy deprisa, tanto, que Mascot no tuvo tiempo de reaccionar.
Tratando de descubrir algo, el cuadro se había transformado de lienzo rugoso a fluido. Sus dedos se hundieron en la pintura y, poco después, el cuadro se lo tragó.
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